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La vida privada durante la Revoluciуn Francesa





Lynn Hunt

Durante la Revoluciуn Francesa las fronteras entre la vida pъblica y la privada eran muy inestables, debido a la invasiуn de las esferas de la vida consideradas normalmente como privadas por parte del espнritu pъblico, de lo pъblico. Pero la intensa experiencia que supuso el aumento del espacio pъblico y la politizaciуn de la vida cotidiana puede haber sido responsable, en ъltima instancia, del desarrollo a principios del siglo XIX de un espacio privado mбs claramente diferenciado: la expansiуn constante de las esferas pъblicas de la vida, sobre todo entre 1789 y 1894, proporcionу un impulso al retraimiento romбntico en uno mismo y a la consiguiente retirada de la familia a un espacio domйstico definido con mбs precisiуn. Pero antes de que esto ocurriera, la vida privada tuvo que soportar el ataque mбs sistemбtico que se haya visto jamбs en la historia occidental.

Durante los siglos XVII y XVIII “lo pъblico”, entendido como el conjunto de las cosas relacionadas con el Estado o con el servicio al Estado, se habнa convertido en algo cada vez mбs claramente desprivatizado. La tendencia a considerar que los intereses privados eran incompatibles con el servicio pъblico iba en aumento, y “lo privado” era definido como aquello que escapaba al control del Estado. A medida que pasaba el tiempo se hacнa mayor la diferencia entre lo pъblico y lo privado. Los revolucionarios se tomaron muy en serio la distinciуn entre pъblico y privado: ningъn interйs particular (y por definiciуn, todos los intereses eran particulares) debнa dividir la voluntad general de la nueva naciуn. Desde Condorcet hasta Napoleуn, pasando por Thibaudeau, la consigna era la misma: “Yo no pertenezco a ningъn partido”. La polнtica de facciones o partidos —la polнtica de los grupos privados o individuos— era considerada sinуnimo de conspiraciуn, e “intereses” era la palabra clave utilizada para designar la traiciуn a la naciуn.

En plena Revoluciуn, privado significa faccionario, y la intimidad era equiparada al secreto que facilitaba la conspiraciуn. Como consecuencia de esto, los revolucionarios insistнan en la necesidad de una “publicidad” que penetrara en todos los lugares. Sуlo la vigilancia constante y la atenciуn permanente al “pъblico” (ahora muy ampliamente definido) podrнa evitar la apariciуn de intereses particulares (o lo que es lo mismo, privados) y de facciones. Las reuniones polнticas debнan estar abiertas al “pъblico”, las asambleas de la legislatura eran legitimadas por la asistencia de un gran nъmero de personas y por las interrupciones constantes, y cualquier salуn, tertulia o cнrculo privado era denunciado inmediatamente. La manifestaciуn de intereses privados en el terreno pъblico de la polнtica era considerada contrarrevolucionaria. “No hay mбs que un partido, el de los intrigantes”, exclamaba Chabot; “los demбs forman el partido del pueblo”.

Esta insistencia obsesiva en mantener los asuntos privados fuera de la esfera pъblica no tardу mucho en provocar un efecto paradуjico, el de borrar las fronteras entre lo pъblico y lo privado. Del mismo modo que tйrminos sociales tales como aristуcrata y sans-culotte adquirieron un significado polнtico —se podнa llamar aristуcrata a un sans-culotte si no apoyaba la Revoluciуn con el ardor suficiente—, asн tambiйn el carбcter privado asumiу un significado pъblico, es decir, polнtico. En octubre de 1790, Marat denunciу a la Asamblea Nacional por estar “en su mayor parte compuesta por antiguos nobles, prelados, golillas, hombres del rey, funcionarios, juristas, hombres sin alma, sin modales, sin honor y sin pudor; enemigos de la Revoluciуn por sus principios y por su posiciуn”. La mayor parte de los legisladores “no son mбs que hбbiles bribones, charlatanes indignos”. Eran “hombres corruptos, taimados y pйrfidos” (L’Ami du Peuple). No bastaba con que una posiciуn polнtica fuera equivocada: habнa que desacreditar a la oposiciуn tambiйn en cuanto carente de las cualidades humanas bбsicas. Sуlo la corrupciуn del individuo privado podнa explicar la falta de ardor del individuo pъblico en la defensa de la Revoluciуn. El camino mostrado por Marat fue seguido por otros; asн, por ejemplo, en un cartel semiletrado de 1793 se definнa a un “moderado, feuillant, aristуcrata” como “aquel que no ha mejorado la Suerte de la Humanidad indigente y patriota, aun teniendo claramente la posibilidad. Aquel que por maldad no lleva una escarapela de tres pulgadas de circunferencia; aquel que ha comprado otras ropas distintas de las nacionales y, sobre todo, aquel que no se enorgullece del tнtulo y del tocado de sans-culotte”. La vestimenta, el lenguaje, la actitud hacia los pobres, el suministrar trabajo, el uso correcto de las tierras: todo servнa como medida del patriotismo. їDуnde estaba la frontera que separaba a la persona privada de la pъblica?

