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Ellos se ahorcan, ellas se ahogan





Gracias a la precisiуn de las encuestas oficiales, sabemos quiйn se mata, en Francia, durante el siglo XIX. La mayor tasa de suicidios en los hombres es evidente; de un decenio a otro, los hombres que acaban con su vida son tres o cuatro veces mбs numerosos que las mujeres. Como ya lo hacнa notar Quйtelet, la vulnerabilidad ante la autodestrucciуn crece con la edad. El reparto segъn las categorнas socioprofesionales suscita muchas mбs controversias. Muy esquemбticamente, hay dos polos de alta frecuencia de suicidios que se perfilan en los dos extremos de la pirбmide social. Los rentistas, los intelectuales y, de una manera mбs general, los miembros de las profesiones liberales lo mismo que los cuadros del ejйrcito, en concreto los del ejйrcito colonial, sucumben con mayor facilidad que el tйrmino medio de los individuos a la tentaciуn de la autodestrucciуn. Lo que podrнa hacer pensar que la pulsiуn de la muerte se intensifica cuando se eleva el nivel cultural y el grado de conciencia individual.

Pero se presenta igualmente nнtida la alta frecuencia de suicidios entre el servicio domйstico, sobre todo a finales de siglo, cuando se agrava la toma de conciencia de las servidumbres de su condiciуn. De la misma manera, los individuos sin profesiуn o de profesiуn desconocida tienen una propensiуn extrema al suicidio, lo mismo que los detenidos encarcelados en las prisiones centrales.

En el Parнs de la monarquнa de Julio, los “miserables” se suicidan en gran nъmero, como si se sintiesen incapaces de superar las nuevas condiciones de vida que les impone la gran ciudad. En cambio, a la inversa de lo que se constata en nuestros dнas, la tasa de mortalidad por suicidio se sitъa en un nivel extremadamente bajo entre los agricultores del siglo XIX.

Mбs de la mitad de los suicidas masculinos se ahorcaron, una cuarta parte optaron por ahogarse, y entre el 15 y el 20% de ellos prefirieron dispararse un tiro en la cabeza o en el corazуn; soluciуn noble esta ъltima que cuenta con la preferencia de las minorнas. La mitad de las mujeres que lograron acabar con su vida escogieron ahogarse; y del 20 al 30% segъn las йpocas, el ahorcamiento. En la poblaciуn femenina desesperada creciу con el tiempo el recurso a la asfixia y al veneno.

Los suicidios durante el siglo XIX tuvieron lugar en la mayorнa de los casos por la maсana o a primeras horas de la tarde, a veces al anochecer, raras veces por la noche; su nъmero decrece de viernes a domingo; aumenta en cambio de enero a junio, mientras que se debilita de julio a diciembre. En suma, parece que la prolongaciуn del dнa, la presencia del sol, el espectбculo de la actividad y la belleza de la naturaleza incitan mucho mбs a buscar la muerte que la intimidad vespertina, los temores nocturnos o el frнo del invierno.

La renovaciуn de los recursos

Las mujeres y el mйdico

Desde inicios del siglo, la presencia mйdica se acentъa en la aristocracia y la burguesнa. El mйdico de familia es aquн un semejante, y hasta un нntimo. Sus pacientes y su entorno escuchan su diagnуstico, comprenden sus consejos; saben ejecutar sus ordenanzas; y tienen los medios de respetar la higiene que les prescribe. “Su voluntad de vida —escribe Jacques Lйonard— les sitъa en el mismo plano que la racionalidad mйdica”. Las relaciones que se anudan justifican la frecuencia de las visitas, de las que muchas veces ya no se sabe si tienen que ver con la amistad, con la cortesнa, o con la actividad profesional. El mйdico acude a tomar el tй o a pasar la velada en casa de sus clientes; su funciуn le lleva a relacionarse con los magistrados; acostumbrado a montar a caballo, hace buen papel en las cacerнas del seсor del castillo. El “buen doctor” Herbeau, de Jules Sandeau, el doctor Sansfin, descrito por Stendhal, y el cнnico Torty del Bonheur dans le crime de Barbey d’Aurevilly, ilustran esta proximidad.

A finales del siglo, el mйdico rural no vacila en anudar ostensibles relaciones con el maestro de la escuela pъblica o el secretario del ayuntamiento. Una categorнa proliferante de nuevos ricos y de modestos notables, comerciantes en madera o tratantes de ganado, taberneros, molineros, capadores, buscan en adelante la frecuentaciуn de estos practicantes diplomados; son otros tantos mediadores que propagan la divulgaciуn de las prбcticas cientнficas hasta el corazуn de las masas rurales.

La fortuna les permite a estos clientes pagar al mйdico, a veces mediante abono o suscripciуn, como lo demuestran los libros de cuentas de las familias burguesas. Se pone de manifiesto, ademбs, en este medio, una enorme gratitud hacia estos hombres competentes, respetables, y cuya abnegaciуn parece no tener precio.

