Сдам Сам

ПОЛЕЗНОЕ


КАТЕГОРИИ







Formas de habitaciуn populares





Apretujadas en infectos cuchitriles, las clases populares urbanas desenvuelven de manera diferente su intimidad. Las promiscuidades en las que parecen complacerse incluso en sus placeres —para el mismo Zola el baile popular es pura excitaciуn sexual— son a los ojos de las clases altas el signo de una sexualidad primitiva y de una condiciуn salvaje que, en virtud de su deseo creciente de dignidad, los mismos militantes aceptan cada vez con mбs dificultad. “Las gentes viven allн en completa confusiуn, como animales. Estamos en pleno mundo salvaje”, dice Jean Allemane al describir las viviendas obreras, mбs o menos lo mismo que, cincuenta aсos antes, decнa el doctor Villermй en su encuesta sobre los obreros de la industria textil. Tanto el patronato industrial como los mйdicos propagandistas de la higiene pъblica elaboran polнticas de vivienda destinadas, mediante una distribuciуn adecuada de la poblaciуn, a salvar a los obreros de la tuberculosis y del alcoholismo. La nociуn de “vivienda mнnima” con normas de cubicaciуn del aire y de confort empieza a perfilarse a finales del siglo XIX. El mismo movimiento obrero, durante mucho tiempo relativamente insensible a esta “cuestiуn de la vivienda”, empieza a reivindicar a comienzos de siglo “aire puro” y “salubridad”.

Sin poner en duda los beneficios de una filantropнa de la habitaciуn cuyos resultados no dejan de ser, por lo demбs, muy limitados antes de 1914, conviene desde luego seсalar su ceguera obsesiva con respecto a las formas de la vida cotidiana de las clases populares. Forzadas a “vivir en la calle”, йstas se las ingenian para sacar partido de las virtualidades de los inmuebles colectivos y del barrio, espacio intermediario, zona esencial de ayuda mutua y de comunicaciуn. Durante el siglo XIX, las prioridades presupuestarias de los obreros se dirigen, no a la vivienda, fuera de su alcance, sino al vestido, mбs accesible, el interйs por el cual se difunde cada vez mбs, porque permite precisamente participar sin avergonzarse en el espacio pъblico, hacer en йl un buen papel (la bella figura de los italianos, expertos en este particular), como habнa percibido ya con exactitud Maurice Halbwachs. Ante todo, invaden la ciudad con sus deseos. Despliegan en ella una movilidad que no es sуlo huida ante lo “proprio” —M. Vautour y su satбnico Pipelet—, sino tambiйn un medio y un signo de movilidad social. Los inmigrantes de Turнn, estudiados por Maurizio Gribaudi, se dirigen a su vez del centro a la periferia, y luego de nuevo al centro en un turn-over territorial y social con visos de estrategia.

A esta ciudad, teatro de la ascensiуn o de la caнda, frontera movediza entre la suerte y el infortunio, los obreros la quieren abierta, y se sienten con derecho a usar de ella libremente, como en otros tiempos sus antepasados campesinos utilizaron las comunas aldeanas. En vez de los terrenos de propiedad privada, cuyos lнmites excluyen a los pobres, en lugar de los parques pъblicos, concebidos inicialmente como lugares decentes para el paseo burguйs, ellos prefieren los descampados; y en vez de los espacios verdes preconizados por los higienistas, prefieren el “cinturуn negro” de Parнs, meta de excursiones dominicales lo mismo que refugio de marginados y punto de reuniуn de facinerosos. El equivalente de los pasajes burgueses del centro, que tanto fascinaban a Walter Benjamin son, por ejemplo, los pasajes de Levallois-Perret en los que la policнa penetra con repugnancia, o incluso los callejones de Lille, laberinto de solidaridades campesinas en la ciudad.

Nos hallamos por tanto con una relaciуn particular con el espacio, del que es preciso sacar partido para compensar lo mediocre de la habitaciуn; con una relaciуn particular con el cuerpo: no pocos actos, que en otras circunstancias se califican como нntimos, se llevan a cabo a la vista; y tambiйn con una relaciуn particular con las cosas: la utilizaciуn de los desechos, el reciclaje de lo usado, el intercambio de favores y contrafavores en una economнa de lo cotidiano que escapa por una parte al mercado monetario y en la que el papel de las mujeres, que no se hallan en modo alguno confinadas dentro de casa, al contrario que las burguesas, es fundamental. Para las clases pobres, la ciudad es algo asн como un bosque en el que vivir como cazadores furtivos. Desde este punto de vista, abundan las analogнas con las prбcticas rurales, si se exceptъa la movilidad, lo que no es una diferencia desdeсable.

La originalidad de las clases populares urbanas reside en el hecho de que su red familiar no se inscribe en la fijeza del terruсo ni en la clausura de un interior. Aunque el doble deseo de un lugar y de un espacio propios se afirma como una fuerza creciente a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.

