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La casa de los barrios elegantes





A partir de la Segunda Repъblica, completando a este propуsito la extensa legislaciуn del Antiguo Rйgimen, el Estado fija una altura mбxima de fachada en funciуn de la anchura de la vнa pъblica:

11,70 metros para las vнas inferiores a 7,80 metros de anchura,

14,62 metros para las vнas de 7,80 metros a 9,75,

17,55 metros para las vнas de 9,75 metros en adelante.

Napoleуn III aсadirб a las anteriores una nueva categorнa, dentro del marco de los trabajos de Haussmann: sobre los bulevares de 20 metros de ancho o mбs, la altura de la cornisa puede alzarse a 20 metros a condiciуn de que el inmueble no tenga mбs que cinco pisos, incluido el entresuelo. En los edificios, la altura de cada piso no podrб ser mayor de 2,60 metros.

Haussmann habнa proscrito los salientes sobre la vнa pъblica, y los constructores no descansaron hasta reconquistar esta libertad tan preciosa para sus ampulosidades decorativas. Un decreto iba a reglamentar sus apetencias: en las vнas de 7,80 a 9,75 metros, los balcones pueden sobresalir de la fachada 50 centнmetros a partir de una altura de 9,75 metros sobre la acera. En las vнas de 9,75 metros en adelante, se autorizan 50 centнmetros a partir de los 4 metros de altura y 80 a partir de los 5,75. A comienzos del siglo XX, mientras que las casas no pueden sobrepasar nunca los 20 metros —para siete pisos, incluido el entresuelo—, se autorizarбn los salientes hasta 1,20 metros en las vнas de 10 o mбs metros, lo que permitirб el desarrollo de las bow-windows o miradores —aparecidas hacia 1890—, especie de cajas encristaladas adosadas a las fachadas a fin de iluminar el salуn comedor.

Dentro de este marco, en definitiva poco apremiante, los arquitectos tratarбn de agotar, en la disposiciуn de los frontispicios, las recetas aprendidas en la Escuela de Bellas Artes, donde la arqueologнa barata tuvo, a lo largo de un siglo, una importancia capital. Este periodo se verб marcado por el combate encarnizado entre los partidarios del neoclasicismo y los del neogoticismo. El culto de los уrdenes darб lugar a la utilizaciуn de todas las variedades de pilastras y columnas, adosadas o integradas, con el obligado acompaсamiento de frontones, frisos con follajes y almohadillados a la italiana. En esta noble empresa, los antiguos pensionistas de la Villa Mйdicis, los titulares del gran premio de Roma se revelaron sin rival, ya que habнan pasado mucho tiempo observando los monumentos antiguos, lбpiz en mano.

Sus enemigos, que disponнan de un terrible portavoz en la persona de Viollet-le-Duc, construнan en gуtico del mismo modo que Balzac escribнa sus Contes drolatiques en pseudo-antiguo francйs. Cuando Jйrфme Peturot quiere hacerse construir una casa, se dirige a un joven maestro melenudo que le propone, a su elecciуn, el romбnico, el gуtico lanceolado, el radiante, el flamнgero, o el lombardo.

Entrando a saco en el Renacimiento, no serбn pocos los listos que tratarбn de distinguirse: las fachadas de ciertos inmuebles ilustrarнan de maravilla el capнtulo de la gramбtica de los estilos reservado al siglo XVI. En los alrededores de 1900, las arborescencias del Art nouveau aportarбn una nota insуlita en medio de este paisaje a la vez antiguo y medieval, pero las construcciones de este tipo no pasarбn nunca de excepciones en nuestras ciudades, salvo en el caso de Nancy.

Entremos por tanto en esos inmuebles de alquiler disuasivo para quien no disfrute de una posiciуn social muy segura. Alcanzarбn, por obra de Haussmann, una suerte de clasicismo. El tratado de Cйsar Daly L’Architecture privйe au XIXe siиcle (1864) los detalla en su perfecciуn diferencial. De acuerdo con el fundador tan escuchado de la Revue gйnйrale d’architecture, se pueden distinguir hasta tres clases de viviendas de alquiler para la burguesнa de su tiempo.

Ante todo, las de primera clase destinadas a las fortunas firmes. Cada apartamento es de doble orientaciуn, al patio y a la calle. Construido sobre sуtanos y subsuelo, el inmueble no tiene mбs de cuatro pisos, tres de los cuales son de buena altura. Los apartamentos de los tres primeros pisos cuentan con una escalera de piedra empalmada en su extremidad superior con la del cuarto; la construcciуn en madera de йsta refleja ya una cierta degradaciуn de la posiciуn social. Este ъltimo piso sigue alojando a familias menos acomodadas o a amigos o hijos de las familias de las primeras plantas. En el extremo de cada apartamento, o contigua a veces a la escalera principal, se encuentra la escalera de servicio. Segъn sea la configuraciуn de la finca, es accesible por el patio o por una entrada excusada independiente del vestнbulo. Siempre de madera, comunica los distintos pisos por el lado de la cocina y conduce a las buhardillas, donde se aloja la servidumbre.

En este tipo de inmueble, la calefacciуn se asegura mediante un calorнfero instalado en el sуtano y comunicado por medio de un sistema de salidas de calor dispuestas en los pisos. Pero no se puede disfrutar de ella por encima del segundo piso. Calentarse no representa todavнa un “valor” inseparable de la intimidad, y los mйdicos exigen ademбs habitaciones frнas y ampliamente aireadas.

