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La vida de hogar: їla revancha de las mujeres?





En un espacio dominado, en tйrminos globales, las mujeres disfrutan, no obstante, de compensaciones propicias al consentimiento: una relativa protecciуn; menos incriminaciones; el lujo de ostentaciуn a disposiciуn de las mujeres burguesas asignadas al culto de las apariencias, que tiene sus encantos; y a fin de cuentas, una mбs enйrgica longevidad. Disponen tambiйn de posibilidades de acciуn no desdeсables, tanto mбs cuanto que la esfera privada y los papeles femeninos no han dejado de revalorizarse, durante el siglo XIX, gracias a una sociedad preocupada por la utilidad, llena de ansiedad por sus hijos y trabajada por sus propias contradicciones. їCуmo resolver —se preguntaba ya Kant— la afirmaciуn contradictoria del derecho personal —la mujer es una persona— y el derecho conyugal del amo, de esencia monбrquica? їCуmo serнa ello posible de no imaginar “un derecho personal con modalidades reales”? El feminismo se apresurу a deslizarse por esta grieta del derecho y los principios, del mismo modo que lo hizo tambiйn el discurso de la “maternidad social” desplegado por la Iglesia y por el Estado. їPero quй ocurrнa entre tanto en la vida cotidiana?

En la sociedad rural

Martine Segalen, Yvonne Verdier, Agnиs Fine, entre otras, han contribuido notablemente a poner en claro las funciones y el lugar de las mujeres en la sociedad rural francesa. Sin dejar de tomar enйrgicamente sus distancias respecto de ciertas descripciones miserabilistas y poco comprensivas de los viajeros del siglo XIX —por ejemplo, de un Abel Hugo—, la primera insiste en la complementariedad de las tareas en un espacio en el que el trabajo establece una continuidad, incluso una confusiуn, entre lo pъblico y lo privado. La impresiуn de conjunto es la de un equilibrio relativamente armonioso entre los dos sexos, mientras la mujer controla en ocasiones los cordones de la bolsa y ejerce, gracias a las conversaciones de lavadero o de otros sitios, un eficaz contrapoder.

Yvonne Verdier ha descrito los personajes clave de Minot, en Borgoсa, y sus papeles culturales, enraizados en su “destino biolуgico”: “De su destino biolуgico, las mujeres pasan de golpe a su destino social”, escribe. La mujer-que-ayuda (lavandera la mayor parte de las veces), la costurera, la cocinera, poseen saberes y poderes imbricados en la vida de la aldea. No se encuentran en modo alguno encerradas en casa.

Agnиs Fine, a travйs de relatos vivos, analiza cуmo se entretejen las relaciones madres/hijas, y, mбs allб aъn, las de lo masculino/femenino, en la composiciуn del ajuar, de quй manera lo biolуgico se inscribe en lo social por mediaciуn de lo simbуlico.

Estas descripciones, en su belleza estructural, ofrecen, no obstante, un carбcter intemporal. El irenismo de la cultura tiene tendencia a enmascarar las tensiones y los conflictos que subrayan por el contrario Йlisabeth Claverie y Pierre Lamaison. En el sistema del oustal, en el que el canje de mujeres obedece con bastante rigor al intercambio de bienes, las esposas, con frecuencia maltratadas, ni siquiera tienen la llave de la despensa; a veces se ven obligadas a robar para sobrevivir; las connivencias femeninas se deshacen generalmente por obra del matrimonio y el miedo a los hombres; y la intolerancia ante los embarazos ilegнtimos es muy violenta. Las mujeres solas tienen una suerte particularmente difнcil; las viudas, tan sospechosas como sexualmente peligrosas por sus supuestos apetitos, son en ocasiones relegadas fuera de la casa, en cabaсas, con algunos efectos y subsidios; las jуvenes, presa sexual de los pastores o de los amos, son frecuentemente violadas con el sentimiento de una virilidad legнtima. “La violaciуn se consideraba como una variante de los comportamientos ordinarios en la relaciуn hombres-mujeres […] La idea misma de la denuncia parece imposible de concebir, informulable. La normalidad sexual engloba todo el abanico de sus consecuencias: la violencia, la frustraciуn, la muerte” (op. cit., p. 218). їHay que ver en este aumento de opresiуn femenina una consecuencia de un sistema de parentesco particularmente complejo, que, no obstante, ofrece a las mujeres mбs posibilidades de heredar que otros? El sureste del Macizo central es, por otra parte, una tierra en la que persiste la venganza como forma de arreglo de las tensiones y que figura con letras negras en el mapa de la criminalidad de sangre. El contraste entre las representaciones proviene tambiйn de la naturaleza de las fuentes: proverbios y costumbres, de un lado, expedientes judiciales directamente atenidos a los conflictos mismos, del otro, no pueden proporcionar una visiуn equivalente.

