|
Seguido la ruta que aparece en el grabado de Ghot —cruzando
el territorio de Samaría—, sus problemas y dificultades
hubieran sido considerables. A la falta de agua habría que
añadir el peligro de los posibles ataques de los samaritanos.
dichas relaciones hacia finales del siglo i antes de nuestra Era —precisamente por el posible casamiento de Herodes el Grande con una samaritana— las cosas, en general, no debían estar nada claras cuando José y su familia deci- dieron ponerse en camino desde Nazaret a Belén.
Las agresiones de los samaritanos a cuantos judíos atravesaban su territorio debían ser tan comunes, que Flavio Josefo, por ejemplo, lo registra en sus textos his- tóricos. Y cuenta cómo en el año 52 d.C. guerrilleros judíos atacaron pueblos samaritanos para vengar la muerte de uno o varios peregrinos galileos, precisamente, que al ir a Jerusalén en peregrinación a una de las fiestas, habían tomado el camino que atraviesa el citado territorio de Sa- maría y habían sido atacados en la frontera norte, en el pueblo limítrofe de Ginaé; es decir, en Djenin.
Cuando Jesús atraviesa Samaría en una de sus andadu- ras, el pueblo le niega hasta el agua...
Si José, hombre ya de experiencia en la vida, estaba al tanto de estos problemas, tuvo que pensárselo muy bien antes de decidir el camino a seguir. ¿Qué habría hecho cualquiera de nosotros si, en aquellas circunstancias, hubié- ramos tenido que cruzar un territorio potencialmente hostil y con la responsabilidad de varios muchachos y una joven esposa embarazada?
Yo, personalmente, hubiera meditado sobre la posibi- lidad de elegir una segunda vía.
Y si uno vuelve sobre el mapa de Palestina, se da cuenta que esa ruta existía realmente. Me refiero al «camino del río Jordán». José podía haber salido de Nazaret y, tras pasar por Naím, entrar en la Decápolis, salvando los esca- sos 15 kilómetros existentes entre la frontera y la ciudad de Escitópolis, situada en uno de los pequeños afluentes del Jordán. Desde allí, la comitiva sólo habría tenido que seguir el curso del mencionado río sagrado, por su margen derecha. A unos 45 o 50 kilómetros de Escitópolis (Bei- sán), José se habría hallado ya en territorio de Judea. A unos 18 kilómetros de ese punto —y en el que conflu- yen los territorios de Samaría, Perea y Judea—, se levanta la mítica Jericó. De allí a Betania tenemos unos 22 kiló- metros y medio y de esta población a la gran ciudad de Jerusalén unos cuatro o cinco kilómetros. Por último, de Jerusalén —paso casi obligado para José— hasta Belén quedarían otros 7,5 kilómetros.
Esta segunda opción sumaba, aproximadamente, unos 127 o 130 kilómetros. La diferencia con el camino que
cruzaba Samaría es muy poca. Los riesgos, en cambio, eran considerables por aquel territorio.
Naturalmente, al peligro que suponía el paso por entre el pueblo samaritano hay que añadir el constante y feroz bandolerismo, así como el pésimo estado de los caminos. Los atracos y matanzas en pleno campo o en las mon- tañas debían ser tan frecuentes que los peregrinos, comer- ciantes y viajeros en general solían organizar largas cara- vanas, protegiéndose de este modo contra las incursiones de los bandidos. Lucas, en su Evangelio, habla, por ejem- plo, de la caravana de Nazaret, en la que los padres de Jesús tenían sus parientes y conocidos. Esta caravana, pre- cisamente, pasó por Jericó (Marcos, 10,46).
En cuanto a los caminos, es fácil suponer su lamenta- ble estado. Sobre todo, en época de lluvias. Como ya he hecho referencia anteriormente, los peregrinos y viajeros se lanzaban a las caravanas a partir de los meses de febrero o marzo. En estas fechas, y hasta septiembre u octubre, el tiempo era seco y los caminos no resultaban tan desespe- radamente incómodos. José y María, supongo, debieron esperar a esos meses tranquilos y secos para ponerse en marcha.
