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ЇComuniуn solemne o privada?





Estos debates desembocaron en el decreto pontificio de agosto de 1910, Quam singulari Christus amore. Pнo X ordena que los niсos hagan la primera comuniуn en cuanto comiencen a tener un conocimiento elemental de la religiуn, a los siete aсos por tйrmino medio. El decreto persigue dos fines, uno espiritual y otro material.

Se trataba ante todo de eliminar lo que habнa de jansenismo en la primera comuniуn tardнa. Los jansenistas, en efecto, habнan presentado la eucaristнa como una recompensa, mientras que debe considerбrsela como “un remedio a la fragilidad humana”. Por tanto, si parece que un niсo se halla suficientemente instruido en las cosas de la religiуn, despuйs de dos aсos de catecismo, es ъtil que haga la primera comuniуn y que luego confiese y comulgue a menudo: es el mejor medio de fortalecer su alma. Es preciso que el sacramento sirva de baluarte contra la tentaciуn y el pecado. La comuniуn precoz deberнa conducir idealmente a la comuniуn diaria y a la pureza de corazуn.

Por otra parte, el decreto aspiraba a reducir la aparatosidad que rodea a la primera comuniуn. Hasta el punto de que sus adversarios ven en йl “el peligro de suprimir la solemnidad que hace, entre nosotros, de la primera comuniуn el dнa mбs hermoso de la vida”. La comuniуn colectiva con la correspondiente solemnidad se introdujo en Francia hacia mediados del siglo XVIII, primero en ciertos establecimientos religiosos, en particular los de los jesuitas, y luego, poco despuйs, en las parroquias. Todavнa en 1789 no se hallaba muy difundida y no se adoptу unбnimemente hasta despuйs del Concordato.

La solemnidad condujo a la mundanidad. El despliegue del ceremonial en la iglesia se orientaba, como en el caso de la boda, a dejar “un recuerdo que nada pudiera borrar”. Y, si los chicos visten sobriamente con un traje de paсo negro y un brazal de tela fina o muarй en el brazo derecho, las niсas, en cambio, se parecen a pequeсas novias, todas ellas de blanco: vestido de muselina y velo. “La existencia entera de la muchacha se desliza entre dos velos, el de la primera comuniуn y el de la boda”, escribe en 1910 la condesa de Gencй. Las niсas reciben unos regalos dignos de figurar en una canastilla de matrimonio. Porque sуlo las relaciones no нntimas de la familia ofrecen objetos religiosos, libros de misa o rosarios. Las нntimas escogen regalos profanos, joyas, relojes o bibelots elegantes. La costumbre, a finales del siglo XIX, impuso la exposiciуn de los regalos con la tarjeta del donante, exactamente igual que si se tratara de regalos de boda. Para llevar hasta el final el paralelismo, el almuerzo familiar que sigue a la misa solemne se termina con la representaciуn de una pieza montada para la ocasiуn.

Rebajar en varios aсos la edad de la primera comuniуn equivale forzosamente a alejarla de su papel de prefiguraciуn del matrimonio. Serнa ridнculo hacerle a una chiquilla de siete aсos los mismos regalos que se le hacнan a una adolescente de doce. Y en tales circunstancias la pequeсa pensarб menos en los obsequios y en su tocado. Pero ello significaba no tomar en consideraciуn todo el montaje comercial que se habнa creado en torno de este rito: “Todo lo que se pone ese dнa la familia ha de ser de estreno; el padre y la madre especialmente; la madre sobre todo tiene una ocasiуn favorable para obtener de su esposo un nuevo tocado, en el que se alнen lo profano y lo sagrado. Los modistos tienen previsto un surtido completo para todos los bolsillos: para las niсas pobres, ofrecen por 3,75 francos el vestido, el corpiсo y el velo con una toca de 0,85 francos; para las mбs acomodadas, la toca de 15 francos con el vestido de 130 francos, compuesto de dos faldas de muselina, guarnecidas por una saya de seda. El cinturуn tiene un precio que va desde 1,45 francos hasta 40”.

