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El siglo de la confesiуn sacramental





Los especialistas consideran el siglo XIX como la edad de oro del sacramento de la penitencia. El tribunal de Dios, escribe Philippe Boutry, se sitъa en el corazуn mismo de la “religiуn introspectiva, inquisidora y a veces culpabilizante” que es la marca especнfica del catolicismo de la йpoca. El examen de conciencia y la confesiуn se presentan entonces como las dos condiciones capitales de la salvaciуn. Por otra parte, el sacramento forma parte de la estrategia de la salvaguardia de la moral familiar; aleja a las gentes jуvenes del abismo, previene los adulterios y, mбs tarde, evitarб los divorcios. Concurre en fin a la preservaciуn del orden social. “He aquн la barrera del socialismo, he aquн la salvaciуn de Francia”, escribe a propуsito del mismo, en 1853, el oscuro abate Debeney.

Puede suceder que el sacerdote acuda a escuchar la confesiуn al interior de la esfera privada. A decir verdad, el procedimiento se revela extremadamente raro; se le reserva a los enfermos y a una reducida minorнa social que dispone de un oratorio, o de una capilla domйstica, y que disfruta a veces de la presencia de un capellбn. Pero con mбs frecuencia, el sacramento tiene lugar en la iglesia o en la sacristнa. El confesionario se generaliza desde comienzos de siglo, y luego se va complicando. Puede no ser otra cosa, como el que utiliza el cura de Ars para escuchar a los hombres, que un rъstico sillуn encuadrado entre dos planchas de madera; pero puede ser tambiйn uno de aquellos suntuosos armarios de roble encerado cuya umbrнa intimidad suscitarб los rayos de la cуlera de Michelet.

Se ha establecido el paralelismo, demasiado ligeramente, entre el confesionario y el divбn del psicoanalista. Resulta ciertamente fбcil poner de relieve ciertas similitudes: al sacerdote —como al mйdico— se le imponen el recogimiento, la atenciуn, el discernimiento y la discreciуn; disimulado tras la reja, no ha de dejar ver su rostro ni su mirada. Por lo demбs, el secreto de la confesiуn serб guardado muy celosamente a lo largo de este siglo: el honor sacerdotal tenнa este precio. Pero quй diferente del de un paciente aparece el comportamiento del penitente; la actitud, el gesto y el atuendo, todo en йl expresa la voluntad de humildad. De rodillas, con las manos juntas, sin sombrero, el velo bajo si se trata de una dama, se somete de antemano al juicio del sacerdote. El fiel enumera la lista de sus faltas mezza voce; al hacerlo asн, estб ejercitбndose en el dominio del lenguaje de la confesiуn нntima; aprendizaje difнcil para las poblaciones rurales, habituadas a expresarse en voz muy fuerte.

Para el catуlico, la confesiуn debe hallarse acompaсada de contriciуn. Sуlo entonces puede la absoluciуn borrar la falta y garantizar la salvaciуn. De ahн, el inmenso alcance de la negaciуn de la absoluciуn, prбctica corriente desde la segunda mitad del siglo XVIII. Esta medida rigorista excluye pъblicamente al fiel de la comuniуn pascual; e instala en йl la idea de la posible condenaciуn. “Amigo mнo, estбis perdido”, “Mi querido joven, estбis condenado”, no teme declarar Juan Marнa Vianney a dos de sus penitentes.

Serнa un error oponer demasiado estrictamente confesiуn y direcciуn de conciencia. La mayorнa de los eclesiбsticos, algunas jуvenes y ciertas mujeres fervorosas, aristуcratas o burguesas en su mayor parte, asн como no pocas solteronas instaladas en la cercanнa del curato, disfrutan de una direcciуn seguida, personalizada. Pero estos privilegiados siguen siendo una minorнa, lo cual no impide que se acuda tambiйn a la confesiуn, y que йsta implique siempre la sumisiуn al magisterio espiritual; las pocas palabras que preceden al enunciado de la penitencia impuesta al pecador, la llamada a las buenas resoluciones, constituyen una forma, sin duda bastante magra, de direcciуn de la conciencia.

En teorнa, el fiel ha de confesarse con el cura de su parroquia. Hasta 1830 poco mбs o menos, el clero rural se mantuvo muy celoso de esta prerrogativa; luego acabу instaurбndose una cierta libertad de elecciуn. En los medios fervientes, la elecciуn de un confesor supone un autйntico rito de paso; para la joven que vuelve del pensionado y que se halla en vнsperas de entrar en el mundo, la decisiуn es de importancia. Si se lee la correspondencia de la joven Fanny Odoard, se advierte hasta quй punto se muestra decisiva la influencia de su director, el abate Sibour, futuro arzobispo de Parнs. Las respectivas cualidades de los confesores alimentan llegado el caso la conversaciуn de estas damas. En las parroquias urbanas, hay sacerdotes especialistas: unos escuchan preferentemente a niсos y jуvenes, otros a los sirvientes. Algunos de estos pastores gozan de gran reputaciуn; cuando se plantea algъn arduo problema de conciencia, representan un recurso extraordinario. El cura de Ars sigue siendo el modelo supremo de estos apуstoles de la confesiуn. Durante cerca de treinta aсos, se mantuvo a lo largo de diecisiete horas prisionero de la fila de fieles que se apretaban ante su confesionario, bajo el cuidado de un verdadero servicio de orden. Que la persona del “buen cura” suscitara las peregrinaciones mбs importantes del paнs atestigua claramente la importancia del sacramento. Pero Juan Marнa Vianney no estб solo. El padre P. A. Mercier, retirado en Fourviиre a la edad de sesenta y seis aсos, escucharб a veinte mil penitentes en menos de cuatro aсos.