La vivienda de alquiler de segunda clase es la propia de las fortunas medianas. Construida sobre sуtanos y subsuelo, como en el primer caso, tiene un piso mбs, o sea, cinco, el primero y el segundo de los cuales se utilizan ordinariamente como almacenes o tiendas. La escalera principal es de madera desde la base hasta el final; hay dos apartamentos en cada descansillo. Tambiйn aquн se comprueba por lo general la presencia de una escalera de servicio. Para las capas inferiores de la clase dominante, la vivienda de alquiler de la tercera categorнa tiene sus cinco pisos servidos por una sola escalera de madera. Aquн ya no hay patios, ъnicamente patinillos, y a veces sуlo una especie de pozos.

La caracterнstica mбs llamativa de estos inmuebles es la presencia del conserje o portero, en otros tiempos reservado a las mansiones: “Con bordados en todas sus costuras, ocioso, el portero especula con las rentas en el barrio de Saint-Germain, tiene sus comodidades en la Chaussйe-d’Antin, lee los periуdicos en el barrio de la Bolsa, y ha alcanzado ya una posiciуn en el barrio de Montmartre. La portera es una antigua prostituta en el barrio de la prostituciуn; en el Marais, tiene costumbres respetables, es desabrida y se permite sus caprichos”.

Serб Eugиne Sue quien bautice a este nuevo actor de la comedia humana, que serб en adelante “M. Pipelet”: su importancia social acabarб siendo considerable en las grandes ciudades. Todos los periуdicos satнricos, desde Charivari —las caricaturas de Daumier— hasta L’Assiette au beurre — un nъmero especial en 1900—, harбn de йl uno de sus temas predilectos. Como el propietario no vive en la casa, es el conserje quien le representa en el cobro de los alquileres, quien se ocupa del arrendamiento de los apartamentos vacнos, quien cuida de los elementos comunes del inmueble y asegura una cierta policнa interna. Se mantiene en la frontera entre lo pъblico y lo privado, hace de filtro entre la calle y los apartamentos. Las malas lenguas le atribuyen a su vez un papel de cуmplice: los redactores de L’Assiette au beurre le juzgan tan nefasto como a los “agentes” de la Iglesia y del ejйrcito. No faltaron observadores que denunciasen, por esta йpoca, el carбcter inconfortable de las porterнas, pero debнa de haber excepciones. El pipelet Droguin, en una novela de Paul de Kock, en tiempos del Segundo Imperio, se da buena vida en un apartamento tan coquetуn como el de una joven pareja de la clase media.

Una vez dejado atrбs el cancerbero, el hueco de escalera de un inmueble burguйs, de amplias dimensiones, se ofrece bajo los ojos de una estatua de napolitana que sostiene sobre la cabeza un бnfora de la que emergen tres mecheros de gas, provistos de globos esmerilados. Asн se expresa Zola, pero muy bien podrнa haber escogido igualmente un lansquenete, o una morisca, encargados con frecuencia de la misma funciуn de portalбmparas, y que todavнa se utilizan a veces hoy dнa. Las paredes son de falso mбrmol —especialidad de ciertas empresas—; la barandilla es de fundiciуn; una alfombra roja o de traza oriental, sujeta con varillas de cobre, recubre los escalones y amortigua los pasos. El ascensor, inventado en 1867 por el ingeniero Lйon Йdoux, autor tambiйn del tйrmino, no serб de uso corriente hasta despuйs de 1900.

Un espacio racional

El interior de cada apartamento ofrece una ordenaciуn racional que ya no se revisarб hasta pasado mucho tiempo. Comprende obligatoriamente un espacio pъblico de representaciуn, un espacio privado para la intimidad familiar y espacios excusados. Despuйs de la entrada, la antecбmara, destinada a la distribuciуn, se impone como un tamiz que no puede franquearse sin ser invitado uno a ello. Es la “plataforma giratoria” de la vivienda burguesa. A comienzos del siglo XIX, este espacio, cuando es lo suficientemente amplio, puede convertirse en salуn comedor. La comprobaciуn nos la ofrece Balzac: “La baronesa alojу a su hija en el comedor, que se transformу inmediatamente en alcoba […] y la antecбmara se convirtiу, como en muchas casas, en comedor.”

Este salуn comedor, cuando llena plenamente su cometido, se revela como un lugar de primera importancia. La familia se ofrece aquн como espectбculo a sus huйspedes, expone su vajilla de plata y exhibe un centro de mesa fabricado por un orfebre de moda. Pero el almuerzo es tambiйn un momento privilegiado en las relaciones sociales: “Es alrededor de la mesa cuando se tratan los negocios, se declaran las ambiciones y se deciden los matrimonios. Y, a la vez, se amplнa el horizonte de la gastronomнa: signo de prestigio y de excelencia como es, reviste tambiйn aspectos de conquista, se vuelve instrumento de poder y es prenda del йxito y la dicha”. Son muchos los cuadros que han reproducido las mъltiples secuencias de estos almuerzos minuciosamente preparados, tanto en la presentaciуn de la mesa como en el menъ, que ciertos amos de casa no vacilaban en hacerse servir una vez antes de someterlos a sus invitados.

Ademбs de espacio de sociabilidad, el salуn comedor es tambiйn el lugar del encuentro cotidiano de los miembros de la familia. Aunque se dirнa que en el curso del siglo XIX vino a perder su carбcter de intimidad. Un autor al menos lo ha advertido: “Acabada la comida, levantado el mantel, la lбmpara puesta de nuevo sobre un pie, la esposa tomaba un bordado, el marido un libro o su periуdico, los niсos un juguete, y se charlaba libremente”. De creer a Cardon, el comedor era la habitaciуn en que con mayor frecuencia se quedaba la madre de familia, porque la iluminaciуn era en ella mejor. Cardon piensa sin duda en las antiguas mansiones del barrio de Saint-Germain y del Marais transformadas en casas de alquiler. En la mayor parte de las construcciones de los aсos 1860-1880, la pieza reservada para comedor recibe su luz de unos patios interiores sombrнos y estrechos. Y de ahн su progresivo abandono, salvo en las horas de las comidas, en favor de la salita, recinto agradable calculado para la lectura y las labores de aguja.

