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Los socialistas y la familia





Antes de que el marxismo relegara lo privado a sus orнgenes burgueses, es decir, pequeсo-burgueses, los socialistas le habнan atribuido a la familia una extremada importancia, como ha demostrado Louis Devance en una tesis desgraciadamente inйdita.

Aunque se muestran unбnimes en criticar a la familia de su tiempo, son raros los socialistas que imaginan su completa supresiуn. Como son igualmente raros los que se plantean una subversiуn de los papeles sexuales; hasta tal punto es profunda la creencia en una desigualdad natural entre hombres y mujeres. Pero hay una gran diversidad de corrientes y de soluciones. Del lado de los partidarios de una libertad ilimitada se encuentran Fourier, Enfantin, la feminista Claire Dйmar y los comunistas de los aсos 1840 como Thйodore Dйzamy, cuyo Cуdigo de la comunidad se opone al familiarismo puritano de la Icaria de Cabet. “ЎBasta de hogares divididos! ЎBasta de educaciуn domйstica! ЎBasta de familismo! ЎNo mбs dominaciуn marital! ЎLibertad para el compromiso matrimonial! ЎLibertad perfecta para ambos sexos! ЎDivorcio libre!”, exclama el primero, mientras que el segundo infama el celibato voluntario y ve en “el concubinato y el adulterio […] crнmenes inexcusables”. Icaria es de un moralismo a toda prueba y de un machismo sin resquicios. En Nauvoo, la colonia americana en la que Cabet intentarнa llevar a cabo su utopнa, iba a toparse con graves dificultades con las mujeres que se negaban, en nombre de la coqueterнa, a limitarse a un atuendo uniforme.

Fourier representa un radicalismo bastante excepcional, “la relajaciуn absoluta”, tanto en el terreno de las funciones como en el de las relaciones sexuales. Al tiempo que denunciaba en las mujeres su situaciуn de “proletarios de los proletarios”, veнa en su emancipaciуn la clave del progreso. “La extensiуn de los privilegios de las mujeres es el principio general de todos los progresos sociales”. En el falansterio, preconizaba una igualdad completa, funciones intercambiables, una libertad total de elecciуn de pareja sexual y un matrimonio tardнo y disoluble con facilidad. Maltusiano a causa de su desconfianza ante el crecimiento de la poblaciуn, apenas si lo es en cambio en lo tocante a la legitimidad que otorga a la contracepciуn y al aborto. El radicalismo de Fourier en materia sexual asustу a sus discнpulos, incluidas las feministas, como Zoй Gatti de Gamond, o Considйrant, que no dudaron en expurgarlo al respecto. No publicaron el mбs revolucionario de sus escritos, El nuevo mundo amoroso, que sуlo lo ha sido en 1967 por Simone Debout. El familisterio, edificado por Godin en Guise (Aisne), habнa repudiado toda moral “bбsica”, mбs cerca en esto de Icaria que del falansterio. ЎY, sin embargo, la propia compaсera de Godin era una mujer en la sombra, como todas las otras mujeres de “grandes hombres”!

Los saint-simonianos post-Enfantin, la mayorнa de los comunistas, los socialistas de inspiraciуn cristiana —como Pierre Leroux, Constantin Pecqueur, Louis Blanc e incluso Flora Tristan— se pronunciaron a favor de una modernizaciуn de la instituciуn familiar, de la igualdad de sexos hasta en la educaciуn, del derecho al divorcio. Pero el matrimonio monуgamo seguнa siendo a sus ojos el fundamento de una familia nuclear de afectividad reforzada, en la que los hijos habrнan de tener el primer puesto. Despuйs de 1840, la mayorнa de las feministas, por ejemplo las de 1848, que ven en el Estado “un gran hogar”, se adhieren a estas posiciones moderadas que resultaban convenientes para su reivindicaciуn de la igualdad civil y ofrecнan posibilidades de acciуn concreta. Muy libre en lo personal a la vez que resueltamente familiar, George Sand fue una de ellas.

En fin, una corriente tradicionalista, que agrupaba a Buchez, a los socialistas cristianos de L’Atelier, a los discнpulos de Lamennais y a Proudhon sostenнa la desigualdad irreductible de los sexos fundada en la naturaleza, la necesaria sumisiуn de las mujeres, que encuentran su libertad en la obediencia, y el matrimonio indisoluble y patriarcal, garantнa del orden y la moral. Proudhon, en concreto, proclama con insistencia la superioridad creativa del principio viril, de la castidad sobre la sensualidad y del trabajo sobre el placer. Para el teуrico de la anarquнa, la familia conyugal es la cйlula viva de un бmbito privado que debiera absorber lo pъblico y aniquilar el Estado.