Insatisfecho de la rutina de las confesiones ordinarias, cabe que el fiel emprenda una confesiуn general de sus pecados. Asн proceden los conversos; como aquel profesor fascinado por el cura de Ars y que no se habнa confesado con ningъn sacerdote desde hacнa cuarenta y cuatro aсos. La confesiуn general puede coronar un retiro, una misiуn, una peregrinaciуn; y se entiende su necesidad para los agonizantes que han conservado su lucidez.

La prбctica del sacramento

Advierte Claude Langlois que, en la diуcesis de Vannes, entre 1800 y 1830, la frecuencia del sacramento de la penitencia diferнa mucho segъn los individuos. La confesiуn mensual es, desde esta йpoca, obligatoria en los establecimientos secundarios. Hay ya ciertas almas piadosas, por lo general familias en pleno, que comulgan y se confiesan con frecuencia; hasta el extremo de que el obispo se muestra inquieto del aumento de fatiga que estos fieles demasiado celosos imponen a su clero. Pero serнa no obstante imprudente sobrestimar esta nueva demanda popular. A lo largo de todo el siglo, las gentes del campo de la diуcesis de Belley se mantendrбn hostiles a la confesiуn frecuente. En la diуcesis de Arras, la permanencia de un cierto rigorismo hace que los pastores desconfнen de esta prбctica. En la alta Bretaсa, йsta no se desarrollarб antes del siglo XX. Hasta entonces, la masa de los fieles se contenta con acudir tres o cuatro veces al aсo al confesionario.

El sacramento de la penitencia no escapa al dimorfismo sexual que caracteriza la prбctica religiosa del siglo XIX. Las estadнsticas establecidas en la diуcesis de Orleans por iniciativa de monseсor Dupanloup, el anбlisis cuantitativo de los penitentes del cura de Ars, las quejas expresadas por los pastores con ocasiуn de las visitas pastorales, en una palabra, todas las fuentes llevan a subrayar la feminizaciуn del sacramento. Esta tendencia se encuentra acentuada por la “confesiуn de dependencia” (Ph. Boutry): el sacerdote recibe a la vez la misiуn de velar por la pureza de la joven, la fidelidad de la esposa y la honestidad de la sirvienta.

Durante la primera mitad del siglo, la confesiуn de los niсos apenas si le interesa al clero francйs. En Bretaсa, observa Michel Lagrйe, no se practica antes de la primera comuniуn, o sea, antes de los doce aсos. En 1855, Roma comienza a criticar esta retenciуn. El clero francйs se plegarб poco a poco a las nuevas instrucciones; en 1861, el sнnodo del episcopado bretуn manda que los sacerdotes no se limiten a escuchar en confesiуn a los pequeсos por puro formalismo. Muy pronto, el ritmo de la confesiуn infantil se acelerarб; a finales de siglo, se calca sobre el de la prбctica de los adultos. En 1910, a partir de la recepciуn del decreto Quam singulari, se instituye en todas las diуcesis la comuniуn privada (anterior a la solemne, ya tradicional). En la de Saint-Brieuc, no obstante, y no es mбs que un ejemplo, los fieles dan entonces abundantes pruebas de reticencia ante la nueva prбctica.

Los jуvenes, en su gran mayorнa, dejan de frecuentar el confesionario despuйs de la primera comuniуn. El desapego de los hombres varнa, sin embargo, segъn las regiones; en la llanura del Lys, a finales de siglo, el 60% de ellos comulgan durante el tiempo pascual; pero no son mбs que el 20% quienes lo hacen en el Artois meridional, a unos pocos kilуmetros. En particular, para ciertos jуvenes obreros, la experiencia de la confesiуn se revela decepcionante. Norbert Truquin cuenta con humor cуmo, durante su ъnica tentativa, dio esquinazo al buen cura que insistнa en preguntarle si “andaba con mujeres”. Para reconducir a los hombres a una prбctica que la gran mayorнa de ellos han abandonado, el clero no escatima sus esfuerzos, infructuosos las mбs de las veces; incluso da pruebas de laxismo llegado el caso. En 1877, los estatutos sinodales de Montpellier aconsejan a los confesores no hacer esperar a los caballeros, evitar hacerles demasiadas preguntas en el capнtulo de la lujuria y usar de la mayor indulgencia con ellos.







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