Ser libre equivale ante todo a la posibilidad de escoger el propio domicilio. La resistencia a las ciudades obreras, lo mismo si son patronales o simplemente urbanas —como la famosa Citй Napoleуn que fue un fracaso—, es algo que ha sido captado por la mayorнa de los observadores. “El proyecto de ciudades no ha sido nunca popular” en Francia, escribe Audiganne (1860), porque implica un reglamento que prolonga a domicilio la disciplina fabril. “Cuando entremos en casa, vamos a encontrarnos con un reglamento clavado en nuestra puerta, que va a alcanzar casi todos nuestros actos privados; ni siquiera en casa vamos a ser dueсos de nosotros mismos”, dicen los obreros. En lugar del confort relativo y controlado de las ciudades obreras, prefieren en caso de necesidad la libertad de uso de unas viviendas precarias, como esas casas “de ladrillo y yeso”, que Georges-H. Riviиre habнa identificado ya tiempo antes como la posible creaciуn de albaсiles italianos o procedentes de Creuse, edificadas clandestinamente en los descampados que atraviesan las grandes ciudades en desorden del siglo XIX.

Este deseo de autonomнa viene de lejos. Se encuentra arraigado en el apego a la casa de la gente procedente del campo, poderoso freno de la industrializaciуn, relevado por las exigencias de la economнa familiar protoindustrial en la que el alojamiento, lo mismo que el arriendo, es ante todo instrumento de trabajo. Asн, por ejemplo, los tejedores a domicilio opusieron una resistencia encarnizada al traslado de domicilio que, bajo pretexto de insalubridad, querнan imponerles los municipios de ciertas ciudades del norte, haciйndoles salir de sus sуtanos para llevбrselos a unos graneros demasiado secos e incуmodos, con un total desprecio de las necesidades de su trabajo. “Han resultado inъtiles todos los esfuerzos que se han hecho a fin de atraerlos hacia los barrios mбs sanos, mejor aireados y mejor urbanizados; se han resistido a cualquier desplazamiento”, escribнa Reybaud (1863). En Lille, se los expulsa de los sуtanos por la fuerza; pero se reagrupan en los patios, cerca del centro de la ciudad y al nivel de la calle.

Tambiйn aquн se atribuye particular valor al sitio, al emplazamiento y al uso. La nociуn de interior apenas si es perceptible en estos alojamientos superpoblados de los que los encuestadores de La Reforma social (Le Play) levantan acta. Pocos muebles, pocos objetos: colchones, utensilios de cocina, una mesa, algunas sillas; sуlo en raras ocasiones una cуmoda familiar en la que la mirada enternecida del sociуlogo advierte el signo respetuoso de unas raнces conservadas. A pesar de todo, estas viviendas tan sumarias ofrecen a veces las seсales sutiles de la bъsqueda de un placer o de una intimidad: una jaula con un pбjaro —el animal del pobre—, visillos en las ventanas, como los que se difundieron gracias a los encajes mecбnicos de Calais, incluso en las miserables casuchas de la Citй Jeanne-d’Arc fotografiadas por Atget a comienzos del siglo; en la pared, algunas imбgenes de colores, recortadas de un semanario ilustrado, fotos familiares cuyo uso popular comenzу a difundirse despuйs de 1900. Las paredes son por lo demбs la primera superficie de la que la gente se apropia; instalarse quiere decir cambiar los papeles pintados, cuya baratura resultу equivalente a la de las telas de algodуn para la ropa femenina. En 1830, la alcoba de Agricol Perdiguier, el camarada Avignonnais-la-Vertu, en un “chamizo horrible” del suburbio de Saint-Antoine, estб mal embaldosada y provista, “como en las casas de campo, de toscas vigas ennegrecidas en el techo”; pero estб tambiйn decorada “con un papel pintado de fondo claro que le [da] un cierto aire de alegrнa”; sus ventanas tienen “visillos de muselina a travйs de los cuales se [ve] moverse el follaje de unas plantas trepadoras”. “Casi todo lo que rodeaba a Agricol Perdiguier era repugnante y odioso, pero, una vez que se entraba en su interior, parecнa que se habнa entrado en otro mundo.” He aquн perfectamente expresado el ideal de la casa tal como lo sueсan, llenos de admiraciуn, los obreros sansimonianos.







ЧТО ПРОИСХОДИТ ВО ВЗРОСЛОЙ ЖИЗНИ? Если вы все еще «неправильно» связаны с матерью, вы избегаете отделения и независимого взрослого существования...

Конфликты в семейной жизни. Как это изменить? Редкий брак и взаимоотношения существуют без конфликтов и напряженности. Через это проходят все...

Что будет с Землей, если ось ее сместится на 6666 км? Что будет с Землей? - задался я вопросом...

ЧТО И КАК ПИСАЛИ О МОДЕ В ЖУРНАЛАХ НАЧАЛА XX ВЕКА Первый номер журнала «Аполлон» за 1909 г. начинался, по сути, с программного заявления редакции журнала...





Не нашли то, что искали? Воспользуйтесь поиском гугл на сайте:


©2015- 2024 zdamsam.ru Размещенные материалы защищены законодательством РФ.