No todos los burgueses pueden disponer de uno, pero todos ellos se hallan dispuestos a los mayores sacrificios a fin de tener un “gran” salуn. No puede concebirse una vivienda habitada por un miembro de las clases acomodadas que carezca de ese espacio teatral que emparenta a la nueva sociedad con la antigua en el marco de una comunidad ritual, la recepciуn en dнas fijos: los pintores de la vida mundana de finales de siglo, un Bйraud o un Tissot, la han magnificado incansablemente.

No hemos de olvidar que entre gentes francamente pequeсo-burguesas, entre las que las relaciones se reducen prбcticamente a la familia, el salуn es un lugar casi muerto, con sus muebles recubiertos de fundas protectoras. Determinados especialistas en las distribuciones interiores acabarбn por protestar contra la existencia de esta pieza deshabitada y la declararбn inservible. En realidad subestimaban gravemente su importancia simbуlica, la marca de pertenencia a una clase: la posesiуn de un salуn significaba mundanidad y sociabilidad, o sea, dos caracterнsticas burguesas.

El espeso velo corrido sobre la menor manifestaciуn sexual, a partir de comienzos del siglo XIX, se concretу en la especializaciуn de un recinto sagrado, la alcoba conyugal, templo de la generaciуn y no de la voluptuosidad. La йpoca en la que era posible recibir en una habitaciуn provista de un lecho parece definitivamente periclitada. Un verdadero tabъ pesarб en adelante sobre cualquier espacio calificado como “alcoba”, como si el hecho de penetrar en йl sin una razуn precisa expusiera a terribles peligros.

Seсalemos ademбs que no se encuentra ninguna referencia explнcita a un espacio propio de los niсos en los tratados de arquitectura del siglo XIX —ni de antes—, lo que se verifica tambiйn con el examen de las casas de muсecas. En sus primeros aсos, la progenitura de los burgueses se halla encomendada a las nodrizas, y con mucha frecuencia, desde la clase de sйptimo, a los internados; serбn numerosos los autores de memorias que lo refieran hasta 1914.

Atestado y confortable

Cuanto mбs se avanza a lo largo del siglo, mбs se va pareciendo el apartamento burguйs, en su mobiliario, a un almacйn de antigьedades en el que la acumulaciуn parece ser el ъnico principio director de la composiciуn interior del espacio. Las йpocas y las civilizaciones mбs diversas se mezclan con el comedor Renacimiento junto a la alcoba Luis XVI, mientras que una sala de billar morisca da a una galerнa adornada con detalles japoneses. Y todo ello en medio de una superabundancia de tejidos, de tapicerнas, de sedas y de alfombras que cubren hasta la menor superficie libre. Es el reino del tapicero, que llegarб a enmascarar las “patas” de los pianos. La pasamanerнa conoce entonces su edad de oro, y se impone la borla: la decoraciуn francesa emplearб muchos aсos en desembarazarse de semejante fruto.

A. Daumard ha dado la siguiente explicaciуn de esta singular actitud. A lo largo del siglo XIX, los burgueses, sobre todo los parisienses, que eran los que principalmente daban el “tono”, se hallaban aterrorizados por las alteraciones populares. Y buscan en sus casas el sweet home que los haga sentirse seguros: “El espacio se reparte simbуlicamente en interior/familia/seguridad y exterior/extraсeza/peligro.” No dejar las paredes desnudas, ni el tillado de madera, ni el embaldosado, como en las casas de los pobres, se convierte en una obsesiуn. Un redactor de L’Illustration — la revista mбs importante de la burguesнa— describe este nuevo espacio, el 15 de febrero de 1851: “La reuniуn familiar tiene lugar en la salita bien aislada con buenos cortinones, visillos de seda y las dobles tapicerнas que cierran hermйticamente las ventanas […]. Una buena alfombra yace a los pies […] Una profusiуn de telas cubre las ventanas, se extiende sobre la chimenea y oculta el maderaje. La madera seca, el mбrmol frнo, se disimulan bajo los terciopelos o la tapicerнa”.

En 1885, Maupassant, en Bel-Ami, presenta el apartamento del periodista Forestier exactamente en los mismos tйrminos: “Las paredes se hallaban enteladas con un tejido antiguo de un violeta apagado, salteado de florecitas, del tamaсo de moscas. Unos cortinones de tela azul-gris, de paсo militar donde se veнan bordados algunos claveles de seda carmesн, caнan sobre las puertas; y los asientos de todas las formas, de todos los tamaсos, esparcidos al azar por el apartamento, canapйs, enormes sofбs, pufs y taburetes, se hallaban recubiertos de seda Luis XVI o de hermosos terciopelos de Utrecht, de fondo color crema con dibujos en granate”.

Lugares malolientes

A la vez que receptбculo de la vida mundana y de la vida familiar, la vivienda burguesa debe igualmente asegurar ciertas funciones de transformaciуn y de excreciуn. Hay que conservar los alimentos y que desembarazarse de las aguas residuales y de las deyecciones intestinales. Ahora bien, en estos dos terrenos en que la racionalizaciуn debiera haber jugado un gran papel, se constata una extraсa soluciуn de continuidad. Aquн lo que estб en juego es lo vital, la relaciуn directa con el cuerpo: se advierte que la sensibilidad de la nueva clase dirigente ha hecho descender considerablemente su umbral de recepciуn con respecto a lo que tiene que ver con lo “sucio”. No tiene por tanto nada de sorprendente que, durante el siglo XIX, los arquitectos, a un mismo tiempo representativos y dependientes de su clase de origen, desterraran la cocina de su campo de actividad. La confinan en el extremo de la vivienda: ese lugar lleno de humos, de olores agrios, ocupado por un horno cuyo calor afecta al cutis, no es decididamente frecuentable. Habrб que aguardar a finales de siglo para ver cуmo los higienistas discнpulos de Pasteur la denuncian como guarida de moscas y antro polvoriento donde se disimula el bacilo de Koch.

