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El Cуdigo de los derechos del hombre





“La diferencia que existe en el ser de los esposos supone la de sus derechos y deberes respectivos”, escribe Portalis. En nombre de la naturaleza, el Cуdigo Civil establece la superioridad absoluta del marido en la pareja y del padre en la familia, asн como la incapacidad de la mujer y de la madre. La mujer casada deja de ser un individuo responsable: cйlibe o viuda, lo es mucho mбs. Semejante incapacidad, expresada por el artнculo 213 (“El marido debe protecciуn a su mujer y la mujer obediencia a su marido”), es prбcticamente total. La mujer no puede ser tutora ni sentarse en un consejo de familia: se prefiere a parientes lejanos y varones. Tampoco puede ser testigo ante un tribunal. Si abandona el domicilio conyugal puede ser conducida de nuevo a йl por la fuerza pъblica, obligбndosela a “cumplir sus deberes y disfrutar de sus derechos con toda libertad”. La mujer adъltera puede llegar a ser castigada con la muerte porque amenaza con atentar contra lo mбs sagrado de la familia: la descendencia legнtima. En Gйvaudan se tolera las aventuras, pero se espнa los embarazos: no hay ninguna indulgencia con la mujer culpable de un nacimiento ilegнtimo. El hombre adъltero no corre ningъn riesgo; y disfruta de descaradas complicidades; la averiguaciуn de la paternidad estб prohibida por el Cуdigo Civil, si bien la moral consuetudinaria exigнa el matrimonio del progenitor con la muchacha que hubiese dejado embarazada.

La mujer no puede disponer de sus bienes en la comunidad, rйgimen que se extiende continuamente. Igual que el hijo menor al que tanto se parece, la mujer no puede disponer de su salario, hasta que por fin una ley de 1907 le otorga su libre uso. En las parejas de viсadores del Aude, a finales del siglo XIX, el salario de ambos se le entrega al marido. La mujer sуlo se ve protegida en sus bienes por el rйgimen dotal, en neta regresiуn, o por la separaciуn, que supone un contrato, prбctica de ricos, a su vez en retroceso. Eventualmente eficaz en las familias ricas, el Cуdigo deja a las mujeres pobres singularmente desarmadas. Y no faltan quienes son partidarios de ir mбs allб de la ley. Alejandro Dumas hijo piensa que un marido engaсado tiene perfecto derecho de tomarse la justicia por su mano. Proudhon enumera seis casos (entre ellos la impudicia, la embriaguez, el robo y la dilapidaciуn) en los que “el marido puede matar a su mujer en virtud del rigor de la justicia paterna” (La Pornocratie ou les Temps modernes, 1875).

Tamaсa omnipotencia se extiende a los hijos. La sensibilidad hacia la infancia no redujo la autoridad de la familia ni la del poder paterno. La Revoluciуn Francesa se habнa limitado a ligeras reformas (derogaciуn de las atribuciones paternas sobre los hijos mayores; supresiуn del desheredamiento; limitaciуn del derecho a la correcciуn…), y el proyecto de Robespierre —sustraer a los hijos de siete u ocho aсos a sus padres para educarlos en comъn en el respeto a las nuevas ideas— no llegу a discutirse jamбs.

Por mбs que, segъn Le Play, la Revoluciуn hubiese matado al padre al retirarle el derecho a testar, el Cуdigo Civil mantuvo muchas de las antiguas concepciones.

El hijo, aunque sea mayor, ha de sentirse “transido de un respeto sagrado a la vista de los autores de sus dнas”, y si “la naturaleza y la ley aflojan en su favor los vнnculos de la autoridad paterna, la razуn acude a apretar sus nudos”. Todavнa en 1896 es imprescindible la autoridad paterna para contraer matrimonio antes de los veinticinco aсos.

El padre puede hacer detener a sus hijos y echar mano de las prisiones del Estado, como lo hacнa mediante el sistema de lettres de cachet (cartas selladas), a tнtulo de una “correcciуn paterna” que mantiene una policнa de familia a travйs de la cual el poder pъblico actъa por delegaciуn. No obstante, los artнculos del 375 al 382 del Cуdigo Civil (libr. I, tнt. IX) fijan sus condiciones: “El padre que [tiene] motivos muy graves de queja por la conducta de un hijo” puede apelar ante el tribunal del distrito; hasta los diecisйis aсos, la detenciуn no puede exceder de un mes; desde esa edad hasta la mayorнa puede alcanzar hasta los seis meses. Las formalidades —y las garantнas— son muy reducidas: no hay ningъn documento escrito ni ninguna formalidad judicial, como no sea la orden misma de arresto, en la que no aparecen enunciados los motivos. Si, tras su puesta en libertad, el hijo “cae en nuevos extravнos” puede ordenarse de nuevo su detenciуn. Para permitir que las familias pobres tengan acceso a semejante prбctica, primero en 1841, y luego de nuevo en 1885, el Estado toma a su cargo los gastos de alimentaciуn y mantenimiento a los que ellas no pueden subvenir. El contenido de la correcciуn paterna alcanza al joven delincuente declarado responsable de haber actuado “sin discernimiento”, el cual, si su familia —su padre— no lo reclama, se verб recluido eventualmente hasta su mayorнa de edad en un correccional.