Amas de casa burguesas

Los hogares urbanos poseen aparentemente mбs simplicidad. Pero, tambiйn aquн, cuбntas variantes de acuerdo con los medios sociales, o el modo de habitaciуn, ya que la distancia entre domicilio y lugar de trabajo es un factor no poco decisivo de la autonomнa de lo domйstico. El ejemplo de las mujeres burguesas del norte, de las que Bonnie Smith nos ha trazado un retrato que se ha convertido en clбsico, es desde este punto de vista francamente llamativo. Durante la primera mitad del siglo XIX, estas mujeres participan en la gestiуn de los negocios, llevan la contabilidad de la empresa y prefieren la inversiуn industrial a un vestido de seda. En cambio, durante la segunda mitad del siglo, sуlo las viudas prosiguen semejante tradiciуn. Alrededor de los aсos 1850-1860, la mayorнa de las mujeres se retiran de la esfera econуmica para encerrarse en sus casas. Los cambios del domicilio corroboran este alejamiento que seсala una nueva direcciуn en el sistema de relaciones industriales menos paternalistas; los patronos dejan de vivir en el perнmetro o la proximidad de su fбbrica; una vez enriquecidos, huyen de los humos, los olores y el espectбculo de la miseria; y se reagrupan en los barrios nuevos —en Roubaix, bulevar de Parнs— o se construyen villas suntuosas, “castillos” que en tiempo de huelgas los obreros acuden a escarnecer. Las mujeres, en lo sucesivo, administran su casa, su numerosa servidumbre y la no menos numerosa familia que les proporcionan las creencias catуlicas y mбs aъn las estrategias aliancistas del mundo textil del norte. Ellas son las que edifican una moral domйstica, cuyos ejes bбsicos pone de manifiesto B. Smith: la fe frente a la razуn, la caridad contra el capitalismo y la reproducciуn como autojustificaciуn. En nombre de esta funciуn es como las mujeres burguesas cargadas de hijos —la tasa media de hijos por familia pasa de cinco a siete entre 1840 y 1900— les dan un sentido a sus menores acciones. Desde la propiedad y la decoraciуn del interior a la observancia cuasi religiosa de una moda tirбnica —no hay mбs que contemplar las “horas del dнa” dibujadas por Devйria—, desde la mбs insignificante tarea femenina —porque hay que estar siempre ocupadas— a la obsesiуn de las cuentas, autйntico tormento del ama de casa que, con frecuencia, ha de llevar йsta con lo que le proporciona su marido, a quien ademбs deberб rendir aquйllas: cada detalle adquiere sentido dentro de una moral cuyo fundamento es menos econуmico que simbуlico. Funcionando como un lenguaje, como un ritual, semejante moral obedece a cуdigos muy estrictos. Poseнdas por una elevada conciencia de sн mismas, estas mujeres del norte no son ni pasivas ni resignadas; por el contrario, lo que intentan es erigir su visiуn del mundo en juicio de las cosas, de forma con frecuencia perentoria. Este “feminismo cristiano” (їpero se puede hablar de feminismo? No, ciertamente, si se define a йste por la bъsqueda de la igualdad; lo que aquн se reivindica es precisamente la diferencia) se expresa a travйs de la voz de novelistas como Mathilde Bourbon, la autora de La Vie rйelle, un best-sйller, Julia Bйcour o Josйphine de Gaulle, que componen una especie de epopeya domйstica en la que se enfrentan el bien y el mal: las mujeres y los hombres.

Con su gusto destructor por el poder y el dinero, los hombres son portadores del caos y la muerte. En cambio, las rubias heroнnas, autйnticos бngeles del hogar, restablecen con su virtud la armonнa de la familia.

Este acabado modelo de domesticidad, teсido de un angelismo que el culto de la Virgen Marнa impide que se vuelva por completo victoriano, se encuentra en diversos grados en todas las capas de la burguesнa. Varнa de acuerdo con los niveles de fortuna, medida йsta por el nъmero de sirvientes y el estatuto de la vivienda, las creencias y los sistemas de valores. La nostalgia aristocrбtica, tan viva en el barrio de Saint-Germain, se ve atemperada en otros sitios por un creciente anhelo utilitario que atraviesa, mucho mбs de lo que se cree, la burguesнa francesa. Unas veces se insiste sobre las funciones de representaciуn de las mujeres “de la clase ociosa”, cuyo mismo lujo expresa la opulencia de sus esposos y perpetъa la etiqueta de corte. Otras, en cambio, se subraya la importancia de la economнa domйstica y del ama de casa. En fin, el hijo, su salud, su educaciуn, se invocan como fundamento de los deberes, y de los poderes, de las mujeres. El propio feminismo se apoya en la maternidad para sus reivindicaciones; y esta insistencia sobre una diferencia es, sin duda alguna, algo especнfico del feminismo francйs con respecto a su homуlogo anglosajуn, centrado de forma mбs exclusiva en la igualdad de los derechos individuales.

La madre adquiere seguridad frente al padre agobiado.







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