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Un deseo creciente de intimidad





Con el aumento de sedentarizaciуn de la clase obrera y el agravamiento de las condiciones de habitaciуn, quejas y deseos se van precisando. Durante la encuesta parlamentaria de 1884, los obreros interrogados —es la primera vez que ello sucede— se extienden en recriminaciones contra la suciedad de las viviendas, “alcobas llenas de chinches”, y de los inmuebles de alquiler: paredes mugrientas, letrinas siempre atascadas, olores nauseabundos… De modo mбs positivo, manifiestan determinadas peticiones: un poco mбs de espacio, al menos un par de cuartos y, si hay hijos, “si el padre de familia se respeta, tres o cuatro piezas no son demasiadas”. La decencia conyugal se pone por delante de la reivindicaciуn de los “excusados”. En cuanto les es posible, los obreros separan en adelante la habitaciуn de los padres de la de los hijos. Tener una cama de madera en lugar de un jergуn equivale a sentirse instalado: una obrera, hacia 1880, tratу de matar a su compaсero porque habнa gastado el dinero ahorrado para la compra de una cama, lo que habrнa significado la consolidaciуn de la pareja. Marйchal, que esboza un proyecto de construcciones obreras, no se atreve a dejar previstos unos cuartos de aseo particulares: “El pueblo no demanda tener retretes en casa.” Pero sн que pide casas de dimensiones modestas, con una gran variedad de fachadas, “a fin de que no haya en ellas nada que pueda hacer pensar que se trata de una ciudad obrera”. Horror al encuartelamiento y deseo de una vivienda individualizada son cosas que se manifiestan claramente en estos textos.

Necesidad de calor, de limpieza y de aire puro, y muy pronto tambiйn de intimidad familiar, un deseo loco de independencia, gusto por los espacios de “tiempo libre” en los que uno se puede entretener con lo que quiera, son otros tantos aspectos de un programa que no se reduce a ser una imposiciуn burguesa. Los anarquistas sueсan con йl. Cuando imaginan la ciudad futura, despuйs de la Revoluciуn, Patau y Pouget la describen como una ciudad-jardнn. Y, por los mismos aсos, los encuestadores britбnicos subrayan en la clase obrera inglesa una necesidad agudizada de la privacy del home, “hasta tal punto gravita el temor a una intromisiуn incontrolada del vecino”.

“Los obreros le atribuyen mбs valor a la vivienda que a la ciudad”, escribe Michel Verret en su libro sobre El espacio urbano contemporбneo. Antes de 1914 se estб aъn lejos de semejante situaciуn. Pero se camina hacia ella.

Un triple deseo de intimidad familiar, conyugal y personal atraviesa el conjunto de la sociedad y se afirma con particular insistencia a comienzos del siglo XX. Se expresa concretamente en una repugnancia mayor a admitir los apremios de la promiscuidad y la vecindad, y en un aumento de la repulsiуn ante el panoptismo de los espacios colectivos —prisiуn, hospital, cuartel, internado—, o los controles ejercidos sobre el cuerpo: un diputado de extrema izquierda, Glais-Bizcuin, presenta en 1848 un proyecto de ley en contra de los cacheos aduaneros.

De lo que peor recuerdo tenнa el evangelista David Gйtaz, encarcelado en Chalon bajo el Segundo Imperio, era del dormitorio comъn, “la respiraciуn de todos aquellos hombres cuyos ronquidos me lastiman aъn los oнdos”; y de la dificultad de mantener con su mujer cualquier intimidad conyugal. “Ninguna expansiуn, ninguna expresiуn de afecto нntimo, ni una sola de esas palabras tiernas que no deben llegar a oнdos extraсos, de esos pequeсos secretos que uno siempre tiene que decir en casos semejantes.” El guardiбn vigila “como si no hubiese visto nunca a unas gentes que se quieren”. Como mбs demostrativos que son, los ademanes amorosos constituyen el objeto de una privacy reforzada. La pudorosa Caroline Brame soporta de mala gana el espectбculo de los mismos de una pareja de jуvenes esposos. Las maneras del amor se refinan al mismo tiempo que se espesa el secreto que las rodea. Cuando en los pisos de la burguesнa no hay ya cortinas en el lecho, es porque la habitaciуn se halla exclusivamente dedicada a alcoba.

