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Separaciуn de cuerpos y divorcio





Hay medios menos dramбticos para desanudar una pareja desunida. A falta de divorcio, suprimido en 1816 y no restablecido hasta 1884, estб la separaciуn de cuerpos, cuya evoluciуn y caracterнsticas ha estudiado B. Schnapper desde 1837 (fecha a partir de la cual la Compte gйnйral de l’administration de la justice criminelle proporciona datos estadнsticos) hasta 1914. Las comprobaciones son mъltiples. Ante todo, que se trata de una prбctica marginal: 4.000 separaciones por aсo en su periodo de apogeo, hacia 1880, o sea, el 13% de los matrimonios, pero en crecimiento constante despuйs de 1851, a causa de una ley (1851) que otorga a los demandantes sin recursos el beneficio de la asistencia judicial. El procedimiento, que hasta entonces habнa venido siendo de uso burguйs, se populariza claramente: un 24% de los usuarios son “obreros, criados, asistentas” en 1837-1847, y un 48,8% en 1869-1883. Ademбs, es una instituciуn femenina: en todos los periodos, las mujeres representan mбs del 86% —hasta el 93%— de los demandantes. Se trata de mujeres relativamente mayores, madres de familia, que tienen tras ellas largos aсos de matrimonio; se trata de mujeres “abrumadas”, no tanto por la infidelidad de sus maridos como por los malos tratos que las han agobiado. “Es la mujer maltratada, no la mujer engaсada, la que pide la separaciуn.” Otra observaciуn: la separaciуn de cuerpos es una prбctica del norte de Francia y de las regiones urbanizadas y de mayor nivel cultural. Se trata, en suma, de un signo de la modernidad, como lo es igualmente el divorcio, cuyo mapa, en 1896 por ejemplo, viene a coincidir mбs o menos con el de aquйlla. Subrayemos finalmente la ampliaciуn de los motivos reconocidos para la separaciуn que registra el Dalloz: la jurisprudencia es un buen hilo conductor de la evoluciуn de las costumbres.

El divorcio presenta caracteres anбlogos: el mismo reparto, la misma preponderancia femenina (el 80%de los demandantes), la invocaciуn de los mismos motivos (sevicias, injurias graves: el 71% en 1900), aunque con una coloraciуn mбs burguesa (profesiones liberales, empleados). Como conquista revolucionaria de 1792, el divorcio habнa obtenido un vivo йxito entre las mujeres de las ciudades. Bonald y los ultras habнan impuesto su supresiуn a partir de 1816. Los radicales por su parte (como Alfred Naquet) habнan hecho del mismo un punto esencial de su programa y, aliados con los oportunistas, lograron hacer votar su restablecimiento en 1884. Pero, por supuesto, la desigualdad de los cуnyuges se mantiene fuertemente marcada: los maridos pueden utilizar las cartas comprometedoras recibidas por sus esposas, pero no cabe la inversa: lo que plantea toda la cuestiуn del secreto de la correspondencia. Ў“Canalla y bruto” son injurias suficientes, si se dirigen al marido, pero en cambio no lo son “vaca y marrana” lanzadas a la cabeza de una esposa! A pesar de lo cual, las leyes de 1904 (un divorciado puede casarse con su compaсero/a de adulterio) y de 1908 (despuйs de tres aсos de separaciуn de cuerpos puede pronunciarse el divorcio por demanda formulada por uno de los dos cуnyuges) liberalizan el divorcio, con gran escбndalo de una opiniуn conservadora desatada, con Paul Bourget a la cabeza. A despecho de las reticencias catуlicas (vйase Marthe) y de las reprobaciones biempensantes, y aunque todavнa marginal (15.000 divorcios por aсo en 1913), el divorcio entra a su vez en las costumbres. Al sostener, en contra de la indisolubilidad del matrimonio, los derechos de los esposos al amor o simplemente a la felicidad y al buen entendimiento, encamina al matrimonio hacia el contrato libre en que, progresivamente, se ha convertido.

Para semejante desenlace, fueron necesarios una singular evoluciуn de los espнritus y el advenimiento de una Repъblica orientada hacia la laicidad. Pero, sobre todo, una lucha prolongada de las feministas y de sus aliados. Desde Claire Dйmar y George Sand, cuyas primeras novelas, Indiana, Lйlia, son alegatos a favor del divorcio, hasta Maria Deraisme y Hubertine Auclert, la reivindicaciуn fue constante, con ofensivas mбs fuertes cuando las instituciones se tambaleaban, como al comienzo de la Tercera Repъblica. A partir de 1873, Lйon Richer publica Le Divorce y emprende, en pleno Orden moral, una vigorosa campaсa a favor de la revisiуn del Cуdigo Civil. En 1880, Olympe Audouard y Maria Martin fundan la Sociedad de los Amigos del Divorcio cuyo уrgano es Le Libйrateur. La campaсa se intensifica entre 1880 y 1884.

En el trбnsito al nuevo siglo, las feministas, por su parte, empiezan a temer que la desigualdad de los sexos convierta el divorcio en un arma en manos de los maridos veleidosos. “El hombre se cansa antes que la mujer de las relaciones amorosas”, escribe Marguerite Durand (La Fronde), que pone en guardia contra el divorcio por voluntad de uno solo y el riesgo de que sea un procedimiento legal de abandono de la mujer madura y separada. La fragilidad social de las mujeres exige garantнas contra la soledad, y es preciso que se revise en su conjunto el Cуdigo Civil. En 1880, Hubertine Auclert intervenнa en las ceremonias matrimoniales apostrofando a los jуvenes esposos: “Ciudadano y ciudadana, acabбis de jurar ante un hombre que representa la Ley, pero lo que habйis jurado no tiene sentido comъn para los dos. La mujer, que es igual al hombre, no tiene por quй obedecerle” (6 de abril de 1880, alcaldнa del distrito XV).

Serнa preciso un siglo entero para que se la escuchara.


Al margen: cйlibes y solitarios

Michelle Perrot

Durante el siglo XIX, el modelo familiar posee tal fuerza normativa que se impone a las instituciones lo mismo que a los individuos y crea vastas zonas de exclusiуn, mбs o menos sospechosas, donde las reglas de la vida privada, e incluso el derecho a esta vida, parecen mбs problemбticos. Pero no por ello dejan de existir. La proporciуn de cйlibes y solitarios, temporales o permanentes, por necesidad o por libre decisiуn, es en efecto considerable. Unas veces se inspiran en una familia ausente: las bailarinas tienen una “madre” (mиre d’opйra) que les busca un “padre” protector en el “hogar” (foyer) de la danza; en la colonia penitenciaria de Mettray (cerca de Tours), cada grupo es una “familia” compuesta de “hermanos” y de dos “mayores”. Otras elaboran modos de vida originales, alternativas que cuestionan esta salmuera dulzona. “Maldita sea la familia que ablanda el corazуn de los valientes, que empuja a todas las cobardнas y que os empapa en un ocйano de lacticinio y lбgrimas”, escribe Flaubert, primo hermano de los dandis (a Louis Bouilhet, 5 de octubre de 1855), como un preludio al “Familias, os odio…” de Andrй Gide.