Y es casi seguro igualmente que, tanto José como sus hijos, hicieran el viaje a pie. Quizá José, dada su consi- derable edad, cubriera algunos tramos a lomos de los asnos que, indudablemente, debían acompañar al grupo. En los apócrifos vemos cómo María fue acomodada sobre una asna. Era del todo lógico y necesario, puesto que dudo mucho que pudiera hacer largos trayectos a pie y mucho menos por terrenos abruptos.
Mientras el Sanedrín, como primera autoridad nacional, tuvo los caminos a su cuidado, la verdad es que no se hizo gran cosa por mejorarlos. Así lo delata también la negli- gencia de este organismo respecto al estado de conserva- ción del acueducto de Jerusalén. Al ocuparse los romanos, la cosa varió. Herodes, incluso, se esforzó en lograr una mayor seguridad en los caminos. Y muy especialmente en la ruta principal: en la que partía de Jerusalén y se dirigía al norte, hacia los importantes «mercados» de Babilonia. El viejo Herodes el Grande llegó a establecer en Batanea al judío de Babilonia Zamaris, que protegía a los viajeros contra los bandoleros de la Traconítide.
Pero volvamos a la vieja incógnita. ¿Qué camino pudo escoger José y su familia?
En los apócrifos aparece una «pista» que me inclina
a pensar que José pudo elegir precisamente la segunda senda: la del río Jordán. Dice el Protoevangelio de Santia- go que José «dirigió su mirada hacia la, corriente del río...» Allí, además, había unos trabajadores que comían y ovejas que estaban siendo arreadas por el pastor. Si no me equivoco, «a mitad de camino» entre Nazaret y Belén —tal y como dice el autor del Evangelio apócrifo—, no existe un solo río en lo que podríamos llamar «el primer camino»: el que cruza Samaría. Sí los hay, en cambio, en la «segunda vía». Allí está, por supuesto, el gran cauce del Jordán y sus afluentes (seis por la margen derecha y doce por la izquierda). No creo, por otra parte, que en el montañoso terreno que se extiende desde Idumea a Sa- maría —con toda la Judea de por medio— pudiera practi- carse un pastoreo tan cómodo y fácil para el ganado como en los fértiles pastos que corren a orilla del Jordán. En esta parte, el terreno se encuentra al nivel del mar o a unos 300 metros por debajo de dicha cota. En aquellos tiempos, el límite extremo de los cultivos mediterráneos —y se supone también que de los buenos pastos— podía mar- carlo una línea que pasara desde la base del monte Hebrón por las cercanías de Jerusalén hacia Rimmon, este de Siquén y de allí hacia el norte. Pero esa franja de terreno, cuyo eje central era el río Jordán, se encuentra exacta- mente en la segunda ruta. La de Samaría, en cambio, queda fuera.
Por supuesto, el presente planteamiento —creo yo— pudiera tener su importancia. Si algún día se demuestra cuál fue la ruta exacta y precisa que siguió José camino de Belén, y suponiendo que esa vía fuera la del río Jordán, el valor histórico de los apócrifos se vería extraordinaria- mente reforzado.
Otro de los extremos que no es fácil descifrar en su totalidad es el de si José, María y los hijos de aquél iban solos o formaban parte de una caravana mayor. Como hemos visto, la costumbre parecía ser la de formar bloques compactos de viajeros, a fin de protegerse mutuamente. Si el censo ordenado por Roma afectaba a todo el pueblo judío, era de suponer que en Nazaret habitasen otros vecinos que también debían dirigirse a Belén, Jerusalén o a otras localidades del centro y sur de la Judea. En ese caso, ¿no hubiera sido del todo práctico y lógico que todos esos vecinos se hubieran puesto en camino a un mismo tiempo y formando una sola caravana?
Esta teoría, sin embargo, no concuerda con lo que aca-
En mi opinión era mucho más prudente que José y su familia hubieran
elegido el camino de la margen derecha del río Jordán para trasladarse
de Nazaret a Belén. De esta forma evitaban el paso por el peligroso
y áspero territorio de Samarla (sombreado en el mapa).
El aprovisionamiento de agua y alimentos hubiera sido más fácil
Не нашли то, что искали? Воспользуйтесь поиском гугл на сайте:
|