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Connivencia entre el hermano y la hermana





Volvamos a la burguesнa. Se da aquн una excepciуn a la barrera que separa los sexos: la relaciуn privilegiada que puede unir al hermano y la hermana, y cuya importancia me parece que sуlo en muy raras ocasiones se ha subrayado. La relaciуn que se establece entre la madre y la hija, que la estricta diferenciaciуn de los papeles sexuales hace que se estreche, ha contribuido sin duda a ocultar las formas juveniles de apego. El hermano es desde luego el ъnico muchacho con el que una joven podнa entonces mostrarse comunicativa; la hermana representa la ъnica muchacha formal con la que el joven tiene trato en la intimidad. La severidad de la moral y el rigor del cуdigo de frecuentaciуn llevan a la vez a magnificar la importancia de la relaciуn fraternal y a reducir su expansiуn sentimental. Los fantasmas recнprocos mantienen las confidencias en el modo menor en el que acaban por desvanecerse el deseo y el temor de sincerarse. Flaubert abandona la libertad de tono y evita la crudeza de los relatos cuando se dirige a su hermana menor Caroline, a la que se confiesa ligado por un sentimiento profundo.

La hermana, subyugada las mбs de las veces por la cultura y la experiencia del mundo varonil, vierte sobre su hermano una admiraciуn nimbada por un afecto atento y cuasi maternal. Teme para йl la enfermedad, la pйrdida de la fe o el fracaso. Los padres cuentan ademбs con ella para moralizar a su hijo. La abnegaciуn de Eugйnie de Guйrin por su hermano Maurice constituye un caso extremo; pero se advierte, aunque menos vivo, un sentimiento de la misma naturaleza en Sabine Odoard, mбs apegada segъn parece a su hermano Henri, estudiante en Parнs, que al insignificante marido que ha escogido para ella su familia. En ambos casos se encuentran la misma disimetrнa sentimental, las mismas incesantes quejas ante la escasez del correo y de las confidencias.

La hermana representa, a su vez, la cera blanda y dъctil que autoriza el pigmalionismo del hermano, la modelaciуn tranquila del doble. En esta relaciуn, el “mozo” ensaya y se afila los colmillos; se encuentra con la primera ocasiуn de dibujar la muchacha de sus sueсos y prepararse asн para una vida conyugal que los imperativos de su posiciуn le fuerzan a retrasar. No acabarнamos nunca de citar los modelos de esas parejas que, tras la turbia afecciуn de Renй y Lucile, son tan frecuentes en la esfera domйstica. Balzac y Laure, Stendhal y Pauline, Marie de Flavigny y Maurice constituyen, junto con los Guйrin, sus ejemplos mбs evidentes. Da la impresiуn de que la exaltaciуn de esta relaciуn, que participa del milagro de dos seres hechos el uno para el otro y del mito del andrуgino, fue mбs viva mientras el romanticismo ejerciу su influjo. A finales de siglo, esta proximidad se atenъa; su hermana mayor, dulce y buena, fastidia a Jules Renard.

La circulaciуn de los secretos familiares

Como ha podido verse, la correspondencia familiar alcanzу en aquella йpoca una excepcional densidad. Los miembros dispersos de la parentela no pierden contacto entre sн. Las redes que nos revelan los azares de la conservaciуn de los archivos son tan apretadas entre los Odoard de Mercurol y los Dalzon de Chandolas como entre los Boileau de Vignй.

Este ritual imperioso prepara las visitas; acompaсa los intercambios de regalos y de servicios basados en la complementariedad geogrбfica o funcional. Por carta se transmiten las informaciones sobre las personas, las recomendaciones, las confidencias bursбtiles, los consejos. Al filo de los intercambios se perfila una jerarquнa familiar. Es el resultado del rango de nacimiento o bien se funda en el йxito personal. Aimй Dalzon, ingeniero en Saint-Йtienne, habнa realizado una carrera muy brillante. Hermano admirable, siente una apremiante necesidad de afecto por Arsиne, que ha quedado en la patria chica. Ayuda desde lejos a su familia; se encarga de numerosas formalidades administrativas; le describe a su hermano el nuevo material de sericicultura; le indica las oscilaciones previsibles de los precios de la seda; le hace aprovecharse de las relaciones de que disfruta su suegro. Y es йl quien escoge los colegios para sus sobrinos y sobrinas.