La misma indiferencia rodea el cuarto de baсo, atestado de jarros y palanganas. En Parнs, el agua corriente no llegarб a las ъltimas plantas de los inmuebles de la orilla derecha hasta 1865, y a los de la orilla izquierda sуlo diez aсos mбs tarde. No importa que el cuarto de baсo —si lo hay— estй lejos de las alcobas, porque su material no es de uso diario. El agua sуlo adquirirб su significaciуn actual despuйs de los descubrimientos de Pasteur, que harбn del hecho de lavarse las manos una nueva obligaciуn social.

Donde mбs se pone de relieve el desdйn del burguйs por las necesidades corporales es en la cuestiуn de los retretes. Algunos modelos de cuartos de aseo higiйnicos —en relaciуn con el agua— habнan aparecido ya en el siglo XVIII, como lo atestigua la cйlebre colecciуn de Mariette. Pero su difusiуn sуlo se llevarб a cabo pasada la primera mitad del siglo siguiente. La creencia en el valor del abono humano persiste durante mucho tiempo, y los poceros parisienses siguen acarreando cada noche las materias a Montfaucon. Las emanaciones gaseosas resultantes infectan la atmуsfera de la capital. Si bien no es del todo ignorado el inodoro inglйs —en Gran Bretaсa hay una legislaciуn completa al respecto ya desde 1855—, en Francia se le considera como una espantosa complicaciуn: consumo abusivo de agua y pйrdidas considerables para la agricultura.

En Parнs, la obligaciуn de la fosa o pozo negro se respeta mбs o menos desde el decreto imperial de 1809, pero en provincias persisten las prбcticas medievales. En Lyon, la evacuaciуn de materias al Rуdano no llama la atenciуn a nadie; en Marsella, de 32.653 casas censadas en 1886, 14.000 no poseen ningъn dispositivo de evacuaciуn de aguas fecales: en cada piso, las deyecciones se recogen en un cubo que se vacнa de inmediato en el arroyo; en Burdeos, hay 12.000 fosas mal construidas que envenenan las capas freбticas.

Durante esta йpoca, en Gran Bretaсa, el agua corriente alcanza un auge prodigioso. Se anuncia la edad de oro de la plomerнa. Y toda Europa seguirб los pasos de Inglaterra. La obra capital de Stevens Hellyer serб traducida por Poupard, empresario parisiense que enviarб a su hijo a prepararse junto al maestro. En cualquier caso, los teуricos de la arquitectura francesa tienen ya sus posiciones tomadas al respecto. Es lo que se deduce de la inequнvoca declaraciуn de Йmile Trйlat —fundador de la Escuela Especial de Arquitectura—ante la “Sociedad de Medicina Pъblica”, en 1882: “El ciudadano debe ser aislado de sus excreciones en cuanto йstas se produzcan, un sistema hermйtico debe abrirles instantбneamente un orificio de salida, y han de ser lanzadas violentamente por un potente chorro de agua al exterior del lugar habitado”.

Este viraje en la actitud, el abandono del abono humano, se debiу a los progresos de la agronomнa: el guano del Perъ —entre 1850 y 1880—, los nitratos de Chile y, finalmente, toda la panoplia de los abonos quнmicos de los que se dispuso desde entonces, conquistaron el favor del mundo campesino. Ademбs, los descubrimientos de Pasteur difundieron el temor a los microbios en la opiniуn comъn: “Sus experiencias llevan al rechazo del pozo negro como una vasta reserva, al abrigo del aire, de los mбs espantosos virus que tiene que temer la especie humana”. Quien firma estas lнneas, el ingeniero Wazon, condena en tйrminos absolutos los pozos negros y elogia en su lugar el inodoro, que permite —al menos en Parнs— la extraordinaria red de canalizaciones establecida por Belgrand durante el Segundo Imperio: 140 kilуmetros en 1852, 560 en 1869.

La obligaciуn de este nuevo modo de evacuaciуn no dejarб de topar con recriminaciones: la ley de 1894 sobre el saneamiento de Parнs y del Sena chocarб con la mбs viva hostilidad de los propietarios, unidos por una sola vez ante este ucase liberticida y colectivista. Todavнa durante mucho tiempo, los arquitectos continuarбn situando los retretes en cualquier parte, incluso en una especie de anejo de la cocina, ya que no les parece conveniente ocuparse de “cosas como йstas”.

ЇQuiйn sube hasta el sexto?

Queda un ъltimo espacio de confinamiento en el inmueble burguйs; se trata del sexto piso, en el que ahora se relega a los domйsticos. El Antiguo Rйgimen ignoraba semejante segregaciуn, porque las gentes de casa, hasta la Revoluciуn, formaban parte de la familia. Con la sociedad jerarquizada instalada desde comienzos del siglo XIX, los sirvientes ya no pueden seguir durmiendo en el espacio de sus amos, a fin de evitar todo tipo de “promiscuidad”. Situados en el punto mбs bajo de la pirбmide social, no tienen derecho mбs que a un mнnimum que les permita reconstruir exactamente la fuerza de trabajo necesaria durante largas jornadas de una labor de Sнsifo.

