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Dramas y conflictos familiares





Michelle Perrot

Durante el siglo XIX, la familia se encuentra en una situaciуn contradictoria. Reforzada como se halla en poder y en dignidad por la totalidad de la sociedad, trata de imponer a sus miembros sus propios fines, ya que el interйs del grupo se ha declarado superior al de sus componentes. Pero, por otro lado, la proclamaciуn del igualitarismo y los progresos sordos pero continuos del individualismo ejercen otros tantos impulsos centrнfugos generadores de conflictos, que llegan a veces incluso al estallido. La familia es una microsociedad amenazada en su integridad y hasta en sus secretos. La regla elemental del espнritu familiar, la defensa de su honor, pasa desde luego por la salvaguarda de esos secretos compartidos que la cimentan y la oponen a lo exterior como una fortaleza, pero que tambiйn con frecuencia introducen en su seno desajustes y fallas. Gritos y susurros, puertas que gimen, cajones cerrados con llave, cartas robadas, gestos sorprendidos, confidencias y tapujos, miradas de soslayo e interceptadas, lo que se dice y lo que se calla, todo ello contribuye a entretejer un universo de comunicaciones internas tanto mбs sutil cuanto mбs contrastan entre sн los intereses, el amor, el odio y la afrenta. Esta novela familiar de la que se nutre la literatura es una mina inagotable de intrigas y sus “hechos diversos”, autйntica epopeya de la vida privada, entregan a veces sus jirones. “Si no toda familia es un asunto trбgico no cabe duda de que toda tragedia es un asunto familiar” (Tricaud, L’Accusation, 1977).

En el curso del siglo, la rebeliуn contra la familia —contra el padre, pero tambiйn contra la madre o los hermanos envidiados— se hace cada vez mбs fuerte y obliga a la familia a evolucionar para sobrevivir. Los individuos soportan cada vez peor su coerciуn. La familia burguesa, en concreto, es el blanco de las crнticas de artistas e intelectuales —dandis cйlibes sublevados contra las leyes del matrimonio, bohemia que se burla de las conveniencias hipуcritas—, de la rebeldнa de los adolescentes en oposiciуn generacional, de las impaciencias de las mujeres бvidas de existir por sн mismas. En vнsperas de la Primera Guerra Mundial, el navнo cabecea, pero capea el temporal. Para muchos, la ida al frente pudo representar un alivio, una liberaciуn, la esperanza de una aventura personal, antes de convertirse en un horror.

Nudos de conflictos

El dinero

Estб en primer tйrmino el dinero, en su sentido amplio, en la misma medida en que la familia es el vector de un patrimonio que Hegel estima indispensable para su existencia, mientras que Marx denuncia en йl el germen de su corrupciуn. El dinero es la clave de no pocos matrimonios “arreglados” que constituyen, en los medios pudientes, la estrategia mбs corriente. De ahн las recriminaciones cuando no se mantienen las promesas. Cuando se trata de la entrega de los atrasos de una dote se ve a los yernos convertirse en contables de sus suegros. Cuando el rйgimen dotal, aconsejado por muchos juristas en la zona de Oc como adecuado para preservar los derechos de la esposa, limita la gestiуn del marido, йste trata a veces de eludirlo. Tal es la historia de Clйmence de Cerilley, casada, sin grandes precauciones, con un ex oficial que le hace redactar en su favor sucesivos testamentos cada vez mбs ventajosos, hasta el dнa en que, apoyado por su propia familia, la hace declarar loca y logra internarla, teniendo asн en adelante las manos libres para la administraciуn de sus bienes. Dada la legalidad de los poderes maritales le es muy difнcil a la familia de Clйmence poder liberarla. En concreto, la separaciуn de cuerpos se manifiesta imposible, ya que la esposa no estб en situaciуn de “quejarse de heridas, ni violencias ni amenazas, ni de la presencia de amantes bajo el techo conyugal”, tal como exige el artнculo 217.

La correspondencia de esta familia nos ofrece por lo demбs una serie de ejemplos de conflictos en torno al dinero, y concretamente a causa de herencias. En un caso, hay un primo que pretende haberse visto frustrado en un legado de 60.000 francos procedentes de un abuelo materno y aprovecha la ocasiуn para discutir los “arreglos” de familia; en otro, unos hermanos y hermanas, no obstante quererse, se enredan en pleitos con motivo de la ejecuciуn de las disposiciones testamentarias de su padre, discutiendo sobre cortas de madera y acabando por acudir al derecho y a los abogados como mediadores para las particiones.

Las herencias son objeto y ocasiуn de los conflictos mбs graves, cualesquiera que sean las precauciones adoptadas por los padres para hacer en vida donaciones y “arreglos”. Es que no hay nada matemбtico en la tasaciуn de sus bienes; en йsta intervienen tambiйn el deseo, los fantasmas y el sentimiento de un derecho particular. Tan encopetados como son, los hermanos Brame se destrozan entre sн por el castillo de Fontaine, cerca de Lille, multiplicando las intrigas y hasta las vнas de hecho; el asunto es causa de un disentimiento tan profundo que Jules, el mayor, siente la necesidad de dejarles un relato a sus descendientes, legando asн a la memoria de los suyos el recuerdo de una lucha fratricida.