Locos, dementes e imbйciles, privados de sus derechos de ciudadanos, pueden ser internados si la familia lo demanda de hecho, en virtud de la ley de 1838. El derecho del marido sobre la mujer se corrobora en este particular, como demuestra la historia de Clйmence de Cerilley, la hermana de Йmilie, a cuya familia le costу Dios y ayuda librarla de un internamiento obtenido con demasiadas complacencias por su marido. La reclusiуn de las mujeres tenidas por locas progresa de manera espectacular durante el siglo XIX: 9.930 en 1845-1849, que se convierten en cerca de 20.000 en 1871 (Yanick Ripa). En el 80% de los casos, los demandantes son de hecho hombres (maridos en una tercera parte, padres o patronos). Bien es verdad que las mujeres echaban mano aъn mбs que los hombres de la demanda de reclusiуn, y que йsta funcionaba sobre todo como una policнa familiar: ya se volverб sobre esta cuestiуn.

Poderes

Los poderes del padre son dobles. Domina totalmente el espacio pъblico. Es el ъnico que goza de los derechos polнticos. En el siglo XIX, la polнtica se define como el dominio exclusivo del hombre, hasta el punto de que Guizot prescribнa que se la retirara de los salones femeninos y mundanos. La condesa Arconati-Visconti, cuyo salуn recibнa a los republicanos de fin de siglo, se encontrу un dнa con el ruego de Gambetta de que excluyera a las mujeres, a fin de aumentar su seriedad: cosa a la que ella accediу.

Pero los poderes del padre son tambiйn domйsticos. Se ejercen en la esfera privada, que serнa un error pensar que se encuentra confiada por completo a las mujeres, por mбs que en ella su poder efectivo sea mбs considerable. Ante todo, es el dueсo a causa del dinero. En los medios burgueses, es йl quien reglamenta los gastos del hogar, depositando en manos de su mujer una suma global, con frecuencia muy justa. La tierna Caroline Orville no comprende que su marido —estбn separados por la guerra (1871)— pueda meterse con ella por una simple factura de modista, ъnico gasto que se ha permitido, porque “acostumbra a mantener una buena apariencia”: es su deber. Aunque sea generoso, el padre ejerce, por tanto, control y poder. Lo que se advierte perfectamente en el caso de Victor Hugo que, ansioso por la unidad del goum —o “tribu”—, se esfuerza por retener en Guernesey a los suyos que tratan de escaparse, adelantбndoles las sumas que precisan para sus viajes. Una mirada asн pesa en particular sobre su mujer y su hija, Adиle, completamente dependientes al respecto. Hugo se queja de no ser otra cosa que el “cajero” de la familia (Henri Guillemin, L’Engloutie, 1985, p. 105). їPero cуmo podнan ser las cosas de otra manera? En los medios rurales, la situaciуn es muy semejante. Tan sуlo los medios obreros o populares urbanos escapan en parte a esta sujeciуn financiera al padre; la mujer, tendera o simplemente asistenta, conquista un puesto de “ministro de Finanzas” de la familia, al que procura asirse con todo empeсo.

Pero las decisiones fundamentales corresponden al padre. En el terreno econуmico, se dirнa incluso que sus poderes van en aumento. Asн, por ejemplo, las mujeres burguesas del norte de Francia, estrechamente asociadas a la gestiуn de los negocios, y que cumplнan funciones de contables o de secretarias durante la primera mitad del siglo, y hasta incluso de autйnticos jefes de empresa —como Mйlanie Pollet, antepasado de la Redoute—, se repliegan a sus casas alejбndose en lo sucesivo de la fбbrica, durante la segunda mitad del siglo, y sin tener ya nada que ver con aquйlla (cf. Bonnie Smith).

Otro tanto sucede con las decisiones educativas, en concreto en lo concerniente a los hijos y en las alianzas matrimoniales. La madre de Martin Nadaud juzgaba poco ъtil que su hijo fuera a la escuela, en su deseo de ponerlo lo antes posible a trabajar en el campo. Pero el padre decidiу otra cosa, con lo que interpretaba en este caso el papel de hombre instruido. No son pocos los matrimonios combinados por los padres, mientras que las madres, mбs sensibles a los movimientos del corazуn, toman el partido de sus hijas desconsoladas, como en las comedias de Moliиre. Eso fue lo que sucediу con madame Hugo, en el doloroso conflicto que opuso a Adиle y a Victor.

