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El verano: de la temporada en el campo a las vacaciones





La estancia en el campo

En su cйlebre trilogнa de La Villegiatura, interpretada en Venecia en 1761, arremete Goldoni contra “esa inocente diversiуn del campo, que se ha convertido en nuestros dнas en una pasiуn, en una manнa, en un desorden”. En Francia, a comienzos del siglo XIX, sуlo una elite relativamente restringida la practica. Todavнa hacia 1870 se considera el tйrmino como un neologismo. El Larousse du XIXe siиcle define la palabra villйgiature como “la temporada que se pasa en el campo con el propуsito de descansar”. La aristocracia y, en tйrminos generales, los ricos propietarios a quienes los negocios no retienen en Parнs ni en las grandes ciudades, tienen sus cuarteles de verano en sus mansiones campestres (chвteaux), en sus tierras, en las comarcas rurales, y sуlo regresan a la ciudad en octubre, o incluso en noviembre, despuйs de haber disfrutado de la temporada de caza. De esta forma el aсo se divide en dos mitades: la temporada mundana, de invierno y primavera, y la temporada en el campo, durante el verano y una parte del otoсo.

La burguesнa empezу poco a poco a imitar el modelo aristocrбtico. En su crуnica de Le Figaro, del 15 de mayo de 1856, se burla de ello Auguste Villemot. Porque, segъn dice, si para una mujer resulta atractivo jugar a la “simplicidad campestre” cuando va, desde el mes de mayo, a instalarse en el campo a las puertas de Parнs, para un hombre que tenga sus negocios en Parнs, semejante caricatura de la vida de chвteau es simplemente un infierno. El periodista se divierte con la situaciуn. Pero sigue siendo verdad que las familias burguesas abandonaban de muy buena gana la ciudad por sus alrededores durante la bella estaciуn. “Un burguйs de Grenoble no se considera como tal si no posee una propiedad”, escribe Stendhal. Su padre tiene de hecho una casa en Chaix, a dos leguas de la ciudad. La familia pasa allн las fйries, o sea, las vacaciones, los meses de agosto y septiembre. La mayorнa de los burgueses de Ruбn poseнan una residencia rural poco alejada de la ciudad y pasaban en ella varios meses del aсo, invitando a la misma a parientes y amigos. Aprovechaban ademбs su estancia para vigilar las granjas que les pertenecнan en los alrededores. Madame G., nacida en 1888, hija de un rico comerciante bordelйs, recuerda que, en su infancia, iba a vivir, de Pascuas a Todos los Santos, con sus padres, sus hermanos y sus hermanas y media docena de criados, a una hermosa mansiуn familiar en Pontac, a siete u ocho kilуmetros de Burdeos. Por su parte, la familia de Antoine Arrighi —abogado en el Consejo de Napoleуn III— dejaba en primavera su domicilio parisiense en la calle de Rennes y se iba a Auteuil, donde madame Arrighi alquilaba junto con su hermana, madame Villetard de Pruniиres, una casa rodeada de jardнn. Por ejemplo, en 1878, abandonan Parнs el 11 de mayo y regresan el 26 de octubre. Esta temporada a las puertas de Parнs ha de distinguirse de las estancias que los Arrighi pasaban, en pleno verano, en las costas de la Manche (Langrune en 1876 y 1877, Saint-Aubin de 1878 a 1884, Mers en 1885, y Beuzeval en 1888) o en balnearios (Challes en 1882, La Bourboule en 1886 y Ginebra en 1887).

Los casos que acabamos de citar ponen de relieve la diferencia entre la burguesнa de provincias y la de Parнs. La primera reside en el campo en propiedades que le pertenecen. La segunda no tiene grandes fincas, no tiene que vigilar su explotaciуn. Lo que hace, por tanto, es alquilar para las vacaciones casas de campo o instalarse en hoteles. El alquiler permitнa ir de vacaciones a sitios distintos. Madame D., nacida en 1876, cuenta que su padre, director de la Escuela normal superior, gustaba de cambiar y no llevaba nunca a su familia dos veranos al mismo sitio. Preferнa alquilar fincas espaciosas por 500 francos la temporada. Durante un verano de los aсos ochenta estuvieron viviendo en un castillo de diecisiete habitaciones en el Morbihan.

