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Sнntomas del sufrimiento individual





Nuevas fuentes de ansiedad

Los progresos de la individuaciуn engendran nuevos sufrimientos нntimos. Imponen la formaciуn de imбgenes de sн, de fuentes de insatisfacciуn. Al tiempo que el nacimiento va dejando, poco a poco, de ser un criterio claro y decisivo de pertenencia social, cada uno habrб de definir y dar a conocer su posiciуn. Ahora bien, el aumento de la movilidad social, cuyo ritmo conviene ciertamente no exagerar, el inacabamiento, la indecisiуn y la precariedad de las jerarquнas, asн como la complicaciуn de los signos que indican el rango, no hacen otra cosa que oscurecer las ambiciones; provocan la irresoluciуn, el desarraigo y la inquietud. El esfuerzo de cada uno por construir su propia personalidad, el influjo de la mirada del otro, incitan al descontento, y hasta a la denigraciуn de uno mismo; desembocan en el sentimiento de insuficiencia. Ya hemos podido ver cуmo los diaristas sufren de esta torturante depreciaciуn нntima. La confusiуn social, mбs anбrquica que bajo el Antiguo Rйgimen, aviva el temor al fracaso. El carбcter competitivo de la existencia conduce al agotamiento, amplifica la inquietud profesional. En el individuo formado desde la infancia por la obsesiуn de los exбmenes crece el temor al fracaso; la necesidad de una perpetua adaptaciуn, la angustia del abandono pueden engendrar un autйntico miedo a la vida. Sentimientos como йstos determinan la parбlisis de la voluntad y, de un modo mбs general, el mal del siglo descrito por Musset.

Al derrumbamiento de las certidumbres viene a aсadirse la nueva conciencia de un deber de felicidad que modifica la relaciуn entre el deseo y el sufrimiento. El vacнo del alma y del corazуn, cuando se manifieste, va a presentarse en adelante como una desgracia. El hastнo que pesa sobre los espнritus mбs refinados de la йpoca, el spleen baudelairiano, expresan esta nueva culpabilidad con respecto a uno mismo.

Estas fuentes confluentes de malestar, que revela con abundancia la lectura de los documentos нntimos, ven henchirse ademбs su caudal con el ascenso de la clнnica psiquiбtrica. En este terreno, la nosologнa que multiplica sus descripciones, la prolijidad de la exposiciуn de los casos mйdicos, estimulan la ansiedad. La “manнa razonante”, la “demencia lъcida”, permiten a ciertos especialistas desemboscar la alienaciуn hasta en la calma y el secreto de una apacible vida privada. De una manera mбs general, el triunfo de la medicina clнnica tiende a modificar la mirada que cada uno dirige sobre su propio cuerpo; їcuбntos reclutas que se creнan normales no descubren con espanto su estado patolуgico con ocasiуn del consejo de revisiуn?

La evoluciуn de las figuras del monstruo

Pero hay algo mбs angustioso todavнa: dos imбgenes de lo salvaje que surgen en medio de las clases dominantes y provocan el pбnico. Durante la primera mitad del siglo —Louis Chevalier fue el primero en detectarlo—, crecen la repulsiуn, el temor —y la fascinaciуn— suscitados por las clases trabajadoras que proliferan en el corazуn de las grandes ciudades. La novela remacha la amenaza; la encuesta social, que este proyecto estimula, pretende analizarlo; la filantropнa se propone exorcizarlo. A este propуsito, el optimismo inicial de la Restauraciуn se cambia en un negro pesimismo bajo la monarquнa de Julio. Al mismo tiempo, las minorнas se lanzan al descubrimiento de la Francia profunda, donde encuentran rastros de salvajismo. Pastores imbйciles de las montaсas, rudos pescadores del litoral de la comarca de Lйon, pobres habitantes de las chozas de las marismas del Poitou, sombrнas gentes de los pantanos de la Dombre o de la Brenne, les parecen anudar vнnculos misteriosos con la rudeza o el pasado de la tierra, con la consistencia de los minerales y la naturaleza de la vegetaciуn; todos ellos se dirнan muy cercanos aъn a lo animal.

