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Bъsqueda de la identidad femenina





Algunas de estas manifestaciones histйricas revisten una forma espectacular; incluso a veces colectivas, se despliegan al mismo tiempo en el espacio privado y en el pъblico. Unas se relacionan con la arcaica posesiуn diabуlica; otras se sitъan en la prolongaciуn de los ritos convulsionarios. Entre 1783 y 1792, dos eclesiбsticos, los hermanos Bonjour, instalados en el pequeсo municipio de Fareins, a tres kilуmetros de Ars, logran ejercer un total dominio sobre un grupo de jуvenes feligresas. Йstas dejan de obedecer a la autoridad paterna, se entregan a flagelaciones infligidas por su pбrroco y a toda clase de excesos; una de ellas se deja crucificar en la pequeсa iglesia del lugar; la mбs exaltada, convertida en la amante de Franзois Bonjour, da a luz a un nuevo Mesнas. Arraiga asн una extraсa herejнa campesina, vivaz todavнa durante la Tercera Repъblica. Las aboyeuses (pregoneras) de Josselin, en 1855, lo mismo que las “posesas” de Plйdran, en 1881, atestiguan la persistencia de estos delirios colectivos que subvierten la vida privada.

Nos es mejor conocido el caso posterior de las histйricas de Morzine. En esta pequeсa aldea aislada en el corazуn de la montaсa alpina, las mujeres cйlibes son numerosas; y se habнa elaborado una sensibilidad femenina especнfica. El clero, que ejercнa un fuerte influjo, habнa conseguido bloquear el despliegue de cualquier actividad festiva o lъdica. Semejante represiуn, unida a la confusiуn nacida de la irrupciуn de una modernidad considerada como una amenaza, llevу a las mujeres de la aldea a entregarse durante diecisйis aсos (1857-1873) a manifestaciones histйricas. Gracias a ellas contamos con una serie de sнntomas ilustrativos del malestar femenino durante el siglo XIX.

En la primavera de 1857, dos chicas que se preparan para su comuniуn inauguran los trastornos. Imitadas en seguida por el grupo de las adolescentes, dan alaridos, se contorsionan, blasfeman e injurian a los adultos que tratan de calmarlas. Las mujeres, garantes de los valores de una comunidad que no logra integrar las aportaciones del exterior y que se empeсa en desear continuar viviendo encerrada en sн misma, se desenfrenan a su vez.

La histeria expresa asн —y tal vez sobre todo— el malestar individual de unas muchachas en busca de su identidad, que no pueden bailar, a las que desazona el miedo a la solterнa y que acaban encontrando placer en imitarse unas a otras sobre la escena del delirio colectivo. Las jуvenes proclaman su indiferencia con respecto a sus padres; las madres, con respecto a sus hijos. Las chicas injurian a su padre, al que se niegan a obedecer. Las esposas no dudan en pegar a su marido; y la prбctica religiosa se convierte en motivo de irrisiуn por obra de estas mujeres que se divierten dбndoles la vuelta a los ritos. El 30 de abril de 1864, las histйricas desenfrenadas tratan de jugarle una mala pasada al obispo que prohнbe que se las exorcice. Resulta aъn mбs revelador el rechazo del trabajo por parte de las mujeres que se ponen a jugar a las cartas, se beben los licores reservados a los hombres, desdeсan las patatas y exigen no comer en adelante sino pan blanco.

En privado, el pбrroco, no obstante las recomendaciones de sus superiores, intenta sin йxito recurrir al exorcismo. Las autoridades francesas, advertidas desde 1860, emprenden una autйntica cruzada civilizadora con la esperanza de calmar a las mujeres. Abren carreteras, instalan una guarniciуn, organizan bailes. Sobre todo, el alienista Constans, dotado de excelentes cualidades, se esfuerza por circunscribir el delirio dentro de la esfera privada; y se basa en la separaciуn, aislamiento e individualizaciуn de los casos. Acabarб teniendo йxito, en los albores de la Tercera Repъblica.

Conviene no olvidar que hay aъn otros rasgos, desdeсados, del sufrimiento y la rebeliуn de las mujeres. He aquн, al azar, algunos ejemplos. En 1848, una epidemia del mismo tipo se desencadena en pleno Parнs, en un taller en el que trabajan cuatrocientas obreras. En 1860, son las jуvenes alumnas de la escuela normal de Estrasburgo las que se desenfrenan; en 1861, las chicas de comuniуn de la parroquia de Montmartre; en 1880, algunas pensionistas de una escuela de Burdeos. En 1883 estallan manifestaciones histйricas en una de aquellas fбbricas-internados del departamento de Ardиche, en las que las muchachas, encerradas, se dedican al trabajo de la seda.

El influjo de la histeria sobre los espнritus desemboca en la fascinante teatralizaciуn del mal que se despliega en La Salpкtriиre entre 1862 y 1893. Teatro inaudito, terrorнfico, en el que la mujer histйrica lanza un grito de pura angustia que nos enseсa mбs que cualquier otra manifestaciуn sobre el нntimo sufrimiento de este siglo.

