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Las figuras de la voluptuosidad





El lenguaje de la sexualidad da forma a los sueсos, ordena las conductas. No tenerlo en cuenta equivale, con seguridad, a caer en el anacronismo. Segъn Bronislaw Baczko, la palabra “sexualidad” no aparece hasta 1859 —tal vez ya en 1845—. No designa en ese momento mбs que el/los caracteres de lo sexuado. Antes de la elaboraciуn de la scientia sexualis, se habla de “amor” y de “pasiones amorosas”, de “deseos” y de “instinto genйsico”, de “actos carnales” y de “actos venйreos”; los mйdicos hablaban de copulaciones y coito. La evocaciуn de los gestos del amor fнsico sigue siendo cuasi-monopolio del hombre. Y aun entonces, el discurso masculino, para hacerlo, ha de dar un rodeo. Sуlo el mйdico puede hablar abiertamente de sexo; el concepto de “instinto genйsico” le autoriza a ello. Disociada de la pasiуn, la sexualidad, asimilada de este modo a una fuerza necesaria para la reproducciуn de la especie, adquiere un estatuto inferior que autoriza la desenvoltura con respecto a todas las formas degradantes de la relaciуn amorosa. Los mйdicos se esfuerzan por codificar los retozos conyugales, lo que les proporciona la coartada de poderse detener no sin cierta complacencia en las figuras del orgasmo. Sus denuestos empiezan a abatirse ya sobre las conductas desviadas, percibidas como “aberraciones” del instinto genйsico. De momento, esta voluntad de ampliar el campo de la patologнa se ejerce principalmente a expensas del onanismo.

El amor fнsico obsesiona a la novela y a la poesнa. La obscenidad, omnipresente y oculta a la vez en las vueltas del texto, impone al lector una permanente descodificaciуn que aviva el placer de la transgresiуn. La elipse, la lнtote, la perнfrasis asн como la metбfora invitan al trabajo de la imaginaciуn. Asн es como funcionan las evocaciones del paroxismo del placer. En esta literatura, se “posee a una mujer” que “se entrega”; la “dicha”—unas veces el coito, otras el orgasmo— estб hecha de “indecibles goces”, de “inauditas delicias”, de “un placer enloquecido, casi convulsivo”. La novela aborda, o cuando menos roza ciertos aspectos secretos de la vida sexual, dejados a un lado por el discurso libertino; sugiere la frigidez y la impotencia; y se complace en los escбndalos de la inversiуn.

La risa propone otros rodeos. La alegrнa “franca” y “sana” sirve de pretexto a lo “picante”, al “chiste atrevido”. En el seno de la pequeсa burguesнa y en las zonas limнtrofes de los medios populares se difunde una vigorosa literatura cupletista, inspirada en el siglo galante; aspira a descargar la melancolнa de los espнritus malhumorados. El acertijo permite “disfrazar” la intenciуn; y asн es como funciona tambiйn el juego de palabras o el trabalenguas que, por su parte, subraya la alusiуn obscena mediante el trabajo que le impone a la imaginaciуn. Estos procedimientos alambican el amor narcisista del sexo masculino. “El chansonnier —escribe Marie-Vйronique Gautier— sueсa con una mujer perpetuamente glotona, con los ojos clavados en el instrumento de su placer”. En este contexto prolifera la metбfora erуtico-guerrera. La muchacha “se rinde” indefectiblemente; el placer masculino se reduce a “tirar al blanco”.

La bipolaridad femenina modela las figuras de la voluptuosidad que invaden la imaginaciуn. Es ella la que impone un incesante ir y venir de la idealizaciуn a la degradaciуn; ritmo cardiaco de una sexualidad que, como advierte Jean Borie, reduce inexorablemente las postulaciones serбficas y apasionadas a las hazaсas de burdel. El cуdigo del amor romбntico dicta a la mujer un angelismo del lecho que hoy podrнa suscitar la risa. El tabъ que pesa sobre la manifestaciуn del deseo femenino obliga al amante a simular la presa que no estб dispuesta a “entregarse” sin que el vigor del asalto justifique al menos la “derrota”. Un cuerpo demasiado indiscreto en el placer impone, despuйs del “йxtasis”, las posturas redentoras de la pureza. Louise Colet no es precisamente gazmoсa; es ella la que asalta al joven Flaubert en un carruaje. Sin embargo, en el desenlace de su primera escena de amor, en un hotel ocasional, permanece tendida en el lecho, “los cabellos esparcidos sobre la almohada, los ojos levantados al cielo, las manos juntas, dirigiйndo(le) palabras enloquecidas”. “En 1846 —anota Jean-Paul Sartre al comentar la escena— una mujer de la burguesнa, cuando acaba de hacer la bestia, tiene que hacer el бngel”.