La medicina privada, llamada familiar, se define ante todo por el ritmo de la relaciуn. El mйdico dispone de su tiempo. Permanece, si es necesario, horas enteras junto a sus pacientes y compensa su impotencia terapйutica con la paciencia de su escucha y el atento refinamiento de su cortesнa. El mйdico conoce a la familia y sus secretos. Llegado el caso, se comporta como un aliado. Ayuda a ocultar la tara hereditaria, a desembarazarse del miembro comprometedor; favorece los matrimonios difнciles. En su lucha, dispone de la alianza de las mujeres. Todo mйdico ha de plegarse imperativamente a estas damas; son ellas las que hacen y deshacen las reputaciones; las que, en el seno de la familia, se ocupan de las cosas de la salud. El lugar creciente de las “enfermedades de mujeres” en la patologнa justifica esta atenciуn privilegiada. Curar a tales pacientes emotivas y de un tan quisquilloso pudor exige tacto y tiento. Convertido, al abrigo de la coartada terapйutica, en el confidente de los impulsos y los deseos del cuerpo, el mйdico ha de saber comprender a medias palabras, y guiar sin asustar ni tratar con dureza. Un decenio tras otro, el mйdico que consigue ver aumentada su autoridad es aquel cuya imagen se modela sobre la del padre y el esposo. El mйdico hace poco a poco de la mujer su mensajera; “estбn de acuerdo —escribe Jean-Pierre Peter— en corregir, salvar, casar o sanear”.

Se ha deplorado a veces que esta nueva autoridad se haya impuesto a expensas de los gestos femeninos tradicionales. La obediencia a los mandatos mйdicos habrнa traнdo consigo, segъn esta opiniуn, una verdadera desposesiуn de destrezas transmitidas de madres a hijas. Son muchos, en efecto, los signos que acreditan el ascenso de las aspiraciones del mйdico en materia de puericultura. Йste se hace escuchar cada vez mбs en la elecciуn de la nodriza “en la misma casa”; lucha victoriosamente contra los paсales, milita en favor de la alimentaciуn progresiva, desaconseja el destete brusco. Las madres acuden a йl para informar a sus hijas de los signos de la pubertad. Conviene, sin embargo, no sobrestimar la rapidez del ritmo de esta medicalizaciуn de la infancia, que sуlo muy lentamente se llevу a cabo.

El mйdico en casa del pobre

Muy otra se nos ofrece la irrupciуn del mйdico —que a veces es la misma persona— en la vida privada de las familias pobres. El abismo cultural que separa al galeno de su cliente engendra la incomprensiуn: impone la simplicidad de las explicaciones y las prescripciones. Aquн no cabe pensar en la aplicaciуn de una medicina con miras a la totalidad de la persona. La intervenciуn mйdica ha de ser concreta, discontinua; se inscribe en una perspectiva de urgencia, lo mismo si se trata de una enfermedad epidйmica que si su gravedad impone la indiscutibilidad de la autoridad terapйutica. Semejante medicina se despliega en un ambiente caritativo. El mйdico es, a veces, enviado por la oficina de beneficencia; sus visitas son entonces casi gratuitas. En otros casos, el mйdico ha de fiar a sus clientes. Todo esto justifica un tono y unas relaciones paternalistas.

El estudio de los refranes permite poner en claro la actitud de la clientela rural. En este medio ambiente, las creencias se alejan radicalmente de la racionalidad y el optimismo de las Luces. La enfermedad parece inevitable y, con mucha frecuencia, incurable. El campesino no acostumbra a inquirir ninguna explicaciуn fisiolуgica del mal; como hemos podido ver, cree en la medicina de las formas, basada en la analogнa entre los уrdenes cуsmico, vegetal y animal. A los ojos de los campesinos, el enfermo juega un papel determinante. La perturbaciуn procedente de dentro de su cuerpo es el resultado de una negligencia, de un pecado o de una predisposiciуn. Para vencerla, es preciso describir el propio mal y luchar con una estoica discreciуn. Parece, por consiguiente, inъtil hacer intervenir a la medicina culta cuando se trata de curar a un niсo, incapaz de describir su mal. El que sufre merece compasiуn, pero йsta no responde apenas a unas miras terapйuticas. En este medio ambiente, la llamada al mйdico no constituye mбs que un recurso entre otros. Lo que se aguarda de йl es una actitud resuelta y mucha energнa. Ha de reducir las fracturas, sondar las heridas, hasta lo mбs hondo, sin vacilar. El mйdico actъa aquн en un medio hostil o, al menos, lleno de suspicacia. Se le reprocha en seguida su juventud, su coqueterнa, su codicia; no se le perdona ningъn retraso. Dejarlo en ridнculo equivale, para los campesinos, a tomarse una revancha sobre la cultura de las clases dominantes.

Conocemos peor la actitud ante la enfermedad de las poblaciones obreras, antes de que triunfasen las doctrinas de Pasteur. Aunque se comienza a detectar en este medio social unas tйcnicas de prevenciуn bastante toscas. A veces se elaboran algunos procedimientos espontбneos de resistencia al desgaste fнsico, que desbaratan los ritmos de trabajo. Asн, cuando amenaza la tisis, el obrero trata de economizar sus fuerzas, de introducir reposo en un horario flexible; dйbil resplandor sobre un sistema de comportamientos que estб por estudiar.







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