En muchos casos, la decisiуn del padre se apoya en los argumentos de la ciencia y de la razуn. En contra de las mujeres devotas y de pocas luces, demasiado sensibles al sentimiento, tentadas por la pasiуn, acechadas por la locura, el padre —el varуn— ha de mantener los derechos de la inteligencia. Йsta es la razуn fundamental por la que Kant, Proudhon y Comte reivindican la primacнa del padre en el hogar: lo domйstico es demasiado importante para dejarlo en manos de unas mujeres dйbiles. Por esta misma razуn, el marido tiene derecho a ejercer su vigilancia sobre las relaciones de trato, las salidas, las idas y venidas y la correspondencia de su mujer. A finales del siglo XIX hubo toda una controversia sobre este particular y se pusieron de relieve a la vez el empuje de un feminismo individualista, compartido por un cierto nъmero de hombres, y sus lнmites, puesto que no llegу a adoptarse ninguna medida para proteger el derecho de las mujeres al secreto de su correo: muy al contrario, la mayorнa de los magistrados se pronunciу en contra de semejante derecho. Le Temps (marzo de 1887), que habнa solicitado la opiniуn de sus lectores a este propуsito, recibiу un gran nъmero de respuestas, algunas de las cuales publicу. Violentamente favorable a las atribuciones del esposo, Alejandro Dumas hijo estimaba que “un marido que tiene dudas sobre su mujer y que vacila en abrir, para salir de ellas, las cartas que su mujer recibe, es un imbйcil”. Un sacerdote aportaba el apoyo de la doctrina de la Iglesia: “El marido es el amo de la casa”. Por su parte, Pressensй sostenнa una opiniуn mucho mбs matizada, oponiendo el derecho y las costumbres, mientras que Juliette Adam y madame de Peyrebrune adoptaban, no sin importantes matices, posiciones netamente favorables a la libertad. Para la primera, la realidad cotidiana desmiente al Cуdigo; la mujer “ha conquistado una libertad a pesar de la ley” y se comunica “con su madre, sus hermanas, sus hijas y sus amigas”. La segunda subrayaba la lуgica de la posiciуn de los juristas, “consecuencia de unas leyes que restringen la libertad moral de la mujer en el matrimonio”. Es, por tanto, la ley lo que hay que cambiar. En 1897, el sustituto del procurador general del tribunal de apelaciуn de Toulouse, en la conferencia solemne de apertura, pasaba revista a los argumentos de unos y de otros, para concluir sosteniendo la legitimidad de los derechos del marido y la sumisiуn de las mujeres, Ўque en la mayorнa de los casos se sentнan dichosas de que se las protegiera en contra de sн mismas! La cuestiуn no se vio menos controvertida en la jurisprudencia: por ejemplo, sobre quй hacer con el derecho al secreto de las cartas confidenciales que no deben comunicarse a terceras personas, hasta el punto de que, a la muerte del destinatario, se daba por admitido que el remitente pudiera exigir su restituciуn. їPero es que un marido es un tercero?[2]

La casa del padre

Aunque se halle fuera con frecuencia, el padre sigue dominando la casa. Tiene sus lugares exclusivos: la sala de fumar y el billar, a los que se retiran los caballeros para charlar, despuйs de las comidas mundanas; la biblioteca, puesto que los libros —y la bibliofilia— siguen siendo cosas de hombres; o el despacho, en el que los niсos sуlo entran temblando. Segъn los Goncourt, un Sainte-Beuve no es verdaderamente йl mismo mбs que en su antro del primer piso, lejos de la algarabнa de las mujeres, que estбn en la planta baja. Incluso la mujer que trabaja fuera de casa carece en ella de despacho, que es una extensiуn de lo pъblico en el бmbito privado de la vivienda. Pauline Reclus-Kergomard, inspectora de las escuelas maternales desde 1879, tiene que distribuir sus papeles sobre la mesa del comedor, mientras que Jules, su marido, divaga en su despacho vacнo, con gran escбndalo de sus hijos, segъn nos cuenta Hйlиne Sarrazin (Йlisйe Reclus ou la Passion du monde, 1985).

En el salуn, funciones y puestos se hallan bien repartidos; al menos, Kant los define con rigor. El salуn de Victor Hugo, con el grupo de los caballeros en el centro y de pie, y el de las damas sentadas en cнrculos alrededor, es un modelo del gйnero. La elecciуn de la decoraciуn en que se ha de vivir es, mucho mбs de lo que se cree, masculina. En vнsperas del matrimonio, el interior es amueblado por el futuro yerno en relaciуn con su madre polнtica, de acuerdo con los manuales mundanos. Aunque Jules Ferry “abruma a su hermano con sus cartas a propуsito del apartamento deseado” para su futuro matrimonio con Eugйnie Risler y con sus indicaciones “sobre la instalaciуn, el color de las cortinas y la tapicerнa” (Fresnette Pisani-Ferry, “Jules Ferry, l’homme intime”, Colloque Ferry). Al mismo tiempo, como un autйntico Pigmaliуn, le enseсa a su esposa a vestirse, a peinarse, a hacer valer su belleza. Ademбs de directores de escena de las mujeres en el teatro y mediante la moda, los hombres lo son tambiйn en el hogar. Si son ricos, lejos de desertar de la casa, la pueblan con sus adquisiciones —son grandes coleccionistas— y con sus fantasmas. Lo domйstico se desvanece entonces ante la creaciуn.

Victor Hugo soсу constantemente con una casa que fuese el centro de su mundo y, por tanto, del mundo. El destierro vino precisamente a proporcionarle una ocasiуn para ello. Fue Hauteville House, en Guernesey, que йl adquiriу, transformу y decorу a pesar de su mujer. “No quiero que seamos propietarios”, escribiу ella a su hermana. Adиle comprende perfectamente lo que semejante arraigamiento implica de servidumbre, para ella precisamente que ama tanto los viajes y las ciudades, y de aislamiento para los hijos, privados asн de las imprescindibles sociabilidades de la juventud. “Admito que con tu celebridad, tu misiуn y tu personalidad hayas escogido un peсasco donde te hallas admirablemente en tu elemento, y comprendo que tu familia, que si es algo te lo debe a ti, se sacrifique no sуlo a tu honor, sino tambiйn a tu figura”, le escribe a Victor (1857). “Te amo, te pertenezco, estoy sometida a ti. Pero no puedo ser tu esclava en tйrminos absolutos. Hay circunstancias en las que una tiene necesidad de la libertad de su persona”. El padre, que es un patriarca, reina como un dios en el tabernбculo de su casa.

