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Hacia la plenitud del cuerpo en libertad





Una tercera corriente, inexplorada, vino a reforzar la atenciуn que el fin de siglo prestу al desarrollo pleno del cuerpo. La medicina natural evocada con anterioridad promoviу la excursiуn al campo, a la montaсa, y mбs tarde el baсo de mar y la bicicleta. Pero, al hilo de los aсos, todas estas prбcticas acaban emancipбndose; abandonan poco a poco la esfera de la medicina. Ahora las miras no se dirigen ya hacia el enderezamiento, el ejercicio, ni siquiera la cura, sino a la experimentaciуn del bienestar, hacia la plenitud del cuerpo en libertad. En los escenarios de Parнs, la gesticulaciуn de Isadora Duncan, a pesar de su referencia a lo antiguo, simbolizу esta bъsqueda de una gama de gestos y posturas que permiten experimentar mejor un cuerpo que se ha dejado de percibir como exterior a uno mismo. Resulta revelador a este propуsito constatar que esta bъsqueda fue contemporбnea de la nueva demanda psicolуgica y de la erotizaciуn de la pareja. La cenestesia deja de hallarse dominada por la atenciуn a los disfuncionamientos; ahora empieza a prestбrsela a la percepciуn del bienestar y de los goces. Muy pronto, nada menos que el severo Paul Valйry analizarб los placeres del cuerpo desnudo en la fluidez del baсo en el mar.

Esta revoluciуn —no hay por quй tener miedo al tйrmino— que Marcel Proust, fascinado por los juegos de las lindas ciclistas en la playa, percibe con tanta mayor intensidad cuanto que a йl le estб vedado vivirla, va a modelar totalmente los comportamientos que constituyen la escena privada.


Conclusiуn

Michelle Perrot

El equilibrio entre lo pъblico y lo privado es precario y se halla sin cesar reformulado por la teorнa polнtica. Rousseau soсaba con una absoluta transparencia: “Si hubiese tenido que escoger el lugar de mi nacimiento, habrнa escogido un Estado en el que, por conocerse entre sн todos los particulares, no pudieran esconderse de las miradas y el juicio de lo pъblico ni las oscuras maniobras del vicio, ni la modestia de la virtud”. Tocqueville, por el contrario, al subrayar las ventajas del individualismo, “expresiуn reciente” —escribe en 1850—, lo define mбs bien como un equivalente de las sociabilidades: “El individualismo es un sentimiento apacible que dispone a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse aparte con su familia y sus amigos; de tal suerte que, tras haberse proporcionado asн una pequeсa sociedad para su uso, abandona de buena gana la gran sociedad a su suerte.” A comienzos del siglo XX, Lйon Bourgeois veнa en el “solidarismo” el medio de conciliar los derechos del individuo conquistador y sus obligaciones —su “deuda”— con respecto a una sociedad que es anterior a йl y de la que forma orgбnicamente parte. Esta vinculaciуn es la base de un “derecho social” que excluye las soluciones totalitarias lo mismo que el laisser-faire liberal y justifica la intervenciуn creciente del Estado.

El siglo XIX habнa hecho un esfuerzo desesperado para estabilizar esta frontera amarrбndola a la familia, soberana dentro de la casa paterna. Pero apenas habнa quedado aparentemente fijada cuando empezу a bullir y a desplazarse bajo el efecto de mъltiples influencias y de imperceptibles roeduras.

La aurora del siglo XX dibuja, desde este бngulo, otra modernidad. La expansiуn del mercado, el auge de la producciуn, la explosiуn de las tйcnicas, impulsan una intensidad multiplicada del consumo y los intercambios. Los anuncios publicitarios excitan el deseo. Las comunicaciones estimulan la movilidad. El tren, la bicicleta y el automуvil impulsan la circulaciуn de personas y cosas. El correo y el telйfono personalizan la informaciуn. La capilaridad de las modas diversifica las apariencias. La fotografнa multiplica la imagen de sн. Fuego de artificio de unos signos que, a veces, disimula la inmovilidad del decorado.

Mбs exentos de las constricciones del tiempo y del espacio, los individuos aspiran a la libre elecciуn de su destino en el camino ilusoriamente abierto de la ambiciуn. El cuidado de sн, de un cuerpo mejor atendido y mбs conocido en su complejidad nerviosa, de un psiquismo cuyos abismos empiezan a entreverse, de una sexualidad emancipada de la generaciуn, y hasta del matrimonio y el credo heterosexual, es algo que estб en el corazуn de la nueva estйtica lo mismo que de las interrogaciones filosуficas.