Si no disponen del tiempo libre suficiente para vivir durante seis meses del aсo en el campo hay muchos ciudadanos que adquieren al menos la costumbre de salir a йl los domingos. A propуsito de La Maison de campagne, libro de йxito de Aglaй Adanson, leemos en La Gazette des mйnages del 10 de febrero de 1831: “Marcharse el sбbado por la tarde, pasearse el domingo (si no llueve) y regresar a la ciudad el lunes por la maсana, he aquн a lo que llaman muchos parisienses salir al campo. Con un cochero, un jardinero y una cocinera, estos ciudadanos tienen cuanto necesitan para sus breves excursiones”.

La emigraciуn estival

El 6 de agosto de 1854, Auguste Villemot evoca asн, en Le Figaro, el intenso calor y la capital desierta: “Se dirнa que toda la vida ha ido a refugiarse en los andenes de los ferrocarriles”, donde los maridos acompaсan a sus esposas que parten para los baсos de mar o el campo. En Parнs no se quedan “mбs que los porteros y la gente de letras”. Es una humorada. Pero la realidad no deja de ser sorprendente por otras razones: el periodista calcula que son 30.000 los parisienses que han abandonado la ciudad durante el verano. Los ciudadanos que tienen medios para ello se convierten en “turistas”. La palabra, sinуnimo de viajero, data de 1816, pero es Stendhal quien la impone realmente en 1838 con sus Mйmoires d’un touriste. El Larousse du XIXe siиcle dice a propуsito del turista que “viaja por curiosidad y ocio”. Los turistas no son forzosamente andarines o itinerantes. Pueden preferir instalarse en una villa junto al mar y no moverse ya de allн (la palabra “veraneante” no aparece hasta 1920). Asн, La Gazette des touristes et des йtrangers, creada en 1877, ofrece sobre todo referencias de las estaciones balnearias. La lectura de los nъmeros de verano de las revistas de moda pone de relieve la importancia de la emigraciуn: todas ellas tienen su crуnica respectiva de la vida mundana en los “balnearios”. Un tйrmino, йste, que designa con frecuencia lo mismo las estaciones de baсos que las termales. “Las aguas son en verano lo que los salones en invierno”, escribe el Journal des dames (5de junio de 1846).

Del Primer Imperio data el comienzo de la explotaciуn de las aguas minerales —en 1809, en Aix-les-Bains, habнa mil doscientos centros de curas de aguas—, y de la Restauraciуn, el descubrimiento de los baсos de mar. En 1822, el conde de Brancas, subprefecto de Dieppe, funda el primer establecimiento de baсos de mar y logra que acuda a ellos la duquesa de Berry. Cada aсo, hasta 1830, durante el mes de julio, la corte se traslada a Dieppe. A partir de 1830, los aristуcratas del faubourg Saint-Germain conservan esta costumbre. Dieppe es entonces la ъnica estaciуn balnearia verdaderamente organizada —aunque en 1835 empieza a hablarse de la pequeсa playa de Biarritz que, durante el Segundo Imperio, pasarб a ser la estaciуn preferida de la emperatriz Eugenia—. Al final de la monarquнa de Julio, Trouville, en la costa normanda, se convierte en una playa de moda, sуlo que mбs burguesa y menos chic que Dieppe.

El tren redujo en dos tercios la duraciуn del viaje entre la capital y las playas. Hacia 1840, en coche de caballos, se empleaban doce horas en ir de Parнs a Dieppe; durante el Segundo Imperio, por ferrocarril, el viaje se reduce a cuatro horas. En agosto de 1848, empieza a unir Parнs con Dieppe el primer “tren de placer”. Estos trenes que permiten alcanzar en los fines de semana las ciudades de la costa normanda van a conocer, a lo largo de la segunda mitad del siglo, un йxito creciente, tanto mбs cuanto que, a partir de 1850, la Compaснa anuncia billetes a precios reducidos (5 francos en tercera clase, 8 francos en segunda). Para la clientela acomodada circula el “tren amarillo” o “tren de los maridos”. En 1871 sale de Parнs el sбbado por la tarde y devuelve a su destino a los viajeros el lunes antes del mediodнa —el tiempo justo, para los hombres apremiados por sus negocios, de ir a pasar el domingo con su mujer y sus hijos que pasan sus vacaciones junto al mar—. La gente mбs rica puede a su vez tomar cada dнa trenes de lujo, como el que une Parнs con Trouville entre el 15 de julio y el 30 de septiembre de 1904; formado por vagones-salуn, sуlo tiene las dos primeras clases con suplemento. Los viajes de ida y vuelta salen por mбs de 50 francos, o sea, veinte jornadas de trabajo de un obrero.