Habrбn de contentarse, por tanto, con reducidas viviendas dispuestas en el sexto o sйptimo piso de las casas acomodadas. Desde 1828, existe uno de esos inmuebles, bulevar de Saint-Denis, en Parнs, cuyo ъltimo piso tiene un corredor al que dan una serie de “cuartos de criadas” iluminados por tragaluces. Cuatro metros cuadrados de superficie, sin calefacciуn, con un mobiliario de desecho, un grifo e inodoro a la turca en el descansillo; tal es el aspecto general de estos cuartuchos.

A pesar de todo no faltaron algunas autoridades de entre las mбs escuchadas que denunciasen semejante escбndalo. Uno de los primeros fue Jules Simon, que en L’Ouvriиre llamу la atenciуn sobre estos nuevos plomos tan terribles como los de Venecia. El profesor Brouardel, de la Academia de Medicina, evoca el espectro de la tuberculosis descendiendo desde el sexto piso sobre las cunas mejor protegidas. Juillerat —el inventor del fichero sanitario de las casas de Parнs— publicу un folleto que indicaba las condiciones que debнa reunir un cuarto de criada para ser salubre. En la exposiciуn de la Tuberculosis, en 1906, se exhibieron juntas las fieles reproducciones de un cuarto de criada del barrio de los Campos Elнseos —distrito VIII, el mбs chic y el mбs rico de la capital despuйs de Luis Felipe— y de una celda de la prisiуn de Fresnes. Йsta resultaba ser habitable y salubre, aquйl no. Pero en este aspecto nada cambiarб hasta despuйs de la Segunda Guerra Mundial: los amos estбn dispuestos a ascender a todas las montaсas del mundo, pero no se les ocurre nunca emprender el ascenso al ъltimo piso de sus casas.

Con fachada a vнas cada vez mбs frecuentadas —los atascos de Parнs y de las grandes ciudades no hacen mбs que aumentar a lo largo del siglo XIX—, y bloqueado por patios estrechos, autйnticos albaсales infestados por las emanaciones de las cocinas y los retretes, el inmueble burguйs, pese a sus trescientos metros cuadrados por piso —superficie que irб por otra parte reduciйndose—, no es mбs que una fachada social falsamente racional, una falsa apariencia mundana. La tarea de acabar con esta imagen de una clase que no habнa conseguido nunca llegar a expresarse mediante un proyecto constructivo logrado, le corresponderб al movimiento internacional de la arquitectura moderna, a lo largo del periodo de entreguerras, sin olvidar las valerosas posturas adoptadas por un Francis Jourdain desde 1910.

El anuario de las mansiones

Ni patio ni jardнn

Durante el Antiguo Rйgimen, el nivel social acaba siempre por concretarse en la posesiуn de una residencia particular. Hay numerosos nobles que viven en pisos, pero las principales familias del reino se hacen construir mansiones por los arquitectos mбs renombrados, y los plebeyos enriquecidos se esfuerzan por imitarlas. Asн fue como se constituyу, desde la Edad Media, todo un patrimonio arquitectуnico, que siglo tras siglo resultу ser representativo de un estilo que expresaba las necesidades y las aspiraciones contemporбneas de la clase dominante.

A este respecto, el siglo XIX va a ofrecer una situaciуn nueva: los poderosos, enriquecidos recientemente, no disponen de ninguna tradiciуn artнstica. En cambio, experimentan un vivo deseo de ostentar su fortuna. En consecuencia, habrбn de sucumbir a todas las extravagancias y no sabrбn resistir a sus arquitectos, vнctimas de las modas que la Escuela de Bellas Artes de Parнs va a imponer a sus alumnos, salidos por otra parte, en su gran mayorнa, de la clase en el poder.

A su regreso del extranjero, algunos emigrados recuperan sus casas, mientras que la burguesнa se esfuerza por encargar las suyas. A partir de la Restauraciуn, se verб aparecer un nuevo tipo de йstas. El cuerpo de la construcciуn para la vivienda se levanta al fondo del patio, al tiempo que otro inmueble, que da a la calle, acoge oficinas y tiendas: una excelente operaciуn financiera. En el barrio de la Nueva Atenas, al norte de Parнs, el arquitecto Constantin —que trabaja mucho con Dosne, agente de cambio y futuro suegro de M. Thiers— edificarб algunos cubos neoantiguos en medio de un patio-jardнn. Fйlix Duban preferirб plagiar el Renacimiento italiano por encargo del conde de Pourtalиs, con una entrada por la misma calle, detrбs de la iglesia de la Magdalena.

Desatinos burgueses

Los desatinos se ponen de manifiesto cuando, durante el reinado de Luis XVIII, se derriba por completo una casa del tiempo de Francisco I, situada en Moret: y se la reedifica al borde del Cours-la-Reine. No lejos de allн, en la avenida Montaigne, el prнncipe Napoleуn, primo del Emperador, se entusiasma con la reconstrucciуn de la casa pompeyana que realiza para йl Normand. Este enamorado de la Antigьedad ha de conciliar las exigencias de la arqueologнa —de la que se lo sabe todo— con las necesidades de un cierto confort moderno y del clima de Parнs.

Los “barrios elegantes” de la capital conocerбn toda una floraciуn de lujosas residencias en las que los nuevos seсores —con quienes los antiguos no desdeсan aliarse a fin de volver a dorar sus blasones— pueden recibir fastuosamente. Estб por ejemplo la construida para Йmile Gaillard, banquero del conde de Chambord, que se levantaba en la plaza Malesherbes: una maravilla del estilo Luis XII, en ladrillo y piedra. O la del chocolatero Menier, en estilo neobarroco, con fachada al parque Monceau: los Pereire habнan obtenido 10 de las 19 hectбreas del parque de los Orleans confiscado en 1848, e hicieron con ellas una parcelaciуn de lujo. O el “Palacio Rosa” de Boni de Castellane, descendiente de una de las familias mбs antiguas de Francia, que no vacilarб en casarse con una millonaria americana. De acuerdo con la voluntad del propietario, el arquitecto adaptу el modelo del Gran Trianуn e imitу la escalera de honor de Versalles.