Este empuje del individualismo alcanza, mбs o menos, a todas las capas sociales, sobre todo a las urbanas. El mundo obrero, por ejemplo, en el mismo momento en que se refuerza la disciplina del trabajo, empieza a valorar el tiempo libre y a reivindicar un espacio para sн. La afirmaciуn de la conciencia de clase no contradice el deseo de salirse de ella. Incluso los propios campesinos, anclados durante tanto tiempo en la fatalidad ancestral, contaminados por los emigrantes, autйnticos mediadores culturales, ya no siguen aceptando necesariamente las antiguas formas de vida, de amor y de muerte.

Pero hay sobre todo tres categorнas que sacuden el viejo yugo: los jуvenes, las mujeres y las vanguardias intelectuales y artнsticas. “Querer, realizar, vivir” son las aspiraciones que Martin du Gard, a los veintisiete aсos, atribuye a su doble en Devenir (1908). Al acceder a nuevas profesiones y libertades, las mujeres reivindican con mбs energнa el derecho al trabajo, a viajar y a amar. Como expresiуn colectiva de aspiraciones mucho mбs difusas, el feminismo intermitente del siglo XIX, con frecuencia infiltrado por las brechas del poder, empieza a convertirse en un movimiento constante; a travйs de periуdicos (como La Fronde), grupos y congresos, exige la igualdad de los derechos civiles y polнticos, apoyбndose en una doble argumentaciуn: la del papel social y maternal de las mujeres, pero tambiйn la de la lуgica de los derechos naturales; їsi las mujeres son individuos, por quй tratarlas como a menores? La “mujer nueva”, celebrada a veces de manera ambigua por tantos hombres deseosos de vivir de otra forma la relaciуn de pareja, es una figura ampliamente europea.

Pero estos cambios, a decir verdad mбs apuntados que efectuados, encuentran por todas partes formidables resistencias, religiosas, morales y polнticas, apuntaladas en las ruinas de un Antiguo Rйgimen que no acaba nunca de morir (Arno Mayer), pero renovadas en sus justificaciones y estrategias. Los movimientos de juventud (el escutismo) pretenden encuadrar a una adolescencia en vнas de emancipaciуn. Un antifeminismo virulento, manifestaciуn de una crisis de identidad masculina enfrentada con la subversiуn de funciones milenarias, designa a las mujeres como responsables de una decadencia moral que preludia la de las naciones. Las ligas morales de todo tipo aspiran a moralizar la calle, las parejas enlazadas y los besos prohibidos, y a hacer desaparecer las malas lecturas, clave de un mundo imaginario donde triunfa el infierno de Eros.

Como un ejemplo muy sintomбtico, la mutaciуn del pensamiento de un Barrиs. Al principio, celebraba el culto del yo; despuйs, trata de enraizarlo en el de la tierra y los muertos.

En toda Europa, los Estados, considerablemente reforzados durante la transiciуn del siglo, pretenden actuar sobre y mediante la psicologнa de las masas, intentan requisar las opiniones pъblicas en nombre de la defensa nacional y afirman la superioridad de los valores colectivos.

El Manifiesto futurista proclama en 1909: “Queremos demoler los museos, las bibliotecas, combatir el moralismo, el feminismo […]. Queremos glorificar la guerra —ъnica higiene del mundo”.

La guerra, precisamente. Su “declaraciуn” recuerda a todos y a cada uno la primacнa de lo pъblico, los lнmites de la vida privada, su carбcter subordinado y relativo. Su silbato anuncia el final del recreo. Con el soporte de un Estado reforzado, con el apoyo de tйcnicas eficaces, moviliza las energнas de una juventud llamada de nuevo a sus deberes, remite a cada sexo a su sitio, a cada individuo a su rango como ciudadano. Aunque, de hecho, nada interrumpa en ningъn momento la vida privada, cuyos caminos se multiplican incluso en ciertos aspectos, tendrб que disimularse, que ocultarse, que hacerse aъn mбs secreta, sobre todo si no se inscribe en la lнnea recta del deber nacional.

Lo que la guerra bloqueу, prohibiу, desviу o suscitу, ya lo dirб la historia ulterior. No olvidemos, sin embargo, el nuevo sistema de relaciones que, antes de ella, se estaba esbozando.

їEn quй piensan estos muchachos que se embarcan, aparentemente dichosos, para una guerra que todo el mundo dice que tiene que ser corta? їEstos chiquillos lanzados a unos juegos cuya crueldad ignoran todavнa? їEsas mujeres, jуvenes o menos jуvenes, que agitan sus paсuelos, tan conmovidas por la expresiуn forzosa de un patriotismo que las sobrepasa? їCuбntos lazos, cuбntos amores rotos? їCuбntas esperanzas destruidas u ofrecidas? їCuбl era su pasado y cuбl serб su porvenir? Vidas frбgiles, semejantes o diferentes, que confluyen y se confunden un instante en un solo cuerpo que arrastra el movimiento de la historia.

Una estaciуn, un tren: figuras modernas del destino.


Bibliografнa

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