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El ama de casa de las clases populares





El ama de casa es, en las clases populares urbanas, un personaje mayoritario y primordial. Mayoritario, porque es la condiciуn de la mayor parte de las mujeres que viven en pareja, se hallen o no casadas; ya que el matrimonio no es por lo demбs el estatuto mбs general asн como el mбs normativo, en particular cuando tienen hijos. La forma de vida popular supone, como se ha dicho, la presencia de la mujer “en el hogar”, lo que no significa “en el interior”, puesto que la indigencia de la habitaciуn hace del domicilio un lugar de reuniуn mбs que una residencia. Polivalente, el ama de casa se halla investida de mъltiples funciones. Ante todo, es la encargada de traer al mundo y de mantener a los hijos pequeсos, muy numerosos todavнa en las familias obreras, que se cuentan entre las ъltimas que limitan sus nacimientos. La mujer de un artesano, la tendera, siguen dejando a sus hijos en manos de nodrizas; pero las mбs pobres los amamantan por sн mismas, poniendo al descubierto su seno, como la viajera del vagуn de tercera (Daumier). El ama de casa modesta transporta a sus hijos consigo; y йstos las escoltan en cuanto saben andar, siluetas familiares de las calles que reproduce en abundancia la iconografнa de la йpoca o que captan las primeras fotografнas urbanas. Muy pronto, por lo demбs, los niсos circulan solos, intrйpidos “mocosos” (gamins) que se agregan a las bandas de chavales, en el patio o en la calle. Aunque, progresivamente, los “peligros de la calle” se convierten en una obsesiуn maternal, con el doble temor al accidente y a las “malas compaснas”. Cada vez mбs, la jornada del ama de casa y sus desplazamientos se verбn regidos por los del hijo, en particular por los horarios escolares.

Segunda funciуn: el mantenimiento de la familia, las “labores domйsticas”, que abarcan toda clase de cosas: la bъsqueda al mejor costo de los alimentos, por compra, trueque, e incluso “recogida”, con tantas ocasiones de agenciбrselas como hay en una gran ciudad; la preparaciуn de las comidas, incluida la de la “fiambrera” del padre cuando trabaja lejos; el ir por agua, la leсa, el mantenimiento de la casa y, sobre todo, de la ropa blanca y de la de vestir, lavada, transformada, zurcida y remendada… Todo ello representa una serie de idas y venidas, y un gasto de tiempo considerable. De todo este tiempo tan fluido sуlo los presupuestos familiares de Le Play se esfuerzan por establecer una cierta contabilidad, al menos por lo que se refiere al lavado de la ropa blanca, la primera ocupaciуn domйstica que se tratу de racionalizar mediante la construcciуn de grandes lavaderos mecбnicos, a la manera inglesa, a partir del Segundo Imperio.

En fin, el ama de casa se esfuerza por aportar a la familia un “salario complementario” procedente, sobre todo, de actividades de servicios: trabajos por horas, lavado practicado sistemбticamente “a destajo” en los lavaderos, encargos a comisiуn y entregas (la panadera es una figura familiar), pequeсas operaciones comerciales entre mujeres, ventas callejeras o reventas de ocasiуn, circunstancias todas ellas muy adecuadas para aprovecharse del rincуn mбs reducido de una calleja o del mбs нnfimo ajuste de precio.

Progresivamente, sobre todo durante el ъltimo tercio del siglo XIX, el trabajo a domicilio, dentro del marco de una industria de la confecciуn dividida y racionalizada, capta toda esta inmensa fuerza de trabajo femenino en el hogar. Las primeras seducciones de la mбquina de coser —tener su propia Singer se convierte en el sueсo de no pocas amas de casa— las confinan en su propio hogar, en una ruptura total con su utilizaciуn peatonal de la ciudad. Los abusos del sweating system volverбn a hacer preferible la fбbrica, porque en definitiva resulta menos solitaria, mejor controlada, mбs sometida a la opiniуn pъblica.

Como “ministra de finanzas” de la familia, el ama de casa tiene poderes cuyas ambigьedades ilustra a la perfecciуn la prбctica de la paga. Se trata, sin ningъn gйnero de duda, de una lenta conquista de las mujeres, cansadas de tener que andar aguardando el dinero de su marido. No se conocen bien sus etapas. Hacia mediados del siglo XIX, en Francia —que las monografнas de Le Play oponen en este punto a Inglaterra—, un gran nъmero de obreros entregan su paga a sus mujeres respectivas, no sin ciertos conflictos cuyos estallidos animan periуdicamente los suburbios. Pero las amas de casa, responsables de la administraciуn de la paga, cargan tambiйn con sus consecuencias; si son ellas las que estбn en situaciуn de orientar el consumo, que tratan ya de captar los grandes almacenes y los tнmidos inicios de la publicidad, lo que tienen que administrar sobre todo es la penuria y, ante todo, ser las primeras en sacrificarse. Renunciando a la carne y el vino, alimentos masculinos, en favor del jefe de familia, y al azъcar en beneficio de los niсos, ellas han de contentarse en demasiadas ocasiones con el cafй con leche y con el queso; la “chuleta de la costurera” es una porciуn de queso de Brie.

