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Las mujeres, prisioneras del sexo





En este espacio hiperprivado, los objetos de placer y de orden solнan ser mujeres: “estremeceos, adivinad, obedeced, prevenid, y […] quizб no seбis del todo infelices” (Les Cent Vingt Journйes). Con contadas excepciones, las mujeres de las novelas de Sade no son libres, y raras veces experimentan placer por voluntad propia: “Todo goce compartido se debilita”. El amor heterosexual convencional es algo excepcional en sus novelas; la vagina suele ser desdeсada en favor de otros orificios. Las mujeres son el objeto de la agresiуn masculina, y no tienen prбcticamente identidad fнsica. Juliette parece ser la excepciуn, pero incluso ella debe robar y matar sin descanso para sobrevivir. Utilizando un razonamiento que supone una tergiversaciуn de las ideas de Tocqueville, la igualdad y fraternidad entre los hombres sуlo sirven para tratar a las mujeres con un despotismo total. Muchas de las vнctimas son aristуcratas, pero el nuevo hombre del universo sadiano restablece una especie de poder feudal en el aislamiento del castillo entendido como celda. No podemos tomar a Sade como ejemplo representativo de la actitud hacia las mujeres durante la Revoluciуn, pero, sin embargo, su obra nos alerta sobre el papel especial desempeсado por йstas en cuanto figuras de lo privado. En las novelas de Sade, lo privado es el lugar donde las mujeres (y a veces jуvenes, incluso niсos) son recluidos y torturados para el disfrute sexual de los hombres. їNo es йsta simplemente una reductio ad absurdum tнpicamente sadiana del punto de vista, compartido por sans-culottes y jacobinos, segъn el cual el puesto de la mujer se encontraba en el terreno de lo privado? Los revolucionarios limitaron las funciones de las mujeres a las de madre y hermana, cuya identidad dependнa de sus parientes masculinos; Sade las convirtiу en prostitutas profesionales o mujeres cuyo principal atributo era su predisposiciуn a ser esclavizadas por los hombres, sin otro carбcter que no fuera el de objetos sexuales. En ambas representaciones de lo privado, las mujeres no tenнan personalidad propia, o por lo menos las figuras masculinas deseaban que no la tuvieran, ya que, de hecho, eran representadas como subversivas en potencia, como si resultara demasiado obvio que no aceptarнan voluntariamente los papeles que se les habнan asignado. Si no, їa quй se debe que los jacobinos se refirieran con tanta dureza —e incluso podrнamos decir histeria— al caos surgido cuando las mujeres reclamaron su derecho a jugar un papel en la vida pъblica? їPor quй, si no, insistнa Sade de una forma tan obsesiva en el castillo cerrado? “Para prevenir los ataques exteriores poco temibles y las invasiones interiores que lo eran mбs” (Les Cent Vingt Journйes).

La idea de la mujer como algo especialmente concebido para lo privado (y no adecuado para lo pъblico) era comъn a casi todos los cнrculos intelectuales de finales del siglo XIX. El tratado de Pierre Roussel Du systиme moral et physique de la femme (1775, 2.Є ed., 1783) se convirtiу en el punto de referencia obligado en los discursos sobre las mujeres. Йstas eran representadas como el reverso del hombre: a las primeras se las identificaba por su sexualidad y su cuerpo, mientras que la identidad de los hombres dependнa de su mente y su energнa. El ъtero definнa a la mujer y determinaba su comportamiento emocional y moral. Se creнa que el sistema reproductivo femenino era particularmente sensible, y la mayor debilidad de la materia cerebral sуlo aumentaba esta sensibilidad. Las mujeres eran mбs frбgiles desde el punto de vista muscular y sedentarias por naturaleza. La combinaciуn de la debilidad mental y muscular y la sensibilidad emocional hacнa que las mujeres estuvieran preparadas, desde el punto de vista funcional, para criar hijos. Asн, el ъtero definнa el lugar que correspondнa a las mujeres en la sociedad, es decir, el de madre. Las disertaciones de los mйdicos llegaban a las mismas conclusiones que las de los polнticos.