Asн pues, desde Fourier a Proudhon, la evoluciуn no se orienta precisamente en el sentido de la libertad de las costumbres. Es indudable que los socialistas tenнan que habйrselas con una doble exigencia: la del moralismo ambiente, es decir, las crнticas que el pensamiento burguйs dirigнa a la bestialidad proletaria y que les hacнa adoptar una rнgida postura de respetabilidad; y la de su “clientela” obrera y popular, para la que la economнa y la moral familiar se habнan vuelto constitutivas de la conciencia de clase.

Pero hay tambiйn una evoluciуn propia del mismo socialismo y de su visiуn de la transformaciуn social. Los socialistas de la primera vertiente del siglo creen en una revoluciуn por la base y mediante las prбcticas. La representan como el contagio de la virtud de unas comunidades ejemplares: comunas y asociaciones de trabajo de base familiar, versiуn altruista de la pequeсa empresa. De ahн la voluntad de una transparencia, que tambiйn postulaba Rousseau, y que alimenta una querella sobre la “publicidad de las costumbres” que hace que se opongan a Enfantin ciertas mujeres saint-simonianas que reivindican el derecho a la intimidad como una conquista de la dignidad femenina. Claire Dйmar, en Mi ley para el futuro, se yergue en contra de ciertos ritos del matrimonio y frente a “la publicidad de esos escandalosos debates judiciales que, en nuestras audiencias y nuestros tribunales, hacen resonar ante nuestros jueces tйrminos como adulterio, impotencia, violaciуn, provocando diligencias y sentencias escandalosas”.

Con el blanquismo, y sobre todo con el marxismo, el problema de la conquista del poder se plantea de otra manera: por arriba, la indispensable revoluciуn polнtica preludia la revoluciуn econуmica, por obra del Estado. En el anбlisis social, el modo de producciуn sustituye a la familia, y las costumbres quedan relegadas al arco de las superestructuras. Engels no dudу en suscribir las conclusiones de Bachofen y sobre todo de Morgan sobre la existencia de un matriarcado en los tiempos originarios de la barbarie dichosa e igualitaria, y consideraba que su aboliciуn habнa sido “la gran derrota histуrica del sexo femenino”, viendo en la revoluciуn socialista de los medios de producciуn la condiciуn necesaria —si no suficiente— para el restablecimiento de la igualdad. A las mujeres se las invita a subordinar sus reivindicaciones a la lucha de clases, y la lucha de sexos se considera tan sуlo como una derivaciуn. El feminismo va a verse condenado en adelante a ser burguйs, cuasi por esencia: punto de partida de un prolongado malentendido.

Correlativamente, el marxismo —y el socialismo ya desde entonces ampliamente influenciado por йl— se cierra al anбlisis antropolуgico, al que se tacha de idealista. Jacques Capdevielle ha puesto de relieve la forma en que se produjo semejante ocultaciуn, que no fue producto del azar, sino de una crнtica explнcita del Marx de La Ideologнa alemana al Hegel de la Filosofнa del derecho yde su negaciуn del dualismo Estado/sociedad civil, individuo/ciudadano. El resultado de todo ello fue un cierto empobrecimiento del anбlisis marxiano: el rechazo de las mediaciones, la subestimaciуn del tener, del patrimonio y de la muerte.

Sin embargo, conviene observar que esta liquidaciуn de la familia en la teorнa social no se debe ъnicamente a Marx, sino tambiйn a Durkheim, como han subrayado Hervй Le Bras y Emmanuel Todd. Rebelde a la inscripciуn espacial de los fenуmenos, Durkheim se niega a tener en cuenta lo que no sean hechos sociales universales y, de este modo, “pulveriza la antropologнa”. Asimismo, la historia positivista, orientada por entero hacia la construcciуn de la naciуn y de lo polнtico, alejaba lo privado de su campo de estudio.

Pero al mismo tiempo que la familia como categorнa explicativa desaparecнa de las ciencias sociales se volvнa mбs fuerte que nunca en el pensamiento polнtico de los organizadores de la Tercera Repъblica: Grйvy, Simon, Ferry y los demбs. Se desvanece la reflexiуn sobre la familia: pero comienza la polнtica de йsta.