El teatro de La Salpкtriиre

Este teatro fue querido y dictado por Charcot, que fue quien describiу el cuadro y codificу las fases del ataque histйrico en su culminaciуn. El profesor hacнa allн representar a mujeres obedientes, deseosas de captar su atenciуn y la de su entorno. Sin dejar de mantener una separaciуn entre su deseo y las уrdenes expresas del maestro, parecen disfrutar con la escenificaciуn de su dolor narcisista. Charcot exhibe a sus pacientes ante un pъblico de artistas, de escritores, de publicistas, de polнticos; en algunas de sus lecciones de los martes, puede verse a Lavigerie, a Maupassant o a Lйpine. La escenificaciуn de la histeria, fija en las placas de los fotуgrafos Rйgnard y Londe, acentъa el signo, subraya la fisonomнa, incita a la imitaciуn, revela el erotismo de las posturas. De esta forma la atracciуn por las enfermedades nerviosas se difunde en la opiniуn pъblica. Se impone un tipo particular de gesticulaciуn, que volvemos a encontrar sobre la escena de los teatros parisienses. Sarah Bernhardt mima a las enfermas del gran patrуn que se han convertido en actrices. De los remordimientos desgarradores de la Brunilda wagneriana (1882) al interminable grito vindicativo de la Elektra (1905) de Richard Strauss, las heroнnas de уpera parecen rivalizar con las vedettes de La Salpкtriиre, conocidas en adelante en todo el Occidente.

Entre la literatura y la psiquiatrнa, se anudan sutiles relaciones en una trilogнa muy bien documentada, Edmond de Goncourt traza el retrato de la histeria misбndrica (La Fille Йlisa), de la histeria religiosa (Madame Gervaisais) y de la neurosis de la joven (Chйrie). Los trastornos de Marthe Mouret descritos por Zola en La Conquкte de Plassans (1874), los de Hyacinthe Chantelouve del Lа-bas de Huysmans, afianzan la imagen del delirio codificado en La Salpкtriиre. Entre tanto, influenciados por Charcot, empujados por la moda, los escritores mismos adoptan la posiciуn o se reconocen histйricos.

En el terreno de lo cotidiano se monta un teatro en el que la mujer, simuladora, se cree en representaciуn. El “parpadeo”, la sonrisa equнvoca de la histйrica, proponen una imagen patolуgica de la seducciуn femenina. Para los hombres serб desde entonces muy fuerte la tentaciуn de confundir las manifestaciones de la enfermedad y los delirios del orgasmo o las provocaciones de una chica de la calle. Toda mujer que se insinъe a un hombre acabarб, sin saberlo, por evocar a Augustine, la joven y linda vedette de La Salpкtriиre. Charcot y sus discнpulos no se cansan de sus miradas, de sus “actitudes pasionales”, de sus “йxtasis”; le hacen remedar sin descanso la violaciуn, repetir su desgracia hasta que un dнa se decida a dбrselas de guapa.

їPor quй este teatro? їPor quй esta insaciable delectaciуn de unos mйdicos que parecen complacerse en las transferencias obscenas de que se benefician? їPor quй este magisterio inaudito del gran patrуn al que se toma —y que a veces parece tomarse a sн mismo— lo mismo por Bonaparte que por Jesъs? Las miras terapйuticas, indudables, la necesidad de afinar la mirada clнnica, no bastan para explicar semejante complacencia por suscitar la expresiуn de un erotismo femenino amasado de sufrimiento, ni para justificar este juego de esquivamiento que consiste en saciarse de un placer remedado. Es posible que el teatro de la histeria no sea mбs que simple tбctica de una sutil economнa del deseo masculino; pero es sobre todo el sнntoma, y tal vez la inconsciente terapйutica, del malestar del hombre. Sobre el escenario de La Salpкtriиre, en este complejo juego entre el exhibicionismo y el voyeurismo, de lo que se trata, de una y otra parte, es de la relaciуn defectuosa con el deseo que estб intentando expresarse.

La clientela privada de Charcot es inmensa, constituida en parte por extranjeros. El maestro recibe cada aсo a cinco mil personas en su servicio de consulta externa. їCуmo sorprenderse de encontrar tantas histйricas en casa, o mбs bien de comprobar que la sencilla muchacha llena de deseos que es Marthe se la considere como una enferma incurable por los miembros de su familia?

Toda esta actividad zumbadora desemboca en crueles —e inъtiles— terapйuticas. No se trata ya aquн del teatro mismo, que permite a las actrices disfrutar de un estatuto privilegiado en el infierno de La Salpкtriиre, sino de la multiplicaciуn —a pesar de Charcot— de las histerotomнas, de la cauterizaciуn de los cuellos uterinos —por el propio Charcot—, de la histeria experimental por hipnosis; y para terminar, de la tentaciуn de la droga para aquellas mujeres torturadas que acaban haciйndose alcohуlicas, eterуmanas o morfinуmanas.







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