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El piano, hachнs de las mujeres





Edmond de Goncourt no exagera demasiado al bautizar el piano como el “hachнs de las mujeres”; de hecho es asн como el instrumento aparece a la imaginaciуn. Daniиle Pistone ha reseсado en la literatura novelesca de esta йpoca dos mil escenas en las que interviene. La mitad se refiere a muchachas; y una cuarta parte a mujeres casadas. La gran moda del instrumento comienza en 1815; la pudibundez interviene a su favor, una vez que el arpa, el violoncelo y el violнn comienzan a parecer indecentes. Durante la monarquнa de Julio, el piano se difunde entre la pequeсa burguesнa; mбs tarde, se democratiza. A partir de 1870 comienza incluso a considerбrselo un poco vulgar; es entonces cuando se perfila su relativa declinaciуn.

La primacнa de la funciуn social del instrumento es algo que se impone como el resultado mбs evidente del trabajo de Daniиle Pistone. Tocar bien el piano es la base de una reputaciуn juvenil, demuestra pъblicamente la buena educaciуn. El virtuosismo forma parte de la estrategia matrimonial, junto a la “dote estйtica”. Por el contrario, sуlo en raras ocasiones es el piano el lugar del encuentro, del diбlogo amoroso; este papel se le adjudica al canto, especialmente a la romanza. Hechas estas reservas, hay cuatro figuras privilegiadas que dibujan, preferentemente en la calma del anochecer, la imagen de un amigo, de un confidente, de un refugio que permite la efusiуn solitaria. Conviene advertir que estas figuras irбn diluyйndose al filo de los decenios, mientras que el piano dejarб poco a poco de ser el amigo del alma para transmutarse en un mueble sin personalidad.

Bajo los dedos inocentes de la jovencita ignorante, el teclado traduce pulsiones que el lenguaje serнa incapaz de expresar. Por esta razуn, Balzac le aconseja a su hermana, Laure Surville, la adquisiciуn de un piano. Йste se ofrece como el exutorio privilegiado de la timidez; lo que justifica el despliegue de la escena literaria de la joven que se creнa sola y que revela al indiscreto ciertos impulsos tanto mбs insospechables cuanto que el instrumento posee aъn el privilegio de alzar el alma hacia lo ideal.

Con menos frecuencia, el piano se hace eco de la nostalgia de los amores contrariados, el solitario mensaje al amante ausente. Ademбs de saber traducir las lamentaciones del alma herida por la ruptura. Segъn Edmond About, el envнo de un piano a la amante abandonada forma parte de la lista de los regalos rituales. Prбctica que armoniza con el estereotipo literario de la mujer afectuosa, no demasiado atractiva, comprensiva y sensible que, con el corazуn afligido, improvisa aires desgarradores; en suma, la mujer de la que escribirб Jules Laforgue que “se hace la autopsia con Chopin”.

La tercera de estas escenas literarias sigue siendo la mбs frecuente; el piano juega en ella el papel de exutorio solitario de la fuerza irreprimible de las pasiones; йl es quien calma el delirio de los sentidos de la duquesa de Langeais. En ocasiones como йstas, se convierte en sustituto de la carrera a caballo y de la caminata bajo la tormenta; sin olvidar, a este propуsito, la proximidad de los tres campos semбnticos. Anticipбndose a los psicoanalistas, Edmond de Goncourt lo asocia por este motivo con la prбctica de la masturbaciуn.

Tocar el piano es algo que participa en definitiva de la inutilidad del tiempo femenino; permite pasarse las horas muertas a la espera del hombre; segъn Hippolyte Taine, ayuda a la pianista a resignarse a “la nulidad de la condiciуn femenina”. En cualquier caso no deja de ser cierto que todas estas escenas que atestiguan la importancia del instrumento en la vida нntima nos hablan sobre todo de la divagaciуn masculina en torno a la mujer que toca el piano. La cabellera suelta, el rostro iluminado por las velas del atril, los ojos perdidos en el vacнo, йsta semeja ya la presa soсadora ofrendada al deseo del hombre.

Ocios solitarios y tesoros secretos

El acceso al libro

Durante la primera mitad del siglo XIX, el libro es caro. Bajo la Restauraciуn, la adquisiciуn de una novela de actualidad habrнa absorbido un tercio del salario mensual de un obrero agrнcola. Se explica asн la escasa densidad de la red de librerнas, hasta bien entrado el Segundo Imperio. Por eso mismo se impuso el alquiler. Hoy dнa nos es bien conocido, gracias a Franзois Parent-Lardeur, el considerable papel del salуn de lectura en el Parнs de la Restauraciуn. Estas boutiques del libro prestan volъmenes sueltos o bien mediante abono; el lector que parte para sus vacaciones en el campo puede llevarse en prйstamo de veinte a cien libros a la vez. Cuarenta mil parisinos frecuentan estos salones; la mayorнa parecen pertenecer a la nueva burguesнa, y en concreto a la pequeсa burguesнa que encuentra satisfactorio este sistema de alquiler. Pero junto al rentista y al estudiante, encontramos en estas salas numerosos individuos que viven en contacto con las clases dominantes: doncellas, porteros y dependientes. Los criados del bulevar Saint-Germain leen en el office las obras solicitadas por sus amos. En el barrio del Temple, las costureras, las modistillas y los artesanos componen el grueso de la clientela de estas bibliotecas circulantes que apenas si frecuentan los obreros. El salуn de lectura existe tambiйn en provincias; aunque aquн se desarrolla no obstante con retraso respecto a la capital. En numerosas cabezas de partido del Limousin, durante la monarquнa de Julio y el Segundo Imperio, hay algunas merceras, con frecuencia viudas, que alquilan tambiйn novelas de colecciones baratas.

Quienes viven en zonas rurales alejadas han de recurrir al envнo por correo. El libro constituye un objeto precioso; puede convertirse en un obsequio inesperado cuya recepciуn procura una enorme alegrнa; como demostraciуn, ahн estб la emociуn de los habitantes del pobre Cayla albigense al recibir las obras de Walter Scott o de Victor Hugo.

En regiones como йsta actъan aquellos vendedores ambulantes a gran escala, pirenaicos las mбs de las veces, cuya actividad culmina durante el Segundo Imperio. Vienen a relevar a los humildes comerciantes itinerantes que habнan distribuido tantos ejemplares de Telйmaco, de Simуn de Mantua, de Genoveva de Brabante o de Robinson Crusoe durante los decenios precedentes.

A partir de los aсos 1860, empieza a funcionar un sistema de difusiуn mбs eficaz.

En verdad, las bibliotecas pъblicas continъan dormitando; sus fondos de obras clбsicas y cientнficas, heredados en parte de los antiguos conventos, apenas si interesan a una clientela de especialistas, fastidiados por los parsimoniosos horarios. El silencio que reina en estos establecimientos, el comportamiento exigido a los lectores, contrastan demasiado con los hбbitos populares como para que tales severos depуsitos puedan ejercer un gran papel. Por el contrario, las gentes de la ciudad van a disponer en adelante de una excelente red de librerнas, que vendrб a completar la de las estaciones de ferrocarriles.

Sin embargo, el auge de la gran prensa barata relegу al rango de los arcaнsmos el canard (periуdico de poco valor) del primer siglo XIX, ya que no los almanaques, cuya utilidad continuу imponiйndose a la gente del campo.







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