Hugo —aquel “dulce tirano”, segъn su hijo— fue sin duda alguna una de las figuras del padre mбs grandiosas que hubo en su siglo. Elevу hasta lo sublime todos sus rasgos, fнsicos y morales, de generosidad y de despotismo, de abnegaciуn y de poder, junto con todas las ridiculeces y mezquindades del padre burguйs que mantiene queridas y teme al quй dirбn; y el egoнsmo del padre cruel que prefiere el relegamiento a una oscura “casa de salud” de su hija demente al oprobio que hubiese representado para “nuestro nombre” el conocimiento de su locura y su presencia en el hogar. “En cualquier momento puede sobrevenir una desgracia”, escribнa a propуsito de su hija; y Henri Guillemin observa que daba la impresiуn de estarla deseando. El poder del padre ofendido en su gloria puede llegar hasta el asesinato. Ello hace que sea preciso matar al padre para sobrevivir.

El siglo XIX nos ofrece muchas figuras de padres triunfantes y dominadores y se reconoce en ellos. La mayor parte de los creadores transformу su casa en taller y a sus esposas e hijas o hermanas en secretarias: asн Proudhon, Elisйe Reclus, Renan o Marx, otro retrato de cuerpo entero en nuestra galerнa, bien conocido en la intimidad gracias en concreto a la correspondencia intercambiada con y por sus hijas. Fue un padre adorado y solнcito, pero tambiйn un padre dйspota y meticuloso en exceso a propуsito de las decisiones profesionales o matrimoniales de sus hijas. Eleanor, prбcticamente forzada a renunciar a ser actriz y a su amor por Lissagaray, se vio finalmente traicionada por aquйl, Aveling, por cuyo socialismo se habнa decidido su padre. Eleanor, recluida junto a Marx, enfermo y que no la comprende, forma parte del ejйrcito de hijas sacrificadas a la gloria y a la voluntad del padre. Del mismo padre que, tambiйn con frecuencia, les abre las puertas del mundo. Porque el poder del padre es la forma suprema del poder varonil, ejercido sobre todo el mundo, pero mбs aъn sobre los dйbiles, dominados y protegidos.

Semejante figura del padre no es ъnicamente catуlica: es tambiйn protestante, tanto como judнa o atea. Y no es exclusivamente burguesa; es profundamente popular. Proudhon la erigiу como forma de honor. En йl hay un insistente anhelo de paternidad. Ya desde muy pronto habнa pensado en conseguir tener un hijo, “mediante una indemnizaciуn pecuniaria, con la intervenciуn de alguna muchacha, a la que yo habrнa seducido con este propуsito”. A los cuarenta y un aсos se casa con una joven obrera de veintisiete, “simple, graciosa e ingenua”, dedicada al trabajo y a sus deberes, “la criatura mбs dulce y mбs dуcil”, a la que se habнa encontrado en la calle y a la que le dirige su solicitud por carta, una carta que es de antologнa. La habнa escogido para que sucediera a su madre: “De haber vivido con ella, yo no me hubiera casado”. Pero, “a falta de amor, yo fantaseaba sobre el hogar y la paternidad […]. El hecho de que mi mujer lo comprendiera y aceptara asн me ha proporcionado tres muchachitas rubias y sonrosadas, a las que su madre ha amamantado por sн misma y cuya existencia colma toda mi alma”. “La paternidad ha llenado en mн un inmenso vacнo”, sigue diciendo; “es como un desdoblamiento de la existencia, una especie de inmortalidad”.

La paternidad es, para los proletarios, la forma mбs elemental de supervivencia a la vez que de patrimonio y de honor. La clase obrera hace suya la paternidad/virilidad, visiуn clбsica del honor masculino, originaria de las sociedades rurales tradicionales, y construye sobre ella, en parte al menos, su identidad.

La muerte del padre

Por eso mismo, la muerte del padre es, de entre todas las escenas de la vida privada, la mбs imponente, la mбs cargada de tensiуn y de significaciуn. Es la que se relata y la que se representa. El lecho del moribundo ha dejado de ser sin duda el de las “ъltimas voluntades”: йstas se hallan reglamentadas por la ley. Pero, no obstante, sigue siendo el lugar de los adioses, de las transmisiones de poder, de las grandes reuniones, de los perdones y las reconciliaciones, y no menos de los nuevos rencores originados en la injusticia del desenlace.

La madre muere discretamente; viuda, sola, de edad avanzada, ha visto ya marcharse a sus hijos; sуlo en raras ocasiones sigue conservando la decisiуn en los negocios y la llave de las provisiones. En Gйvaudan ya no es la mбs de las veces otra cosa que una boca que alimentar, albergada con impaciencia, junto con los hermanos jуvenes, por el heredero. El padre, en cambio, como en el cuento, “hace venir a sus hijos”. Caroline Brame vio morir, en Lille, a su abuelito querido, el fundador de la dinastнa, el viejo Louis Brame. Allн estaban los hermanos enemistados. “Nuestro querido abuelo nos abrazу a todos; luego, llamando a mi padre y a mi tнo Jules, les hizo entrega de sus libros, les dio cuenta de sus negocios y les recomendу a sus criados. Tenнa en su figura yo no sй quй expresiуn suprema” (Journal). El padre de Proudhon, por su parte, que era un pobre tonelero, decidiу morir como un prнncipe, despuйs de una comida a la que habнa invitado a parientes y amigos a fin de despedirse de todos ellos: “He querido morir en medio de vosotros. Vamos, que se sirva el cafй”.

Como tremenda fractura econуmica y afectiva de la vida privada, la muerte del padre es el acontecimiento que disuelve la familia, el que hace posible la existencia de las otras familias y la liberaciуn de los individuos. De ahн el deseo que a veces existe de su muerte, y el rigor de la ley en contra del parricidio. Crimen sacrнlego, raras veces absuelto, conduce casi con seguridad al cadalso y mantiene durante largo tiempo sus seсales infamantes.

