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Los magistrados y la infidelidad





La erotizaciуn de la esposa aviva el temor del adulterio. Desde la perspectiva de la ley, la situaciуn de los dos esposos aparece, a este propуsito, muy desemejante. El adulterio del marido no puede perseguirse ante el tribunal correccional, salvo si el esposo infiel mantiene una concubina en el domicilio conyugal; porque su conducta se asemeja entonces a la bigamia; pone en peligro la familia. Sуlo en este caso, puede presentar querella la esposa, y su marido corre entonces el riesgo de tener que pagar una multa muy fuerte. La mujer puede, ademбs, intentar un proceso de separaciуn de cuerpos, sobre todo si el adulterio va acompaсado de excesos, sevicias o injurias graves. A partir de 1884, le serб incluso posible reclamar el divorcio. En cambio, el adulterio de la mujer constituye siempre un delito, cualquiera que sea el sitio en que tenga lugar. La esposa infiel se expone entonces a dos aсos de cбrcel. Despuйs de haber obtenido la condena de su mujer, el marido estб en libertad de detener la ejecuciуn de la pena y de permitir a la culpable reintegrarse al domicilio conyugal, con lo que el marido dispone de un autйntico derecho de gracia. El cуmplice de la mujer adъltera corre por su parte el riesgo de verse condenado; lo que demuestra a las claras que el legislador no tuvo la exclusiva intenciуn de favorecer sistemбticamente al sexo femenino, sino que trataba ante todo de proteger la familia. Pero en cualquier caso, estas disposiciones constituyen, como dirб Naquet, “un cuasi-estнmulo para el adulterio masculino”. De la misma manera, en caso de separaciуn de cuerpos, el deber de fidelidad continъa incumbiendo a la esposa, mientras que al marido se le autorizan todas las calaveradas, ya que ha dejado de existir el domicilio conyugal.

Para justificar semejante disimetrнa, los juristas echan mano de dos argumentos capitales: no le corresponde a la mujer, inferior, controlar la conducta de un marido a quien ella ha de presumir fiel; y por otra parte, sуlo el adulterio femenino amenaza con hacer perderse los bienes patrimoniales entre las manos de hijos ajenos.

De hecho, la jurisprudencia temperу en buena parte esta disimetrнa. La mujer ve sucesivamente otorgбrsele la posibilidad de proceder contra el esposo cuando el adulterio va acompaсado de publicidad o de conducta injuriosa (1828), cuando le sigue abandono de familia (1843), negativa a la cohabitaciуn (1848) e incluso a las relaciones sexuales (1869). Anne-Marie Sohn hace notar que entre 1890 y 1914 el adulterio femenino no se castigу con mayor severidad que el masculino; desde este punto de vista, la inferioridad jurнdica de la mujer se redujo a lo puramente teуrico. Ademбs, los magistrados empiezan a no dar demasiada importancia a lo que consideran en adelante como un delito menor.

Notemos que entre 1816 y 1844 el engaсo sуlo constituye una causa secundaria en los asuntos de separaciуn de cuerpos: procedimiento que ofrece sobre todo a la mujer la posibilidad de vivir a salvo de infamias que, al filo de los decenios, se toleran cada vez menos. Despuйs de 1884, los malos tratos o la falta de dinero pesan mucho mбs efectivamente entre los motivos que justifican las demandas femeninas de divorcio.

Hay numerosos factores que concurren a la multiplicaciуn de los adulterios, concretamente en el seno de la pequeсa burguesнa. La atenuaciуn, tardнa, de la vigilancia que pesaba sobre la muchacha soltera, el auge, moderado, de la higiene нntima, la prбctica del baсo, del tenis y luego de la bicicleta, el hбbito de dejarse acariciar, fueron liberando poco a poco las prohibiciones que pesaban sobre la contemplaciуn, la exhibiciуn y el aprendizaje erуtico del cuerpo. Las nuevas voluptuosidades conyugales, el aumento de las prбcticas contraceptivas, incluso la reivindicaciуn del derecho de la mujer al placer, tal como la presenta una Madeleine Pelletier, degradan el modelo de la esposa virtuosa. La banalizaciуn de los comportamientos masculinos de seducciуn, la indulgencia de los magistrados, el temor inspirado por el peligro venйreo, la mayor discreciуn de la ruptura previsible, incitan la transferencia del deseo viril hacia la mujer casada, mejor advertida y mбs accesible que en el pasado.