Sin duda alguna los parisienses abandonaban con mayor facilidad su ciudad que la gente de provincias, gracias a las comunicaciones ferroviarias directas. Se dirigнan sobre todo a la costa normanda, mucho mбs, por ejemplo, que los burgueses de Ruбn que, a pesar de la proximidad del mar, iban poco allн antes de 1914. Йstos, en cambio, tomaban con frecuencia el tren de Parнs (la lнnea Parнs-Ruбn funciona desde 1843).

Junto al turismo de verano en la montaсa y las ciudades de baсos se crea un turismo de invierno, sobre todo en las costas del Mediterrбneo (el nombre de “Costa Azul” data de 1877). Tras la anexiуn del condado de Niza a Francia, en 1860, esta ciudad conoce una boga creciente como lugar de residencia en invierno. En 1861-1862 acoge a 1.850 familias; en 1874-1875, a 5.000. En 1887 pasaron varios meses en Niza 22.000 personas ajenas a la ciudad. Atraнdas sin duda por la suavidad del clima, pero tal vez empujadas tambiйn por los mйdicos. El cambio de aires era una medicaciуn de moda hacia 1890 para tratar de detener los estragos de la tuberculosis; se prescribнan estancias en la montaсa asн como inviernos bajo cielos clementes. En la costa atlбntica, la “ciudad de invierno” de Arcachon es un ejemplo extremo de esta alianza entre los cuidados mйdicos y el turismo. Edificada en su integridad durante el Segundo Imperio como estaciуn de cura para los tuberculosos, tenнa, sin embargo, un casino.

La necesidad del ocio

Durante el transcurso de la segunda mitad del siglo se implantу la nociуn de las vacaciones como cambio necesario de actividad y de gйnero de vida. El reposo y los beneficios de la naturaleza parecen una contrapartida del modo de vida urbano e industrial. Este gusto por la naturaleza no es nuevo, y Robert Mauzi ha puesto de manifiesto su desarrollo ya en el siglo XVIII. Pero lo que sн es nuevo, como subraya con toda razуn Henri Boiraud en su estudio sobre las vacaciones, “es la inserciуn de estas preocupaciones en la organizaciуn temporal de las actividades humanas”.

En alternancia con el tiempo del trabajo se reconoce el tiempo de las vacaciones, es decir, de la naturaleza, de los viajes, del esparcimiento. En una sociedad rural o artesana, el tiempo del ocio encontraba su lugar propio en el marco de las actividades normales. En la sociedad urbana e industrial sobreviene a plazo fijo para todo el mundo, y se concentra en el verano. Lejos de ser, como en Rousseau, un desecho de los apremios temporales, el gusto por la naturaleza, a medida que se propaga por nuevas clases sociales, estructura el tiempo de manera inйdita. La exigencia de las vacaciones, que se manifiesta cada vez mбs ampliamente, introduce una reparticiуn diferente del aсo. Un artнculo de la Revue hebdomadaire del 6 de julio de 1912 titulado “La cuestiуn de las vacaciones”, declara lo siguiente: “Hace cincuenta aсos, uno llamaba la atenciуn si se tomaba unas vacaciones; en nuestros dнas se corre el riesgo de llamarla si no se las coge”. Se sienten las vacaciones como una necesidad y se las reivindica como un derecho. De finales del siglo XIX data precisamente la organizaciуn de las actividades de ocio, con el Touring Club de Francia (1890), la Guide Michelin (1900) y las oficinas municipales de turismo.

La evoluciуn general de la sociedad, que lleva del veraneo aristocrбtico a la idea del derecho al ocio —y yendo mбs lejos, a las vacaciones pagadas de 1936—, resulta legible tambiйn en la historia de las vacaciones escolares.

Hasta el siglo XIX, las escuelas tenнan vacaciones en dos tipos de ocasiones: las fiestas religiosas que esmaltaban el aсo y los trabajos del campo, que provocaban ausencias tan numerosas como para que las clases de primaria se interrumpieran temporalmente. A lo largo del siglo XIX, dнas de asueto y vacaciones van a disociarse de las Iglesias y de las constricciones rurales, y ya no van a tener otra razуn de ser que la de dar tiempo de descanso a los alumnos y a los profesores, con lo que se alargarбn notablemente, en particular durante la Tercera Repъblica.