Durante la Revoluciуn, Roussel escribнa ocasionalmente para la Dйcade philosophique, el periуdico “ideуlogo”, y estaba asociado a la secciуn moral de la Segunda Clase del Instituto. Su colega Georges Cabanis, mбs joven que йl, compartнa sus ideas sobre las mujeres. Desde el punto de vista biolуgico, los hombres eran fuertes, desafiantes y emprendedores; las mujeres eran dйbiles, tнmidas y apagadas. A pesar de su admiraciуn por madame de Staлl y madame Condorcet, Cabanis rechazaba la idea de que las mujeres pudieran ocupar puestos intelectuales o polнticos; estas carreras socavarнan la familia, fundamento de la sociedad civil y base del orden natural. Un discнpulo de Cabanis, ideуlogo como йl y colaborador frecuente en la Dйcade philosophique, Jacques-Louis Moreau (de la Sarthe), aspirу a hacer progresar la nueva ciencia de la “antropologнa moral” con su estudio en dos volъmenes sobre la Histoire naturelle de la femme (1803). Sus ideas resultan familiares: “Si se puede decir que el varуn no es varуn mбs que en ciertos momentos, pero que la hembra es hembra durante toda su vida, se debe principalmente a esta influencia [la influencia uterina] que hay que atribuirle; es ella la que recuerda asн a la hembra su sexo continuamente y da a todas sus formas de ser una fisonomнa tan pronunciada”. Como consecuencia, “las hembras estбn mбs predispuestas que los hombres a creer en los espнritus y a tener apariciones; se entregan con mбs facilidad a las prбcticas supersticiosas; sus prejuicios son mбs numerosos; y por ello han contribuido en gran medida al йxito del mesmerismo”. No era sorprendente que unas criaturas que respondнan a semejante descripciуn estuvieran expuestas a la influencia de los curas contrarrevolucionarios y a las formas mбs espantosas de servidumbre sexual.

El hecho de que las mujeres en el siglo XIX se vieran limitadas mбs que nunca a la esfera privada ha sido seсalado con anterioridad. Esta tendencia data de finales del siglo XVIII e incluso antes de la Revoluciуn. Por lo visto hasta ahora, resulta evidente que esta ъltima dio un mayor impulso a este desarrollo crнtico de las relaciones entre hombres y mujeres, asн como de la concepciуn de la familia. Se asociaba a las mujeres con el “hogar”, con los espacios privados, no sуlo porque la industrializaciуn permitiу a las mujeres de la burguesнa definirse a sн mismas exclusivamente de esta manera, sino tambiйn porque la Revoluciуn Francesa habнa demostrado las posibilidades potenciales (y el peligro que esto suponнa para los hombres) de dar la vuelta al orden “natural”. Las mujeres se convirtieron en el sнmbolo de la fragilidad que tenнa que ser protegida del mundo exterior (el pъblico): se habнan transformado en el emblema de lo privado. Se suponнa que las mujeres debнan estar confinadas a los espacios privados debido a sus supuestos defectos biolуgicos, pero incluso lo privado habнa demostrado ser frбgil frente a la politizaciуn y la transformaciуn pъblica del proceso revolucionario. Si el Estado podнa regular la vida familiar, y rehacer los sistemas de medida de las horas del dнa y los meses del aсo, si los polнticos podнan decidir cуmo tenнan que llamarse los niсos y cуmo habнa que vestirse, la vida privada podнa desaparecer por completo, y cuanto mayor era la presiуn ejercida sobre la vida privada, por medio de la secularizaciуn del matrimonio, de las limitaciones de culto y de las movilizaciones de masas, mбs parecнa aumentar la inestabilidad del orden considerado anteriormente como estable. Las mujeres podнan vestirse como los hombres e insistir en luchar en el frente; podнan pedir el divorcio si eran “infelices”. La desapariciуn de la deferencia hacia reyes, reinas, nobles y ricos parecнa poner en duda la deferencia de la mujer hacia su marido, e incluso quizб la deferencia de los hijos hacia el padre.