Cuando falta el escalуn familiar en su teatro domiciliario, los dos polos de la vida privada son el individuo y la “sociedad”: un individuo reforzado por las curiosidades del egotismo (Stendhal); las sociabilidades mъltiples y enroscadas en el espacio pъblico; con nostalgias medievales o aristocrбticas de un mundo ante- familiar acabado; o, por el contrario, con conductas de vanguardia.

Instituciones de cйlibes

Las instituciones destinadas a encuadrar cйlibes y solitarios —educativas, represivas, asistenciales, etc.— refuerzan a lo largo del siglo XIX su principio de segregaciуn sexual. Lo mismo si son voluntarias (conventos, seminarios, o en un cierto sentido cuarteles) que si no lo son, se basan en disciplinas cuyos procedimientos han promovido durante mucho tiempo el ejйrcito y la Iglesia. Clausura y separaciуn del mundo exterior, vigilancia “panуptica” destinada a impedir cualquier comunicaciуn horizontal que pudiese dar lugar a perversiones o perturbaciones antijerбrquicas, todo ello se basa en una profunda desconfianza de la palabra, del cuerpo y el sexo de los sujetos, sobre todo durante la noche, corazуn palpitante de lo нntimo. Lo ideal serнa la celda —el box, se dice a la inglesa en los internados— para todos. Pero las condiciones materiales no lo permiten. Asн lo pone de manifiesto el caso paroxнstico de las prisiones: los partidarios del sistema celular lo consiguen a lo largo de la dйcada de 1840; una ley de 1875 decide su obligatoriedad; pero, de hecho, sigue siendo letra muerta. La mirada inquisitorial del vigilante (perfidia del judas)intenta contener en todas partes las promiscuidades. Es de notar que el aislamiento constituye, durante el siglo XIX, una terapia generalizada desde el asilamiento psiquiбtrico (cf. Gauchet y Swain) hasta el sanatorio (cf. P. Guillaume). “El genio de la sospecha ha venido al mundo”, escribe Stendhal.

Por supuesto, hay que evitar las amalgamas dudosas. La semejanza entre todos estos establecimientos no pasa de formal. Hay una gran diferencia segъn que se trate o no de una elecciуn libre, incluso de una vocaciуn. En este caso, la disciplina pasa en principio por el consentimiento, la aceptaciуn, incluso la interiorizaciуn de la regla. Los conventos del siglo XIXque describe Odile Arnold se hallan impregnados de una espiritualidad muy dualista que separa rigurosamente el alma del cuerpo, principio este del mal, al que hay que hacer callar, olvidar o castigar mediante una ascesis fнsica y moral particularmente intensa en las уrdenes contemplativas, hasta la muerte de este “Otro” que contrarнa la uniуn con Dios. Morir jуvenes constituye el sueсo de muchas piadosas adolescentes, estimuladas a veces a ello por sus propias madres subyugadas; una gracia que Teresa de Lisieux elevу hasta lo sublime. La devociуn, sin embargo, no excluye la tentaciуn, las pasiones del corazуn y de la carne que ocultan pesados secretos, oscuros subterrбneos de los castillos del alma. Al otro lado de la clausura se instauran otras fronteras de lo pъblico y lo нntimo. Cada detalle, palabra o ruido adquiere allн un relieve alucinante. “En el seminario hay una manera de tomarse un huevo pasado por agua que denuncia los progresos hechos en la vida devota”, escribe, con intenciуn crнtica, Stendhal. Cuando Juliбn Sorel decide trazarse un carбcter totalmente nuevo, “los movimientos de sus ojos le dieron mucho quehacer”.

Pero cuando el encerramiento es forzoso, la defensa de la privacy individual se convierte en una lucha de cada instante. Una lucha que pasa lo mismo por la exigencia de un espacio y un tiempo propios que escapen al control del amo o a la tiranнa del grupo: Vallиs encomia “la pequeсa habitaciуn al extremo del dormitorio, adonde los maestros pueden acudir, en sus ratos libres, a trabajar o a soсar” (L’Insurgй), que por el establecimiento de unas relaciones mutuas que rompen la soledad y crean un caparazуn protector contra las intromisiones autoritarias. Es asн como se elabora todo un conjunto de tбcticas destinadas a soslayar los reglamentos, con una muy sutil gestiуn de los tiempos libres, de los “movimientos” cuyos flujos introducen confusiones propicias al trueque, y de los territorios denominados “neutros” donde poderse “emboscar”: rincones oscuros y sobre todo cuartos de aseo que, en todas las instituciones cerradas, representan un resquicio de libertad, por lo demбs particularmente sospechoso. Se esboza asн un universo de gestos —pequeсos papeles pasados a espaldas del maestro, inscripciones, todo ese lenguaje de los internados y las prisiones—, de palabras, de signos, que transmitidos con frecuencia, acaban por configurar una “subcultura” interna o carcelaria (P. O’Brien). Connivencias, complicidades, amistades “particulares” o no, camaraderнas, todas esas cosas revisten una viva intensidad en esos бmbitos cerrados de homosexualidad latente o real, donde el otro sexo —el sexo prohibido de fuera— constituye el objeto de una erotizaciуn бvida o de una forzosa sublimaciуn. Ese mundo de la extrema constricciуn lo es sin duda tambiйn del deseo extremo. Por tener que mantenerse ocultos, los placeres —lecturas, golosinas, caricias…— tienen un sabor mбs excitante. Tanto que los sentidos pueden llegar a verse exaltados hasta la exasperaciуn. A menos que a la larga, por el contrario, la obligaciуn de contenciуn continua no opere una represiуn que conduzca a una verdadera anestesia. Simone Buffard, entre tantos otros, ha evocado el “frнo penitenciario” que se apodera del detenido, hasta matar en йl el deseo y la posibilidad misma de satisfacerlo. Erving Goffman ha analizado la “pйrdida de autonomнa” que caracteriza las instituciones asilares, y mбs genйricamente carcelarias, asн como el repliegue sobre sн mismo del recluso que vuelve a veces tan problemбtica su readaptaciуn al exterior.

No es йste el lugar de desarrollar los aspectos de la vida privada de los encerrados, por lo demбs poco descritos por hallarse precisamente fuera de la vista, voluntariamente disimulados ante el observador y, en otro terreno, ante el historiador, y sуlo revelados como por fractura. Por otra parte, no serнa posible aportar matices suficientes. Por mбs que los colegiales comparen su internado con una prisiуn —piйnsese en Baudelaire, en Vallиs…—, sуlo lo es relativamente. La analogнa entre las formas de control y de vida privada de las diversas instituciones “totalitarias” sуlo es aparente. Habrнa que comprenderlas en su diversidad y en su historicidad: їcuбles son las mбs permeables a los modos de vida privada exteriores que, mбs o menos, les sirven de punto de comparaciуn? En el caso de los establecimientos escolares y de los castigos corporales, por ejemplo, los deseos y las repugnancias de las familias pesaron de manera decisiva. їQuй fue lo que ocurriу con el secreto de la correspondencia, los permisos de salida, los dormitorios y la higiene нntima de los militares o de los presos? La fuerza con que individuos o grupos resisten a la disciplina o expresan deseos nuevos tiene un poder de transformaciуn sobre las instituciones mбs rнgidas, por inmуviles que sean.