La vaga ansiedad nacida de la proximidad de estas mъltiples tribus se exacerba ante la comprobaciуn de la presencia de verdaderos monstruos en el seno de la sociedad. Asuntos criminales espantosos, tal el del parricida Pierre Riviиre, o el de la ogresa de Sйlestat que, en 1817, devorу el muslo de su hijo, que habнa hecho cocer con coles blancas, sin olvidarse de reservar un trozo para su marido, o el del viсador Antoine Lйger que, en 1823, chupу el corazуn de la niсa que acababa de descuartizar, vienen a atestiguar la proximidad entre el hombre y la bestia. La prensa amarilla explota estas crueles historias que arrojan una luz trбgica sobre los horrores de la vida privada. Despuйs de la consumaciуn del regicidio, el 21 de enero de 1793, lo monstruoso acecha: los ogros, escribe Jean-Pierre Peter, se escapan del “apacible conservatorio de los cuentos”; en 1831, la figura de Quasimodo viene a sellar esta proximidad teratolуgica entre el pueblo y lo animal.

Despuйs del traumatismo de la Comuna, al tiempo que se va borrando poco a poco la violencia proletaria, se ahonda la presencia de lo salvaje: el verdadero peligro surge en adelante del trasfondo de la persona. Lo monstruoso se agazapa en el corazуn del organismo; puede hacer irrupciуn hasta en el delirio de la imaginaciуn. Nos hallamos ante el retorno de lo ancestral, siempre percibido como mуrbido, que en lo sucesivo constituirб la amenaza mбs angustiosa.

La familia patolуgica

La nociуn de familia patolуgica marca hasta tal punto esta йpoca que justifica que nos detengamos en ella. Es ella la que trenza el hilo que une al sabio, al ideуlogo y al artista. La vieja nociуn de herencia gozaba, ciertamente, de un gran crйdito en el siglo XVIII; los mйdicos de entonces repiten que los vбstagos de gente vieja resultan ser enfermos, que los hijos del amor son de una gran belleza y que el ebrio corre el riesgo de engendrar monstruos. Un neohipocratismo razonable, nos recuerda Jacques Lйonard, propugna entonces el cruzamiento de los temperamentos, la neutralizaciуn de las idiosincrasias extremadas. Luego, el estudio de la patologнa industrial y urbana, el sobresalto suscitado por las “histerias insurreccionales” y el espectбculo de la neuropatнa de los artistas, estimulan el pesimismo; sugieren que se ha producido un vнnculo entre la civilizaciуn y la degeneraciуn.

El viejo mito teratolуgico, surgido del Gйnesis, proponнa la imagen de un tipo perfecto de humanidad sometido, a causa del pecado original, al riesgo de una degradaciуn progresiva. En 1857, Benedict Morel, inspirado por Buchez, reactiva esta creencia. El hombre se aleja de su naturaleza inicial; degenera. Esta deriva tiende a alejarlo de la primacнa de la ley moral y a someterlo a la dominaciуn de los deseos fнsicos; en una palabra, a rebajarlo al rango de la bestia. Durante una treintena de aсos (1857-1890), la teorнa de la herencia mуrbida se impone a los espнritus cultivados, bajo una forma laicizada. Se ignoran aъn las leyes de Mendel y se cree en la transmisiуn de los caracteres adquiridos; nada impide por tanto imaginar una progresiva decadencia de la especie. La etiologнa cientнfica de las monstruosidades desemboca en seguida en la elaboraciуn de una teratologнa social, en la organizaciуn de un fabuloso museo de tarados, engendros y degenerados. La herencia se reduce en efecto a un proceso mуrbido. El cachet, el “sello”, impreso sobre la fisonomнa o en la morfologнa hace desaparecer el individuo, lo circunscribe a una familia teratolуgica. La nociуn de “predisposiciуn hereditaria desgraciada” (Moreau de Tours), junto con la creencia ascendente en todas las formas de latencias posibles, hace desvanecerse la esperanza de redenciуn. “Cada familia —escribe Jean Borie— vive enclaustrada en una fortaleza feudal, con toda una horrible poblaciуn, agazapada, que aguarda al fondo de los calabozos”.