Ello se debe a que las funciones de dicha instituciуn —funciones asignadas y funciones asumidas— cuentan mбs aъn que su valor heurнstico.


Funciones de la familia

Michelle Perrot

Como un бtomo que es de la sociedad civil, la familia es la administradora de los “intereses privados” cuya buena marcha es esencial para la fuerza de los Estados y el progreso de la humanidad. En sus manos se le confнan un buen nъmero de funciones. Clave de bуveda de la producciуn, asegura el funcionamiento econуmico y la transmisiуn de los patrimonios. Cйlula de la reproducciуn, proporciona los hijos, a los que dispensa una primera socializaciуn. Garante de la raza, vela por su pureza y su salud. Crisol de la conciencia nacional, transmite los valores simbуlicos y la memoria fundamentante. Es la creadora, tanto de la ciudadanнa como de la civilidad. La “familia como es debido” es el fundamento del Estado y, en concreto para los republicanos (cf. Jules Simon, El Deber, 1878), se da una continuidad entre el amor de la familia y de la patria, cuyas maternidades se confunden, y el sentimiento de la humanidad. De ahн el creciente interйs que el Estado desarrolla hacia la familia: hacia las familias pobres en primer lugar, que son el eslabуn dйbil del sistema, y luego hacia el resto.

Pero, durante la mayor parte del siglo XIX, la familia actъa libremente, con numerosas variantes ligadas a las tradiciones religiosas y polнticas, al medio social y, mбs aъn, local; hasta tal punto sigue siendo entonces Francia diversa, bajo sus apariencias centralizadoras.

Familia y patrimonio

Como tejido de personas y conjunto de bienes, la familia es un nombre, una sangre, un patrimonio material y simbуlico, heredado y transmitido. La familia es un flujo de propiedad que, ante todo, depende de la ley.

El Cуdigo Civil considera abolidas, en principio, las antiguas costumbres, prohнbe el derecho de testar, suprime el derecho de primogenitura y establece la igualdad de los herederos, hombres y mujeres. En no pocos aspectos es una verdadera revoluciуn, y como tal se la interpreta. Si Pierre Riviиre, el “parricida de los ojos rojos” del Bocage normando, mata a su madre (y, suplementariamente, a su hermana y a su hermano), їello no se debe en parte a que esta mujer que dispone libremente de sus bienes representa, con respecto a la costumbre normanda que no reconocнa ningъn derecho a las mujeres, una autйntica subversiуn? Esta endiablada mujer que se pasa la vida haciendo y deshaciendo contratos constituye un desafнo insensato.

Sin embargo, їes йsta “la regla del juego en el seno de la paz burguesa”, de acuerdo con la expresiуn de Andrй Arnaud? Llama la atenciуn, por el contrario —y P. Ourliac lo subraya en numerosas ocasiones—, la persistencia de los valores patrimoniales, la preeminencia del padre en este sistema patrilineal de transmisiуn de los bienes. El marido “es el ъnico administrador de los bienes de la comunidad” (art. 1.421); sus poderes no tienen otros lнmites que los estipulados en el contrato matrimonial. Y йste, cosa que es caracterнstica de los paнses de derecho escrito, no deja de retroceder en el curso del siglo, incluso en la regiуn occitana, donde el rйgimen dotal se conservу por largo tiempo. En Provenza y Languedoc, ante todo, y luego en la Occitania interior. Idйntica evoluciуn se produjo en Normandнa: en Ruбn, J.-P. Chaline llega a contar un 43% de contratos de matrimonio por los aсos 1819-1820, un 24% a mediados del siglo XIX y ъnicamente un 17% en vнsperas de 1914. Sуlo los burgueses mantienen por mбs tiempo el rйgimen dotal, que garantiza los bienes de la mujer y salvaguarda, en caso de quiebra, una parte del patrimonio: preocupaciуn muy sintomбtica de un capitalismo de fuerte textura familiar.