Hacia 1860 habнa 50.000 presos, 100.000 religiosas, 163.000 colegiales de todo tipo, 320.000 “enfermos mentales” internados y cerca de 500.000 militares: otras tantas etnias de vida privada singular. No se los podнa dejar en el olvido.

Cйlibes: los jуvenes

No habнa muchos cйlibes definitivos durante el siglo XIX, pero sн muchos solitarios, sobre todo entre las mujeres, que se quedaban viudas pronto y por largos aсos. La edad del matrimonio tiende a descender para ambos sexos, pero de manera desigual. Segъn el censo de 1851, por ejemplo, el 51% de los hombres son cйlibes frente al 35% tan sуlo de las mujeres; pero en cambio, a los treinta y cinco aсos, los hombres no casados son sуlo el 18%, mientras que las mujeres alcanzan el 20%. El nъmero de los primeros no cesa de retroceder hasta alcanzar hacia los sesenta y cinco aсos su nivel mнnimo: 7%; mientras que el de las mujeres no desciende nunca por debajo del 10%. A fin de cuentas, los hombres se casan mбs que las mujeres, aunque lo hagan mбs tarde, ya que la vida de hogar ofrece comodidades y confiere respetabilidad. “Necesito a todo trance una familia”, escribe Baudelaire, que es un dandi; “es la ъnica manera de trabajar y gastar menos” (a su madre, el 4 de diciembre de 1854). Sorprendido, como Tocqueville, por el espectбculo de la vida conyugal americana, Gustave de Beaumont presiente en ella la figura de la normalidad: “Mucho me temo que se acabe por desembocar en un estado de cosas en el que los cйlibes se sentirбn en una posiciуn falsa y sуlo habrб algo de seguridad para los padres de familia” (a su hermano Achille, 25 de septiembre de 1831). Esos mismos padres de familia a los que Peguy, sesenta aсos mбs tarde, convertirб en los “hйroes del mundo moderno”.

Los trabajos de Jean Borie han puesto de relieve la suspicacia de que era objeto el cйlibe. Exceptuados la Iglesia o Le Play, que lo juzgan de manera positiva en razуn de su posible abnegaciуn, la sociedad ve en йl un “fruto seco”. Flaubert, en su Dictionnaire des idйes reзues, espiga las expresiones habituales en su йpoca: “Los cйlibes: todos ellos son unos egoнstas y unos perdidos. Habrнa que hacerles pagar un impuesto. Se estбn preparando una triste vejez”. Hay que advertir que el sustantivo se emplea siempre como masculino; como femenino se convierte en adjetivo. Y el Larousse du XIXe siиcle se refiere a “la confusiуn de un inglйs que, poco iniciado en los sinуnimos de nuestra lengua, llamaba cйlibes [ cйlibataires ]a los mozos [ garзons ]de restaurante”. El cйlibe es siempre un varуn. La mujer, si no se casa, es una seсorita, o “sigue siйndolo”: o sea, nada; o lo que es peor, se vuelve una “solterona” (vieille fille), una “anormal”, una “desplazada” (dйclassйe) (condesa Dash).

Provisional o permanente, el celibato lo viven de manera totalmente diferente los jуvenes y las muchachas. Para estas ъltimas, se trata de la blanca antesala del matrimonio: Alain Corbin se encarga de evocar, mбs adelante, el personaje de la muchacha y su reclusiуn. Para el joven, en cambio, el celibato es un tiempo pleno, lleno de valor, de libertad y de aprendizaje, mientras que el matrimonio equivale a establecerse, es un “final”. Es la йpoca feliz (al menos a travйs del embellecimiento de los recuerdos) de los amores pasajeros, de los viajes, de la camaraderнa y de una intensa sociabilidad masculina de tono muy libre (recuйrdese la correspondencia de Flaubert); el tiempo de la educaciуn sentimental y carnal en el que todo estб permitido. Hay que “hacer locuras” porque “la juventud se pasa”. Tan sуlo el miedo a la sнfilis inclinarб a la gente, hacia finales de siglo, a una mayor castidad. Hasta en las mismas clases populares se da un vagabundeo institucionalizado (mediante la vuelta a Francia de los camaradas) o libre, como una forma de aprender el oficio y la vida antes de fijarse.

En Parнs, los estudiantes, retrasados con frecuencia en los arcanos del Derecho o de la Medicina, forman una tribu cuya realidad es difнcil de precisar dada la tenacidad de su leyenda: la del Barrio Latino, perpetuamente agitado por las pasiones polнticas y, al menos hasta 1851, sometido a constante vigilancia (cf. J.-C. Caron); la de la bohemia, inmortalizada por Murger, cuyas fronteras, identidad, transformaciones polнticas y literarias y desplazamiento en la capital, del boul’ Mich’ a Montmartre y de Montmartre a Montparnasse ha tratado de precisar muy recientemente J. Seigel.

La vida de bohemia

Porque la bohemia tiene numerosos componentes, por lo demбs bien analizados por Murger: los amateurs, jуvenes que “desertan del hogar familiar” para vivir “las aventuras de la existencia azarosa”, pero a tнtulo provisional, antes de formalizarse, y los artistas. De йstos, los mбs numerosos —“la bohemia ignorada”— viven pobres y desconocidos, estoicos, pasivos, sin alcanzar jamбs la notoriedad. “Mueren en su mayorнa diezmados por esa enfermedad a la que la ciencia no se atreve a darle su verdadero nombre, la miseria”, presa de la tisis y carne de hospital. “Expectoran, tosen, fastidian a los vecinos: y acaban en la Caridad” (Vallиs). Los otros —una minorнa— logran el йxito y el reconocimiento: “Sus nombres saltan a los carteles”. Entre ellos se cuentan muchos pintores, escultores, gente de letras, asн como periodistas vinculados a la “pequeсa prensa” que hace consumo de caricaturas, poemas y pбginas de humor (blagues).