A pesar de todo, esta modesta gestiуn financiera es la base de un cierto “matriarcado presupuestario” al que, todavнa hoy, siguen dбndole mucha importancia las amas de casa modestas y las obreras. Tienen tambiйn muchos otros dominios de intervenciуn: los cuidados del cuerpo y los del alma, para hablar como en el siglo XIX. En unos tiempos en los que el recurso al mйdico, demasiado caro, sigue siendo relativamente excepcional en los ambientes obreros, las mujeres utilizan los recursos de una farmacopea multisecular, asн como las sugerencias de la nueva higiene: por ejemplo, el alcanfor, aconsejado por Raspail, el “mйdico de los pobres”, que se dirige en particular a las mujeres, teniendo en cuenta sus papeles tradicionales. La mujer del carpintero de Parнs (monografнa de Le Play y Focillon, 1856) hace gran uso de йl.

Aficionadas a los folletines —la alfabetizaciуn de las mujeres progresa rбpidamente en las ciudades del siglo XIX, en las que muchas madres, gracias al mйtodo Jacotot, enseсan incluso ellas mismas a leer a sus pequeсos—, a las canciones y a la danza, son ellas las que mantienen toda la savia de una imaginaciуn que los medios de comunicaciуn (en concreto los periуdicos de gran tirada) aspiran a domesticar. Cortejadas por la Iglesia, cuyas fiestas y sociabilidad aprecian, son con frecuencia algo asн como las delegadas de la religiуn, no sin que falten los conflictos con unos maridos que se las dan de mбs materialistas.

El ama de casa de las clases populares se caracteriza por su franqueza. Es con frecuencia una rebelde lo mismo en la vida privada que en la pъblica. Y a veces lo paga muy caro, blanco favorito de violencias que pueden llegar al crimen “pasional”. Basadas en la gestiуn de la vida y la casa, sus intervenciones fuera del бmbito domйstico se fueron haciendo cada vez mбs escasas a medida que aumentaba su regularidad. No es cierto que la modernizaciуn hiciera aumentar sus poderes, en la medida en que la esfera privada se fue viendo asediada por todas partes y en que los modelos de identidad de la clase obrera eran ampliamente masculinos. De ahн los conflictos, las dificultades de inserciуn, el repliegue hacia el hogar al que todo el mundo (no hay mбs que ver los carteles de la CGT para la semana inglesa) la empuja. Y con frecuencia tambiйn su propia indiferencia por este mundo, sindical y polнtico, que no la entiende ni la escucha.

Padres e hijos

“Cuando el hijo aparece, el cнrculo de familia…”. Durante el siglo XIX, el hijo estб, mбs que nunca, en el centro de la familia. Es objeto de todo tipo de inversiones: de la afectiva, ciertamente, pero tambiйn de la econуmica, la educativa y la existencial. Como heredero, el hijo es el porvenir de la familia, su misma imagen proyectada y soсada, su modo de lucha contra el tiempo y la muerte.

Semejante inversiуn —cuyo signo es una literatura cada vez mбs prolija sobre la infancia— no apunta necesariamente al niсo en su singularidad. Stendhal dice muy certeramente de su padre: “No me amaba como individuo sino como el hijo que habнa de continuar la familia” (Henri Brulard). El grupo prima sobre el individuo, y la nociуn del “interйs del niсo” sуlo tardнamente habrб de desarrollarse en Francia. Y eso para abarcar exclusivamente en la mayor parte de los casos los intereses superiores de la colectividad: los del hijo como “ser social”.

En efecto, el hijo no pertenece ъnicamente a los suyos; es el futuro de la naciуn y de la raza, productor, reproductor, ciudadano y soldado del dнa de maсana. Entre йl y la familia, sobre todo cuando йsta es pobre y se la presume incapaz, se deslizan terceros: filбntropos, mйdicos, hombres de Estado que pretenden protegerlo, educarlo y disciplinarlo. Las primeras leyes sociales se promulgaron precisamente a propуsito de la infancia (la de 1841 sobre la limitaciуn de la jornada de trabajo en la fбbrica). Poco importa que su eficacia fuese al principio bastante limitada. Su alcance simbуlico y jurнdico no es por ello menos considerable, puesto que se trata de unas leyes que seсalan la primera inflexiуn de un derecho liberal hacia un derecho social (F. Ewald).