Las provincias no se quedaron atrбs, como lo demuestra el ejemplo de Lille: las residencias de la gente rica son allн mбs vastas que en Parнs. Las fachadas pueden alcanzar los 20-25 metros de largo en edificios de 15 metros de altura, y hasta los 300 metros cuadrados de superficie en cuatro plantas, subsuelo (cocina, dependencias), entresuelo (dos salones, salуn comedor, despacho), planta noble (alcobas), y desvбn. Sin contar otras dependencias: sala de billar, biblioteca, caballerizas y alojamiento del personal. Los fabricantes se dejan contagiar por los seсores de Flandes, y no ocultan esta ambiciуn. Poco antes de la guerra, en Lille, los hermanos Dйvallйe, hijos de un industrial de Roubaix, se metieron a arquitectos improvisados, ya que los prбcticos retrocedieron ante sus exigencias. Con sus columnas de mбrmol, su creaciуn se las da de un Renacimiento singularizado por unas enormes gбrgolas. Cada pieza es de un estilo diferente, incluido el inevitable moruno. Como si fuera un prнncipe inspirado por su astrуlogo, uno de los dos hermanos pretendнa que su sueсo estuviera en relaciуn con las posiciones de la luna: en consecuencia hizo montar un lecho sobre un eje accionado por un mecanismo suizo.

Pero la palma de la extravagancia exуtica —Ўen Roubaix!— le correspondiу, sin embargo, al industrial Vaissier, inventor de un “jabуn del Congo”. En 1890, le pidiу a Dupire que le diseсara un palacete montado sobre cuatro elefantes. El arquitecto se negу a ello pero no dejу de dibujarle al menos un palacio oriental coronado por una cъpula encristalada: “Es el sueсo del rajб hindъ; el capricho, la fantasнa, la riqueza del colorido, la brillantez de la decoraciуn realizados en nuestra brumosa tierra de Flandes”.

Era difнcil ir mбs lejos en el “wagnerismo arquitectуnico”. Otros industriales de la misma provincia, deseosos de raigambre histуrica prefirieron mansiones neogуticas en estilo flamenco, adornadas de fachadas de diferentes tipos en las que habrнa de afirmarse el famoso aguilуn de resalte caracterнstico de la arquitectura de los paнses del norte. El mismo fenуmeno se producirнa en Bretaсa, por ejemplo en Rennes, donde, en algunos edificios de estilo eclйctico, iban a aparecer referencias regionales.

Al acabar el siglo surgiу un nuevo tipo de residencia “alto-burguesa”. Se la podrнa denominar palacete (hфtel-villa), a causa de su aspecto deliberadamente pintoresco imitado de la arquitectura que hacнa estragos en los balnearios. Lejos del centro de las ciudades, donde todavнa es posible adquirir vastos espacios libres, se yerguen, en medio de un jardнn a la inglesa, ciertas construcciones cuya descripciуn exacta plantea mбs problemas que las de una mansiуn (hфtel) clбsica. Porque lo que domina en ellas es la puja ornamental, asegurada por el triunfo del ladrillo policromo y la madera torneada. El fenуmeno se observa en Lille, pero tambiйn en Ruбn. Todo se vuelven aleros, entrantes, saledizos redondeados, tejados alambicados, enmaderamientos desbordantes, balcones de madera. En medio de semejantes eflorescencias venenosas que escapan a los cбnones neoclбsicos, se revelan a veces algunos rasgos de Art nouveau a propуsito del tratamiento de una curva y de la combinaciуn de los materiales que le otorga un lugar al metal. La disimetrнa en las masas cuyas aberturas parecen gratuitas volverб a encontrarse mбs tarde en las casas de los arrabales de la pequeсa burguesнa que enjambrarб sus pabellones en la periferia de las grandes ciudades.

Del billar al invernadero

Sometidas a la misma racionalizaciуn que los inmuebles, las residencias particulares del siglo XIX realizan a su vez tambiйn la separaciуn de lo pъblico y lo privado. A ello se asocian aquellos elementos que atestiguan una vida mundana permanente y el lujo permitido por posibilidades econуmicas de importancia. La primera de estas novedades es la sala de billar —las mesas destinadas a este juego habнan aparecido en Europa a finales de la Edad Media—, porque los fanбticos de las bolas de marfil se multiplican a lo largo del siglo: Daumier les ha reservado numerosas litografнas. Entre otras la titulada Una jornada de lluvia, con esta leyenda: “El invitado condenado a seis horas de billar forzoso”. No hay una residencia —ni una mansiуn de alguna importancia— que no se halle provista de este juego indispensable en el que, como en Versalles en tiempo de Luis XIV, brillan nombres cйlebres.

Pero el apйndice distintivo de una casa de gran clase es el invernadero o jardнn de invierno. Zola tiene buen cuidado en no privar del mismo a la residencia del especulador Saccard: estб adosado al flanco mismo del edificio y comunica con el salуn. Йsta es en efecto su disposiciуn clбsica. Surgidas durante la primera mitad del siglo XIX, estas ligeras construcciones se multiplicarнan durante el Segundo Imperio. El modelo mбs conocido fue el jardнn de invierno de la princesa Matilde, nieta de Napoleуn I, reproducido en numerosas ocasiones por diferentes pintores. La hiedra, las palmeras y las plantas ornamentales hacнan penetrar la naturaleza hasta el mismo corazуn del mundo parisino gracias a esta vasta pieza, iluminada con luz cenital y sostenida por columnas de orden jуnico.