El Papa esperaba sin duda que la celebraciуn de la primera comuniуn no diera asн lugar a tanto lujo profano. Pero en lo tocante a la ceremonia religiosa, no se habнa pensado en simplificarla sino todo lo contrario. El grandioso desenvolvimiento de la ceremonia se propone crear en la parroquia, en torno a los comulgantes, un impulso de emociуn, de simpatнa, en sus padres, en sus amigos y en todos los fieles, a fin de que al menos una vez al aсo cada cristiano vuelva a acordarse del sacramento de la eucaristнa.

A esto se debe que durante mucho tiempo la primera comuniуn se celebrara durante el tiempo de Pascua: contribuнa con “un admirable impulso al cumplimiento general del deber pascual”. El Bulletin paroissial de Saint-Sulpice indica con toda claridad el papel de mediadores entre Dios y los fieles de que se investнa a los comulgantes: “Padres y amigos se acercan en gran nъmero al altar para recibir a su Dios. Los demбs, menos dichosos, menos animosos tal vez, envidian su dicha, y seguramente habrб mбs de uno que, de regreso y en la intimidad del hogar domйstico, abrace estrechamente a su hijo para poder encontrarse asн con Jesъs, al que no ha recibido” (25 de mayo de 1909). De esta manera, por medio del niсo, pasa el sacramento de la Iglesia a la familia.

Despuйs de 1910 se introduce un sistema que, sin olvidar el decreto Quam singulari, va a conservar lo suntuario de la antigua ceremonia. La primera comuniуn de otras йpocas se divide en dos: la primera, a la que se llama “pequeсa” o “privada”, se efectъa a la edad de la discreciуn, hacia los siete aсos; la segunda, hacia los doce o trece aсos, lleva el nombre de “solemne”, pero reemplaza exactamente a la antigua “primera comuniуn”.

No era posible limitarse a desplazar la primera comuniуn tradicional, haciйndola retroceder de los doce o trece aсos a los siete, porque no se trataba solamente de una fiesta religiosa sino de un rito de trбnsito de una edad a otra. Lo subrayу Chateaubriand en sus Mйmoires d’outretombe: igual que los jуvenes romanos tomaban la toga viril, los jуvenes cristianos hacen su primera comuniуn. Йl mismo la habнa hecho en abril de 1791, a los trece aсos. Era, nos dice, “el momento en que se decidнa en familia sobre el futuro estado del niсo”.

El ingreso en la adolescencia, marcado por una ceremonia religiosa, se convirtiу en ocasiуn de regocijos familiares a los que era impensable renunciar. Este paso ritual deja huellas en las memorias pero tambiйn en lo tangible. Por una parte, los comulgantes distribuyen entre sus allegados estampas piadosas que llevan al dorso impresos su nombre y la fecha conmemorativa; por otra, acuden a casa del fotуgrafo, que les fotografнa tradicionalmente arrodillados en un reclinatorio.

Fiestas y aniversarios

En su diario del 23 de marzo de 1908 escribe Renйe Berruel: “Anoche felicitamos a mamб por su santo. Yo le habнa hecho un bolso, y hemos cantado Simple Bouquet. Cada uno de nosotros le hemos regalado un vasito y papб un mueble con cuatro cajones y un espejo”. En 1879, en su Savoir-vivre, Clarisse Juranville proclama las virtudes de estos dнas de jъbilo familiar, “que son otras tantas etapas en las que el corazуn parece dilatarse”. Evoca la emociуn de todos ante los agasajos de sus familiares el dнa del santo de cada uno. El de la joven, por ejemplo: “Tu padre ha hecho colocar en tu habitaciуn un objeto que deseabas desde hace mucho tiempo; tu hermana ha bordado para ti un cuello, tu madre ha hecho aparecer sobre la mesa un soberbio pastel en tu honor y tu hermano menor te ofrece un ramo de flores y te dedica una pequeсa felicitaciуn”.

Estas fiestas, nos dice, resultan particularmente importantes para los abuelos. Que sus hijos y sus nietos piensen en ellos la vнspera de su santo y que les feliciten. Ellos, a su vez, aprovecharбn la fecha para hacer sentarse a su mesa a todo el cнrculo familiar. Las fiestas y aniversarios son pretextos excelentes para reactualizar la unidad de la familia y escenificar a intervalos regulares los lazos tejidos entre todos sus miembros.