Las particiones sucesorias difundieron, en tйrminos generales, la pequeсa propiedad y contribuyeron a retrasar —o cuando menos a modular— la industrializaciуn, puesto que frenaban el йxodo rural al revйs que en Inglaterra. Pero, en numerosas regiones, concretamente en aquellas en las que predominan las familias entroncadas, la resistencia al Cуdigo es muy enйrgica. Por ejemplo en Gйvaudan, de acuerdo con las descripciones de Йlisabeth Claverie y Pierre Lamaison, donde la voluntad de salvaguardar el oustal entraсa toda una serie de prбcticas para eludir aquйl. Los padres —al menos el padre, todopoderoso—proceden en vida a una serie de “arreglos” destinados a mantener la unidad de la explotaciуn en manos del mбs capaz (їy/o del preferido?); a los mбs jуvenes se los puede indemnizar (y йste es uno de los motivos de emigraciуn temporal destinada a procurar el dinero de la compensaciуn); pero, las mбs de las veces, permanecen cйlibes, trabajando en la tierra, incluso como criados. El desarrollo del individualismo habrнa de arruinar poco a poco el consentimiento necesario para este sistema.

A decir verdad, una parte muy amplia de la poblaciуn se hallaba excluida de cualquier particiуn. Tanto a comienzos como a finales del siglo XIX(cf. A. Daumard, F. Codaccioni), los dos tercios de quienes mueren lo hacen sin dejar sucesiуn. La concentraciуn de las fortunas tiende incluso a aumentar: en Parнs, el 1% de los parisinos posee el 30% de los haberes en 1820-1825, y el 0,4% es su posesor en 1911. En Burdeos y en Toulouse la situaciуn es equivalente. Aъn es peor en Lille, ciudad proletaria: en 1850, el 8% de sus habitantes posee el 90% de la riqueza urbana, y en 1911 es dueсa del 92%. El ascenso, que, sin embargo, es real, de las clases medias incide todavнa poco en la distribuciуn de la fortuna y tiende a corroborar la idea de una sociedad bloqueada, donde las posibilidades de cambio son escasas y agudos los riesgos de tensiуn interna que amenazan a las familias en torno a los problemas de sus haberes.

Las formas del tener

Los resultados de la acumulaciуn, en tйrminos globales, son dйbiles. Pero el deseo de patrimonio es muy fuerte. Se inscribe, ante todo, en los inmuebles, primer objeto del deseo, signo indispensable de notabilidad entre los burgueses y necesidad de un rincуn propio entre los mбs desfavorecidos. El padre de Henri Beyle —Henri Brulard— no piensa mбs que en su “propiedad” y si, en el seno de la pequeсa burguesнa grenoblense de comienzos del siglo XIX, el dinero, “necesidad de la vida tan indispensable, desgraciadamente, como los retretes, pero de la que no se podнa hablar nunca”, sigue siendo un tabъ, en cambio, “la palabra ‘inmueble’ se pronuncia con respeto”.

A mediados del Segundo Imperio, los inmuebles urbanos proporcionan un 18% de las rentas y las explotaciones agrнcolas un 41%, mientras que las inversiones en bienes muebles sуlo equivalen a un 5,9%. Pero, durante la segunda mitad del siglo XIX, la atracciуn por estos ъltimos no deja de crecer, estimulada por el desarrollo de las sociedades anуnimas, el cambio de las estrategias bancarias y las consiguientes especulaciones en las que tantos herederos deshicieron su patrimonio. Las obligaciones sustituyen a las rentas de bienes raнces. Tener acciones cuyo curso se sigue en la Bolsa se convierte en una prбctica muy extendida, hasta entre la pequeсa burguesнa provinciana. Una dama honorable de una reducida ciudad del Berry, hija de viсadores, viuda de un carpintero, estб abonada a un periуdico financiero y se hace con una cartera —emprйstito ruso, ciudad de Budapest…— del mismo modo que compra un piano para sus hijas.

Jacques Capdevielle ha puesto de relieve, en casi todas las capas de la sociedad, la difusiуn de este espнritu de propiedad, fundamento de la Tercera Repъblica oportunista y radical que hace de la ecuaciуn “ciudadanos = propietarios” una de las bases de su polнtica, y la adecuaciуn entre la difusiуn de los valores mobiliarios, diferenciados y divisibles, y la democracia. Ha subrayado el sorprendente consenso que se lleva a cabo a finales del siglo en torno a la propiedad, incluso en las filas socialistas y aun anarquistas. El “buen padre de familia”, figura central de la patrioterнa revolucionaria y pilar de la Repъblica, es un pequeсo propietario que lega a sus herederos un patrimonio. Y Gambetta pone por las nubes “las pequeсas fortunas, los pequeсos capitales, todo ese pequeсo mundo que es la democracia” (discurso de Auxerre, 1874).