Entre la gente mбs modesta estб el recuento de los armarios de ropa blanca, las querellas a propуsito de sбbanas y paсuelos, que sugieren, por otra parte, el valor de estas prendas en la economнa familiar y la “civilizaciуn de las costumbres”; la sуrdida cuenta de las cucharillas, o el desmantelamiento de las bibliotecas en virtud del cual, en contra de toda razуn, las colecciones o las series de obras se ven neciamente despiezadas para satisfacciуn de susceptibilidades igualitarias. La muerte del padre, o del anciano pariente, es asн la ocasiуn para arreglos de cuentas en que cada uno calcula las ventajas del otro, o hace valer los derechos de su eventual abnegaciуn, considerбndose inevitablemente vejado. Raras son las veces en que las relaciones mбs cбlidas entre hermanas, o las mбs firmes entre primos salen indemnes de estas tremendas rebatiсas familiares. Llegan a producirse multitud de desavenencias, incluso rupturas definitivas. Que luego alimentan las conversaciones y las correspondencias familiares, a menos que intervenga una autocensura que pese sobre las cuestiones de dinero.

De ordinario, se mantienen en el terreno confidencial, sin otro testigo que el notario, que es ocasionalmente el бrbitro de las discusiones mбs graves. Hay ocasiones en que la tensiуn sube, concretamente en las sociedades rurales donde la propiedad es una cuestiуn de supervivencia. En Gйvaudan, los hijos que se consideran perjudicados por la elecciуn del mayor se rebelan cada vez mбs contra las decisiones arbitrarias del padre. A finales del siglo XIX, el recurso a los tribunales como sustituto de la venganza privada viene a significar un retroceso del sentido familiar que saca los secretos a la plaza pъblica.

En la burguesнa financiera o industrial, las decisiones econуmicas se vivieron como autйnticos dramas familiares, ya que las quiebras podнan echar abajo el buen nombre y el patrimonio. La legislaciуn permitнa, no obstante, evitar la confusiуn de gйneros, y la sociedad en comandita reculaba ante la sociedad anуnima, que preservaba los haberes de las distintas ramas. Sin embargo, hubo familias que, un tanto anacrуnicamente, conservaron modos de gestiуn verdaderamente arcaicos: durante el periodo de entreguerras, la impericia de determinados hijos de familia devorу en pocos aсos considerables fortunas que habнan constituido como sociedades de razуn colectiva.

Es indudable que un estudio sistemбtico de los procedimientos civiles, de los procesos de recusaciуn de herencias, por ejemplo, permitirнa saber mбs a propуsito de las relaciones conflictivas que se trenzan, en el seno de las familias, en torno del dinero, y sobre las cuales nos dicen, en el fondo, tan poco los historiadores de la burguesнa.

Pero la cuestiуn del dinero envenena tambiйn a veces la existencia cotidiana. Opone a marido y mujer a propуsito del presupuesto familiar. Como intendente (en los ambientes burgueses) o como “ministro de finanzas” (en los populares), la esposa tiene siempre una situaciуn de dependencia que la incita a la astucia (trampas en las cuentas) o a la cуlera. Henri Leyret evoca los dнas de paga: “En tales dнas, el barrio reviste una fisonomнa muy particular, mezcla de jovialidad y de ansiedad, de movimiento y de espera, como si una vida nueva hubiese sucedido al sombrнo abatimiento de la semana. Las mujeres se asoman a las ventanas, bajan a los portales y a veces, sin poder ya mбs de impaciencia, con el corazуn angustiado, se las ve adelantarse al encuentro de sus maridos, por el camino del taller o de la fбbrica […]. Y en la calle, resuenan las voces; en las casas, vuelan las injurias, sucias y encolerizadas, las manos se levantan, estallan los llantos y los niсos gimotean, mientras que, en la taberna, todo es jolgorio y embriaguez, a decir verdad mбs embriaguez del canto que del vino” (En plein faubourg, 1895,p.51).

Este mismo autor describe las vejaciones de que son objeto con frecuencia algunos muchachos, sospechosos de no entregar a su madre la totalidad de sus ganancias: sobre todo los hijos mayores y las chicas, de las que se sospecha siempre, si son coquetas, que tienen algъn “apaсo”. Entre los adolescentes que tratan de emanciparse y los padres obreros, el dinero, como ya quedу claro, constituye un punto de fricciуn.

El honor

La familia no es solamente un patrimonio. Es tambiйn un capital simbуlico de honor. Todo lo que lastime su reputaciуn, o empeсe su honra, es una amenaza contra ella. Lo normal es que forme un bloque frente al extraсo que intente ofenderla. La falta comprometedora de cualquiera de los suyos la sume en una cruel confusiуn. Solidaridad en la reparaciуn, castigo por el tribunal familiar, exclusiуn, complicidad del silencio: todas las actitudes son posibles. ЎDesgraciado, sin embargo, de aquel que sea el causante del escбndalo!

El escбndalo: nociуn esencial y, sin embargo, de una total relatividad. “En la historia y la literatura”, advierte Tricaud (op. cit., p. 136), “una figura banal la constituye el noble sensible al menor riesgo de humillaciуn, pero que en cambio se halla cubierto de deudas que no le molestan demasiado”. Son numerosos los cуdigos de honor que se reparten en la Francia del siglo XIX, yresultarнa apasionante inventariar los distintos motivos de escбndalo. En tйrminos generales, el honor es algo moral y biolуgico mбs que econуmico. El desliz sexual, el nacimiento ilegнtimo, se reprueban con mucha mayor energнa que la quiebra, que, no obstante, lo es mucho mбs que en la actualidad: no hay mбs que leer Cйsar Birotteau. En suma, la deshonra sobreviene a causa de las mujeres, son ellas las que se sitъan siempre del lado del deshonor.