Estas correspondencias de la madurez son avaras de confidencias y confesiones personales. Nadie cuenta su vida sexual. El lector encuentra en ellas mбs contenciуn y menos ilusiones. Es indudable que las “locuras” se han vuelto mбs raras en estas existencias tranquilas. En cambio, excepciуn hecha del caso de los Boileau, muy parcos en confidencias y cuyas cartas se leen en alta voz en el cнrculo de sus нntimos, los secretos familiares circulan sin cesar por aquйllas. El armario en que se guardan las taras familiares preocupa al menos a los responsables de la esfera domйstica. Entre los Odoard, estбn la enfermedad mental del primogйnito, Auguste, y las fechorнas del tнo eclesiбstico que —jamбs se sabrб por quй— hubo de buscar refugio en la Trapa. En la correspondencia de la familia de Marthe, el avance de los secretos reviste un cierto aspecto de caricatura. La “falta” de la hija, amante de un cochero, aparece expuesta con toda claridad, de entrada, en 1892; en cambio, sуlo poco a poco va enterбndose el lector de la sнfilis del padre difunto, a medida que se levanta el velo. Las alusiones hechas a media voz a la “desgracia” de la madre, la histeria de la hija, engendran la sospecha antes de que el yerno muerda resueltamente el bocado. Se comprenden entonces los temores que suscita el matrimonio de los primos; se descubre la triste suerte de la hermana, Йlйonore, condenada a la solterнa, y de la que sуlo despuйs de su muerte se osarб decir que era ligeramente hidrocйfala. En comparaciуn con esta estampa trбgica, la imagen de la tнa Dide de los Rougon-Macquart parece bastante edulcorada.

Frente al desliz y a la tara, la familia forma un solo bloque. Manifiesta una total solidaridad en el secreto. El machaqueo de la desgracia en el seno de la parentela conforta y compensa a la vez el rechazo de la huida; descarga la tentaciуn de la confesiуn pъblica. De manera muy curiosa, volvemos a encontrar en el seno de esta burguesнa comportamientos detectados por los etnуlogos en el corazуn del mundo rural. Para estas familias de notables, lo mismo que para los oustaux de Gйvaudan, el secreto de la vida privada condiciona el capital del honor y, por ende, el buen resultado de las estrategias. En ambos casos se impone tambiйn la necesidad de averiguar los secretos del otro. Mientras que las gentes de Lozиre mandan a los chiquillos al cafй a escuchar los rumores que les permitirбn afinar sus tбcticas, las familias burguesas, cuando se trata de rastrear las taras de cualquier candidato al matrimonio, despliegan una red de informaciones cuya complejidad ya conocemos.

La educaciуn sentimental y la frecuentaciуn tradicional

El amor romбntico

La configuraciуn del sentimiento amoroso y las conductas que inspira revelan a la vez los sueсos erуticos y las tensiones que atraviesan la sociedad. Tambiйn en este terreno, modelos imaginarios y prбcticas sociales sufren una permanente evoluciуn. La historia contemporбnea ha olvidado, sin embargo, este aspecto de las mentalidades. Aficionada a las series, ha preferido el estudio cuantitativo de los embarazos prenupciales al de las correspondencias нntimas.

Las prisiones de larga duraciуn se muestran en este caso particularmente sуlidas; conviene, por tanto, no perder nunca de vista los cуdigos antiguos que, subterrбneamente, continъan ordenando los sentimientos. El amor cortйs y sus procedimientos de liberaciуn, el neoplatonismo del Renacimiento y su antropologнa angйlica, el discurso clбsico sobre el huracбn de las pasiones, y la condenaciуn del “loco amor” por los clйrigos de la Reforma catуlica pesan sobre los comportamientos de los amantes del siglo XIX, lo sepan o no. Es evidente que se muestran mбs apremiantes todavнa los sistemas heredados del Siglo de las Luces. La reflexiуn de los metafнsicos sobre la esencia del alma, la de los mйdicos y los psiquiatras sobre el estatuto de la pasiуn, la existencia de dos naturalezas sexuales y los peligros del exceso fisiolуgico, asн como el pensamiento de los teуlogos sobre la gravedad relativa de la falta sexual forman las conductas amorosas.