La bohemia ofrece en todos sus aspectos un contramodelo de la vida privada burguesa. Ante todo por su relaciуn inversa con el tiempo y el espacio: vida nocturna, sin horario —el bohemio no tiene reloj—, de intensa sociabilidad, cuya escena constituyen la ciudad, los salones, los cafйs y los bulevares. Los bohemios “no pueden dar diez pasos en el bulevar sin encontrarse con un amigo”. La conversaciуn es su placer, su ocupaciуn primordial. Viven y escriben en las tabernas, en las bibliotecas y salas de lectura, cercanos a las clases populares por su uso privativo del espacio pъblico. Perpetuamente perseguidos por acreedores y alguaciles, no tienen domicilio fijo ni muebles, y sуlo apenas algunos objetos. Un hйroe de Murger, Schaunard, transporta consigo sus bienes en sus bolsillos “profundos como cuevas”. Comparten entre varios efнmeros alojamientos en cuya transformaciуn sobresalen, con ocasiуn de una velada, gracias a unos cuantos motivos de adorno o tejidos refinados, igual que se planta una tienda de campaсa o se levanta un decorado. Desdeсosos del ahorro, la virtud de los “barrigudos”, estos tipos de pocas carnes son capaces de fundir en una noche de juerga o de juego todo el dinero ahorrado, o pedido prestado, sacado de la bolsa comъn. Porque desprecian la propiedad, lo ponen todo en comъn, incluidas las mujeres, que circulan de uno a otro, de acuerdo con sus gustos. Los amores mъltiples constituyen una regla y la infidelidad un principio. Schaunard conserva sesenta bucles: toda una colecciуn. Modistillas y mujeres galantes llevan con frecuencia la peor parte en una promiscuidad que la relaciуn entre los sexos, menos jerбrquica que en otros medios sociales, sigue haciendo a pesar de todo desigual. Tambiйn en el mundo de la bohemia es el hombre quien reina, aun cuando haya algunas mujeres, mбs avisadas, que logren hacer carrera o alcancen al menos el placer de vivir sin demasiados fastidios. Hay tambiйn mujeres galantes conquistadoras, “que viven en medio de una especie de libertad masculina” (Sйbastien Mercier), autйnticas Rastignac femeninas cuya juventud y belleza se hacen con la ciudad y para las que la bohemia no es mбs que un vestнbulo. “Estoy completamente sola, es lo que me interesa”, exclama la Rigolette de Eugиne Sue, figura de un tipo de subversiуn bastante improbable.

En una forma de vida como йsta, comunitaria y pъblica, el ъnico acto que requiere algъn secreto es el amor. Basta una inclinaciуn naciente para aislar a la pareja del cenбculo; el acto sexual exige una habitaciуn aparte, la puerta cerrada, las cortinas corridas. La intimidad amorosa no se comparte; tiene, en definitiva, algo de conyugal.

Como vida soсada, tanto —їo mбs?— que real, la pintura de Murger no debe ilusionarnos demasiado. Pero ejerciу una gran atracciуn sobre la gente joven, sobre todo la provinciana. Triunfar en Parнs, llegar a ser escritor, poeta o periodista, escapar a las vulgaridades de la vida burguesa, fueron ambiciones ampliamente compartidas por aquellas “vнctimas del libro” de las que Jules Vallиs habrнa de ofrecer, un poco mбs tarde, una descripciуn mбs pesimista. Un hecho sintomбtico: este subproletariado de los “refractarios” que gravita en torno de los colegios y los periуdicos de poca monta, es en domingo cuando mбs agudamente experimenta su soledad; ese dнa es el “sйptimo dнa de un condenado”, durante el cual las familias ocupan todo el espacio pъblico, y lo excluyen de todas partes.

Dandis

El dandismo representa una forma aъn mбs consciente y elaborada de rechazo de la vida burguesa, cuya originalidad han tratado de describir los libros de Roger Kempf y Marylкne Delbourg-Delphis. De origen britбnico, de esencia aristocrбtica, el dandismo hace de la distinciуn el principio mismo de su funcionamiento. Codificado por Brummell, Barbey d’Aurevilly, Baudelaire o Fromentin (Dominique), lo que se propone es exasperar la diferencia en una sociedad que tiende a masificarse. El bohemio se inclina hacia la izquierda, el dandismo propende a la derecha. Antiigualitario, hubiese querido recrear una aristocracia que no fuera ciertamente la del dinero o del linaje, pero sн la de un temperamento —se “nace” dandi— y un estilo.

Como hombre pъblico, el dandi, actor del teatro urbano, protege su individualidad bajo la mбscara de una apariencia que se esfuerza por convertir en indescifrable. Tiene el gusto de la ilusiуn y el disfraz, un agudo sentido del detalle y lo accesorio (guantes, corbatas, bastones, bufandas, sombreros…). Los Goncourt ironizan a cuenta del aspecto de Barbey y “el carnaval que durante todo el aсo paseaba sobre su persona por las calles”. Un dandi es “un hombre que viste […]. Vive para vestirse” (Carlyle). La toilette es una de sus principales ocupaciones: Baudelaire declaraba no haber pasado nunca menos de dos horas al dнa ante su tocador. Sуlo que, a diferencia de los cortesanos de otros tiempos, atribuye una extremada importancia a la limpieza, la de la ropa y la del cutis, todo un signo de otro modo de relaciуn con el cuerpo. Barbey se hace preparar un baсo todos los dнas, y cuando Maurice de Guйrin, que estб enfermo, ha de regresar al Cayla, la mayor preocupaciуn de su hermana Eugйnie es la falta de agua y de cuarto de baсo.

Todo ello supone una vida de ocio y unas rentas suficientes que dispensan del trabajo. Con toda seguridad mбs adinerados que las gentes de la bohemia, los dandis no eran, sin embargo, individuos de gran fortuna. El desdйn por el dinero como objetivo, el gusto por el lujo ostentoso y el juego, a la vez que la aceptaciуn del riesgo y de una eventual ascesis forman parte de su moral, anticapitalista y antiburguesa. Odian a los advenedizos —a los judнos en la medida en que encarnan a los que manejan el dinero—, asн como los negocios y la vida de familia. A sus ojos, el matrimonio es la peor de las cautividades, y las mujeres, las redes de la esclavitud. Es preferible el amor por los muchachos. Su homosexualidad (la palabra no hace su apariciуn antes de 1891) se acentъa con el tiempo, a medida que se deja sentir mбs la influencia familiar y femenina sobre la sociedad. El advenimiento de la “mujer nueva” provocу, en toda Europa, una verdadera crisis de identidad masculina, uno de cuyos intйrpretes fue Otto Weininger (Sexo y carбcter, 1903) y una de cuyas formas fue, a no dudarlo, el recrudecimiento de la pederastia. El Journal de Edmond de Goncourt, a partir de 1880, ofrece de ello su particular testimonio. El “desdйn por la mujer”, o al menos por lo femenino, que expresa vigorosamente, en 1909, el Manifiesto futurista de Marinetti, es, por otra parte, una de las constantes del dandismo, no ciertamente misуgino, pero sн “espernуgino” (del tйrmino latino spernere, desdeсar), de acuerdo con la expresiуn de R. Kempf. “La mujer es lo contrario del dandi: es natural, o sea, abominable” (Flaubert). Ademбs, estб el rechazo de los hijos y de la generaciуn, algo insoportable para el dandi, pesimista y enemigo de toda reproducciуn.