El sentimiento de la inferioridad sexual masculina suscita por aquel entonces en el hombre una ansiedad creciente. El relato de las voluptuosidades de un personaje de Musset se aleja resueltamente del triunfalismo de un Restif. El texto va a acentuar en adelante las actitudes paroxнsticas: los mйdicos, igual que los novelistas, subrayan el impulso total del ser, el йxtasis, o mejor aъn su aniquilaciуn, incluso —o sobre todo— en la degradaciуn. El placer devasta a Namouna, como lo indican “un ligero temblor, una palidez extrema, / una convulsiуn de la garganta, una blasfemia, / algunas palabras sin sentido balbuceadas apenas […]”.

Esta figura romбntica de la voluptuosidad, que deriva lejanamente de la agresividad del placer a lo Sade de donde procede, se halla acompaсada, no obstante, de una obsesiva aritmйtica coital, sugerida por el miedo al agotamiento y la decadencia. El burguйs de la йpoca necesita proezas tranquilizadoras o, al menos, la prueba matemбtica de una constante regularidad. El hecho de que Vigny o Hugo relaten sus orgasmos, de que Flaubert calcule sus hazaсas, o de que Michelet haga un balance anual de su actividad genital, nos lleva a pensar que esta contabilidad del amor debнa de hallarse muy extendida en sus ambientes.

Este teatro del placer, en el que se mezclan el йxtasis y la degradaciуn, se despliega en las zonas perifйricas. De modo que las modalidades de la voluptuosidad donde se perfeccionan es en el interior del burdel, al azar de los encuentros callejeros, en medio del boato del mundo galante, o con ocasiуn de los placeres del adulterio. Йste es el itinerario que nos vamos a esforzar por seguir dejбndonos guiar por las mъltiples configuraciones de la pareja.

La demanda preconyugal

Conviene, previamente, recordar algunos hechos histуricos que condicionan las formas del encuentro. Durante el siglo XIX, el intervalo que separa la pubertad del matrimonio sigue siendo desmesurado; y esto tanto mбs cuanto que la edad de las primeras reglas desciende por tйrmino medio unos dos aсos. La prolongaciуn de la esperanza de vida impone una espera mбs larga de la herencia que permitirб casarse. De ahн, la extensiуn del celibato, y sobre todo la formaciуn de guetos urbanos que suscitan una intensa demanda sexual preconyugal. Los inmigrantes temporeros de guarniciуn, los estudiantes, los empleados y los dependientes de rentas insuficientes para poner el hogar pequeсo-burguйs con el que sueсan, sostienen una presiуn continua sobre la virtud femenina; sin olvidar a los inmigrantes definitivos que se amontonan en las ciudades de la monarquнa de Julio; en algunos barrios, su presencia provoca un enorme desequilibrio de sexos (Jeanne Gaillard). En el campo, mientras reina aъn la familia tradicional, entre los hijos menores, que ahora alcanzan en mayor nъmero que en el pasado la edad adulta, algunos se saben condenados a no poder encontrar esposa. Tambiйn el proletariado de domйsticos que se forma en algunas regiones de nivel elevado, como la Champagne de la regiуn de Berry, conoce los horrores de una autйntica miseria sexual.

El “instinto genйsico”, cuya violencia reconocen y cuya frecuencia definen los mйdicos, fundamenta la convicciуn de que hay dos йticas diferentes segъn el sexo. El realismo moral heredado de los Padres de la Iglesia, en concreto de san Agustнn, lleva a minimizar la gravedad del acto venйreo en su bestialidad y a tolerar un complejo sistema de satisfacciуn sexual masculina; se trata de un verdadero infierno, que hay que esforzarse por circunscribir y que constituye el lugar simйtrico del cielo amoroso al que aspiran los angйlicos amantes de un Louis Janmot. Una sexualidad degradada, que compensa la idealizaciуn de los impulsos, funciona a plena intensidad.







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