Pero no deja de ser lo esencial la elaboraciуn y luego el declive del amor romбntico. Las teorнas multiformes y movedizas que definen las modalidades de la relaciуn entre el alma y el cuerpo forman el ъltimo plano de esta nueva organizaciуn del sentimiento amoroso; no vamos a volver sobre ello. Mejor serб detenerse en la bipolaridad de la naturaleza femenina, igualmente indispensable para la comprensiуn de las mentalidades de la йpoca. Marcada con el sello de la antigua alianza con el demonio, la hija de Eva corre en todo momento el riesgo de precipitarse en el pecado; su misma naturaleza hace imprescindible el exorcismo. La mujer, cercana al mundo orgбnico, disfruta de un conocimiento нntimo de los mecanismos de la vida y de la muerte. Al tiempo que tiende a identificarse con la naturaleza vive permanentemente bajo la amenaza de sus fuerzas telъricas cuya existencia ponen de manifiesto los excesos de la ninfуmana y de la histйrica. Cuando estas lavas hirvientes logran escaparse sin retenciуn, el sexo dйbil se desencadena, insaciable en sus amores, fanбtico en sus creencias, espantoso como el loco en sus gesticulaciones. Inspirados por este sistema de representaciones reorganizado al final del Antiguo Rйgimen, los artistas de la segunda mitad del siglo XIX pondrбn el acento sobre el enigma de la feminidad. Marmуrea y feroz a la vez, la mujer esfinge, ceсida por la serpiente, los ojos encendidos por un fulgor salvaje, responde al cуdigo hierбtico del modern style, tal como lo ha analizado brillantemente Claude Quiguer. Los novelistas, Zola en concreto, harбn deslizarse este inquietante modelo de devoradora hasta el seno de la poblaciуn de los suburbios. Para los hombres de la йpoca, asediados por el miedo a la mujer, se impone mбs que nunca la urgencia de apaciguar la sexualidad de su compaсera y someterla al orden masculino.

Entonces interviene el cуdigo religioso. La descendiente de Eva es tambiйn hija espiritual de Marнa. Se perfila asн el polo positivo de la feminidad. Ya el metodismo habнa exaltado a las redentoras. El siglo XIX va a buscar en ella al бngel bueno del hombre. Accesible a la piedad, nacida para la caridad, la mujer tiene la misiуn de ser mensajera del ideal. El lamartinismo manifiesta aquн su influencia. La existencia, indudable, de seres inmateriales —los бngeles— implica la de criaturas intermedias sin las cuales la escala divina se verнa interrumpida. La mujer tiene como vocaciуn su propia elevaciуn a fin de ocupar su puesto de mediadora y poder luego inclinarse hacia el hombre y revelбrsele en celestes apariciones.

Antes incluso de la promulgaciуn del dogma de la Inmaculada Concepciуn (1854) y el auge de la mariofanнa (1846-1871), la literatura piadosa y la pintura mнstica expresan esta huida lejos de las pesanteces del cuerpo, este impulso del angelismo diбfano. Concebida en el seno del iluminismo lionйs, la pintura de Louis Janmot, concretamente la bella serie Virginitas, pone de relieve esta inspiraciуn. La joven mujer levanta los ojos hacia el azul, asegura la comunicaciуn entre su compaсero y el mundo invisible. Desde esta perspectiva, el amor serб el segundo cielo, la afinidad vivida en la comъn aventura espiritual.

Entre los procedimientos de la confesiуn y la dialйctica amorosa se entreteje un estrecho vнnculo, como si, segъn advierte Lucienne Frappier-Mazur, lo reprimido siguiera, para su retorno, las sendas asociativas utilizadas durante la represiуn. La experiencia romбntica del amor toma en prйstamo del sacramento el lenguaje religioso de la confesiуn, la funciуn redentora del sufrimiento, la espera de la recompensa. Aquн es la mujer quien conserva el magisterio espiritual; es ella la que justifica las opciones.

Pero el amor romбntico encierra una complejidad mucho mayor; el lenguaje religioso se combina con el nuevo estatuto de la pasiуn. Los desуrdenes del corazуn, el cataclismo del ser, el delirio, en una palabra, el cуdigo elaborado cuando menos en el siglo XVII y remachado entre 1720 y 1760, quedan relegados a un segundo plano. En Francia concretamente, de 1820 a 1860, se lleva a cabo una autйntica reinvenciуn del sentimiento. La pasiуn no va a ser en adelante mбs que una energнa; es la que provoca ese choque elйctrico del ser, preludio del amor. Este ъltimo, lazo entre dos individuos a la vez que penetraciуn comъn en el seno de una esfera mбgica, asegura el trбnsito del orden natural al orden poйtico. Este sentimiento implica tal afinidad espiritual que cada uno de los dos integrantes de la pareja adquiere la certidumbre de la eternidad del acuerdo. “El amor en su plenitud —escribe Paul Hoffmann— escapa a lo real y vive en las fronteras de la vida donde se confunden la presencia y la ausencia, el rostro del amado y las imбgenes del recuerdo y del sueсo”.