Las secciones y los periуdicos mбs fogosos no eran los ъnicos que vinculaban el carбcter moral privado al comportamiento polнtico pъblico; quizб el ejemplo individual mбs cйlebre sea el discurso pronunciado por Robespierre el 5 de febrero de 1794, “Sobre los principios de la moral polнtica”. Al presentar su argumento segъn el cual “la fuerza del gobierno popular en una revoluciуn es a la vez la virtud y el terror”, el portavoz del Comitй para la salud pъblica contrastaba las virtudes de la Repъblica con los vicios de la Monarquнa: “Queremos sustituir, en nuestro paнs, el egoнsmo por la moral, el honor por la probidad, las costumbres por los principios, la decencia por los deberes, la tiranнa de la moda por el imperio de la razуn, el desprecio de la desgracia por el desprecio del vicio, la insolencia por la dignidad, la vanidad por la grandeza de espнritu, el amor al dinero por el amor a la gloria, las buenas compaснas por las buenas gentes, la intriga por el mйrito, la cultura por el talento, el brillo por la verdad, los hastнos de la voluptuosidad por el atractivo de la felicidad, la pequeсez de los grandes por la grandeza del hombre…”. De todo ello se derivaba que “en el sistema de la Revoluciуn Francesa, lo que es inmoral no es polнtico, lo que es corruptor es contrarrevolucionario”. Asн, a pesar de que los revolucionarios creнan que los intereses privados (tйrmino que para ellos indicaba los intereses de facciones o pequeсos grupos) no debнan estar representados en el terreno pъblico de la polнtica, estaban, sin embargo, convencidos de que el carбcter privado y la virtud pъblica eran aspectos нntimamente unidos entre sн. En palabras de la “Comisiуn temporal de vigilancia republicana establecida tras la liberaciуn de la ciudad” (Lyon), en noviembre de 1793, “para ser un republicano de verdad es necesario que cada ciudadano experimente y opere en sн mismo una revoluciуn igual a aquella que ha cambiado la faz de Francia. […] toda persona que abra su alma a las frнas especulaciones del interйs; toda persona que calcule lo que cuesta una tierra, un lugar, un talento […] todos los hombres que sean asн y que osen llamarse republicanos mienten a la naturaleza […] que abandonen la tierra de la libertad, pronto serбn reconocidos y la enrojecerбn con su sangre impura”. En resumen, la visiуn que los revolucionarios tenнan de la polнtica era roussoniana; en su opiniуn, para llevar una buena vida polнtica habнa que estar en posesiуn de un corazуn privado transparente. Entre el Estado y el individuo no debнan mediar ni los partidos ni los grupos interesados, pero se esperaba de los individuos que llevaran a cabo una revoluciуn interior y privada que reflejara la revoluciуn en acto en el paнs, lo cual a su vez condujo a una intensa politizaciуn de la vida privada. “La Repъblica”, segъn los revolucionarios lioneses, “sуlo quiere hombres libres en su seno”.

Cambiar las apariencias

Uno de los ejemplos mбs reveladores de la invasiуn pъblica del espacio privado es la omnipresente preocupaciуn por “la vestimenta”. Desde el momento de la inauguraciуn de los Estados Generales en 1789, йsta adquiriу un significado polнtico. Asн, por ejemplo, Michelet describнa la diferencia entre los sobrios diputados del Tercer Estado que marchaban a la cabeza de la procesiуn de inauguraciуn —“una masa de hombres vestidos de negro […] modestos en sus ropas”— y “el brillante y reducido grupo de diputados de la nobleza […] con sus sombreros adornados con plumas, sus encajes y sus adornos dorados”. La consecuencia de esto fue, segъn el inglйs John Moore, que “una gran sencillez, o mбs bien pobreza, en el vestir llegу a ser […] considerada como una indicaciуn de patriotismo”. En 1790 las revistas de moda publicaron la descripciуn de un “traje estilo Constituciуn” para mujeres, que en 1792 se convirtiу en el “traje llamado de la igualdad, con gorro muy de moda entre los republicanos”. Segъn el Journal de la mode et du goыt, la “gran dama” de 1790 llevaba “los colores listados de la naciуn”, y la “mujer patriota” llevaba “el paсo de color azul real con un sombrero de fieltro negro, cintillo y cocarde tricolor”.

La moda para hombres no estaba definida con tanta precisiуn, por lo menos inicialmente, pero la vestimenta se convirtiу rбpidamente en un sistema con una gran carga semiуtica. Se podнa identificar a los moderados y a los aristуcratas por el desprecio que sentнan hacia el uso de la cocarde. A partir de 1792, el gorro rojo, la carmaсola y los pantalones largos parecнan definir al sans-culotte o, lo que es lo mismo, al sentimiento republicano verdadero. La vestimenta adquiriу una carga polнtica tal que la Convenciуn tuvo que reafirmar, en octubre de 1793, la “libertad de vestimenta”; el decreto en sн mismo parece inofensivo: “Ninguna persona de uno u otro sexo podrб obligar a otro ciudadano o ciudadana a vestir de un modo determinado […] so pena de ser considerado y tratado como sospechoso”.