El dandismo es una йtica, una concepciуn de la vida que eleva el celibato y la ociosidad al nivel de una resistencia consciente. “Odio al rebaсo, la regla y el nivel. Todo lo beduino que querбis; pero ciudadano, jamбs” (Flaubert a Louise Colet, 23 de enero de 1854). El gandul, el dandi, mбs tarde el “apache”, son los antнdotos del seсor Prudhomme. La sociedad tolera a los primeros, pero en cambio reprime al ъltimo, hijo de los suburbios que amenaza la seguridad de las clases acomodadas.

La soledad de las mujeres

Escogida, sufrida o simplemente asumida, la soledad de las mujeres es siempre el origen de un periodo difнcil, ya que es una situaciуn radicalmente excluida de la reflexiуn. “La mujer perece, si no tiene hogar ni protecciуn”, dice Michelet, pesimista; y el coro de los epнgonos lo repite: “Si hay una cosa que la naturaleza nos enseсa de manera evidente, es que la mujer estб hecha para ser protegida, para vivir de muchacha junto a su madre, y de esposa bajo la tutela y la autoridad de su marido […]. Las mujeres estбn hechas para mantener oculta su vida” (Jules Simon, L’Ouvriиre, 1861). Fuera del hogar y del matrimonio, no hay salvaciуn.

Desvergonzada que vive de sus encantos o rechazada sin que nadie quiera saber nada de ella, la mujer sola suscita suspicacia, reprobaciуn o burlas. El solterуn tiene sus manнas; pero resulta mбs divertido que propiamente lastimoso. La solterona, en cambio, con su apariencia desmirriada, huele a rancio. Este “ser improductivo” (Balzac) causa bochorno. Agria, maldiciente, intrigante, incluso histйrica, malvada, resulta inquietante, tal la prima Bette (1847), atareada como una araсa en la ciudad, cristal de todos los estereotipos. Habrб que aguardar al siglo XX para que, bajo la influencia de feministas o escritores (como Lйon Frappiй), emerja otro personaje de mujer sola y para que la mujer tenga al fin derecho al celibato.

A pesar de todo, habнa muchas mujeres solas. Segъn el censo de 1851, eran un 46% de mбs de cincuenta aсos: 12% solteras y 34% viudas; en 1896 las proporciones eran idйnticas. Estas tasas son particularmente altas en el oeste, en los Pirineos, y en el sureste del Macizo central a mediados de siglo; mбs tarde, las diferencias regionales se diluyen a favor de las grandes ciudades, autйnticas reservas de mujeres solas (servicio domйstico).

De hecho, semejante aumento de soledad femenina es, en la Europa occidental, una constante demogrбfica a partir de la Edad Media. Los “mecanismos” que la producen son mъltiples. En primer lugar, estбn las estrategias matrimoniales, que dan lugar a un orden de preferencia para el matrimonio y a determinadas exclusiones; el cuidado de los padres ancianos, con frecuencia confiado a las hijas menores; y sobre todo la viudez, que tiene mucho que ver con la longevidad femenina y con la rareza de las segundas nupcias. En medios burgueses, las viudas se hallan sin duda mejor protegidas que en otros tiempos, gracias al Cуdigo Civil y al usufructo; en cambio, en los ambientes populares, su suerte es muy precaria. La ausencia de contabilidad en su hogar invisible —domйstico, en la propia casa, de auxiliar conyugal—, el carбcter sincopado de una ocupaciуn salarial demasiado intermitente para poderse considerar alguna vez como una “carrera” (las cigarreras constituyen una llamativa excepciуn) hacen que la mayor parte de ellas no se beneficie de ningъn retiro. La implantaciуn de las primeras leyes sobre las jubilaciones obreras y campesinas (1910) pone de manifiesto su marginaciуn. Covachas y buhardillas, hospitales y asilos, se encuentran poblados por estas pobres ancianas, olvidadas de todos, una ocasiуn de caridad para los pensionados de seсoritas. El estudio de la vejez, gran tema de una historia aъn por escribirse, habrб de ser resueltamente sexuado.

Pero la soledad puede ser tambiйn el resultado de una decisiуn deliberada en los casos de “vocaciуn” religiosa o altruista (enfermeras, asistentes sociales, institutrices), o la consecuencia de la preferencia otorgada a una carrera. Las gobernantas del barrio del Sol en Saint-Йtienne (J.-O. Burdy) son cйlibes, admiradas a la vez que criticadas. El cuerpo de Correos ofrece numerosos ejemplos de este tipo. En 1880, un 73% de las mujeres de mбs de cincuenta aсos que hay en йl son mujeres solas, de las que el 55% son cйlibes (en 1975-1980 tan sуlo lo son el 10%). Los itinerarios reconstruidos (C. Dauphin, P. Pйzare) muestran que lo que ha llevado al celibato ha sido un deseo de autonomнa financiera y profesional; los colegas masculinos quieren una mujer hogareсa, no una empleada de correos. Durante el siglo XIX, las mujeres no pueden alcanzar su promociуn social mediante el trabajo como no sea sacrificбndole su vida privada. El celibato es, en suma, el “precio que hay que pagar”.

La vida cotidiana de estas solitarias resulta penosa. Considerado siempre como un “complemento” de la economнa familiar, el salario de las mujeres es cuasi estatutariamente inferior. Y los “oficios de mujeres” son por naturaleza no cualificados; por ejemplo, esas profesiones de la costura, de las que la mayorнa de ellas se sienten tan deudoras. Las encuestas de la Oficina del Trabajo sobre el trabajo a domicilio, ampliamente desarrollado a finales de siglo en el marco de una industria de la confecciуn muy racionalizada, revelan todo un mundo de mujeres solas, con frecuencia madres e hijas, que ocultan las circunstancias precarias de su existencia en el fondo de un patio o en un sexto piso, pedaleando en su Singer durante diez o quince horas diarias. La “chuleta de la costurera” designa el trozo de queso de Brie que, con una taza de cafй —la droga de las obreras parisinas— constituye su rйgimen habitual. Sin que falten por lo demбs las que prefieren la coqueterнa de un chal o de una blusa.

Por otra parte, para las mбs jуvenes, la seducciуn sigue siendo un arma. Una relaciуn puede proporcionar un complemento de recursos, y hasta normalizar la cuestiуn sexual o afectiva al margen del matrimonio. A una joven que solicita un empleo en unos grandes almacenes le pregunta el director si tiene un “protector”, ya que le parece difнcil que la chica reъna ambos extremos. Prolongando la funciуn de la modistilla de otros tiempos —a la que los estudiantes que habнan llegado a senadores agradecidos le levantaron, hacia 1880, una estatua (en la plaza Montholon)—, no pocas “aprendizas” o dignas empleadas tienen a su vez un “amigo”, hombre “respetable”, por lo general de una categorнa social algo superior. Pero por una Madeleine Campana que asume jovialmente una relaciуn de quince aсos de duraciуn con un mйdico, con quien por lo demбs se hubiese casado de haber estado йl libre (La demoiselle du tйlйphone, Parнs, Delarge, 1976), їcuбntas hay que viven unos sueсos insaciados, transformados luego en el rencor de haberse visto deshonradas? ЎLas novelas de folletнn, raras veces subversivas, a las que tan aficionadas son, les dicen, sin embargo, con toda claridad que los prнncipes no se casan nunca con las pastoras!