Pero hay otras muchas maneras de matar al padre, incluida la propia neurosis del hijo. Sartre interpreta la enfermedad de Flaubert como “asesinato del padre” (L’Idiot de la famille, t. II, p. 1882 y ss.), de Achille-Clйophas, el modelo temido, el que dispone de su vida y estб empeсado en dedicarle al derecho: “Gustavo se convertirб en notario. Tendrб que serlo porque ya lo es, en virtud de una predestinaciуn que no es otra que la voluntad de Achille-Clйophas”. “La neurosis de Flaubert es el padre mismo, ese otro absoluto, ese superyу instalado en йl, que lo ha constituido en impotente negatividad.” La muerte de su padre libera a Flaubert del peso insoportable que hacнa gravitar sobre su existencia. Al dнa siguiente del entierro se declara ya curado. “Todo esto me ha hecho el efecto de una quemadura que hubiese acabado con una verruga […] ЎPor fin! ЎPor fin! Voy a trabajar.”

La muerte del padre es frecuente en los folletines, cuya estructura familiar tiene tanto relieve durante la primera mitad del siglo XIX. El hijo sуlo gracias a ella puede acceder a la madurez y a la posesiуn de la mujer (Lise Quйffelec).

Pero el poder del padre no deja de tener muchas limitaciones, elaboradas por el derecho o impuestas por las crecientes resistencias con que tropieza. La historia de la vida privada del siglo XIX puede interpretarse como una lucha dramбtica entre el Padre y los Otros.

La supresiуn del derecho a testar, autйntico asesinato del padre (Le Play), permite y alienta la divisiуn de los patrimonios y disuelve el poder de los patriarcas. Acogida como destructora en las regiones de familias amplias que se resisten tratando de eludir el Cуdigo, se la saluda en otros sitios como liberadora: por ejemplo, en las regiones del Centro. En 1907, Йmile Guillaumin denuncia las viejas costumbres de la familia extensa como “una explotaciуn de los hijos por el padre” que hay que proscribir para siempre. Incluso en las regiones de cultura occitana mбs conservadora, las tensiones se van haciendo cada vez mбs vivas a lo largo del siglo.

Durante el siglo XIX, la evoluciуn jurнdica representa una lenta, muy lenta a decir verdad, corrosiуn de las prerrogativas del padre. Por una parte, bajo la presiуn de las reivindicaciones concurrentes de las mujeres y los hijos; por otra, en razуn de la creciente tutela que ejerce el Estado, concretamente sobre las familias pobres, en nombre de la incuria paterna. Las leyes de 1889 sobre la incapacidad del padre, o las de 1898 en contra de los malos tratos infligidos a los hijos, suponen una intensificaciуn del control en nombre de los intereses filiales. Finalmente, la ley de 1912, despuйs de toda una serie de tentativas desde 1878, reconoce el derecho de averiguaciуn de la paternidad en los casos no sуlo de rapto y de violaciуn, sino tambiйn de “seducciуn dolosa” (pruebas escritas). Los partidarios de la ley —filбntropos, legisladores, hombres de Iglesia— defienden a la madre soltera y al hijo abandonado.

La mayor extensiуn de la capacidad reconocida a las esposas, el derecho al divorcio (1884), solicitado por ellas en la mayorнa de los casos, lo mismo que la separaciуn de cuerpos, todo ello es evidente que implica un retroceso del padre. Es algo que puede verificarse incluso en los casos particulares de jurisprudencia; por ejemplo, a propуsito del derecho de visitar a los abuelos maternos de los hijos de parejas separadas que se hallan bajo custodia del padre. Hasta el Segundo Imperio, el padre no habнa tenido ninguna obligaciуn al respecto; una decisiуn de 1867, que habrнa de sentar jurisprudencia, decidнa “en interйs del hijo” la obligaciуn de secundar la demanda de los abuelos maternos.

Pero el derecho no hace otra cosa que ratificar, tнmidamente y con retraso, la sorda y constante reivindicaciуn ejercida en el seno de la familia y que conduce, en definitiva, a su transformaciуn. La familia democrбtica y contractual, como la que Tocqueville comprobaba en Estados Unidos a comienzos de siglo, no es el resultado de una evoluciуn espontбnea, vinculada al progreso de la modernidad, sino mбs bien el resultado de un compromiso, creador a su vez de nuevos deseos.

Matrimonio y familia

El matrimonio, crisol de la familia, ha sido objeto de numerosos estudios, etnolуgicos y demogrбficos, que nos ahorran tener que extendernos sobre el particular. Mбs adelante se ocupa Anne Martin-Fugier de describir sus ritos; y Alain Corbin pone de relieve la lenta ascensiуn del sentimiento, la exigencia afectiva y sexual que transforma a la pareja moderna y se opone a veces en forma conflictiva a las estrategias de la familia.