La bastardнa es objeto de una reprobaciуn particularmente fuerte que explica el recurso de las madres solteras (o de las madres adъlteras) al infanticidio y al aborto, o al alumbramiento clandestino en las maternidades de ciudades anуnimas y al abandono. A fin de limitar la hecatombe de los reciйn nacidos ilegнtimos, el Imperio instituyу, a partir de 1811, los tornos, muy controvertidos mбs tarde. En 1838, Lamartine los defiende en la Cбmara como el medio mejor de preservar el honor de las familias y, en contra de los parlamentarios maltusianos que temen la proliferaciуn de los pobres, propugna “la paternidad social”; “el niсo ilegнtimo es un huйsped que hay que acoger, la familia humana ha de envolverlo con su amor”. La “familia humana”; no la familia legнtima, que no sabe quй hacer con este vбstago vergonzoso. Considerados como responsables del alza de abandonos (67.000 en 1809, 121.000 en 1835), los tornos se fueron clausurando progresivamente; en 1860 sуlo habнa 25 hospicios que los tuvieran y precisamente ese mismo aсo los suprimiу del todo una circular ministerial.

En adelante, el abandono de un niсo se harб burocrбticamente mediante una declaraciуn. La madre soltera que prefiere conservar a su hijo percibe una asignaciуn equivalente al coste de una nodriza en el hospicio. En cuanto a los abandonos propiamente dichos, la Asistencia Pъblica —al menos en Parнs, que es la gran receptora— se encarga de ellos, colocбndolos por lo general en el campo. La creaciуn de orfelinatos (como el del Prнncipe Imperial) y escuelas de aprendices (al estilo de los Aprendices de Auteuil) no se llevarб a cabo hasta la segunda mitad del siglo XIX.

El bastardo es un escбndalo; deshonra a las muchachas cuya virginidad ha quedado destruida, a las mujeres cuya infidelidad es patente, a las familias amenazadas en su buen orden. Ocultar el desliz, hacer desaparecer el fruto corrompido: йsa es la preocupaciуn de las mujeres y el motivo de inquietud de su entorno. Los asuntos de infanticidios hacen aflorar con mucha frecuencia la solidaridad entre madres e hijas. Pero casi nunca falta alguien de la vecindad, y hasta de la propia familia, dispuesto a denunciar la cuestiуn. A veces basta un rumor un poco insistente para atraer la atenciуn del alcalde o del gendarme.

Hay mujeres —por convicciуn o por ternura— que se deciden a quedarse con el hijo. En ocasiones se lo confнan a los abuelos, durante el tiempo necesario para hacer olvidar la aventura, o encontrar tal vez un marido dispuesto a endosar la paternidad. Aunque sea una cosa relativamente corriente en los ambientes populares, menos susceptibles en la cuestiуn de los hijos naturales, todo ello da lugar, en los medios pudientes, a las mбs variadas negociaciones. La madre soltera no resulta un partido fбcil, y hay que ofrecer compensaciones, sobre todo financieras. Йsa es toda la historia de Marthe, la joven aristуcrata embarazada por su mozo de cuadra, a la que toda la familia se esfuerza por encontrarle un posible marido, ya que ella misma ha dicho que tiene necesidad sexual de un hombre. El tal marido resulta ser un bruto: la explota y la pega, aprovechбndose sin duda de su “culpabilidad”. Por lo que la joven acaba por solicitar el divorcio, no sin incurrir de nuevo en la reprobaciуn de los suyos, de obediencia catуlica. La criatura, al cuidado de una nodriza, muere hacia los cuatro o cinco aсos, sin que en verdad lo lamente nadie demasiado. Lo cierto es que la muerte constituye el destino ordinario del bastardo, un niсo no deseado, mal cuidado y mal querido. Se estima que, un aсo con otro, mueren el 50% de los hijos naturales. Y tendrб que sobrevenir la crisis de natalidad, perceptible a partir del Segundo Imperio, para que el Estado adquiera conciencia de este potencial dilapidado y comience a cambiar su polнtica. La ayuda a las madres solteras marca de esta forma un comienzo de polнtica familiar, sin que por ello se piense en rehabilitar a aquйllas. Las instituciones de socorro las desprecian, y sus familias las proscriben tambiйn la mayor parte de las veces.

El “mal nacimiento” es un oprobio inexpiable y, para el bastardo, una tara indeleble. Sin legitimidad, hele ahн a merced de todas las explotaciones, de todas las humillaciones. En las aldeas del Gйvaudan se le cubre de apodos. La sociedad ve en los champis (expуsitos), unos delincuentes en potencia y los trata como tales. De esta manera los hijos naturales pasan del orfelinato a la colonia correccional como si se tratara de un recorrido balizado. Mбs tarde, es el ejйrcito lo que les aguarda a estos pobres muchachos, tratados igualmente por la Comuna y la Gran Guerra como si hubiesen sido sus madrastras.

El secreto del nacimiento desgraciado pesa tanto que algunas autobiografнas se dirнa que se han escrito para enmascararlo. Asн Xavier-Йdouard Lejeune — Calicot— inventa una novela rocambolesca para disimular lo que sus descendientes descubrieron gracias al registro civil, documento implacable. Cuбntos hijos tardнamente legitimados no han descubierto sino demasiado tarde el secreto de su nacimiento, en medio de la turbaciуn y el malestar que lleva consigo el silencio propicio a todo tipo de suposiciones.