Las teorнas darwinianas, que se difunden en los ambientes mйdicos a partir de la dйcada de los setenta, imponen, como escribe Jacques Lйonard, una “relectura evolucionista del dossier de la herencia”. Los sabios se inclinan sobre las taras fundamentales del proceso mуrbido; y se les impone en seguida la culpabilidad popular. La miseria, la insalubridad de las condiciones de vida, la falta de higiene, la inmoralidad, la intoxicaciуn, desencadenan, revelan o aceleran el proceso hereditario. De la calle, de la fбbrica, del sexto piso, emerge, segъn los mйdicos, la amenaza pronta a asolar el patrimonio genйtico de las minorнas. El temor a las infecciones a causa del amontonamiento de las pobres gentes se transforma en terror ante una degeneraciуn que, habida cuenta de la primacнa de la neurologнa, se ciсe a las formas de la patologнa nerviosa.

La naturalizaciуn del pecado, incluso de la simple negligencia, confiere a cada uno responsabilidades nuevas. El mito de la sнfilis hereditaria transforma el deseo en “mбquina infernal” (Jean Borie). La figura simbуlica de la sнfilis se vuelve obsesiva en la novela, invade la iconografнa. Los sueсos de los hйroes de Huysmans, las repugnantes figuras de Fйlicien Rops, expresan una angustia colectiva que viene a apoyar la tragedia de los grandes sifilнticos. El libertinaje trae consigo riesgos agravados; la imposibilidad de la redenciуn biolуgica reemplaza o intensifica el temor del pecado y del infierno; la creencia en la herencia mуrbida invita a mantenerse al margen de la animalidad.

Conviene, sin embargo, no exagerar el nuevo terror. Porque tampoco dejaron de manifestarse resistencias tranquilizadoras. Los cientнficos fieles a la tradiciуn catуlica, los ideуlogos republicanos impulsados por el optimismo, algunos viejos mйdicos inspirados por una mezcla de neohipocratismo y vitalismo, y sobre todo los contagionistas pasteurianos, rebeldes al darwinismo, consideran que la herencia mуrbida no es en absoluto inevitable. Mientras que Weismann mina la creencia en la herencia de los caracteres adquiridos, “la aceptaciуn de las etiologнas microbianas —escribe a su vez Jacques Lйonard— hace retroceder las explicaciones hereditarias”. Para las transformaciones ambientales, son muchos los cientнficos que confнan en las reformas sanitarias o sociales y en los beneficios de la solidaridad; y no son pocos los que preconizan una generaciуn o paternidad consciente, inspirada por la ciencia. Semejantes puntos de vista nutren la crнtica de la dote y del matrimonio por dinero; incitan a la educaciуn sexual y a la exaltaciуn del self-control; y estimulan el ascenso de esa nueva pareja mejor informada, mбs unida y mбs equilibrada, cuya emergencia hemos advertido ya.

Impotencia y neurastenia

La rбpida evocaciуn de las causas del sufrimiento ayuda a percibir la importancia histуrica que reviste entonces cualquier sнntoma del malestar individual. Adoptar una actitud comprensiva impone la aproximaciуn al dolorismo de la йpoca, al acecho de las manifestaciones mуrbidas, obsesionado por la imprecisiуn de la frontera que separa lo normal de lo patolуgico. Ahora bien, es precisamente en el seno de la esfera domйstica, en el corazуn de la vida privada, donde se despliegan los sнntomas, donde rezuma la desdicha nacida de la ansiedad biolуgica o social, de la decepciуn, o del fracaso. En este terreno, las figuras del sufrimiento difieren entre sн de acuerdo con el sexo. La dicotomнa de la distribuciуn de las funciones y las actitudes, entonces tan estricta, la disimetrнa de las modalidades del desgaste en el trabajo, sugieren la modelaciуn por partes de esta evocaciуn de la desdicha de acuerdo con esta simple separaciуn.