Pero la discusiуn en la Convenciуn revela que el decreto estaba dirigido particularmente contra los clubes de mujeres, cuyos miembros llevaban gorros rojos y obligaban a otras mujeres a imitarlas. En opiniуn de los diputados, la politizaciуn de la vestimenta amenazaba con subvertir la definiciуn misma del orden sexual en esta fase, la mбs radical de la Revoluciуn, correspondiente al periodo de descristianizaciуn. El Comitй de seguridad general temнa que las disputas sobre la vestimenta formaran parte de un proceso de masculinizaciуn de las mujeres: “Hoy piden el bonete rojo; no se limitarбn a eso: pronto exigirбn el cinturуn con las pistolas”. Las mujeres armadas serнan entonces aъn mбs peligrosas en las largas colas del pan, y lo que era peor, para aquel entonces ya estaban constituyendo asociaciones. Fabre d’Йglantine seсalу que estas sociedades no estaban en absoluto “formadas por madres de familia, hijas de familia, hermanas que cuidan de sus hermanos o hermanas de corta edad, sino por una especie de aventureras, de caballeros errantes, de muchachas emancipadas, de granaderos femeninos”. El aplauso que interrumpiу a Fabre demostrу que habнa tocado una fibra sensible entre los diputados, los cuales suprimieron todos los clubes de mujeres porque corrompнan el orden “natural”, esto es, “emancipaban” a las mujeres de sus identidades exclusivamente familiares (privadas). Como dijo Chaumette: “їDesde cuбndo resulta normal ver a la mujer abandonar los cuidados pнos de su hogar, la cuna de sus hijos, para subir en la plaza pъblica a la tribuna de las arengas?”. Las mujeres eran consideradas como la representaciуn de lo privado y todos los hombres, salvo contadas excepciones, rechazaban su participaciуn activa, en cuanto mujeres, en la esfera pъblica.

A pesar de la aparente defensa por parte de la Convenciуn del derecho de cada individuo a vestir como quisiera, el mismo Estado estaba penetrando en este terreno cada vez con mбs fuerza. A partir del 5 de julio de 1792, todos los hombres estaban obligados por ley a llevar la cocarde tricolor; a partir del 3 de abril de 1793 esta obligaciуn incluнa a todos los franceses, independientemente de su sexo. En mayo de 1794 la Convenciуn pidiу al artista-diputado David que presentara sus ideas y sugerencias para la mejora de la vestimenta nacional y йste realizу ocho bocetos, dos de los cuales correspondнan a uniformes civiles. La diferencia entre el traje civil propuesto y los de los oficiales era mнnima: ambos incluнan una corta tъnica abierta y sujeta a la cintura por un fajнn, calzas ajustadas, botas cortas o zapatos, una especie de toca y una capa tres cuartos. Era un traje en el que se combinaban influencias de la antigьedad con otras renacentistas y teatrales, y los ъnicos que llegaron a usarlo —si es que alguien lo hizo—fueron los jуvenes clientes del maestro artista. No obstante, la idea misma de crear un uniforme civil, nacida en el seno de la Sociedad popular y republicana de las artes, revela las esperanzas de algunos de hacer desaparecer por completo la frontera entre lo pъblico y lo privado; todos los ciudadanos llevarнan uniforme, fueran o no soldados. Los artistas de la Sociedad popular insistнan en que el modo de vestir de la йpoca era indigno de un hombre libre: si el carбcter privado debнa sufrir una revoluciуn, entonces la vestimenta debнa ser tambiйn renovada por completo. їCуmo se podнa alcanzar la igualdad si las distinciones sociales seguнan expresбndose a travйs de la indumentaria? Como era de esperar, tanto a los artistas como a los legisladores les preocupaba menos el modo de vestir de las mujeres. Segъn Wicar, no era necesario que las mujeres cambiaran casi nada, “si se exceptъan esos paсuelos ridнculamente inflados”. Ya que la actividad de las mujeres debнa limitarse a las funciones privadas, no era necesario que llevaran el uniforme nacional de los ciudadanos.

Incluso cuando el Estado renunciу al grandioso proyecto de reforma y normalizaciуn de la indumentaria privada de los hombres, la vestimenta siguiу teniendo un significado polнtico. Los muscadins de la reacciуn de Termidor iban vestidos con lino blanco y atacaban a los presuntos jacobinos que no llevaban la cabeza empolvada. “El traje estilo vнctima” de los muscadins incluнa “el vestido cuadrado escotado, los zapatos muy abiertos, el cabello largo sobre los hombros”, y ellos iban armados con bastones cortos de plomo. En tйrminos generales, la Revoluciуn condujo a una forma de vestir mбs libre y ligera que, en el caso de las mujeres, implicaba una tendencia a aumentar la superficie de piel desnuda que se exhibнa hasta tal punto que un periodista llegу a comentar: “Si muchas deidades se lucieran con unos trajes tan ligeros y transparentes, privarнan al deseo del ъnico placer que lo alimenta, el placer de adivinar”.







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