A comienzos del siglo XIX, Aurora de Sajonia —madame Dupin— habнa educado sin problemas al hijo natural de su hijo Maurice; Hippolyte Chatiron fue considerado durante toda su vida como hermanastro de George Sand (salvo en cuestiones de herencia). Pero en este aspecto la moral del siglo se fue endureciendo. Su vigilancia nos explica sin duda en parte el descenso de los nacimientos ilegнtimos en favor de las concepciones prenupciales y la progresiуn ascendente de las legitimaciones.

Las taras y la sangre

El reforzamiento de las representaciones de la familia como capital genйtico hace aumentar a su vez la ansiedad que rodea las uniones y los nacimientos. Tener un hijo anormal se convierte en una preocupaciуn sobre la que planea la sombra de un pecado. El monstruo llena las revistas de vulgarizaciуn cientнfica. La Nature, por ejemplo, abunda en descripciones de nacimientos de seres extraсos cuyas malformaciones resultan tanto mбs inquietantes cuanto que se ignora su origen: їno serбn la revelaciуn de alguna tara oculta? Las barracas de feria, los museos de anatomнa —como el del doctor Spitzner— atraen a las multitudes ansiosas e intrigadas. La disminuciуn fнsica suscita desvнo y, en los casos lнmite, reprobaciуn, como si se venteara en ello algъn pecado. De ahн el fastidio o el rencor que recaen a veces sobre las criaturas contrahechas. Mademoiselle de Chantepie, una corresponsal de Flaubert, le cuenta la historia de Agathe, maltratada por sus padres por ser deforme. “De cara no estaba mal, pero tenнa una cabeza enorme sobre un cuerpo infantil horriblemente deforme.” La pegan, la humillan, la tienen descalza, y finalmente consiguen declararla loca (carta del 17 de julio de 1858).

Se piensa que la sнfilis —y en consecuencia el sexo— es el principal factor de anormalidad. De ahн las pesquisas sobre la salud de los futuros esposos, y la afrenta, e incluso la cуlera, cuando se descubre un vicio disimulado. Semejantes desventuras son objeto de cuchicheos en familia y laten en la penumbra, como un misterio cada vez mбs lejano que intriga a los descendientes. Asн, por ejemplo, en la correspondencia sacada a luz por Caroline Chotard-Lioret, la madre del personaje principal, Eugиne, una cierta Aimйe Braud, mal dotada, mal casada, se rebela contra su marido; al tiempo que le reprocha una determinada “enfermedad deshonrosa”, se niega a compartir su lecho y saca la ropa de cama mientras su marido estб de viaje, desplegando a la luz del dнa las sбbanas delante de casa: gesto altamente simbуlico de la intimidad revelada. Hasta que un dнa, desesperada, Aimйe abandona el domicilio conyugal, yendo de proceso en proceso hasta obtener la custodia de los tres hijos que su marido le habнa sustraнdo llevбndoselos a Bйlgica. Se recluye entonces en su casa de Rochefort donde habrнa de morir medio loca. En el ambiente familiar se habla a medias palabras de esta abuela cuyo drama explica la sed de su hijo Eugиne de una familia estable en una casa armoniosa.

La desgracia biolуgica, cuya epopeya escribiу Zola en los Rougon-Macquart, es una nueva forma de deshonor y una fuente de conflictos.

Locura

Otro motivo de espanto: la enfermedad mental, que adquiere precisamente consistencia en este siglo en el que nace la clнnica. Una joven “trastornada” amenaza con alejar a los pretendientes de sus hermanas. Hace recaer el oprobio sobre los suyos al introducir una duda sobre su equilibrio. Lo mбs llamativo, en el affaire Adиle Hugo, es justamente la firmeza del consenso familiar (con la excepciуn de la madre) para neutralizar a aquella muchacha extravagante capaz de ensombrecer la gloria del gran hombre, al tiempo que se oponнa a los curiosos la unanimidad de una versiуn honorable. La familia se une en bloque para expulsar de su seno la anomalнa.

La delincuencia no es siempre —al menos bajo todas sus formas— un objeto de escбndalo. Las fronteras de la respetabilidad se desplazan a travйs del tiempo y varнan segъn los medios sociales. Los campesinos del Portugal contemporбneo, indulgentes con el crimen pasional, reprueban enйrgicamente el robo y mбs aъn la mendicidad (cf. Fatela). Los cуdigos de honor de las diferentes comunidades no coinciden necesariamente con la ley. La delincuencia forestal, por ejemplo, es una prбctica tan unбnimemente extendida que la legalidad del siglo XIXno cesу nunca de batirse en retirada frente a ella. El niсo merodeador, la mujer recogedora de haces de leсa y el mismo cazador furtivo disfrutan de la connivencia general. Del mismo modo, en la ciudad, durante la primera mitad del siglo XIX, las madres de familia pobres incitan frecuentemente a sus hijos a la mendicidad, e incluso al merodeo. La moral popular, orientada hacia la supervivencia del grupo, es muy laxista. Hasta el dнa en que el acceso a la pequeсa burguesнa exige el respeto de las leyes y las buenas maneras. El libertino, el alcoholizado, el impecune, el endeudado, el jugador, el pillo, se convierten en indeseables, severamente censurados. Se mira con malos ojos a los prestatarios y sablistas: un padre de familia ha de “hacer honor” a sus negocios. El heredero indisciplinado atrae sobre sн severas sanciones familiares. Tras habйrsele incapacitado, Baudelaire fue puesto bajo tutela por un consejo de familia; su correspondencia con su madre, madame Aupick, es una perpetua lamentaciуn sobre sus dificultades financieras y sus conflictivas relaciones con el abogado encargado de pasarle una renta regular. Por lo demбs, el buen parecer burguйs impone no dar que hablar de uno, o sea, el ideal de una discreta mediocridad. La excentricidad es una forma de escбndalo.