Aquн nos contentaremos con recordar algunos rasgos mбs relevantes. Ante todo, la fuerza normativa de la pareja heterosexual que desemboca en el doble rechazo del homosexual y el cйlibe, un par de excluidos. La caracterнstica del siglo XIXreside en la polarizaciуn en torno del matrimonio que tiende a absorber todas las funciones; no sуlo la alianza, sino tambiйn el sexo. “En la familia se interpenetran la sexualidad y la alianza: la familia transporta la ley y la dimensiуn de lo jurнdico a la disposiciуn de la sexualidad; y transporta la economнa del placer y la intensidad de las sensaciones al rйgimen de la alianza” (M. Foucault). Semejante transformaciуn se efectъa a velocidades variables. La burguesнa resulta ser en este caso el elemento motor: la conciencia del cuerpo es una forma de la conciencia de sн. Por otra parte, no siempre se ponen de acuerdo la alianza y el deseo; lejos de ello. El drama de las familias, la tragedia de las parejas, reside con frecuencia en estos conflictos entre el deseo y la alianza. Cuanto mбs aspiran las estrategias matrimoniales a asegurar la cohesiуn familiar del modo mбs estricto, mбs canalizan o ahogan el deseo. Cuanto mбs fuerte es el individualismo mбs se rebela contra las decisiones del grupo, contra los matrimonios decididos de antemano o apaсados. Tal es efectivamente el resorte del drama romбntico o el del crimen pasional.

Hay dos rasgos demogrбficos que vienen a expresar estas caracterнsticas. Por un lado, una fuerte tasa de nupcialidad, relativamente estable (en torno al 16%), con una inflexiуn bajo el Segundo Imperio y sobre todo durante el periodo 1875-1900. Este ъltimo suscitу la inquietud de los demуgrafos, que ya con anterioridad habнan tenido que enfrentarse con el descenso de la tasa de natalidad: de ahн las campaсas poblacionistas y moralizadoras de la йpoca, y las diatribas contra los cйlibes. Sin embargo, la tasa de celibato definitivo es baja: por encima de los cincuenta aсos, no alcanza por tйrmino medio mбs del 10% de los hombres y del 12% de las mujeres.

Segundo rasgo destacable: la rebaja de la edad para el matrimonio. El matrimonio tardнo, ligado a una prбctica del matrimonio-instalaciуn, era tambiйn el principal medio contraceptivo de las sociedades tradicionales. Proudhon decнa de sus ascendientes que se casaban “lo mбs tarde que podнan”; hostil йl mismo a las manifestaciones carnales, seguнa sintiйndose favorable a aquel comportamiento. No obstante, durante el siglo XIX, la difusiуn de una mentalidad contraceptiva (ya que no de unos mйtodos que siguieron siendo muy rudimentarios) junto con la extensiуn de la pequeсa propiedad que permitнa establecerse mбs pronto, favorecieron la rebaja aludida.

Pequeсos propietarios rurales, obreros e incluso burgueses, todos procuran hacerse con una familia lo antes posible. “En el mundo civilizado”, dice Taine, las principales necesidades del hombre son “un oficio y un hogar”. Es tambiйn el medio de escapar a la sujeciуn de los padres, de vivir con independencia. A lo que se aсade la bъsqueda de un compaсero mбs joven y apetecible, en concreto por parte de las mujeres que se resisten en adelante a casarse con vejestorios. George Sand se muestra muy sorprendida de los casi cuarenta aсos que separan a su abuela de su marido, Dupin de Francueil, lo que le vale la siguiente soberbia rйplica: “Ha sido la Revoluciуn la que ha inventado la vejez en el mundo”. Caroline Brame, tan dulce ella, se rebela contra semejantes prбcticas; al asistir al matrimonio de una muchacha que se casa “con un amigo de su padre que le dobla la edad”, comenta: “Semejante cosa no me agradarнa en absoluto” (Journal, 25 de noviembre de 1864). Sus gustos le hacen inclinarse hacia un joven de su edad, diecinueve aсos, lo que por supuesto desaprueba su familia.

A decir verdad, tasas y tendencias medias no significan gran cosa en terrenos que dependen estrictamente de las estructuras familiares. Los mapas establecidos por H. Le Bras y E. Todd son elocuentes. “El grado de precocidad matrimonial es un buen indicador del tipo de control ejercido por un sistema social sobre sus jуvenes adultos […]. Una edad elevada para el matrimonio define una estructura familiar de tipo autoritario. Produce abundantes cйlibes, que habrбn de permanecer a veces, durante el resto de su vida, en las familias de sus hermanos o hermanas casados, como solterones, como eternos tнos.” La edad para el matrimonio de las mujeres es, en 1830, y, en menor grado, en 1901, particularmente elevada en Bretaсa, en el sur del Macizo central, en el Paнs Vasco, en Saboya y en Alsacia. La persistencia de prбcticas maltusianas coincide tambiйn con los paнses de tradiciуn catуlica, ya que la Iglesia prefiere la “restricciуn moral” del matrimonio tardнo a cualquier otra forma de control de nacimientos.

Casarse con su semejante

La elecciуn social del cуnyuge es igualmente objeto de estrategias que se convierten en asuntos de enorme importancia para las familias. Homogamia e incluso endogamia son en todos los medios, regionales y sociales, tendencias firmes, que explican asimismo las formas de sociabilidad: se casa uno con su semejante porque es tambiйn con quien uno se encuentra. La reproducciуn (en el sentido de P. Bourdieu) se halla a la orden del dнa en estos procesos, cuyo determinismo no debe hacer olvidar los juegos de los individuos que se someten a ellos o los rechazan en mъltiples historias singulares.

La endogamia, muy alta en las zonas rurales del Antiguo Rйgimen, retrocede durante el siglo XIXa causa de las migraciones. Pero, no obstante, las reglas familiares siguen actuando incluso sobre los emigrantes. Auverneses o lemosines que acuden temporalmente a Parнs, en virtud del movimiento pendular estacional que ritma la primera mitad del siglo, tienen un doble circuito sexual: el de las relaciones en la ciudad y el matrimonio en el campo; asн, por ejemplo, Martin Nadau, cuyo matrimonio aldeano combina a pesar de todo la atracciуn personal (la seducciуn por la mirada cumple en йl su funciуn) y el escrupuloso cumplimiento de las voluntades paternas.

