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La evoluciуn de las maneras de leer





Una triple red de bibliotecas parroquiales, populares y escolares entra en acciуn; las primeras, instaladas a partir de la monarquнa de Julio hasta en las ciudades mбs pequeсas, se encargan de propagar las “buenas lecturas”; las segundas, establecidas durante la Tercera Repъblica, difunden obras tenidas por fбciles, pero de buen tono; las ъltimas, creadas a partir de 1865, se hallan frecuentadas sobre todo por la gente joven que ha adquirido en la escuela el gusto por la lectura.

La biblioteca escolar juega el mismo papel que la colecciуn de libros de premio que se forma en uno de los estantes de la alacena campesina. Estos magros recursos satisfacen escasamente, para ciertas gentes del campo hambrientas de lectura, el hiato abierto entre lo raquнtico de la venta ambulante y la apariciуn de la prensa regional de gran tirada.

La evoluciуn de los comportamientos acompaсa a la mutaciуn de la red de distribuciуn. La lectura oral, en la esfera domйstica, se mantiene a pesar de que declina, lo mismo que la prбctica de la escritura dictada. Durante la monarquнa de Julio, los burgueses de Ruбn continъan leyendo en voz alta en la sala, al anochecer, junto al fuego, pero mбs tarde, el canto, la mъsica, la pintura, le hacen la competencia victoriosamente a una actividad que se considera pasadista, y que sуlo impone en adelante la debilidad del anciano. La lectura en alta voz se convierte asн en monopolio de la hija abnegada o de la dama de compaснa. Tambiйn cae en desuso la lectura edificante a los criados analfabetos, como la que practicaba, varias veces al dнa, la seсorita de Ars, la castellana del cura.

Por el contrario, hasta la Primera Guerra Mundial, la lectura en voz alta siguiу siendo de tradiciуn durante la velada campesina. Tenнa que ser de corta duraciуn; porque respondнa al propуsito de lanzar la conversaciуn, de proporcionar un tema de comentario a los participantes de la reuniуn; en esto se distinguнa de la lectura monуtona en el salуn burguйs, que llevaba consigo la tentaciуn del sueсo.

A finales de siglo, la lectura de taller, practicada por ejemplo por los porcelanistas de Limoges, constituye una forma tardнa de aquella lectura oral que, surgida en los refectorios de los conventos, impuesta desde siempre en los colegios religiosos, va a ceder en adelante a la lectura muda.

Ciertamente, йsta no significa lectura solitaria; porque se practica en la biblioteca, en el cнrculo, en el cafй, o en la sala de la biblioteca circulante. Pero implica recogimiento, una manera de abstraerse del entorno, en definitiva, un conjunto de actividades privadas de las que el pueblo se sentirб excluido por mucho tiempo. Por otro lado leer en soledad equivale a veces a situarse conscientemente en medio de un grupo de lectores y mantener por ello relaciуn con unos interlocutores imaginarios. El elector de la monarquнa censataria que lee su periуdico en la sala de lectura participa en la vida pъblica; y asн desde luego es como se advertirб su actividad. Estar abonado a La Quotidienne en Nancy, en tiempos de Lucien Leuwen, equivale a introducirse en el estrecho cнrculo de los legitimistas. En el seno de la burguesнa de Ruбn, por mucho que disguste a Flaubert, se lee mucho; el comentario de las novedades es de buen tono en las conversaciones mundanas; e impone la previa lectura muda. Йsta se practica en la sala de la casa, en la habitaciуn, en el banco del jardнn o en plena naturaleza.

Este pasatiempo elitista se difunde a la vez que los progresos de la alfabetizaciуn. Parent-Duchвtelet ha descubierto, no sin asombro, que algunas prostitutas se pasan las horas leyendo novelas de amor. Y ya hemos visto quй atracciуn representaba la lectura para una reducida minorнa obrera, al dнa siguiente de la revoluciуn de 1830. Tambiйn en 1826 y 1827, despuйs de su retorno a Francia, Agricol Perdiguier se harta de lecturas heterogйneas y desordenadas. Su prбctica de la literatura de consumo, su admiraciуn por la canciуn gremial, se suman a una nueva pasiуn por los mбs insulsos autores del siglo XVIII cuyas obras completas acaban de publicarse.

Los hбbitos de lectura difieren profundamente de acuerdo con la edad y el sexo. Se afirma mбs que nunca la voluntad de recluir a los pequeсos en la lectura, otrora popular, de cuentos y leyendas. A las mъltiples reediciones de Perrault o de madame de Aulnoy, vienen a aсadirse innumerables obras cuyos autores, desde la condesa de Sйgur hasta Jean Macй, se esfuerzan por dar con la especificidad de la imaginaciуn infantil. Como novedad, estб el auge considerable de una literatura destinada a la infancia burguesa y que tiene como propуsito basar la supremacнa social en una superioridad moral. Dirigidas por madame Necker y madame Guizot, una plйyade de excelentes damas se inspiran a su vez en el modelo elaborado por madame de Genlis. Todas ellas se muestran de acuerdo con los mйdicos en aconsejar la vigilancia de las lecturas domйsticas de las jovencitas; y todas ellas denuncian los efectos devastadores de la novela sobre la que se concentra el juego del deseo y de lo prohibido.

A la mujer casada, de la que, a decir verdad, las buenas damas ya no se ocupan, se le reconoce una libertad mayor. No pocas jуvenes esposas verбn ampliarse asн el horizonte de sus lecturas con ocasiуn del viaje de bodas. En tiempos de Paul Bourget, una literatura que se complace en jugar con el descubrimiento parcial de los misterios del sexo se dirige a estas mujeres cuyas informaciones son demasiado recientes para que no conserven algo de la curiosidad ansiosa de las vнrgenes. Los hombres, por su parte, se reservan esa literatura de las estanterнas altas cuya exacta difusiуn no podremos calibrar jamбs. La viveza de la lucha sostenida contra el libro obsceno, que el senador Bйranger y las ligas de moralidad no dejan de condenar a finales de siglo, permite adivinar un muy amplio йxito, posibilitado por la creaciуn de canales de distribuciуn “muy privados”.

Evidentemente, la forma de consumo del libro varнa de acuerdo con el origen social. Una advertencia al respecto: antes de que se instituyeran las bibliotecas escolares, el joven campesino, con ganas de saber, permanecнa condenado a la confusiуn de lecturas al azar, cuya importancia solнa sobrevalorar y que, a veces, ejercнan sobre йl una estupefaciente influencia. En 1820, el comportamiento de Pierre Riviиre apenas si difiere de el del molinero de Friuli del siglo XVII estudiado por Carlo Guinzburg. Los dos infortunados perecerбn vнctimas de la anarquнa de sus lecturas. Durante mucho tiempo, las maneras de leer de los autodidactos llevarбn la seсal de esa bulimia desordenada que habrб de suscitar la burla del autor de La Nausйe. Medio siglo despuйs de Agricol Perdiguier, el minero de Valenciennes, Jules Mousseron, se lanza, inmediatamente despuйs del “remonte”, sobre todos los libros que caen en sus manos. Menos audaces, las obreras de la Belle Йpoque se sienten culpables de dilapidar un tiempo normalmente consagrado al trabajo. No les da por envanecerse de sus lecturas y se guardan de pregonar sus gustos individuales. Pero no por ello dejan de devorar con avidez ciertas novelas populares cuya presentaciуn encaja en el tiempo fragmentado de su lectura y facilita el comentario cotidiano en el уmnibus o el taller.







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