Mбs que el delito mismo, lo que ofende es el castigo: la intervenciуn de los gendarmes, el arresto, la encarcelaciуn, el proceso. Progresivamente, la prisiуn va sustituyendo en la imaginaciуn social a las marcas de infamia ya abolidas.

La estafa, el fraude, sobre todo si se ejercen frente a un Estado muy exteriorizado, se benefician de una notable indulgencia. Por el contrario, la quiebra se enjuicia no sуlo como un fracaso individual, sino como un pecado, como una caнda en el sentido moral. Cйsar Birotteau se ofrece como vнctima expiatoria; el reembolso de sus pagarйs es una “reparaciуn”; su rehabilitaciуn alcanza un valor religioso. Durante el siglo XIXno son raros los suicidios por quiebra. Y Philippe Lejeune ha demostrado que la quiebra es una fuente de autobiografнas, en la medida en que йstas responden a una necesidad de autojustificaciуn ante los descendientes. Como muy anticapitalistas que eran, las burguesas del norte se hallarнan dispuestas a cerrarle su puerta al hombre que hubiese quebrado como sospechoso de trбficos deshonestos o de mala vida. Serб preciso que se constituyan las sociedades anуnimas para que familia y empresa queden separadas y el capitalismo se libere de la nociуn de honor.

Los oprobios del sexo

Esa sexualidad que el siglo XIX quiere conocer y que erige en ciencia tiene su centro en la familia, en el marco de reglas y de normas cuya garantнa ella constituye y de la que a veces se la desposee: por intervenciуn del sacerdote, pero mбs aъn del mйdico, experto de la identidad sexual, testigo de las dificultades y dispensador de los nuevos mandamientos de la higiene. Aunque su papel, durante el siglo XIX, se halla aъn limitado por el recurso todavнa moderado que a йl se hace.

Esta gestiуn familiar del sexo, ordinariamente sin ruido, se halla rodeada de silencio. Y es muy poco lo que sabemos de ella. El incesto en particular, que, segъn Fourier (Le Nouveau Monde amoureux), era una prбctica corriente, se nos escapa mбs que cualquier otra cosa. La tolerancia sexual varнa segъn los ambientes, los actos, las edades y la condiciуn masculina o femenina. Es, sin duda, en este terreno donde mбs marcada resulta la desigualdad entre hombres y mujeres. La virilidad estб amasada de proezas fбlicas, ejercidas con toda libertad sobre las mujeres y sobre todo sobre las hijas —a las que en Gйvaudan se puede violar casi impunemente—, o sobre los niсos, contra cuyo pudor se puede atentar con tal de que la cosa no sea pъblica. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, un aumento de la represiуn judicial parece indicar una mayor sensibilidad al respecto. Asimismo, a finales del siglo, algunos procuradores generales comienzan a plantear el problema del laxismo penal ante la violaciуn.

Hay dos sexualidades que son objeto de una atenciуn reforzada: la del adolescente, cuya pubertad se considera como una crisis de identidad potencialmente peligrosa tanto para йl como para la sociedad, hasta el extremo de verse en йl un criminal en potencia; y la de las mujeres, por medio de las cuales sobreviene siempre la desgracia. Como causa permanente de angustia, la sexualidad femenina se ve controlada por la Iglesia, que juega a este propуsito un papel primordial. Toda una sociabilidad mariana —decenas del rosario en que las mayores encuadran a las mбs jуvenes, congregaciones de Hijas de Marнa— encierra a las chicas en una red de prбcticas y de prohibiciones destinadas a proteger su virginidad. La piedad combate el mundo y el baile. “Sobre todo, nada de bailes”, le dice a Caroline Brame su confesor. Los mismos ambientes populares hacen de la virginidad de las muchachas un verdadero capital: los padres (o los hermanos) acompaсan a sus hijas o hermanas al baile, un lugar en el que con frecuencia se enfrentan los sexos con no poca brutalidad.

Pero lo mбs grave es la infidelidad conyugal de la mujer. Para con el adulterio del hombre hay una tolerancia total o poco menos, salvo en los casos de notorio concubinato, enйrgicamente reprobado, y legalmente castigado si se lleva a cabo en el domicilio familiar. Por lo demбs, si las mujeres de la burguesнa, ignorantes de las relaciones de su marido, apenas si tienen algъn recurso, las mujeres del pueblo urbano, en cambio, mejor advertidas por los rumores o los encuentros callejeros, cuentan para esas circunstancias con su franqueza de expresiуn y son capaces de rebeliуn, sobre todo cuando se consideran lesionadas financieramente como amas de casa, responsables del bienestar de los hijos. La Gazette des tribunaux resuena con el estruendo de sus injurias a los maridos infieles o a las “arrastradas” cortejadas por ellos. Entre finales y principios de siglo, el vitriolo se convertirб a veces en su arma terrible.

El adulterio femenino es el mal absoluto contra el que el marido tiene todos los derechos, al menos en principio y en los comienzos del siglo XIX. Porque —como ha puesto de relieve Alain Corbin— luego se va a desarrollar una tendencia mбs igualatoria, cuya expresiуn encontramos en el veredicto mбs ecuбnime de los tribunales.