Los propios revolucionarios sintieron la necesidad de trazar una frontera, de insistir en que las mujeres se encontraban en el lado de lo privado y los hombres en el de lo pъblico. A partir de 1794, al igual que en 1803 y 1816, y continuando durante todo el siglo XIX, esta lнnea entre lo pъblico y lo privado, entre hombres y mujeres, entre polнtica y familia, se hizo mбs rнgida. Ni siquiera los revolucionarios mбs radicales pudieron soportar la tensiуn creada por la invasiуn pъblica de lo privado y se fueron alejando progresivamente de su propia obra mucho antes de Termidor. Pero las ondas expansivas de la conmociуn que crearon siguieron sintiйndose hasta bien entrados los aсos setenta del siglo XX, cuando finalmente la vida familiar recuperу algunos de los principios de 1792: con la ley de divorcio del 11 de julio de 1975 йste volvнa a ser tan fбcil como en 1792, la ley del 4 de junio de 1970 eliminу los ъltimos vestigios de la supremacнa marital varonil que habнan sido puestos en tela de juicio en los primeros aсos de la Revoluciуn, y la ley del 3 de enero de 1972 aseguraba los derechos de los hijos naturales que habнan sido aplicados por primera vez en el aсo II. їQuй mejor prueba de la “modernidad” de los principios revolucionarios y de los efectos perdurables (para bien y para mal) de la herencia revolucionaria?

(Traducido del inglйs por Beatriz Garcнa)


Sweet Home

Catherine Hall

1820 fue en Inglaterra el aсo de la reina Carolina. Carolina de Brunswick (la reina de Inglaterra agraviada) era mujer de Jorge, el prнncipe regente, hijo de Jorge III. El suyo fue un matrimonio de conveniencia, y el aprecio que sentнan el uno por el otro no era excesivo. La separaciуn se produjo casi inmediatamente despuйs de la boda, a pesar de que sуlo habнan tenido un descendiente, la princesa Charlotte. Asн Jorge quedу en libertad para continuar con su vida amorosa, sus amistades y sus intrigas, pero de Carolina, sin embargo, se esperaba que llevara la vida recogida de una consorte real en ausencia de su marido. Lo que Jorge consideraba sus vulgares modales germбnicos, sus indiscreciones y su charla imprudente enfurecнan al prнncipe, que anhelaba verse libre de ella. Al encontrarse frente a la implacable hostilidad del rey y al control que ejercнa sobre su hija, Carolina abandonу Inglaterra para viajar por el continente, donde llevarнa la vida de una aristуcrata errante.

Carolina, la “reina ultrajada”

En 1820 muriу Jorge III, y el regente, que habнa ocupado el lugar de su padre durante sus periodos de locura, asumiу todos los atributos de la monarquнa. Pero їiba a ser reconocida reina Carolina? Йl estaba decidido a que esto no ocurriera, e insistiу en que su nombre fuera excluido de la liturgia. Carolina, al conocer ese apartamiento de lo que ella consideraba sus derechos, se embarcу rumbo a Inglaterra y arribу allн en medio de una gran controversia, saludada con regocijo por los radicales, enemigos del rey, que veнan con satisfacciуn esta oportunidad de atacarle. Los ministros del rey le aconsejaron que negociara, pero no lograron llegar a un compromiso y el rey insistiу en la idea del divorcio, utilizando para ello un procedimiento especial de la Cбmara de los Comunes. Este juicio pъblico de la reina fue el que mantuvo ocupada la imaginaciуn del paнs durante 1820. Durante semanas el serial real llenу columnas enteras en la prensa nacional y de provincias, mientras sus seсorнas oнan las declaraciones sobre escбndalos en las altas esferas, sobre relaciones sexuales ilнcitas entre la seсora y los criados, sobre un matrimonio sin amor. Sin embargo, la opiniуn pъblica no tomу partido por un rey que organizaba su defensa sin arriesgarse nunca a aparecer en persona: al contrario, se volcу a favor de la reina, vнctima indefensa de las intrigas palaciegas de un marido cuyas indiscreciones habнan sido objeto de habladurнas durante dйcadas y de la naturaleza corrupta de los matrimonios aristocrбticos.