El aflojamiento de las constricciones es, sin duda, mбs real para los hombres, que son mбs mуviles. Asн ocurre en Vraiville (Eure), caso estudiado por Martine Segalen.

A partir del ъltimo tercio del siglo XVIII las ciudades acentъan la mezcla de gentes. La proporciуn de los esposos nacidos fuera de los muros no cesa de crecer, como han demostrado numerosos estudios demogrбficos (Caen, Burdeos, Lyon, Meulan, Parнs…). Si bien los barrios se apresuraban a reconstruir la situaciуn del terruсo. En Belleville, durante el siglo XIX, “los futuros esposos se encuentran y se casan dentro de un espacio muy reducido” (G. Jacquemet). Sуlo que aquн el conocimiento recнproco viene a ocupar el lugar de la convivencia estricta; los juegos de la mirada, de la palabra y del deseo hacen estallar las reglas de las conveniencias.

La homogamia es en todas partes muy elevada. De rigor en ambientes burgueses, en los que el matrimonio se ve dictado por los intereses de las familias y de las firmas, la homogamia alcanza su culminaciуn cuando se combinan varios factores de identidad: asн, por ejemplo, entre los industriales protestantes del algodуn, en Ruбn, cuyos nombres se cruzan en un autйntico balletde primos consanguнneos. En Gйvaudan son unos principios muy estrictos destinados a mantener el equilibrio de los oustals los que presiden los matrimonios, mientras que hay tambiйn unos ciclos que regulan la circulaciуn de los bienes, las dotes y las mujeres. Los “herederos” se casan con una “hija menor”; su hermana con dote contrae matrimonio con un heredero.

Los medios obreros no escapan tampoco a esta economнa del intercambio. Vidrieros, cinteros o metalъrgicos de la regiуn lionesa (cf. Yves Lequin, E. Accampo) se casan entre ellos y ante testigos pertenecientes al mismo oficio. Trabajo y vida privada se imbrican entre sн en “endogamias tйcnicas” en las que se superponen oficio, familia y territorio: asн, por ejemplo, en Saint-Chamond (cinteros), Givors (vidrieros), la Croix-Rousse (barrio de Lyon), o incluso en el suburbio de Saint-Antoine (en Parнs) donde, entre los ebanistas, se transmite de padres a hijos la tradiciуn profesional y hasta la militante.

En estos ambientes de movilidad reducida, las distinciones se expresan mediante un sentido agudizado de las pequeсas jerarquнas. Aquн tenemos a Marie, joven guantera de diecinueve aсos, en Saint-Junien (Haute-Vienne). Frente al domicilio de su familia habita un primo doleur, especialista cualificado en la guanterнa. “Ninguna posibilidad de inicio de romance”, escribe el encuestador de la monografнa familiar que los describe. “Marie se halla demasiado por debajo de su primo en la jerarquнa obrera como para que se pueda pensar en un matrimonio.”

La bъsqueda de la dote disimulada persiste a nivel individual. Las sirvientas o las obreras serias son muy apreciadas: con sus economнas, los jуvenes obreros pagan sus deudas o tratan de establecerse; asн, en Lyon, Norbert Truquin. Las mujeres son las cajas de ahorro de los medios populares.

Matrimonio imposible

En 1828, el Journal des dйbats se hace eco de un crimen pasional. Una joven obrera de diecinueve aсos, hija de unos sastres, cortejada por un camarada de taller, de veinte aсos, que la acompaсa hasta su casa “cogiйndola del brazo”, se lo cuenta a su familia; їpuede casarse con йl? Se reъne el consejo; se estima que este muchacho no parece tener ni seriedad ni talento; el padre lo considera “mala jeta” y piensa que “no tiene el aspecto que ha de tener un sastre”. “A lo que parecнa, yo creнa amarlo”, dirб la muchacha, “pero como mis padres no lo querнan, renunciй”. Rechazo, por tanto, y asesinato cometido por el pretendiente desairado. La fuerza del deseo se rompe contra el grupo granнtico. Muchos acontecimientos muy distintos del siglo XIX nos hablan de imposibles historias de amor.

En los medios pequeсo-burgueses, la alianza, elemento decisivo de la promociуn, es objeto de cбlculos y prohibiciones. La homogamia es menos fuerte: se aspira a casarse en un estrato superior al propio. Los empleados, por ejemplo de correos, rehъsan casarse con colegas, porque tienen puestos sus sueсos en mujeres de hogar. De ahн el gran nъmero de empleadas de correos solteras, ya que ellas a su vez no quieren casarse con simples obreros. Las mujeres pagan no pocas veces su independencia con la soledad. Para los hombres con aspiraciones de ascenso social, el dinero cuenta menos que el rango, la distinciуn, las cualidades de ama de casa, e incluso la belleza. Es Emma quien deslumbra a Charles Bovary, con su sombrilla, su piel blanca y la “excelente educaciуn” de una “seсorita de ciudad”. Dada su posiciуn desahogada, puede permitirse tener una bonita mujer, descargada de los cuidados domйsticos por una sirvienta interna.