El deseo de la mujer casada

El urbanismo haussmaniano permitiу a la dama de buenas costumbres salir y tomar posesiуn del centro de la gran ciudad; a partir de los aсos 1880, se le hizo posible exhibirse en las terrazas de los cafйs, deslumbrantes con las luces de gas, y luego con la electricidad. Se multiplicaron los pretextos de encuentro, los lugares de cita. El gran almacйn autoriza ciertos discretos eclipses; la misma filantropнa puede prestar ъtiles servicios. En 1897, numerosos esposos sorprendidos y encantados verбn reaparecer a una esposa que creнan carbonizada en el incendio del Bazar de la Charitй. Sea o no exacto el hecho, lo significativo es que se propalara semejante rumor. Los coches de alquiler y toda una red de gabinetes particulares o de casas de citas permiten uniones fugitivas. Los tiempos de ruptura de la vida conyugal se alargan y se diversifican: los viajes en ferrocarril, las vacaciones de la mujer sola, las peregrinaciones en masa, las estancias en las ciudades de veraneo, los “baсos de mar”, incluso los trenes de placer de una jornada favorecen las aventuras.

El adulterio alimenta las conversaciones de sobremesa. En los medios de la alta polнtica, advierte Jean Estиbe, es normal tener una querida; “una liaison mundana puede llegar a suscitar algunos ecos de aprecio”. La novela o el vaudeville incitan al engaсo. Alejandro Dumas hijo, Feydeau, Becque y Bataille insisten sobre los amores adъlteros. El mйnage а trois o “triбngulo amoroso” funciona aquн con eficacia burguesa. Permite calmar los sentidos y disfrutar confortablemente de un placer que el secreto sazona. Ademбs de evitar compromisos con la salud y la reputaciуn. Notemos, sin embargo, que la escena del vaudeville no es simple sugestiуn; tiene tambiйn como funciуn descargar mediante la burla la vaga ansiedad que se agudiza con la confusiуn de los modelos. Acudir a reнrse con Feydeau, del brazo de su esposa, exorciza la amenaza del vicio confortable, cuyos efectos disolventes atentan contra la familia.

Hay reducidos ambientes emancipados que admiten incluso una crнtica reflexiva de la instituciуn matrimonial. Algunos militantes comienzan a promover la uniуn libre; en 1907, Lйon Blum se declara en favor de la experiencia prenupcial; quince aсos mбs tarde, Georges Anquetil consagra gruesos libros, muy convincentes, a la querida y al amante legнtimos.

Pero importa no obstante guardarse de sobrestimar la amplitud de los comportamientos adъlteros. Hay vastas fracciones de la poblaciуn que se mantienen al abrigo de las innovaciones. La imagen de la mujer virtuosa persiste globalmente dominante en el seno de la burguesнa. La consigna del deber de maternidad, estimulado por la amenaza alemana, revela, ciertamente, las nuevas inquietudes; pero no por ello deja de contribuir al refuerzo de la moral. Una paciente investigaciуn sobre las mujeres del Patronato del Norte ha llevado a Bonnie Smith a exaltar la virtud de aquellas prudentes esposas que se comportaban como verdaderas damas de la caridad. Entre 1890 y 1914, las ligas de la moralidad, preconizadas por el senador Bйranger y por los dirigentes de las Iglesias protestantes, sostienen agresivas campaсas contra las publicaciones obscenas, la licencia en las calles y la desmoralizaciуn de los reclutas. Su eficacia parece haber aumentado en la inmediata preguerra, cuando se despliega la boga nacionalista. Algunos medios no toleran de buena gana el descoco conyugal. Una esposa frнvola constituye una desventaja para la carrera de un magistrado o de un subprefecto. El rumor, y hasta la denuncia anуnima, acechan por lo demбs a aquellos funcionarios de los que se murmura que dan pruebas de una cierta complacencia.

