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La construcciуn del museo interior





Al auge de la lectura muda lo acompaсa la atracciуn creciente de los placeres solitarios del “gabinete”. Durante el siglo XIX, el coleccionismo sigue siendo una prбctica esencialmente masculina; es el hombre quien inventa y perfila el proyecto de la acumulaciуn. La mujer no sabe crear nada que no sean “naderнas”. En 1892 igual que en 1895, las exposiciones de obras femeninas suscitan la ironнa de los crнticos; йstos rehъsan atribuir valor alguno a lo que no son sino irrisorios productos de la ociosidad. A lo mбs, es posible que la ternura y la piedad autoricen a la amiga o a la madre a reunir en los cajones de su escritorio algunos recuerdos familiares, particularmente conmovedores.

El coleccionismo tiene su historia. Durante la primera mitad del siglo se elabora una prбctica nueva. Dispersados por la tormenta revolucionaria, los objetos que llenaban los gabinetes aristocrбticos se hallan reducidos a la categorнa de desechos. Acaban naufragando en innumerables baratillos, de los que Victor Hugo traza en Quatre-Vingt-Treize (Noventa y tres), una penetrante descripciуn. Al mismo tiempo que se forman las grandes colecciones pъblicas, la quiebra de las jerarquнas se prolonga como desorganizaciуn del sistema de los signos de la supremacнa social.

Entonces hace su apariciуn una nueva raza de coleccionistas. Durante veinte aсos (1815-1840), la coyuntura se mantiene favorable a los compradores. A semejanza del primo Pons, rebuscadores de baratillo, que con mucha frecuencia no pasan de ser tipos marginales sin gran fortuna, consiguen, en muy poco tiempo, hacerse con sorprendentes colecciones. Hacia 1840-1845 se acusa un brusco efecto de moda. Los burgueses se precipitan a partir de ahora a las tiendas de los chamarileros. El nuevo comportamiento empieza a codificarse. La visita a la tienda de antigьedades, la paciente bъsqueda apoyada en un nuevo saber de compra, se ritualizan. La monarquнa de Julio representa la edad de oro del gabinete de “arqueologнa”, del museo interior, indiferente a los prestigios de la venalidad. El coleccionista dedica entonces sus preferencias al objeto antiguo; su ambiciуn es “salvar la historia” y no se le ocurre aъn pensar en la reventa. A su muerte, el perito tasador dispersarб todos sus tesoros. Tampoco las provincias desconocen al personaje. En Toulouse, por ejemplo, operan por entonces una decena de estos coleccionistas.

A partir de 1850 se define ya el valor del objeto, se estructura el comercio de la antigьedad. El hecho de que el tesoro de Pons acabe cayendo en manos del inculto Popinot prefigura el inminente alcance de la venalidad. Desde entonces se lleva a cabo en los comportamientos una verdadera mutaciуn. Una plйyade de riquнsimos coleccionistas va a dar el tono. Conviene subrayar el hecho: todos los grandes hombres de negocios han experimentado el deseo de acumular objetos preciosos. En las mansiones de algunos de ellos, se muestra con evidencia que este deseo era mбs fuerte que cualquiera otra pasiуn. Los magnates de la banca, concretamente los hermanos Pereire en su hotel del faubourg Saint-Honorй y los Rothschild en Ferriиres, se vieron destrozados por su deseo de acumular. Lo mismo les sucediу a numerosos industriales. Eugиne Schneider colecciona pintura holandesa y dibujos. Encierra sus tesoros, que no puede ver nadie, en un gabinete cuya llave conserva permanentemente sobre sн. Los directores de los grandes almacenes —nuevos ricos casi siempre— se sienten acometidos, a su vez, por el nuevo frenesн: Boucicaut colecciona joyas, Ernest Cognacq y Louise Jay, fundadores de la Samaritaine, objetos del siglo XVIII.

Todos ellos son al mismo tiempo mecenas; y ejercen una gran influencia sobre las modas. El impresionismo, lo mismo que el Art nouveau, les deben mucho a estos burgueses ambiciosos. Despuйs de 1870, el gran coleccionista rechaza la dispersiуn pуstuma de los objetos acumulados con un enorme cuidado eclйctico. Aspira ademбs a que lo celebren las generaciones futuras. Y a fin de sobrevivir en la memoria nacional, dona sus tesoros a los museos pъblicos, una de cuyas salas llevarб su nombre.

Los placeres solitarios del “gabinete”

El apetito del coleccionista parece asн tener que ver con una doble orientaciуn. Para quien ambiciona fundar un nuevo linaje, semejante acumulaciуn de signos responde al deseo de legitimar una posiciуn reciйn adquirida. La colecciуn confiere un evidente prestigio cultural; vinculada al mecenazgo, permitirб, si es preciso, orientar los gustos y la producciуn artнstica. Se produce asн una mezcla de orнgenes aristocrбticos y burgueses suficientemente sutil como para que un Arno Mayer se deje coger y confunda, por lo menos a propуsito de Francia, Antiguo Rйgimen y eclecticismo burguйs.

Pero el deseo de coleccionar revela sobre todo una estructura psicolуgica secreta; surge de las profundidades de la historia de la vida privada. La construcciуn de un museo interior es la resultante, segъn los casos, de mъltiples anhelos. La colecciуn puede no ser otra cosa que una simple acumulaciуn de recuerdos individuales. El cofrecillo secreto en que encierra Nerval los mechones y las cartas de Jenny Colon, la colecciуn de objetos sensuales y odorнferos que le evocan al Flaubert de Croisset la embriaguez de las noches con Louise Colet, explican una delectaciуn solitaria, nostбlgica y medrosa a la vez. El deseo de controlar, de encerrar la propia libido puede suscitar este tipo de comportamiento, que parece en estos casos desarrollarse preferentemente pasada la cuarentena.

Como posesiуn en estado puro, sin intenciуn funcional, la colecciуn colma la pasiуn individual de la propiedad privada; pero puede convertirse tambiйn en fuga apasionada, en refugio entre objetos que son otros tantos equivalentes narcisistas del yo. Al margen de las coartadas del esnobismo y el placer estйtico, se presiente que la colecciуn compensa un fracaso, real o fantasmagуrico. Una vez que su carrera se vio interrumpida por la administraciуn imperial, el modesto magistrado Henri Odoard se retirу a Chantemerle; y se dedicу allн a organizar piadosamente los archivos familiares y a coleccionar conchas y medallas. El repliegue hacia el universo domйstico confirma el fracaso de la relaciуn que nos siguen declarando la penumbra, los muebles acolchados y los abundantes cortinajes del interior burguйs de los aсos 1880. їHay que ver en este repliegue el signo de un miedo inconsciente a las masas o el remordimiento del espolio atestiguado, en hueco, por la riqueza de los objetos acumulados? La neurosis de Des Esseintes podrнa hacerlo pensar.

Es indudable que el juego de la serie en la intimidad obedece a su vez al mismo proceso de regresiуn que el mantenimiento de un diario. Como placeres solitarios y formas de autodestrucciуn que son a la vez, ambos pasatiempos acusan a la muerte. Sea como sea, la omnipresencia del coleccionismo constituye con seguridad una de las manifestaciones mбs profundas de la historia de las clases dominantes durante el siglo XIX. Ignorarlo equivaldrнa a condenarse a una total incomprensiуn de los mуviles que guнan a los protagonistas de la vida econуmica.







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