En la base del amplio apoyo popular a la reina Carolina se encontraban una serie de ideas muy claras sobre cуmo debнan ser las relaciones entre hombres y mujeres, sobre la naturaleza del matrimonio y el lugar ocupado por la vida domйstica en una sociedad decente. Los matrimonios basados en el dinero no tenнan ninguna posibilidad de йxito, y por ello todos los “brazos varoniles y valientes” debнan acudir en ayuda de la reina afrentada por un hombre. Padres, maridos, hermanos: a todos se apelу para que “apoyaran con firmeza la causa de una mujer” indefensa y salvaguardaran la “virtud domйstica”, el adorno mбs brillante de la civilizaciуn inglesa. Se organizaron todo tipo de manifestaciones en apoyo de la reina, como por ejemplo la de los latoneros y caldereros de Londres, bajo forma de desfiles de caballeros, de acuerdo con el impulso, tan poderoso en la Inglaterra del siglo XIX, que preconizaba la vuelta a la caballerosidad. Pero los valientes adalides de la reina querнan estar seguros de que, en efecto, su heroнna era casta y pura. Carolina no era la princesa mбs adecuada para desempeсar semejante papel, pero sus deslices fueron transformados en las invenciones maliciosas de los intrigantes criados italianos, sus diбlogos reescritos en correspondencia con el papel que tenнa que interpretar: el de la vнctima frбgil y dependiente, la madre a quien habнan arrancado el hijo del pecho. Su papel mнtico en el melodrama cautivaba con mбs fuerza la imaginaciуn popular que los salaces detalles de sus deslices. Carolina resultaba, en el papel de reina agraviada de un rey profundamente impopular, infinitamente mбs atractiva que la Carolina vulgar y promiscua. El modo en que su influencia sobre la opiniуn pъblica se vino abajo, una vez que el rey hubo perdido de hecho el caso y fue obligado a abandonar la idea de divorciarse de ella, revela la falta de correspondencia entre la mujer y el mito. Sus esperanzas de que el vulgo londinense le permitirнa forzar una coronaciуn conjunta se vieron truncadas, y el rey fue triunfalmente coronado en solitario. Pero, para el monarca, llegar a disfrutar de este momento habнa dependido en gran medida de su derrota a manos del “pъblico” y habнa supuesto el fin de sus tentativas de perseguir a su desdichada reina.

El caso de la reina Carolina marcу uno de los primeros momentos pъblicos en los que quedу demostrado el importante apoyo popular del que gozaba la nueva visiуn del matrimonio y de las relaciones sexuales. Como cantу John Bull, el sнmbolo de la virilidad y el honor britбnicos, en su Oda a Jorge IV y su mujer Carolina.

Ser un Padre para la Naciуn

Un Marido para su Reina

Y seguro del amor de su pueblo

Reinar tranquilo y sereno.

El “pueblo” exigнa del rey no sуlo las responsabilidades hacia los ciudadanos, sino tambiйn responsabilidades familiares en su hogar. Comportarse de forma correcta como rey implicaba hacerlo tambiйn como marido y como padre. No se podнa lograr la tranquilidad en la naciуn si no existнa un ambiente de serenidad en el hogar. La virtud domйstica era efectivamente la base de la civilizaciуn britбnica, y el pueblo ъnicamente podнa sentir amor si su Padre Real podнa servir de ejemplo de tales virtudes.

La “reina agraviada” dejу su huella en la conducta pъblica de la monarquнa. Los sucesores de Jorge, Guillermo y Adelaida, fueron ensalzados como la pareja ideal de amantes; Victoria, el “capullo de Inglaterra”, se convirtiу en la esposa y madre modelo. Como sostenнa un famoso predicador en 1849, “el trono de nuestra sencilla y respetable reina florece entre los hogares felices y sobre los corazones leales de su pueblo. Uno de los mayores mйritos por los que se merece que le otorguemos nuestra confianza y afecto reside en sus propias virtudes domйsticas. Ella es una Reina — una reina de verdad—, pero es una Madre autйntica y una verdadera Esposa… ”.

Victoria podrнa exigir el amor y lealtad de sus sъbditos porque ella misma era capaz de amar como lo deberнa hacer una mujer de verdad. Asн como Jorge IV no podнa aspirar a la lealtad de su gente sin tener en su hogar un apoyo sуlido en su papel masculino de marido y padre, Victoria, al simbolizar la verdadera feminidad, evocaba la lealtad de sus sъbditos y, al mismo tiempo, recordaba a todos que era una mujer igual a las demбs. Cada familia debнa ser un imperio de amor en el que el padre serнa el monarca y la mujer la reina, siendo necesaria una correspondencia entre el serial representado por la familia real y la domesticidad cotidiana. A partir de 1820 quedу claro que, si un monarca querнa ser popular, debнa estar domesticado. El libertinaje sexual ya no estaba de moda, el matrimonio y la familia sн.







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