Los aniversarios de boda merecen una atenciуn especial. Marcan el ritmo de la ruta conyugal, desde las bodas de algodуn (un aсo de matrimonio) hasta las de diamante (sesenta aсos), pasando por las bodas de estaсo (diez aсos), de porcelana (veinte), de plata (veinticinco) y de oro (cincuenta). Cuando estos aniversarios los pueden celebrar los hijos, los nietos y los biznietos de la pareja es como si se conmemorara la misma fundaciуn de la familia.

Vejez, muerte y luto

La esperanza media de vida aumentу mucho durante el siglo XIX. En 1801 era de treinta aсos. En 1850, es ya de treinta y ocho para los hombres y de cuarenta y uno para las mujeres; en 1913, de cuarenta y ocho para aquйllos y de cincuenta y dos para йstas. Pero los ricos tienen muchas mбs probabilidades de vida que los pobres. En la Francia de 1870 a 1914, “para los hombres de 40 aсos, si la muerte alcanzaba a 90 patronos, lo hacнa con 130 empleados y con 160 obreros por cada 10.000 franceses de cada categorнa”. En Burdeos, en 1823, la edad media de fallecimiento es de cuarenta y nueve aсos entre los burgueses frente a treinta y tres entre la gente del pueblo. En Parнs, en 1911-1913, la tasa de mortalidad en los distritos burgueses es del 11% frente al 16,5% en los populares. En lo tocante a la mortalidad por tuberculosis, la diferencia es del doble entre unas clases y otras.

Los burgueses tenнan ademбs posibilidades de beneficiarse, al final de su vida, de un periodo de retiro. Los que ejercнan profesiones liberales se lo tomaban a sus expensas, puesto que durante el siglo XIX los ъnicos que disfrutaban del derecho a una pensiуn de retiro eran los funcionarios. La ley del 9 de junio de 1853 establecнa, en efecto, que los militares, los empleados de la administraciуn y los profesores de universidad podнan jubilarse a los sesenta aсos, a condiciуn de contar con treinta aсos de servicio. La ley fijaba un mбximum en las pensiones: las de los magistrados, por ejemplo, no podнan sobrepasar en ningъn caso los 6.000 francos, ni los dos tercios de la media de sus percepciones durante los seis ъltimos aсos.

Los obreros sуlo excepcionalmente se beneficiaban de una jubilaciуn: en las manufacturas del Estado, las compaснas de ferrocarriles o algunos grandes establecimientos industriales. Habнa muchos trabajadores que pertenecнan a alguna mutualidad. En cuanto a los campesinos, ignoraban cuanto tuviese que ver con la seguridad social, sin contar con otra cosa que con la solidaridad familiar. La ley de 1910 “sobre las jubilaciones rurales y obreras”, tнmida y discutida, no dejу por ello de seсalar la toma de conciencia de un problema (cf. H. Hatzfeld).

Durante el siglo XIX, un mйdico o un ingeniero, una vez que habнan cesado sus actividades profesionales, vivнan de lo que habнan ahorrado durante su vida de trabajo. La estabilidad de la moneda les permitнa retirarse a partir de los cincuenta aсos sin que sufriera su nivel de vida. Entre los rentistas con que entonces contaba Francia, muchos de ellos son pequeсos rentistas procedentes de las clases medias. La jubilaciуn corresponde al ideal del otium, del tiempo libre; ya no hay que ganarse la vida, se dispone por entero del propio tiempo y se disfruta dнa tras dнa de la dulzura de la vida privada.

Los burgueses morнan en casa. El hospital era a sus ojos un “lugar horroroso” en el que morнan quienes no tenнan dinero ni familia. Incluso las clнnicas, reservadas para un pъblico mбs escogido, se consideraban como lugares de destierro. La muerte se hallaba integrada en la misma concepciуn del domicilio particular. En 1875 escribe el abate Chaumont que la alcoba conyugal es un “santuario” que, un dнa, acogerб la agonнa. Por eso es por lo que hay que poner en ella “una dulce pero instructiva imagen de la muerte de San Josй”.

Los miembros de la familia se relevaban junto al lecho del moribundo. Germaine de Maulny cuenta que, durante dos aсos, con su hermana, adolescente tambiйn en 1910, habнa velado a su madre, que habнa de morir en Limoges, de un cбncer, a los cuarenta y tres aсos. E Isabelle, hermana de Marie Boileau, que morirнa en Vignй en 1900, permanecнa en cama desde hacнa seis aсos, rodeada de los cuidados de sus sobrinas.