El almuerzo en el invernadero, de Louise Abbйma, representa un espacio sin duda mбs corriente, con su decoraciуn kitsch: su mesa Luis XIII de patas torneadas, sus armas africanas, la bandeja moruna y los taburetes, todo ello anegado bajo los cortinajes y las plantas exуticas, un marco ideal para Sarah Bernhardt, amiga de la artista. El jardнn de invierno le pone la nota de “distinciуn” a la йpoca de los salones prustianos y circunscribe a la clase de las gentes ricas el derecho de charlar bajo las palmeras mientras fuera estб cayendo la nieve. Al contrario que las terrazas de los cafйs y de los restaurantes orientadas a la calle, el jardнn de invierno da al espacio privado, el patio o el jardнn. Imitado mezquinamente por los salones de los inmuebles burgueses, reducido con frecuencia a una loggia o mirador de cristales pintados, los prolongarб mediante un saliente sobre la acera.

Mansiones neogуticas

Si el burguйs rico prefiere residir en la ciudad, allн donde se desenvuelven las operaciones financieras serias, los aristуcratas emprenden la reconquista del campo que habнan abandonado mucho antes de la Revoluciуn. Regresan a la tierra, incluso antes del advenimiento de Luis Felipe, que habrб de excluirlos definitivamente del poder polнtico, e intentarбn restablecer allн los sнmbolos de un imposible feudalismo. De aquн la boga del gуtico, en los medios legitimistas, mientras que los burgueses preferнan el arte del Renacimiento, йpoca seсalada por personalidades de excepciуn, lo que encaja con su filosofнa individualista.

Durante mucho tiempo se ha venido atribuyendo al influjo de Viollet-le-Duc el nuevo florecimiento gуtico que levantу en Francia centenares de castillos y mansiones, sobre todo a partir del Segundo Imperio. Ahora bien, una exposiciуn organizada por la Caja Nacional de los monumentos histуricos nos ha revelado la existencia de un maestro provinciano que no le debe nada al restaurador de Pierrefonds. Y hay indagaciones en curso que no dejarбn seguramente de exhumar a otros. Renй Hodй, arquitecto de Anjou, construyу en su regiуn catorce castillos, y ensanchу y decorу diez casas solariegas. Trabajу mucho para los fieles del partido legitimista, el conde de Falloux, el conde de La Rochefoucault y el conde de Quatrebarbes, entre otros, clientes que no podнan soportar el arte frнvolo del filosуfico siglo XVIII. Se trataba de propietarios que hacнan valer sus tierras, a veces con talento, esforzбndose por recuperar para la bandera blanca de la casa de Borbуn al pueblo campesino, empresa no desprovista de algunos resultados.

Hodй imaginarб para ellos unos castillos de ensueсo reuniendo sobre la fachada simйtrica todos los signos de identificaciуn de una mansiуn seсorial del tiempo de la caballerнa andante: torres, almenas, tejados empinados de pizarra, ventanas de cuarterones, y buhardillas con gabletes y pinбculos. Fue preciso, ciertamente, transformar el interior para adaptarlo a los gustos de la йpoca y, ademбs, separar las distintas funciones. En el sуtano, las cocinas. La planta baja se convirtiу en planta noble. A un lado y otro del vestнbulo mбs o menos ligado a la escalera se dispusieron las salas de recepciуn, el salуn comedor, el salуn propiamente dicho y la sala de billar. En el primer piso habнa un largo corredor al que daban las alcobas de los seсores. En el segundo, se hallaban las de los invitados y el personal superior, ayas y secretario. Se accedнa al mismo por una escalera de servicio o escalera excusada que comunicaba con el descansillo del piso primero. A diferencia del Antiguo Rйgimen, el castillo del siglo XIX se yergue aislado, pues las dependencias y las viviendas de los aparceros se hallan disimuladas a una distancia respetuosa. De acuerdo con la misma mentalidad, Hodй modificarб determinadas casas solariegas eliminando la granja contigua —lo que permite aсadir de nuevo unas torrecillas— y derribando tabiques a fin de proporcionarles buenas dimensiones al salуn y al comedor.

Algo mбs tarde, en una provincia vecina, la Vendйe, mucho mбs vinculada aъn a la causa real, uno hubiera creнdo hallarse ya en el reinado de Enrique V, el conde de Chambord que nunca acababa de llegar: se han inventariado allн hasta doscientos castillos, construidos durante el siglo XIX. Es el gуtico lo que domina, pero tambiйn se manifiesta el Renacimiento con la apariciуn, durante el ъltimo decenio del siglo, del gйnero “normando”, abusivamente denominado asн a causa de la abundancia del armazуn de madera, verdadero o falso. En esta regiуn, asimismo, no se experimenta la necesidad de recurrir a arquitectos de Parнs. Un nantйs, Joseph Libaudiиre, antiguo alumno de Pascal —adjunto de Charles Garnier en la construcciуn de la Уpera—, serб quien ocupe durante cerca de cincuenta aсos el puesto de arquitecto departamental de la Vendйe: entre 1880 y 1906 construirб catorce iglesias neogуticas, asн como numerosos castillos del mismo estilo. En el norte de Francia, en Bondues, muy cerca de Lille, Louis Cordonnier se dejу embargar por el espнritu de Neuschwanstein, a instancias del conde de Hespel: una docena de inverosнmiles frontispicios, de fantбsticas chimeneas abrazadas a tejados puntiagudos, un torreуn almenado, y muros de ladrillo con esquinales de piedra blanca…