El matrimonio supone toda una negociaciуn, dirigida por los padres (las tнas casamenteras), los amigos, los allegados (el cura), cuyos factores han de sopesarse todos ellos minuciosamente. Un hidalgo arruinado del Eure le escribe a su tнa, encargada de procurarle una esposa, cuбles son sus aspiraciones: una “legнtima” suficiente para permitirle conservar su casa de Mende y su castillo; 100.000 francos serнan suficientes para una persona de su misma condiciуn; pero “para una condiciуn inferior a la mнa serнa preciso que su posiciуn econуmica compensara mбs o menos la desproporciуn de su estado con respecto al mнo” (hacia 1809, Claverie y Lamaison, p. 139).

Pero las estrategias matrimoniales se diversifican y se complican. El dinero adopta formas variadas: muebles, inmuebles, negocios y “esperanzas”. No faltan tampoco otros elementos muy considerables: el nombre, el prestigio, la “situaciуn” (las profesiones liberales gozan de gran estima), la “clase” y la belleza forman parte de los tйrminos del intercambio. Un hombre de edad y con dinero busca una muchacha joven y bella, como si fuera un rey. Las apariencias, revalorizadas por la individualizaciуn del cuerpo, son un arma de la seducciуn femenina. Por dinero, no faltarб un tercero que cargue con la madre soltera con posibles, como el personaje que da tнtulo a Marthe.

Amor y matrimonio

Finalmente, entran en escena la inclinaciуn, de la que tanto desconfiaba Hegel, e incluso la pasiуn, reprobada por las familias. Durante la segunda mitad del siglo XIXson cada vez mбs numerosos quienes desean hacer coincidir la alianza y el amor, el matrimonio y la dicha. Tal es el sueсo de Emma Bovary: “Si ella hubiese conseguido apoyar su vida sobre algъn gran corazуn sуlido, entonces la virtud, la ternura, los placeres y el deber se habrнan confundido…”. Sobre todo las mujeres, cuyo ъnico horizonte es el matrimonio, se inclinan de este lado. Claire Dйmar (Ma loi d’avenir, 1833)reivindica un cambio radical en la educaciуn de las muchachas, a las que “se ha pretendido hacer ignorar hasta cуmo es un hombre”. Claire critica el matrimonio como “prostituciуn legal”, preconiza la libre elecciуn de la pareja, la “necesidad de un ensayo rigurosamente fнsico de la carne por la carne”, y el derecho a la inconstancia. Apuesta imposible en su tiempo: Claire se suicida; Ўy sus compaсeras sansimonianas edulcoran su texto dбndole una inflexiуn maternalista!

Sin ir tan lejos, Aurore Dupin, que no es aъn George Sand, sino sуlo madame Dudevant, se explica, en una extensa carta a Casimir, a propуsito del malentendido que los separa: el desacuerdo en gustos y placeres que mina su relaciуn de pareja. “Me di cuenta de que no te gustaba la mъsica y dejй de ocuparme de ella porque el sonido del piano te ponнa en fuga. Leнas por complacerme, y al cabo de unas cuantas lнneas el libro se te caнa de las manos, a causa del hastнo y el sueсo […]. Comencй a experimentar una autйntica tristeza al pensar que nunca podrнa llegar a darse el menor acuerdo en nuestros gustos” (15 de noviembre de 1825).

Este mismo sueсo de compartirlo todo es tambiйn —al margen del matrimonio— el de Baudelaire, al dнa siguiente de su ruptura con Jeanne, tras catorce aсos de cohabitaciуn: “Me sorprendo a mн mismo pensando cuando contemplo un objeto bello cualquiera, un hermoso paisaje, cualquier cosa agradable: їpor quй no estб ella conmigo, para admirarlo conmigo, para adquirirlo conmigo?” (carta a madame Aupick, 11 de septiembre de 1856).

Es que tambiйn los hombres quieren otra cosa: ya no se contentan con la sumisiуn pasiva, sino que aspiran al consentimiento; si no la actividad de la esposa, al menos su amor; para algunos, incluso, la igualdad en el intercambio. Desde Michelet, que aconseja que “cada uno se cree su propia mujer”, hasta Jules Ferry, quien, firme partidario de la divisiуn sexual de las funciones y las esferas, exalta su matrimonio con Eugйnie Risler: “Es republicana e intelectual. Siente como yo sobre todo tipo de cosas y yo me siento orgulloso de sentir como ella” (carta a Jules Simon, 7 de septiembre de 1875).

Eugиne Boileau, cuya correspondencia con su prometida ha estudiado Caroline Chotard-Lioret, expresa perfectamente este nuevo ideal de la pareja republicana, penetrado todo йl de estoicismo romano y librepensador, que hace de su propia unidad su religiуn: “Cuando oigo decir a mi alrededor: ‘El matrimonio […] equivale a la esclavitud’ no puedo por menos de exclamar: ‘ЎNo!’, el matrimonio es la tranquilidad y la dicha; es la libertad. Por йl, y sуlo por йl, puede alcanzar su verdadera independencia el hombre (y me refiero aquн lo mismo a un sexo que al otro), el hombre que ha logrado llegar a su completo desarrollo. Porque es entonces cuando se convierte en un ser completo, al constituir en el seno de la dualidad conyugal la personalidad humana ъnica” (carta a Marie, 24 de marzo de 1873). Aspiraciуn a la unidad de fusiуn de una pareja que habrнa de bastarse a sн misma (“No mezclemos a ningъn tercero en nuestra vida нntima, en nuestro pensamiento”) y que hace al marido el “confidente” de su mujer: “No podrнa exagerar el encarecerte que no tengas otro confidente que tu amigo, que no abras de par en par tu corazуn (porque ha de serlo por entero) mбs que al de tu marido, que es quien formarб muy pronto… y me atrevo a decir que forma ya, una sola cosa contigo”.







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