Se comprende que en tales condiciones el personal de los hospitales parisinos protesta contra el internamiento. “La vida en comъn que era una de las normas fundamentales de la existencia hospitalaria de otros tiempos se ha vuelto difнcil de soportar para la mayorнa de nuestros empleados […]. Se les hace muy cuesta arriba comer en refectorios y acostarse en dormitorios comunes. No se sienten ‘en su propia casa’ en el hospital, y con lo que ellos sueсan precisamente es con un ‘sentirse en casa’, con su intimidad y su relativo confort. Quieren, en una palabra, sustraer su vida privada a cualquier dependencia administrativa fuera de las horas de servicio”, escribe en 1910 el consejero municipal Mesureur, que los defiende a pesar de que considera que, por lo que se refiere a las mujeres solteras, procedentes en su mayorнa de la Bretaсa pobre, es preferible el internamiento, mбs moral y mбs seguro. El alojamiento en los lugares de trabajo es la seсal de una condiciуn domйstica que los asalariados rehъsan.

Todo el mundo exige su espacio vital, incluso al margen de las relaciones amorosas o familiares. Norbert Truquin, un vulgar destripaterrones de Lyon, obligado a dormir en comъn con otros obreros, recuerda lo siguiente: “Lo que mбs me repugnaba era percibir en mi costado el contacto de otro hombre. Era la primera vez que me encontraba con que tenнa un compaсero de cama”.

En los hospicios, los ancianos tratan de hacerse con su propio rincуn. “Hay que luchar continuamente con ellos para impedirles que formen detrбs de su lecho, o en cualquier rincуn de la sala comъn, un depуsito de harapos, de trastos viejos, de vajilla averiada, que no tienen otro valor a sus ojos que el de ser la ropa y los muebles de la casa, de ser suyos, de representar, todos ellos juntos, una especie de hogar.”“Ciertamente, el redactor del artнculo ‘Hospicios’ del Diccionario de economнa polнtica de Guillaumin es un liberal, partidario de la asistencia a domicilio. Pero la resistencia de los pobres a la hospitalizaciуn se halla atestiguada por doquier. Morir en casa es tambiйn el medio de escapar a los riesgos de la disecciуn, ъltimo destino de los proletarios.”

El deseo de un rincуn propio es la expresiуn de un sentido creciente de la individualidad del cuerpo, y de un sentimiento de la persona llevado hasta los lнmites del egotismo por los escritores. “Hay que cerrar puertas y ventanas, recluirse en sн mismo, como un erizo, encender en la chimenea de casa un amplio fuego, ya que hace frнo, y evocar en el propio corazуn una idea grande”, escribe Flaubert. “Ya que no podemos descolgar el sol, hemos de cerrar todas nuestras ventanas y encender las luces en nuestra habitaciуn.” Sin ninguna duda, el hombre interior ha precedido al interior. Pero, en el siglo XIX, la habitaciуn propia es el espacio del ensueсo: en ella se reconstruye el mundo.

Ya puede verse todo lo que estб en juego en el espacio privado, donde se materializan las miras del poder, las relaciones interpersonales y la bъsqueda de sн mismo. Por ello no es sorprendente que la casa adquiera tal importancia en el arte y la literatura. Jardines soleados de Monet, ventanas entreabiertas de Matisse, sombras crepusculares de la lбmpara en Vuillard: la pintura penetra en la casa y sugiere sus secretos. La silla de paja de la alcoba de Van Gogh nos dice toda su soledad. Muda durante mucho tiempo a propуsito de los interiores, la literatura empieza en seguida a describirlos con una minuciosidad en la que se evidencia el cambio de la mirada sobre los espacios y las cosas. ЎQuй camino se ha recorrido desde los secos croquis de Henri Brulard a los meticulosos inventarios de Maumort, el doble de Martin du Gard, y, finalmente, a La Vie, mode d’emploi de Georges Pйrec!







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