En los antнpodas de este gуtico sentimental, cristiano y monбrquico, la concepciуn de Viollet-le-Duc, adversario resuelto de la antiguomanнa, se define como la soluciуn de un problema de estructura funcional. Su Edad Media no es la de los seсores, sino la de las comunas que inventaron las primeras instituciones democrбticas. Al margen de la restauraciуn de Pierrefonds, iniciada en 1858 —no se habrб terminado a finales del Segundo Imperio—, Viollet-le-Duc edificу cinco castillos en diversas regiones de Francia. Neogуticos todos ellos, el mбs logrado es ciertamente el de Roquetaillade (Gironde), restaurado y distribuido de acuerdo con la voluntad de sus propietarios que no se pararon en barras con tal de vivir su ensueсo medieval. No se privaron siquiera de los huecos trilobulados y cuatrilobulados, las chimeneas monumentales y los muebles de йpoca en el бmbito de una decoraciуn interior brillantнsima.

El hall de los Rothschild

El gusto por lo neogуtico suscitу las mбs espantosas escenificaciones: pudo verse cуmo determinadas construcciones del siglo XVIII quedaban flanqueadas de torreones, o coronadas por tejados con tragaluces. A pesar de lo cual, hubo ciertos millonarios que no sucumbieron ante esta neurosis, que no pertenecнa a sus tradiciones culturales. En 1829, James de Rothschild les compra el castillo de Ferriиres a los herederos de Fouchй. Este reducido edificio, situado al borde de un estanque, se demoliу. El banquero encargу nuevos planos a Joseph Paxton, el autor del Crystal Palace. La primera piedra se pondrнa en 1855, y los trabajos concluyeron tres aсos mбs tarde. En esta edificaciуn cuadrada, flanqueada por cuatro torres idйnticas, la composiciуn se ordena en torno de una inmensa pieza central coronada por una vidriera. Es el gran hall, un tipo de construcciуn en el que Paxton habнa revelado su talento en Londres, con ocasiуn de la Exposiciуn de 1851. Se halla circundado, en la primera planta, por las salas de recepciуn, el salуn comedor, la sala de billar y la de juegos; en el segundo se encuentran repartidas las habitaciones.

Aunque la arquitectura de Ferriиres no les debe nada a los modelos enseсados en la Escuela de Bellas Artes de Parнs, sus decoraciones interiores ceden ante el eclйctico ambiente: el hall recuerda un almacйn de antigьedades; se ofrece a la vista un salуn en blanco Luis XVI y un salуn tapizado en cuero, mбs bien Renacimiento. La preocupaciуn por el confort se advierte en las alcobas para las amistades, que adoptan la estructura de autйnticas suites provistas de una antecбmara, de un cuarto de baсo y de cuarto de aseo. Las cocinas se instalaron subterrбneamente a un centenar de metros del castillo; estaban comunicadas con el бrea de servicios mediante una galerнa que parecнa un pequeсo tren.

Los Rothschild llegaban a Ferriиres a comienzos de octubre para no regresar a Parнs hasta enero: su ocupaciуn primordial, en el campo, era la caza, de acuerdo con la mejor tradiciуn de las partidas francesas. Era tambiйn la ocupaciуn de los D’Harcourt, quienes, a partir de julio, abandonaban su residencia de la plaza de los Invбlidos para dirigirse al castillo de Sainte-Eusoge, en el Gвtinais. En su caso, se trataba de una verdadera expediciуn, de una mudanza que comprendнa no sуlo la plata, la porcelana, la cristalerнa, sino tambiйn los juguetes de los niсos, sus libros escolares, un piano de cola, etc. En el edificio, paulatinamente agrandado, se advierte la misma estructura que en otros sitios: salуn, salуn comedor, sala de billar, y biblioteca en la planta baja; una decena de habitaciones para los amos y sus invitados en el primer piso; en el segundo, los niсos; el servicio en el sotabanco. El castillo no se desocupa hasta Navidad, mientras que todos los rallyes cйlebres lo bordean.

Epifanнa del “chalй normando”

Los representantes de las viejas familias lo mismo que los “advenedizos” empiezan a encontrarse, a mediados del siglo XIX, en los balnearios que se multiplican por todas las costas francesas. Algunos de ellos, como Arcachon, los lanzan ciertos promotores experimentados, por ejemplo los hermanos Pereire. Pero no serбn ellos los responsables de la arquitectura, y йsta no conservarб por mucho tiempo su gusto inicial por las villas coloniales con galerнas encristaladas. Los constructores tendrбn que personalizar la imagen de las casas, lo que desembocarб en un mosaico de construcciones neogуticas, morunas o suizas disimuladas bajo ornamentaciones de madera trabajada.

Este modelo de chalй, originario de los cantones helvйticos a partir de finales del siglo XVIII con ocasiуn de la boga de los paisajes montaсeses, empezarб por invadir, como construcciуn, todos los parques a la inglesa del continente. Luego se convertirнa en un verdadero tipo de vivienda que iba a seducir en particular a los arquitectos de las localidades de moda. Se impondrнa entre los enamorados de Deauville donde, como en Arcachon, se encuentra de todo y en los estilos mбs diversos. La villa de la princesa de Sagan parece un palacio persa, mientras que la de la marquesa de Montebello remeda un castillo Luis XIII. Poco a poco, de acuerdo con el sentido de lo pintoresco de fin de siglo, se dejarб sentir una orientaciуn hacia la construcciуn de armazуn de madera, el llamado “chalй normando”, que serб el que el millonario americano Vanderbilt escoja para su “choza” y cuya descendencia no ha dejado nunca de asolar el territorio francйs en toda su extensiуn.







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