Para librarse de situaciones semejantes, muchas mujeres solitarias (їcuбntas?) ponen sus recursos en comъn. Los censos quinquenales de la poblaciуn enumeran los “hogares” de mujeres solas —madres e hijas, amigas— que los encuestadores (Villermй, Le Play) describen, de paso. “Aquellas que no tienen familia ni viven en concubinato se reъnen de ordinario en grupos de dos o tres en un cuarto o alcoba reducida que amueblan a escote” (Villermй, 1840). Las mujeres organizan asн su soledad, temporal o permanente, que no siempre han querido, pero que sн han podido preferir a un matrimonio poco atractivo.

їExistiу el equivalente de un dandismo femenino, de un celibato escogido y libremente vivido? El mundo de las actrices, tan mal conocidas en su intimidad, ofrecerнa sin duda ejemplos del mismo. No obstante, si a una mujer le es posible liberarse del matrimonio le resulta mucho menos factible verse libre de los hombres. Ciertas cortesanas de altos vuelos tratan de invertir, en provecho propio, el galanteo. La literatura nos ofrece determinadas figuras y salidas contrastadas de su destino. Despuйs de haber “puesto a los hombres a sus pies”, Nana se va a pique a causa de la viruela, como una “Venus destrozada”; Odette, que ha llegado a convertirse gracias a la guerra en amante del duque de Guermantes, logra al fin reinar sobre el barrio de Saint-Germain cuando ya no es mбs que una “viuda mimosa”. їCуmo saber si hubo realmente un dandismo femenino?

Es posible que se lo encuentre, a comienzos del siglo XX, entre las amazonas: Nathalie Clifford-Barney, Renйe Vivien, Gertrude Stein y sus amigas. Creadoras, estetas del Art nouveau ode la vanguardia, lesbianas, reconocidas por el “Todo Parнs”, gracias en parte a su origen extranjero, estas mujeres libres reivindican el derecho de vivir como los hombres. A su alrededor o mбs allб que ellas, que vivнan en cenбculo, una plйyade de “mujeres nuevas”, periodistas, escritoras o artistas, abogadas o mйdicos, incluso profesoras, que ya no se contentan con papeles secundarios, quieren correr mucho y amar a su aire. Admiradas por algunos, vilipendiadas por otros, nada les resultу fбcil. Las novelas, simpatizantes o crнticas, de Marcelle Tinayre (La Rebelle) o de Colette Yver se hacen eco de las dificultades que encontraron. Inmensas, a decir verdad. Necesitaron toda la amistad, o el amor, de las mujeres —y de ciertos hombres— para afrontarlas. їLa revoluciуn sexual fue mбs difнcil que la revoluciуn social? Tal vez.

La muerte de los vagabundos

De todos los solitarios, son los vagabundos quienes mбs sospechosos resultan para una sociedad que hace del domicilio la condiciуn misma de la existencia ciudadana y que ventea en la errabundez una resistencia a su moral. El mundo rural, crispado sobre su sentido de la posesiуn, ve en los gitanos y pordioseros —con la excepciуn del vendedor ambulante, bien acogido—, unos ladrones potenciales a los que rechaza y trata de mala manera. En Gйvaudan, unos labriegos arrojan a un barranco a un hojalatero que no ha pagado un vaso de vino. La repъblica de los padres de familia adopta medidas enйrgicas: ley de 1885 sobre la deportaciуn de los reincidentes, habitualmente ladrones de poca monta y vagabundos que, proclamados “ineptos para cualquier suerte de trabajo”, son enviados a la Guayana; ley que confina a los nуmadas e instituye un pasaporte con control sanitario y carnй de identidad. El vagabundo amenaza la familia y la salud; propala las enfermedades, los microbios y la tuberculosis (cf. J.-C. Beaune).

Cйlibes, solitarios, vagabundos, son otros tantos marginados que viven en la periferia de una sociedad cuyo centro es la familia. Su existencia, tanto material como moral, es complicada. Siempre en situaciуn de sospechosos o de acusados, viven a la defensiva entre las mallas de una red todavнa floja, pero que va estrechбndose.

Como un signo de su arcaнsmo en un tiempo en que la longevidad se ha convertido en el criterio de la modernidad, mueren antes que los demбs, consumidos o suicidados. Durkheim ve en la tasa superior de suicidios entre los cйlibes la prueba de su no integraciуn. Los inmigrantes, trasplantados del campo a la ciudad mortнfera —obreras de la seda de los talleres de Lyon, criadas de los pisos modestos de Parнs, albaсiles sin trabajo de los pisos de alquiler del distrito XI…—, ofrecen un terreno ideal para la tuberculosis, denunciada con frecuencia como el azote de los cйlibes, cuyo celibato contribuye ademбs a prolongar, tal es el miedo al contagio matrimonial.

La soledad es una relaciуn: consigo mismo y con los demбs. No se la reconoce todavнa como un derecho del individuo. Refleja como en un espejo la imagen de una sociedad que valora sobre todo el orden de la casa y el calor del hogar.


Escenas y lugares

Michelle Perrot

Roger-Henri Guerrand

Formas de habitaciуn

Michelle Perrot

“La vida privada debe hallarse oculta. No estб permitido indagar ni dar a conocer lo que ocurre en la casa de un particular”, escribe Littrй (Dictionnaire, 1863-1872). Segъn йl, la expresiуn de “muro de la vida privada”, inventada por Talleyrand, Royer-Collard o Stendhal, habнa adquirido cuerpo en todo caso hacia 1820.

Semejante clausura se lleva a cabo de varias maneras. Hay grupos reducidos y microsociedades que, mediante un proceso de nidificaciуn, recortan en el espacio pъblico lugares reservados para sus juegos y sus conciliбbulos. Clubes, cнrculos aristocrбticos y burgueses, albergues y dormitorios, cuartos particulares alquilados durante una noche para una partida galante, cafйs, cabaretsytabernas, o esas “casas del pueblo” —cuyos reservados acogen reuniones clandestinas y cбmaras sindicales— cuadriculan la ciudad. Las mujeres, sospechosas desde el momento en que son “pъblicas”, sуlo en raras ocasiones hacen acto de presencia en estos espacios mediadores de una sociabilidad casi exclusivamente masculina. Donde se las encuentra es en los talleres, al pie de los altares, o en los lavaderos que ellas se esfuerzan por preservar de un control masculino agudizado. La sociedad civil no es ese vacнo que hubiese preferido de buena gana el legislador suspicaz, sino un hormigueo de alvйolos convivales donde bullen los secretos.