Las formas de conflicto

La mayorнa de los conflictos familiares se resuelven en el foro interior. Las conveniencias, el sentido de la circunspecciуn, el miedo al quй dirбn, la obsesiуn por la respetabilidad, hacen que se los rehъya, siendo asн que constituyen en ciertos aspectos el sustrato de las familias. No dejar traslucir nada, evitar la intervenciуn de terceros, “lavar en familia la ropa sucia”: preceptos de moral campesina tanto como burguesa que endurecen la frontera entre “nosotros” y “ellos”: ese exterior siempre amenazador. En un ambiente obrero, la discreciуn se vuelve mбs difнcil. No hay distancias ni muros que valgan: “Desde mi cama, yo podнa escuchar todo lo que ocurrнa en casa de X”, manifiesta el testigo de un asunto criminal. Los obreros figuran entre la gente mбs expuesta, de ahн tal vez esa discreciуn cuando se trata de tener que hablar de sн mismos.

En caso de conflicto, algunas familias se erigen en una especie de tribunal, exigen una reparaciуn o expulsan la causa del desorden. Asн es como se forman partidos adversos, clanes opuestos entre sн, o que ya no se hablan ni se tratan. Hay toda una diplomacia familiar que lleva adelante el contencioso, hasta determinar los puestos en la mesa, las contradanzas en las ceremonias, las negociaciones, los tratados, las reconciliaciones durante los entierros, por ejemplo; la muerte reъne tanto como divide. Algunas personalidades —tнos o tнas cйlibes— se pasan el tiempo cogiendo los hilos de estas intrigas, complicadas con tenaces leyendas. No es raro que persistan determinadas desavenencias cuyo origen nadie sabe. Y tampoco faltan almas piadosas que dedican sus desvelos a reconstruir la armonнa quebrantada. Porque la imagen que se anhela dar de los suyos es la de un perfecto entendimiento, como en esos grupos de gentes reunidas al completo por una fotografнa familiar que atestiguan, frente a los otros y a las futuras generaciones, la fuerza y la serenidad de una tribu.

Violencias

El enfrentamiento fнsico es muy raro en el seno de la familia burguesa, que rechaza los cuerpo a cuerpo rъsticos y prefiere canales mбs sutiles, pero no menos devastadores: perversas estrategias del topo o de la araсa, que minan desde dentro, en la sombra y en silencio, los edificios y las reputaciones de mбs sуlida apariencia. El veneno es la ъltima forma de esta violencia secreta a la que no dejу de ofrecer ciertas facilidades el desarrollo de los productos tуxicos —el arsйnico, y luego el fуsforo—. “Hay un crimen que se oculta en la sombra, que se extiende por los hogares, que aterroriza a la sociedad, que parece desafiar con los artificios de su empleo y la sutileza de sus efectos los procedimientos y los anбlisis de la ciencia, que intimida con la duda la conciencia de los jurados y que se multiplica de aсo en aсo con una espantosa celeridad; este crimen es el envenenamiento”, escribe en 1840 el doctor Cornevin. Una vieja tradiciуn atribuye este crimen a las mujeres, disimuladas por fuerza y por naturaleza, y agazapadas en el corazуn de las faenas domйsticas. Marie Lafarge, condenada en 1838 por haber envenenado a un marido muy poco conforme con sus sueсos —crimen que ella siempre negу—, es el prototipo de esas hermosas envenenadoras que las suegras suspicaces ven merodear en torno a la muerte de sus hijos preferidos. Entre 1825 y 1885, las estadнsticas judiciales enumeran, en relaciуn con 2.169 asuntos de envenenamiento que habнan causado 831 vнctimas, 1.969 acusados, de los que 916 eran hombres y 1.053 mujeres, o sea, un 53% (porcentaje que desde luego es mucho mбs alto que el de la media de las mujeres criminales: en torno al 20%). Estos crнmenes culminan entre 1840 y 1860 y luego declinan netamente. Pero estas cifras, ni siquiera en periodos бlgidos, tienen nada que ver con los delirios fantasmales de la йpoca.

En medios rurales y obreros, el uso de los golpes, la riсa entre hermanos o primos siguen siendo procedimientos cуmodos y expeditivos para saldar cuentas pendientes. Pegar a la propia mujer forma parte de las prerrogativas masculinas. Los golpes y malos tratos son el motivo aducido por el 80% de las mujeres que demandan separaciуn de cuerpos. Mбs todavнa que a la mujer infiel, el marido, con frecuencia ebrio, a quien suele zurrar al regreso del trabajo es a la esposa derrochadora o mala ama de casa. “La comida no estaba preparada, el horno estaba apagado”, dice como excusa un acusado que ha golpeado mortalmente a su mujer.

Porque la escena domйstica, clбsica entre el pueblo, puede llegar hasta ese extremo. El “crimen pasional”, del que Joлlle Guillais-Maury ha estudiado un centenar de casos en el Parнs de fin de siglo, es casi siempre un acto masculino, de un hombre ordinariamente joven, ejercido sobre una mujer para “vengar su honor” escarnecido. “Estoy dispuesto a matar a mi mujer” quiere decir: “Tъ eres mi mujer y me perteneces”. Segъn los casos, se trata de mujeres, casadas o no, que en efecto resisten, le rehъsan el acto sexual a un hombre que las desagrada, se echan un amante o se van de casa. Estas mujeres reivindican, con una vitalidad y una franqueza de expresiуn sorprendentes, su derecho a la libertad de movimientos y de decisiуn; expresan tambiйn sus deseos, se quejan de hombres infieles, brutales, poco vigorosos, o, por el contrario, tiranos sexuales: “Era un infierno”, exclama una de ellas. Afirman la autonomнa de sus cuerpos. Pero lo pagan muy caro, a veces con su vida.