A la mujer es a la que corresponde provocar en el hombre este despertar, esta “turbulencia del alma”, mantener la inextinguible nostalgia de un mundo ideal. Fue Rousseau quien le propuso al mundo romбntico esta perfecta complementaciуn. Fue йl quien perfilу de nuevo el mito de un andrуgino espiritual; y equivaldrнa a una reducciуn excesiva no ver en Sophie mбs que la imagen machista de una compaсera sometida. Una reactualizaciуn asн de la antigua nostalgia de la indivisiуn primitiva, de la totalidad original y mнtica, engendra la indecisiуn sexual de la pareja, tan perceptible en la pintura de un Janmot. Y esta indiferenciaciуn justifica el impulso fraternal hacia lo ideal.

Entonces se cierra el cнrculo y reaparece, inesperado, el polo negro de la feminidad. La virgen etйrea, diбfana, niega hasta tal punto la sexualidad de su compaсero que se vuelve inquietante, insidiosamente castradora. El hombre descubre que es la vнctima de aquella a la que ha izado a la escala de los бngeles a fin de que pudiese exorcizar mejor su animalidad.

El choque del encuentro

La literatura mбs ampliamente difundida propone a partir de entonces modelos de conducta, traza itinerarios espirituales, ilustra el nuevo sistema del amor. Hay clisйs que proliferan: el choque del encuentro, la “apariciуn” de la mujer, la irrupciуn de la silueta fugitiva. De golpe, se renueva tambiйn la escena amorosa; la espesura le cede su lugar a la avenida del jardнn, al sendero que sigue el paseo en la naturaleza. La palabra queda aquн mediatizada; en adelante primarб el mensaje a distancia. La primera mirada de los ojos que se cruzan y se detienen, la mъsica lejana de la voz, la dulzura del perfume natural que se filtra a travйs de la ligera toilette aseguran la salvaguarda del pudor femenino y forjan las cadenas indestructibles.

El amor romбntico modifica el estatuto de la confesiуn, exacerba las reacciones de la vergьenza, instituye nuevos procedimientos de deliberaciуn. La manifestaciуn del deseo masculino contraviene totalmente el cуdigo angйlico; йse es el origen del refinado erotismo del sistema. A la palabra, que resultarнa demasiado escandalosa, la suplen durante mucho tiempo la mirada, la sonrisa, y en un caso extremo el roce; la turbaciуn, el rubor, el silencio insistente son otras tantas respuestas.

Todo esto forma parte del proceso de la educaciуn sentimental, que es un tуpico de esta literatura. Toda esta experiencia manifiesta las dificultades del crecimiento. La mujer viene a colmar la pйrdida de un amor materno contrariado. El consuelo que ofrece, la total confianza que suscita justifican el milagro de un segundo nacimiento, el retorno al paraнso, merecido por el sufrimiento iniciбtico que ha precedido al encuentro. Madame de Warens, madame de Rкnal, madame de Couaлn, madame de Mortsauf y tantas otras forman una cohorte de madres adoptivas que deben resolver el problema del deseo de iniciaciуn amorosa. El imposible placer maternal, la temible imagen castradora que se oculta tras el personaje clave de esta educaciуn sentimental gravan con un pesado tributo la expansiуn de la sexualidad romбntica.

Despuйs de 1850, mientras que los buenos diccionarios, como el de Pierre Larousse, manifiestan una prolongada fidelidad a la primacнa idealista, el modelo del amor romбntico comienza a disgregarse. El campo semбntico de este sentimiento se sigue componiendo de los mismos elementos, pero se desorganiza. El fracaso de la generaciуn de 1848 desemboca en la ironнa flaubertiana que, en este terreno, dobla a muerto por las creencias angйlicas. La pйrdida de la fe en el amor romбntico es simultбnea a su difusiуn, a su democratizaciуn podrнamos decir; se ha convertido en objeto de consumo, casi en una mercancнa. En la ensoсaciуn de Emma Bovary y de Rodolphe, su amante, una vez acabada la aventura, los elementos constitutivos del sentimiento yacen esparcidos y parecen deslizarse con el curso del agua que pasa por allн mismo. Y lo mismo seguirб sucediendo durante todo el medio siglo siguiente. Al tiempo que el бngel cede ante la esfinge, un indeciso e inestable ensamblaje de sentimientos, de ensoсaciones, de recuerdos y de temores viene a sustituir el irresistible impulso hacia lo ideal.







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