De manera mбs trivial, las clases dominantes, que viven con la obsesiуn de la multitud necia y sucia, se las arreglan para poder contar, en los lugares pъblicos, y concretamente en los transportes en comъn, con бmbitos protectores: palcos de teatro que prolongan el salуn, camarotes de barco o cabinas de baсo, asн como compartimientos de primera clase; lugares todos ellos que evitan las promiscuidades y mantienen las distinciones. “ЎLa invenciуn del уmnibus ha supuesto la muerte de la burguesнa!”, escribe Flaubert, que convierte por contraste el “simуn” parisino, que circula con las cortinillas echadas, en el sнmbolo mismo del adulterio.

El orden de la casa

Pero el dominio privado por excelencia es la casa, fundamento material de la familia y pilar del orden social. Escuchemos a Kant, transcrito por Bernard Edelman, cuando celebra su grandeza metafнsica: “La casa, el domicilio, es el ъnico bastiуn frente al horror de la nada, la noche y los oscuros orнgenes; encierra entre sus muros todo lo que la humanidad ha ido acumulando pacientemente por los siglos de los siglos; se opone a la evasiуn, a la pйrdida, a la ausencia, ya que organiza su propio orden interno, su sociabilidad y su pasiуn. Su libertad se despliega en lo estable, lo cerrado, y no en lo abierto ni lo indefinido. Estar en casa es lo mismo que reconocer la lentitud de la vida y el placer de la meditaciуn inmуvil […]. La identidad del hombre es por tanto domiciliaria, y йsa es la razуn de que el revolucionario, el que carece de hogar y de morada, y que tampoco tiene, por tanto, ni fe ni ley, condense en sн mismo toda la angustia de la errabundez […]. El hombre de ninguna parte es un criminal en potencia”.

La casa es un elemento de fijaciуn. De ahн la importancia de las ciudades obreras en las estrategias patronales de formaciуn de una mano de obra estable, asн como de las ideologнas de previsiуn social o familiar. Frйdйric Le Play y sus discнpulos se dedicaron a indagar en las viviendas populares; la precisiуn de sus descripciones, una fuente preciosa para el historiador, equivale a una disecciуn de los comportamientos. En otros tiempos, la fisiognуmica detallaba el rostro, espejo del alma. En adelante, el orden de una alcoba va a descubrirnos el de una vida. En las pequeсas localidades de la Tercera Repъblica, la casa del maestro tiene que ser una casa de cristal, y su alcoba, “un pequeсo santuario del orden, del trabajo y del buen gusto”, “lo contrario del cuchitril descuidado del cйlibe desordenado, que abandona su domicilio en cuanto puede y no siente gusto por nada que sea hermoso”, segъn el inspector Richard, que esboza en 1881 la traza de la vivienda ejemplar. Lecho austero, “de cadete”, ropa inmaculadamente blanca y objetos menudos “que demostrarбn que el inquilino es respetuoso con su propia persona, sin llegar al rebuscamiento”, suelo de madera encerado, sillas de paja, “limpias de cualquier tipo de manchas”, una “buena biblioteca”, provista sobre todo de clбsicos procedentes de la escuela normal, una vitrina para las colecciones cientнficas, una jaula “con pбjaros cantores”, y algunas plantas verdes; o sea, la discreta presencia de una naturaleza domesticada; tal es el marco ideal para un perfecto misionero de la Repъblica. Como ъnico lujo, sobre la mesa, “un magnнfico tapete, hecho con un chal antiguo, sacado del guardarropa materno”, que rememore la dignidad de las raнces y la buena educaciуn de una madre atenta y esmerada. Mбs adelante, se aсadirб un piano, algunos objetos de adorno, “bellos modelos de escultura” y reproducciones de obras maestras que “los procedimientos de heliograbado han puesto hoy dнa al alcance de todos los bolsillos”. He aquн “una bonita vivienda” que todos —las autoridades, los padres, los alumnos— podrбn visitar sin rubor ante una intrusiуn en la intimidad.

La casa es, ademбs, una realidad moral y polнtica. No hay elector sin domicilio, ni notable sin casa propia en la ciudad y amplia residencia en el campo. Como sнmbolo de disciplinas y de reconstrucciones, la casa conjura el peligro de las revoluciones. Viollet-le-Duc publica su Histoire d’une maison en 1873, despuйs de la comuna que llamea al fondo del paisaje. El aсo del centenario de la Revoluciуn Francesa la secciуn de economнa social de la Exposiciуn Universal (1889) escogiу como tema “La casa a travйs de las edades”. Las actividades del gobierno incluirбn muy pronto lo domйstico.

Pero, durante el siglo XIX, la casa sigue siendo un asunto de familia, su lugar de existencia y su punto de reuniуn. Encarna la ambiciуn de la pareja y la figura de su йxito. Fundar un hogar es lo mismo que habitar una casa. Las parejas jуvenes soportan cada vez menos la cohabitaciуn. Viollet-le-Duc: “Yo he visto cуmo las mбs tiernas relaciones afectuosas de familia se gastaban y se extinguнan en la vida en comъn de los hijos casados que seguнan viviendo junto a sus ascendientes”. Tener su propia casa, su home —el tйrmino se difunde en torno a 1830—, o, en sentido mбs popular, el propio rincуn (carrйe) es el medio y la seсal de la autonomнa. En conflicto polнtico con sus padres, Gustave de Beaumont y su joven esposa buscan “un agujero donde esconderse”. “Tenemos, Clйmentine y yo, unas ganas enormes de poseer un pequeсo home. Pensamos que la cabaсa mбs insignificante, si uno es su dueсo, es un paraнso terrenal” (1839). “No hay suerte mбs envidiable que vivir con independencia dentro de la propia casa, en medio de la familia de uno”, escribe el proletario Norbert Truquin, que ha recorrido el mundo y ha andado de revoluciуn en revoluciуn (1888). El interior, que va a designar en adelante no tanto el corazуn del hombre como el de la casa, es la condiciуn de la dicha, y el confort, la del bienestar. “Amigos mнos, incluid esta palabra en vuestro diccionario, y ojalб que podбis poseer todo lo que expresa”, aconseja Jean-Baptiste Say a “la clase media”, lectora de La Dйcade philosophique (1794-1807); y opone este “lujo de comodidad” al gasto de ostentaciуn. Como ciencia del hogar, la economнa domйstica supone equilibrio de vida.

La casa es tambiйn propiedad, objeto de inversiуn y de imposiciуn, en un paнs donde la parte del capital inmobiliario sigue siendo considerable y honorable su rendimiento. La piedra es la forma primordial de los patrimonios, y Jacques Capdevielle sugiere que, al margen de su posesiуn, constituyen un modo de luchar contra la muerte. їUna apuesta vital? Por la posesiуn de una casa inventariada, dividida en lotes, los herederos son capaces de despedazarse entre sн, transformado el nido en nido de vнboras.