Porque la vнctima principal de estas violencias familiares de toda especie es la mujer. Por ejemplo, el ama de Flaubert, Louise Pradier, echada de casa por su marido. “Le han retirado sus hijos, se lo han retirado todo. Vive con 6.000 francos de renta, en un piso de alquiler, sin doncella, en la miseria” (carta de Flaubert, 2 de mayo de 1845).

El mismo Gustave habla de una obrera que, por mantener relaciones con un notable de Ruбn, habнa sido asesinada por su marido, metida en un saco y lanzada al agua: crimen por el que sуlo le condenan a cuatro aсos de cбrcel. La mujer descuartizada, un hecho tantas veces repetido como para constituir una categorнa, ilustra de modo paroxнstico una realidad del siglo XIX: el furor contra una mujer cuya emancipaciуn no se admite.

Venganza privada

La violencia como forma de venganza privada, intra y extrafamiliar, sigue siendo una prбctica popular ampliamente extendida. En la vasta investigaciуn que Anne-Marie Sohn ha llevado a cabo sobre los papeles femeninos a travйs de medio siglo de archivos judiciales se ha encontrado casi exclusivamente con las clases populares. Y Louis Chevalier ha descrito la intensidad de las peleas obreras en Parнs durante la primera mitad del siglo XIX. Los alrededores de la taberna, las salidas de los bailes donde los tipos se van a las manos por una muchacha (los italianos, reputados por suseducciуn, son sus vнctimas habituales), los descampados, o las fortificaciones de la capital donde tiran de navaja los jуvenes “apaches”, son otras tantas zonas en las que la gente arregla entre sн sus cuentas, enfrentбndose a la policнa si es preciso cuando йsta pretende intervenir. Signos todos ellos de una relaciуn con el propio cuerpo que no necesita ninguna mediaciуn ajena para expresarse.

En el mundo rural, la vendetta en su estado puro no existe apenas mбs que en Cуrcega. Sin embargo, las estadнsticas de homicidios, lo mismo que los informes administrativos, permiten identificar una “regiуn de la venganza” que se extiende por casi todo el sur del Macizo central: Velay, Vivarais, Gйvaudan, que algunos demуgrafos califican como regiones de estructura patriarcal. E. Claverie y P. Lamaison han examinado largas series de procesos criminales y puesto de relieve la diversidad de los mecanismos de venganza, la intensificaciуn de las tensiones ligada a las dificultades de los mбs jуvenes proletarios por el marasmo econуmico. Un vivo sentimiento de frustraciуn precipita inopinadas caнdas de piedras, enciende incendios epidйmicos, o da lugar a peleas mortales o extraсos embrujamientos.

Pero estos autores constatan tambiйn que las poblaciones recurren cada vez mбs a la policнa, integrando la violencia privada en la legal, o incluso sustituyendo aquйlla por йsta. La denuncia reemplaza progresivamente al incendio o a la gresca. No obstante, la gente vacila ante el proceso, oscuramente consciente del hecho de que la actuaciуn judicial entraсa otra lуgica, y que en virtud de la misma todo el mundo, demandantes y demandados, corre un riesgo de quedar al descubierto, al desnudo. Entonces sobrevienen las tentativas de “arreglo”, con su cortejo de amigables reparaciones. Si fracasan, entonces se sigue hasta el final del procedimiento. El paso por lo penal, la comparecencia ante los tribunales, correccional o criminal, la cбrcel, que en otros tiempos sуlo suscitaban indiferencia, o eran motivo de envanecimiento y bravatas, se convierten ahora en motivos de deshonra que pueden ocasionar incluso venganzas. Testigos de una individualizaciуn de las concepciones o formas de pensar, semejantes recursos contribuyen a desarrollarla y a introducir el aparato judicial, otrora mбs exterior, en el corazуn de las prбcticas populares. El derecho a la venganza privada, relativamente admitido por los jurados de la йpoca, al menos en lo concerniente al crimen pasional, sobre todo si su motivo era el adulterio femenino, empieza a ser cada vez menos tolerado por los criminуlogos de comienzos del siglo XX, que ven en йl un signo de primitivismo, o de locura, “negaciуn de la ley, retorno a la barbarie, y regresiуn hacia la animalidad”, segъn Brunetiиre (La Revue des deux mondes, 1910), un intйrprete de la opiniуn ilustrada.

Venganza legal

La demanda judicial no es ciertamente una cosa nueva. Yves y Nicole Castan han estudiado los comportamientos judiciales de las poblaciones del Languedoc en la йpoca moderna. Michel Foucault y Arlette Farge han puesto de relieve quй uso hacнan las familias de los comisarios de policнa y de la denuncia secreta (lettre de cachet) para restablecer su equilibrio amenazado. Durante el siglo XIX, este tipo de recurso se mantuvo de dos maneras: la correcciуn paterna y el internamiento por motivos psiquiбtricos, en virtud de la ley de 1838.