Es asн como se forma lentamente un espнritu capitalista que se infiltra en las conversaciones y las correspondencias familiares, y que modifica la imagen que la familia se forma de sн misma.

Trabajo y economнa familiar

Con o sin patrimonio, la familia es un sistema econуmico de gestiуn que, muy lejos de haber abolido la revoluciуn industrial, tan diversa en sus ritmos, la utilizу y reforzу. La constituciуn de una antropologнa econуmica, tras las huellas de Chayanov y Jacques Goody, es uno de los resultados mбs interesantes de la investigaciуn contemporбnea. Y una de las lнneas maestras de la Historia de los franceses, publicada bajo la direcciуn de Yves Lequin, a la que nos remitimos para los anбlisis de detalle. Sin llegar a hablar de “modo de producciуn familiar”, sн que es necesario referirse a una red de acumulaciуn, de habilidad y de solidaridad.

En los ambientes rurales, el hogar es la unidad econуmica de base. La familia y la tierra se confunden, y sus necesidades se imponen a los individuos que las componen. El oustal del Gйvaudan es un caso extremo; pero incluso en formas mбs moderadas de sistema patrimonial, la familia es una empresa, la casa un espacio de trabajo y los papeles respectivos de padres e hijos, de jуvenes y viejos, de hombres y mujeres, se hallan rigurosamente establecidos dentro de una complementariedad cuya serenidad no hay que exagerar y que a veces se ve alterada por las migraciones.

La protoindustrializaciуn apostу a fondo sobre la cйlula familiar, sin distinguir entre empresa y domicilio. Los tejedores proporcionan el mejor ejemplo de economнa industrial domйstica, de divisiуn sexual del trabajo y de endogamia, sistema muy resistente a la fбbrica y del que, a pesar de su extremada pobreza, no serбn pocos los que conserven la nostalgia. Mйmй Santerre (Serge Grafteaux) habrб de ser, a comienzos del siglo XX, su ъltimo testigo. El desarrollo de la electricidad volverб a dar cuerpo a este sueсo de fбbrica a domicilio en la que Piotr Kropotkin veнa una vнa libertaria de autonomнa.

La pequeсa empresa familiar —tienda o taller— es tenaz en Francia, a la vez frбgil ante las quiebras —lo que constituye un deshonor familiar— y perpetuamente renaciente. La subcontrataciуn se aferra a las ramas de las industrias pesadas. Establecerse por propia cuenta es una ambiciуn obstinada; no separar domicilio y lugar de trabajo, un ideal, en un paнs donde los obreros rehъsan durante tanto tiempo el capacho o la fiambrera —en el peor de los casos es preciso que las mujeres la lleven bien caliente a mediodнa— y levantan barricadas cuando la reducciуn calculada del tiempo de interrupciуn les impide regresar a almorzar en sus propias casas (episodio del Houlme, cerca de Ruбn, en 1827). La economнa aparece aquн como obstбculo para el modo de vida.

La industrializaciуn se vio obligada a tenerlo en cuenta. La fбbrica se instala en la aldea, lo mбs cerca posible de las fuentes de la mano de obra, mediante la utilizaciуn y el sostenimiento del equipo familiar en bloque —el padre, ayudado por su mujer y con la incorporaciуn de los hijos— en las hilanderнas mecбnicas. Los problemas de disciplina se resuelven asн de una vez.

El mismo patrуn da ejemplo; reside muy cerca, a veces en el patio de su fбbrica; su esposa lleva la contabilidad y se asocia al personal a las fiestas de familia. El paternalismo fue el primer sistema de relaciones industriales, al menos con respecto al nъcleo obrero que se pretende estabilizar. Supone, como mнnimo, tres elementos: residencia en el mismo lugar, lenguaje y prбcticas de tipo familiar (el patrono es el “padre” de los obreros y la empresa es una “gran familia” cuya quiebra representarнa la “muerte”), y aceptaciуn obrera. Si se desgarra el consenso, se viene abajo el sistema; lo que se produjo de hecho durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando los obreros, por ejemplo, se rebelaron contra las “cooperativas” patronales que enmascaraban con frecuencia un truck-system encubierto. Exigen cada vez mбs el salariado y rechazan lo que les parece una reliquia del sistema servil, unos insoportables lazos de dependencia. Cabrнa por lo demбs establecer un paralelismo entre la crisis de la familia “natural” y la de la familia industrial, sometidas ambas al empuje del individualismo conquistador.







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