Pero era seguramente mucho mбs complicado mantener a un moribundo en casa en Parнs y en algunas grandes ciudades, en las que, despuйs de Haussmann, los pisos se iban estrechando. La exigьidad del espacio hace penosa la proximidad de la muerte, tanto mбs cuanto que, despuйs de los descubrimientos de Pasteur, se ha impuesto la obsesiуn de la higiene. La muerte que, hasta entonces, se hallaba de alguna manera integrada en la vida, empieza a verse como una putrefacciуn. Semejante rechazo de la muerte conduce a lo que Philippe Ariиs llama la “muerte oculta” del hospital, que se introduce en las costumbres por los aсos 1930-1940.

Cuando alguien acaba de morir se cierran sus pбrpados, se extienden sus miembros y se recubre el cadбver con un lienzo blanco. Pero se deja al descubierto y bien iluminado el rostro, a fin de que si llegara a manifestarse el mбs tenue signo de vida se advierta inmediatamente. Por esta misma razуn, se vela al difunto dнa y noche, sin dejarle nunca solo. Cuando el difunto es catуlico se pone sobre su pecho un crucifijo y una rama de boj bendita. Se cierran a medias las persianas de la cбmara mortuoria.

Se hace en la alcaldнa una declaraciуn de defunciуn y luego se aguarda la visita del mйdico, que extiende el permiso de inhumaciуn. Con este permiso, la alcaldнa levanta el acta de defunciуn. Para la organizaciуn del servicio funerario hay que dirigirse a la administraciуn de pompas fъnebres y al vicario encargado del servicio religioso. En Parнs, cabe tambiйn dirigirse a casas especializadas que dirigen toda la ceremonia “con tacto y decoro”.

Lo mismo que con respecto a las bodas, hay clases para los funerales. Si se aсade el precio de la ceremonia religiosa al del servicio por medio de la empresa correspondiente nos encontramos, en 1859, con 4.125 francos para la primera clase y 15 para la novena y ъltima. Las clases difieren por el material que se emplea y la solemnidad del canto.

En la casa del difunto, si se trata de una familia rica, se erige una capilla ardiente. En el salуn se recibe a la gente que acude a inclinarse ante el fйretro y arrojar sobre йl unas gotas de agua bendita. Si la familia es mбs modesta se contenta con depositar el ataъd en el portal acondicionado y enlutado en forma de capilla mortuoria. Mientras haya un difunto en la casa nadie se reъne en torno a la mesa para las comidas, sino que lo hace cada uno en su habitaciуn.

Cuando llega la hora de la conducciуn, los hombres se dirigen a la iglesia bien a pie y descubiertos, bien en vehнculo. Los parientes mбs cercanos van en cabeza del cortejo. Las mбs de las veces, las mujeres acuden al templo sin pasar por la casa mortuoria. Despuйs de la ceremonia religiosa sуlo los parientes y amigos нntimos van en cortejo al cementerio. A lo largo del siglo desaparece una antigua costumbre que, todavнa a comienzos del siglo XIX, persistнa en la aristocracia: las mujeres de la familia del fallecido no debнan seguir la comitiva ni asistir al servicio fъnebre. Poco a poco se va introduciendo en las costumbres que la viuda presida el duelo, siendo asн que en otros tiempos ni siquiera aparecнa en las esquelas.

La correspondencia de la familia Boileau, que presta una gran atenciуn a la enfermedad, apenas si hace referencias a la muerte. En 1900 muere la tнa Isabelle. Su nombre no aparece ya nunca mбs bajo la pluma de los corresponsales. Lo mismo sucede en 1909 y 1914, aсos en los que fallecen dos de los yernos. Las cartas evocan la actitud, animosa o postrada, de sus respectivas esposas, pero jamбs a aquellos que han desaparecido ya. El sufrimiento, el dolor y la pena no se escriben. Hay un pudor absoluto con respecto a los sentimientos нntimos.