Aunque cuantitativamente marginal —1.527 mandamientos expedidos en 1869, cifra mбxima—, la correcciуn paterna no alcanzу a menos de 74.090 hijos entre 1846 y 1913. Funcionaba sobre todo en la regiуn del Sena (un 75% de los mandamientos expedidos entre 1840 y 1868, y un 62% entre 1896 y 1913), y concretamente en Parнs. Instrumento al principio en manos de las clases acomodadas, la correcciуn paterna se vuelve cada vez mбs popular, hasta que el decreto de 1885 exonera a las familias pobres de los gastos de pensiуn o mantenimiento; en 1894-1895, las profesiones manuales representan el 78% de las demandas. Un rasgo chocante: la relativa intensidad de la correcciуn con respecto a las jуvenes: un 40,8% de los casos entre 1846 y 1913, lo que representa un porcentaje muy superior a su tasa de delincuencia (del 16 al 20% entre 1840 y 1862, y del 10 al 14% entre 1863 y 1910). Los padres temen el embarazo de sus hijas y velan por su “mala conducta”, principal motivo invocado para encerrarlas: la virginidad sigue siendo el capital mбs precioso.

La correcciуn paterna fue objeto de бsperos debates que enfrentaron a los incondicionales de la autoridad paterna y a los partidarios de los “intereses del hijo” que incriminaban sobre todo el ambiente familiar: asн, por ejemplo, el jurista catуlico Bonjean, animador de la Sociedad General de Prisiones y de la Revue pйnitentiaire, autor de Enfants rйvoltйs et Parents coupables (1895). A finales de siglo, se denuncia, mucho mбs que a los sujetos perniciosos, los malos tratos infligidos por padres desnaturalizados, cuya desautorizaciуn se preconiza. A pesar de las leyes de 1889 (sobre la desautorizaciуn paterna) y de 1898 (sobre los malos tratos), no por ello deja de funcionar la correcciуn paterna, aunque cada vez peor, hasta 1935. Un decreto-ley vino entonces a suprimir la prisiуn, pero manteniendo el confinamiento, que se le parecнa mucho a causa de la desastrosa situaciуn de las instituciones correccionales. Bernard Schnapper subraya la extrema lentitud de una evoluciуn que se explica por la fuerza del consenso —opiniуn pъblica y juristas de acuerdo entre sн— sobre el principio de autoridad. Sin embargo, cambios como йstos indican un retroceso de la privacy popular ante el Estado y, en nombre del interйs del hijo como ser social, ante una policнa ejercida sobre la familia: para lo mejor y para lo peor.

Internamiento en asilos

La ley de 1838 permitнa a las familias el internamiento, no de los peligrosos, los indeseables o los indisciplinados, sino de los locos. En este sentido no hay continuidad entre el asilo y la Bastilla, sino, al contrario, una diferencia radical: la medicalizaciуn del internamiento en el que la autoridad administrativa resulta secundaria. Ningъn prefecto puede firmar una orden de internamiento sin un certificado mйdico. Robert Castel insiste en esta motivaciуn. Que luego hubiera manipulaciones del acto mйdico o una interpretaciуn de determinadas conductas desviadas indebidamente, catalogadas como “locura”, eso es ya otra cosa.

Ejemplos de manipulaciуn: el caso de Clйmence de Cerilley, a quien su marido, bajo diversos pretextos, en concreto el de un misticismo exacerbado, hace encerrar con fines financieramente interesados, con ayuda de los suyos y el apoyo de un mйdico; el de Hersilie Rouy, cuyo hermanastro, con el propуsito de quedarse con una herencia, obtiene en 1854 su “confinamiento voluntario”, con el pretexto de que el modo de vida excйntrico de esta artista cйlibe —independiente, lo que ella busca es la soledad— tiene que ver con la “monomanнa aguda”, de acuerdo con el certificado del doctor Pelletan que le valdrб catorce aсos de asilo; asн como tambiйn el de una madame Dubourg, a la que su marido hace internar porque ella le rechaza (acabarб por asesinarla). En tiempos recientes se han redescubierto las figuras de Adиle Hugo y de Camille Claudel, cuyo encierro presenta todas las apariencias de haber sido el fruto de una decisiуn familiar arbitraria destinada a salvaguardar la reputaciуn de un gran hombre.

Mбs sutilmente interesante, la nociуn de normalidad interviene a su vez en estas taxonomнas de enfermedades mentales femeninas, estudiadas por Yanick Ripa (La ronde des folles, Aubier, 1986). La desmesura en todo, el exceso, concretamente la pasiуn amorosa, sobre todo cuando recurre a direcciones prohibidas —el amor por el padre, el lesbianismo, incluso el amor hacia un hombre mбs joven, o simplemente la iniciativa femenina, asн como tambiйn el clitorismo—, constituyen otras tantas desviaciones. “Toda mujer estб hecha para sentir, y sentir equivale prбcticamente a histeria”, escribe Trйlat. Para el autor de La folie lucide (1861), los desequilibrios sexuales y familiares son la principal fuente de demencia. A la inversa, la armonнa familiar es una garantнa de la razуn.

La locura puede ser tambiйn una salida respecto de una desgracia familiar real. Entre las locas, hay muchas mujeres enamoradas abandonadas, malcasadas, engaсadas, asн como madres desoladas por la muerte de sus hijos. El desvarнo masculino parece ligado sobre todo a los avatares de la existencia pъblica o profesional. La quiebra, la dilapidaciуn, el juego…, йstas son, denunciadas por las mujeres, las formas de la demencia de los hombres, que no hay que olvidar constituyen mayorнa en los asilos. En todo caso, y aun cuando la policнa continъe, por medio del confinamiento de oficio, utilizando el asilo como un depуsito para fautores de desorden pъblico, el asilo se nutre cada vez mбs del drama privado y del conflicto familiar, cuyo juez y бrbitro es el mйdico.







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