Parece forzoso empezar por el sexo masculino, ya que es evidente que es el que dirige el juego doloroso, el que provoca y luego configura el malestar de las mujeres. Aunque, en este siglo de la contenciуn, la manifestaciуn del sufrimiento por el hombre sigue siendo discreta, al menos en la escena pъblica. Segъn Moreau de Tours, la lesiуn hereditaria es siempre una gesticulaciуn y, para el espectador, un teatro. Este aforismo invita a la discreciуn. El hombre deja a la mujer la escenificaciуn de un dolor cuyos signos, por su parte, se esfuerza en ocultar.

Entre los mъltiples sнntomas del malestar masculino, no harй mбs que escoger algunos ejemplos; y, ante todo, ese tipo de relaciуn defectuosa que traiciona el miedo a la mujer. La imagen de la Eva tentadora, el temor permanente ante el polo negro de la feminidad, ante el desbordamiento de la sexualidad devoradora, y luego la figura enigmбtica de la esfinge fin de siglo, entorpecen, como hemos visto, la realizaciуn hedуnica de la pareja. Los anatemas mйdicos que subrayan los riesgos de la masturbaciуn y del libertinaje estimulan el sentimiento de culpabilidad y favorecen, por lo mismo, las manifestaciones de impotencia.

A lo largo del siglo, el miedo al fracaso se mantiene agazapado en el fondo de las imбgenes masculinas de la sexualidad. Los fracasos temporales de Stendhal con la prostituta Alexandrine, o los de Flaubert con Louise Colet, se han hecho cйlebres. Edmond de Goncourt hace del temor a no ver erguirse a tiempo el miembro viril la nueva preocupaciуn del seductor mundano. El doctor Roubaud consagra un grueso volumen a esta plaga y detecta la existencia de una impotencia idiopбtica nacida de la afrenta. En el capнtulo que dedica al fracaso, refiere Stendhal una conversaciуn con cinco guapos mozos de veinticinco a treinta aсos. “Resultу —escribe— que con la excepciуn de un tipo fatuo, que probablemente estaba mintiendo, todos nosotros habнamos fracasado la primera vez con nuestras amantes mбs cйlebres”. La impotencia suscita tanta mayor ansiedad cuanto que no se entiende bien el mecanismo de la erecciуn. Una terapйutica multiforme permite que se enriquezcan unos cuantos charlatanes. En la prensa de gran tirada de finales de siglo, sobre todo cuando se aproxima la primavera, se despliega la publicidad sobre flagelaciones mecбnicas, duchas, masajes, tratamientos elйctricos, urticaciуn del pene, acupuntura o pases magnйticos.

Resultarнa demasiado largo describir el agravamiento de todas las perturbaciones de la individualidad que acompaсan la creciente dificultad de ser, contemporбnea de la prolongaciуn de la duraciуn media de la vida. Estas perturbaciones multiformes solicitan la mirada clнnica del alienista y estimulan el refinamiento de una psiquiatrнa fiel, hasta aproximadamente 1860, a la primacнa de la etiologнa moral de la locura. Durante los primeros decenios del siglo se propaga la hipocondrнa: afecta principalmente a los hombres y en particular a los miembros de las profesiones liberales. A finales de siglo se difunden la neurastenia y la psicastenia. Los trastornos mentales suscitados por la acentuaciуn del carбcter competitivo de la existencia, por la proliferaciуn de los “ajetreos”, comienzan a causar masivamente sus estragos.

Es entonces cuando la literatura francesa propone los primeros delirios masculinos vividos, descritos desde dentro. En 1887, cuarenta aсos despuйs de los aсos del opio de Thйophile Gautier y de la redacciуn de Aurйlia, Le Horla de Maupassant presenta al lector la horrorosa imagen de la fractura interna, del desdoblamiento de la personalidad. Nace en ese momento el vйrtigo de una nueva angustia, que va a obsesionar a nuestro siglo XX. Lo monstruoso no hace mбs que revelarse a travйs de la bestialidad del deseo; ha dejado de ser lo Otro; confunde con su presencia el mismo sentimiento de identidad.







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