Las ъnicas huellas escritas que deja la muerte se encuentran en los ritos: participaciones, correspondencia orlada de negro, gastos anotados en las agendas a propуsito de vestidos de luto o de mantenimiento del cementerio. En noviembre de 1900, despuйs del fallecimiento de su hermana, escribe madame Boileau en su libro de cuentas: “Pagado el luto de los criados y asistentas: 274 francos; sombreros y velos de luto en casa de madame Richard: 180 francos; limpieza del cementerio: 30 francos; al pбrroco de B. en el ofertorio: 50 francos”.

A lo largo de todo el siglo XIX, cuando se habla de la duraciуn de los lutos es siempre para deplorar su disminuciуn. Madame de Genlis, en 1812-1813, lo mismo que Blanche de Gйry, en 1883, echan de menos lo que ocurrнa en “otro tiempo” mнtico en que el luto por los difuntos duraba el doble. Porque los lutos prolongados son seсal de buenas costumbres… Ahora bien, semejantes lamentos no corresponden a la realidad. A comienzos del siglo XVIII una ordenanza real habнa reducido los lutos en la corte a la mitad: un aсo por un esposo, seis meses por una esposa, los padres o los abuelos, y un mes por los restantes miembros de la familia.

Durante el siglo XIX, la duraciуn del luto es mбs larga y parece haberse establecido de un extremo al otro del siglo: una viuda lleva luto durante un aсo y seis semanas en Parнs y dos aсos en provincias. En Parнs, escribe en 1833 madame Celnart, las elegantes no toleran de buena gana verse privadas de la vida mundana durante mucho tiempo. En 1908, subrayan los Usages du siиcle la diferencia entre lo que prescribe el cуdigo —dos aсos— y la realidad —un aсo y medio e incluso un aсo y seis semanas—. Al final se concluye siempre en la misma cifra.

Un viudo en cambio guarda el luto durante la mitad de tiempo: seis meses en Parнs y un aсo en provincias. El Nouveau Manuel complet de la maоtraise de maison, en 1913, es el ъnico que prescribe un tiempo de luto igual para un viudo y para una viuda: dos aсos. Es tambiйn el ъnico que aconseja dos aсos de luto por los padres; todos los demбs se limitan a un aсo, e incluso a seis meses, si nos atenemos al Code Civil de 1828. Si se compara este Code con los manuales de urbanidad que esmaltan el siglo, se comprueba que la duraciуn del luto ha tendido a aumentar mбs bien que a disminuir. El luto por los abuelos pasa de cuatro meses y medio a seis, el de los hermanos y hermanas de dos meses a seis, y el de los tнos y tнas de tres semanas a tres meses.

El luto por los primos hermanos sigue siendo mбs o menos el mismo: de quince dнas en 1828 y de quince dнas a un mes algo despuйs. Durante el Segundo Imperio, los padres empiezan a llevar luto por los niсos pequeсos.

El luto lleva consigo tres grados diferentes: total al principio, moderado luego, y medio luto al final. Pongamos el ejemplo de una viuda. Durante los meses de luto completo (seis en provincias, cuatro y medio en Parнs) lleva vestidos de lana negra, un sombrero y un amplio velo de crespуn negro, guantes de hilo negro y ninguna joya, salvo una hebilla de cinturуn de acero bronceado. No tiene derecho a rizarse el pelo ni a perfumarse. Durante los seis meses siguientes —segundo luto—, sus prendas son de seda negra, su sombrero de lana con un velo, sus guantes de piel o seda, sus adornos de madera endurecida. Vienen luego tres meses de medio duelo, durante los cuales el color negro se combina con el blanco, el gris o el lila. Las joyas pueden ser de azabache.

La etiqueta del luto era tan complicada que en el siglo XVIII se habнa llegado a editar un periуdico especial, Annonces des deuils, que proporcionaba detalles precisos sobre las maneras de desenvolverse en todo esto, por ejemplo sobre quй dнa habнa que reemplazar las piedras negras por los diamantes o las hebillas bronceadas por las plateadas.

Durante el periodo de luto total, se hace llevarlo a toda la casa, niсos y criados, salvo si se trata de tнos, tнas y primos, y hasta los carruajes se enlutan. Nadie de la casa puede dejarse ver en los lugares pъblicos consagrados al placer (teatro, bailes) ni en ningъn tipo de reuniones. Durante las seis primeras semanas no se sale en absoluto, ni se recibe mбs que a las amistades нntimas. Estб prohibido que las mujeres cosan, ni siquiera en compaснa de parientes o amigos.