Las vacaciones de verano son, durante todo el siglo, de seis semanas como mбximo, ya que el tйrmino de las clases se sitъa alrededor de la Asunciуn, y la vuelta a las clases a comienzos de octubre. En 1894, un decreto del 4 de enero decide que a esas seis semanas se les pueden aсadir dos suplementarias, en las escuelas “en las que se organizan clases de vacaciones”. La prolongaciуn se concede al principio como una recompensa, a tнtulo excepcional, al personal “que haya contribuido al funcionamiento de cursos regulares de adultos y adolescentes”, y luego a los profesores que han asegurado el buen resultado de las tareas postescolares. Un decreto anual renueva estas disposiciones hasta 1900. De este modo se crea una costumbre: la duraciуn normal de las vacaciones ha pasado a ser de ocho semanas, del primero de agosto al primero de octubre. En 1912, la disposiciуn del 20 de julio amplнa a diez semanas la duraciуn de las vacaciones de verano en la enseсanza secundaria, del 14 de julio al primero de octubre. Habrб que aguardar a 1935 para que esta medida se haga extensiva a la primaria.

Desaparece tambiйn aquella йpoca en que los alumnos internos pasaban en el liceo o en su colegio privado las seis semanas de las vacaciones. Durante la Restauraciуn, no eran raros los chicos que permanecнan durante aсos enteros en los internados sin salir nunca de ellos. Todavнa los hay en tiempos del Segundo Imperio. En agosto de 1866, Victor Duruy, ministro de Instrucciуn Pъblica, se conmueve aъn con la suerte de tales jуvenes y manifiesta el deseo de que se los acoja en los liceos de las zonas costeras. Punto de vista muy moderno que conviene subrayar, lo mismo que su sueсo de que se organicen viajes e intercambios escolares.

Cada vez con mayor insistencia se le reprocha a la vida escolar su falta de apertura a la vida, al tiempo que se descubre el aspecto educativo tanto como higiйnico de las vacaciones y el ocio. Asн es como se desarrollan con gran rapidez las colonias de vacaciones, y como se implanta en Francia el escutismo a partir de 1911.

Las vacaciones y la familia

“ЎPero si vais a tener los premios cuando volvбis!”, afirmaba la madre de madame R. cuando, el dнa primero de julio, se llevaba a sus tres hijos de vacaciones. Estaban en el liceo y habrнan preferido aguardar a la distribuciуn de premios… Madame R., parisiense nacida en 1897, habнa ido durante toda su niсez de vacaciones a Langrune, en la costa normanda. Sus padres escribнan por Pascua para reservar la villa, cuyo alquiler les costaba 400 francos. Alquilaban tambiйn un piano y una caseta de baсo (que costaba cincuenta francos) y contrataban como criada a una muchacha que “se hacнa la temporada” por 15 francos al mes. El padre, ingeniero de Caminos, venнa a ver a su familia algunos dнas entre el 15 de julio y el 15 de septiembre y pasaba con ellos en concreto el mes de agosto. Se dedicaban todos ellos juntos a pasear en bicicleta.

Durante sus aсos de adolescencia, madame R. y sus hermanos frecuentaron los casinos de las “playas familiares”. Todo el mundo se conocнa y los padres les permitнan con toda tranquilidad reunirse con unos y con otros para aprender a bailar. Los cнrculos familiares se mezclaban entre sн para formar una red de relaciones en la que los jуvenes podнan circular sin peligro con mбs libertad que en Parнs.

Sin dejar de ser lugares de diversiуn, los casinos fueron los templos laicos de la convivialidad de los jуvenes burgueses que pasaban el verano en las “playas familiares”. Sin que la gente joven que los frecuentaba lo supiese, eran anбlogos al que los Boileau habнan construido para su uso personal. Caroline Chotard-Lioret nos cuenta que estos librepensadores habнan destruido en 1894 la capilla de su propiedad de Vignй para reemplazarla por una “sala familiar”.

Era una pieza de veinticinco metros de largo, tapizada de terciopelo rojo, con zуcalos de madera. Tenнa dos grandes chimeneas de piedra tallada con unos medallones en los que aparecнan las iniciales de Eugenio e Isabel, que habнan financiado el proyecto. Se inaugurу en 1901, con ocasiуn del matrimonio de las dos jуvenes Boileau, Juana y Magdalena. Mбs tarde sirviу de comedor donde Eugenio y Marнa presidнan, en verano, unas mesas a las que se sentaban de treinta a cincuenta personas. La casa de Vignй siguiу siendo para todos los descendientes de los Boileau un “lazo federal” poderoso y representу una cohesiуn entre ellos. Hasta los aсos cincuenta de este siglo era allн donde todos los primos volvнan a encontrarse durante las vacaciones.







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