La amante de doble rostro

Durante la Belle Йpoque, la liaison difiere profundamente de los amores ilegнtimos de la mujer libre y emancipada; tal es la conclusiуn provisional que se desprende de los trabajos de Anne-Marie Sohn. La segunda de estas uniones reproduce el antiguo modelo del concubinato disimйtrico: en mбs de la mitad de los casos, un amante burguйs, las mбs de las veces viudo o cйlibe, toma por amante a una descendiente de las antiguas grisettes o “mujeres fбciles”. El subprefecto de Forcalquier tiene por amante a una joven costurera. La mujer adъltera, en cambio, engaсa a su marido con un hombre de su mismo medio. En la mayorнa de los casos, otorga sus favores a un caballero de su edad. El anбlisis de los archivos judiciales da a entender que la mujer que engaсa tan sagazmente a su marido con un amante ъnico apenas si experimenta remordimientos de conciencia. Su relaciуn le parece simplemente la consecuencia del mal funcionamiento de la pareja conyugal. Llegado el caso, verб en aquel engaсo una rйplica a la deslealtad o la sнfilis del marido. En resumen, da la impresiуn de que dentro de los corazones se lleva a cabo una crнtica implнcita de la uniуn legнtima. El debate abierto sobre las fechorнas del rйgimen dotal expresa tambiйn el proceso iniciado contra el mercantilismo matrimonial. De cualquier manera, la literatura novelesca sugiere que en estas ocasiones es la madre y no la esposa quien aguarda el arrepentimiento.

El descubrimiento del adulterio de la mujer se vive de diferente manera segъn los medios sociales. En la burguesнa, son, las mбs de las veces, ciertas correspondencias indiscretas las que permiten descubrir el secreto. En estos casos, el hombre vive la dolorosa aventura desde la perspectiva de la legalidad y lo judicial. Para proteger su vanidad y justificar la conducta de su esposa, apelarб si es preciso a la patologнa mental. Los hombres del pueblo, por el contrario, toleran mal el ridнculo. Sucumben con mбs frecuencia a la tentaciуn de la violencia, sobre todo en el Mediodнa. En la mayor parte de los casos los maridos burlados que se dejan arrastrar al delito o a la tentaciуn del asesinato pertenecen a estos ambientes. En Belleville, son muy frecuentes los asuntos correccionales, que tienen como origen injurias o alusiones, que ponen en duda la moralidad de las mujeres. Al anochecer, llegada la hora de la embriaguez, los insultos vuelan. Hay interpelaciones de casa a casa, por encima de las callejuelas. Y peleas a golpes sancionadas por los gritos de “puta” o de “maricуn”. En situaciones como йstas, acaba por verse implicado todo el vecindario.

La mujer casada, en cambio, cualquiera que sea el medio social, vive el descubrimiento del engaсo de modo sentimental. Lo mismo ocurre cuando se impone el divorcio. Experiencia esta superada con mбs facilidad por las esposas que por los maridos. Йstos soportan mal que su mujer pueda recuperar su libertad sexual; es entonces precisamente cuando se producen las brutalidades. Sуlo las jуvenes libres y emancipadas reaccionan a veces con la violencia, llegado el dнa de la ruptura. La mujer que ha vivido durante mucho tiempo en concubinato con un viudo o un cйlibe tolera mal el abandono que la deja sola frente a una opiniуn desaprobadora. La pasiуn constituye la coartada de esas queridas que no han vacilado en desafiar el rumor. La ruptura le plantea en estos casos un problema al amante, ya que la reacciуn de su pareja puede llegar a ser muy viva. Algunas mujeres abandonadas se lanzan al escбndalo pъblico; otras escriben cartas vengativas; y no faltaban las que arrojaban vitriolo sobre su antiguo compaсero.

Йste podнa intentar desembarazarse de una fastidiosa querida con un regalo de ruptura. El severo Jules Ferry envнa a su hermano Charles a arreglar las cosas con una guapa modistilla rubia de la calle Saint-Georges. En otros casos, el caballero cansado menosprecia su antigua relaciуn; la denuncia a las autoridades. Puede suceder que considere su deber acabar con ella matбndola. Tiene a su favor la complicidad de la opiniуn, que no ve con buenos ojos el encarnizamiento de las mujeres. Se comprende perfectamente que, una vez casado, el antiguo amante de estas jуvenes emancipadas prefiera entregarse al adulterio bien temperado.







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