La casa es tambiйn el territorio mediante el cual sus poseedores tratan de apropiarse de la naturaleza por la exuberancia de los jardines y de los invernaderos donde las estaciones quedan abolidas, del arte por la acumulaciуn de las colecciones o por el concierto privado, del tiempo por los recuerdos de familia o de viajes, y del espacio por los libros que describen el planeta y por las revistas ilustradas —desde L’Illustration a las Lectures pour tous o al Je sais tout— que lo ponen ante los ojos. La lectura, exploraciуn desde una butaca, es una manera de colonizar el universo convirtiйndolo en legible y, mediante la fotografнa, en visible. La biblioteca abre la casa al mundo; y encierra el mundo en la casa.

Con el cambio de siglo se expresa un deseo loco de integraciуn y de dominaciуn del mundo por obra de la casa. El desarrollo tйcnico —el telйfono, la electricidad— permite pensar en la captaciуn de las comunicaciones, incluso en la incorporaciуn del trabajo para todos a domicilio. La pequeсa empresa familiar donde trabajan todos bajo la mirada del padre es una aspiraciуn ampliamente compartida y el tema de algunas utopнas perpetuamente recurrentes. Zola (Travail, 1901) lo mismo que Kropotkine disciernen en ella autйnticas potencialidades de una futura liberaciуn. El varуn, inseguro de su identidad social, encontrarнa en ella de nuevo su dignidad de jefe de familia.

Los artistas, por su parte, imaginan una “casa total”, centro de sociabilidad escogida y de creaciуn, remodelada —tal la casa modern style —hasta en el detalle de sus formas. E. de Goncourt consagra dos volъmenes a la descripciуn de La Maison d’un artiste. “La vida amenaza con convertirse en pъblica”, escribe, al tiempo que designa a la casa como refugio por excelencia. Y en femenina: el hombre, so pena de acabar domesticado, ha de reconquistar la casa por encima de las mujeres, sacerdotisas de lo cotidiano. Este mismo es tambiйn el pensamiento de Huysmans y de todos aquellos a los que inquieta, en los albores del siglo XX, la emancipaciуn de la mujer nueva.

“ЎOs odio, familias! ЎContraventanas cerradas, puertas trancadas, posesiones celosas de la dicha!”, escribirб mбs tarde Andrй Gide. Fortaleza de la privacy que protegen a la vez el umbral, los conserjes, guardianes del templo, y la noche, verdadero tiempo de lo нntimo, la casa es escenario de luchas internas, microcosmos atravesado por las sinuosidades de las fronteras donde se afrontan lo pъblico y lo privado, hombres y mujeres, padres e hijos, amos y criados, familia e individuos. Distribuciуn y uso de las habitaciones, escaleras y pasillos de circulaciуn de personas y cosas, lugares de apartamiento, de cuidados y placeres del cuerpo y del alma, todo ello obedece a las estrategias de encuentro y de soslayo que atraviesan el deseo y la inquietud de sн mismo. Gritos y susurros, risas y sollozos ahogados, murmullos, ruidos de pasos que acechan, puertas que rechinan, y el pйndulo inexorable, tejen las ondas sonoras de la casa. El sexo se esconde en el corazуn de su secreto.

Interiores burgueses

Con seguridad, este modelo de casa —casa modelo— es el propio de las intimidades burguesas. Un modelo que desgrana sus variantes de innumerables pormenores desde el Londres victoriano a la Viena de fin de siglo e incluso, mбs al este, hasta el corazуn de Berlнn y de San Petersburgo. Cabe la hipуtesis de una relativa unidad del modo de vida burguйs del siglo XIX y de las formas de habitaciуn incluso reforzada por la circulaciуn europea de los tipos arquitectуnicos. Se trata de una sutil mezcla de racionalismo funcional, de un confort todavнa muy reducido y de nostalgia aristocrбtica, particularmente viva en los paнses en los que subsiste una vida de corte. Incluso en los paнses democrбticos, la burguesнa sуlo tardнamente conquistу la legitimidad del gusto, y su decoraciуn ideal siguiу siendo la de los salones y castillos del siglo XVIII, la de la “dulzura de vivir”. No obstante, Ўcuбntos matices, cuбntas disparidades, los engendrados por las culturas nacionales, religiosas o polнticas, en las relaciones sociales, en las familiares, en los papeles sexuales, y, por consiguiente, en las estructuras y los usos de la casa que los expresan!

En Historia de una juventud compara Elias Canetti las distintas casas de su infancia. En Rustchuk, regiуn del Danubio inferior, en torno de un patio-jardнn donde entran los cнngaros todos los viernes, hay tres casas idйnticas que acogen las viviendas de los padres, de los abuelos, de un tнo y de una tнa. Viven habitualmente en casa cinco o seis jуvenes sirvientas bъlgaras, venidas de las montaсas, que andan de un lado para otro de la casa con los pies descalzos; al anochecer, recostadas en los divanes turcos del salуn, cuentan historias de lobos y vampiros. En Manchester, un ama de llaves gobierna la nursery, en el piso superior; ratos perdidos de soledad pasados en descifrar las figuras del papel de las paredes; el sбbado por la noche, los niсos descienden al salуn y recitan poemas a los invitados, que se desternillan de risa; el domingo por la maсana hay jolgorio: los chiquillos tienen libre acceso a la alcoba de los padres y saltan sobre sus camas separadas como debe ser en la protestante Inglaterra. El orden de los ritos y los lugares apropiados compartimenta el espacio y el tiempo. En Viena, apartamento en el piso superior con balcуn, y antecбmara, en la que una doncella muy estirada selecciona a los visitantes; paseos ceremoniosos por el Prater. “Todo gira en torno de la familia imperial; ella era la que daba el tono, y este tono era el que prevalecнa en la nobleza y hasta en las grandes familias burguesas.” En Zъrich, por el contrario, “no habнa kбiser ni nobleza imperial […]. De cualquier forma, yo tenнa la seguridad de que, en Suiza, no habнa nadie que no tuviera su propio lugar, que no contara por sн mismo”. No cabнa la posibilidad de relegar a las criadas a la cocina, como en Viena; hacнan sus comidas en la mesa familiar, por lo que la madre del autor no quiere oнr hablar ya de ellas. Con lo que se refuerza la intimidad: “Mi madre estaba allн siempre a nuestra disposiciуn; no habнa nadie que se interpusiera, no la perdнamos nunca de vista”, en un apartamento singularmente estrecho. La topografнa decide las costumbres.







ЧТО И КАК ПИСАЛИ О МОДЕ В ЖУРНАЛАХ НАЧАЛА XX ВЕКА Первый номер журнала «Аполлон» за 1909 г. начинался, по сути, с программного заявления редакции журнала...

ЧТО ПРОИСХОДИТ, КОГДА МЫ ССОРИМСЯ Не понимая различий, существующих между мужчинами и женщинами, очень легко довести дело до ссоры...

Живите по правилу: МАЛО ЛИ ЧТО НА СВЕТЕ СУЩЕСТВУЕТ? Я неслучайно подчеркиваю, что место в голове ограничено, а информации вокруг много, и что ваше право...

Что будет с Землей, если ось ее сместится на 6666 км? Что будет с Землей? - задался я вопросом...





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