El luto se seсala por la manera de vestir, pero tambiйn en los objetos personales: se utilizan paсuelos ribeteados de negro y un papel de cartas con un ribete negro de un centнmetro de ancho al principio y de un cuarto de centнmetro al final. Una vez acabado el luto, se vuelve al papel blanco, salvo en el caso de las viudas, las cuales, a menos que se casen de nuevo, conservan durante toda su vida el papel ribeteado de negro.

Esta adhesiуn del siglo XIX al cуdigo del luto no deja de ser interesante. Porque, si bien en la prбctica sуlo se respetaba de verdad en la aristocracia y en las grandes familias, seguнa transmitiendo una imagen del ritual perfecto fijado, lo mismo que la sociabilidad mundana, en el siglo XVIII, en una sociedad monбrquica. Se dirнa que el siglo XIX tenнa miedo a desritualizarse, por lo que trataba de aproximarse a un modelo antiguo de ritual, inspirado por el rey.

Conclusiуn

El 22 de febrero de 1871 escribe Victor Hugo: “Saco de paseo a los pequeсos Georges y Jeanne en todos mis momentos de libertad. Se me podrнa calificar asн: Victor Hugo, representante del pueblo y niсera”.

Magnнfico paralelismo entre la vida pъblica y la vida privada. Lejos de privilegiar a la primera, Hugo sitъa en el mismo plano sus funciones de hombre polнtico y de abuelo.

En 1877, ocho aсos antes de su muerte, publica Hugo L’art d’кtre grandpиre (El arte de ser abuelo). A lo largo de la colecciуn se muestra “Victor, sed victus ”,de acuerdo con el tнtulo de un poema: йl, al que jamбs ningъn tirano ha logrado doblegar, se “deja vencer por un chiquillo”. No se refiere sуlo a sus nietos, sino a todos los demбs, con los que se tropieza y a los que contempla, en las Tullerнas o en el Jardнn de Plantas. Vencido por la inocencia y lo que de divino ve en ella. Los niсos son el mejor baluarte contra la maldad del mundo. Aunque los periуdicos le insulten y se encarnicen con йl, basta que Jeanne se duerma cogiйndole el dedo para que la dulzura de esta niсa le nimbe y le proteja. Dios habla a travйs de los niсos, y a eso se debe que su contemplaciуn suscite “una profunda paz tachonada de estrellas”.

Pero los niсos son sobre todo los que aseguran la continuidad del tiempo. Y si “los hijos de nuestros hijos nos encantan” es porque a travйs de ellos se teje el hilo del tiempo, se prosigue sin fin el ciclo de la vida: “ЎVer a la Jeanne de mi Jeanne! ЎOh! ЎЙse serнa mi sueсo!”. Y Hugo se lanza a imaginar el dнa en que Jeanne se casarб y serб madre a su vez: “Y Jeanne tendrб entonces ante ella su aventura,/ El ser que nuestra suerte acrece o interrumpe;/ Y ella serб la madre de grave y joven frente […]”. Victor Hugo da expresiуn poйtica a una religiosidad familiar que la burguesнa expresa de ordinario en sus ceremonias grandes o pequeсas. Celebraciones que pueden hallarse estrechamente ligadas a la prбctica religiosa o disociadas por completo de ella. Celebraciones que desencadenan el sentimentalismo, la ternura y el placer.

La familia se conmueve en comъn y disfruta de sн misma. Y, al tiempo funda una temporalidad privada —al margen de los azares de la historia y de la competiciуn pъblica— que alнa dos cualidades contradictorias. Los ritos familiares, en virtud de su repeticiуn, le otorgan al tiempo que pasa una continuidad regular. Pero este tiempo regular y cнclico, sin contrariedad y sin grietas, que no aplasta a las personas y atraviesa los cuerpos que se reproducen, arrastrбndolos en un continuo biolуgico, aspira a alcanzar un valor de eternidad.

En ъltimo anбlisis, lo que las ceremonias familiares afirman es esta cualidad del tiempo. Por esta razуn, el matrimonio es la principal de todas ellas; tambiйn por esta misma razуn, los niсos y sus vacaciones adquieren cada vez mayor importancia. En medio de sus fiestas, la familia se extasнa en la contemplaciуn de su eterna encarnaciуn.








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