Todo ello equivale a decir que la infancia es, por excelencia, una de esas zonas lнmite en que lo pъblico y lo privado se bordean y se afrontan, a veces violentamente.

Apuesta de poderes, la infancia es tambiйn lugar de saberes, desarrollados sobre todo durante el ъltimo tercio del siglo XIX, por los esfuerzos conjugados de la medicina, la psicologнa y el derecho. Estos saberes producen efectos contradictorios. Ademбs de ser productores de control, lo son tambiйn de conocimientos gracias a los cuales la infancia se convierte en nosotros en un misterio insondable.

Secretos de la procreaciуn

En Francia, tierra precoz de restricciуn de nacimientos y de conocimiento de sus “funestos secretos” (Moheau, finales del siglo XVIII), el hijo no se halla ciertamente “programado” —los medios no lo permiten—, pero sн se encuentra ya limitado; la tasa de natalidad no cesa de disminuir: 32,9% en 1800, 19% en 1910; el tormento de los demуgrafos va a transformar el nacimiento, acto privado, en natalidad, asunto de Estado. La existencia del hijo es, por tanto, en parte y de modo variable segъn los medios sociales y las regiones, relativamente voluntaria. Segъn H. Le Bras y E. Todd, la explicaciуn de las disparidades reside en la voluntad paterna afectiva en las estructuras familiares. Los factores ideolуgicos que suelen traerse a colaciуn se vierten en estos moldes previos. En 1861 aparecen netamente marcados tres polos de baja natalidad: Normandнa, Aquitania y Champagne; pero lo son de manera diferente: Aquitania con una tasa muy extensa de uno a dos hijos por familia; Normandнa, por el contrario, manifiesta unos comportamientos extremos, con tasas anormales de parejas voluntariamente estйriles (en la regiуn de Orne, por ejemplo) y de premios Cognacq (nueve hijos o mбs despuйs de veinticinco aсos de matrimonio); Ўlos autores llegan a hablar de “comportamientos neurуticos”!

La intervenciуn de la ilegitimidad, en la que Edward Shorter ha visto un signo de liberaciуn sexual, embarulla un tanto las cartas. Parece tener significaciones muy diversas. Nuestros autores oponen el norte y el este, donde es importante la proporciуn de los hijos reconocidos por matrimonio subsiguiente, al Mediodнa mediterrбneo, donde el padre reconoce al hijo sin casarse con la madre. En el primer caso, estamos ante una mayor igualdad de sexos y libertad femenina; en el segundo, es la fuerza constrictiva del linaje la que prima.

Es imposible adentrarse mбs allб en la maraсa de la demografнa histуrica, como no sea para poner de relieve su complejidad, lo mismo al nivel de la simple constataciуn que al de la interpretaciуn. “La historia secreta de la fecundidad” (H. Le Bras) es un hormiguero de teorнas, que vacilan entre todo tipo de determinismos: social, biolуgico, ideolуgico (a este propуsito, se subrayan habitualmente los estragos del individualismo, un caso particular del cual, exacerbado, serнa el feminismo), antes de analizar un nacimiento como el fruto de la “decisiуn” de la pareja.

En medio del lecho, henos aquн ante lo mбs secreto del sexo y del corazуn. Nada tiene de sorprendente que todo esto se nos escape, siendo asн que, al misterio de la mбs profunda intimidad, vienen a aсadнrsele la opacidad del tiempo y el mutismo de los actores y de sus descendientes. Un ocйano de silencio envuelve lo esencial de la vida: la concepciуn de los seres que ignoran, casi siempre, de quй azar o de quй deseo nacieron, sin que quepa oponer radicalmente entre sн al uno y al otro.

El voluntarismo concepcional, de progresos estadнsticos tanto mбs inequнvocos cuanto que vino acompaсado de una rebaja de la edad nupcial, fue sin duda una consecuencia de la adquisiciуn de conciencia respecto del hijo y de todo lo que implica, en concreto para su educaciуn. Mejor cuidado, mimado, querido, el hijo se vuelve mбs infrecuente. Los medios de esta concepciуn voluntaria siguen estando oscuros. Algunos no conocen otros que la abstinencia; a fin de evitar el embarazo, hay mujeres que se “retiran”. En cambio, la interrupciуn del coito le deja la iniciativa al marido, al que le toca en este caso “poner atenciуn”. En los medios acomodados, la gente se inspira sobre todo en mйtodos ingleses o en prбcticas aprendidas clandestinamente en el burdel, lavados que suponen el uso del agua y que explicarбn el йxito del bidй —йxito tardнo, segъn J.-P. Goubert, y frenado por las conveniencias—. Deseosos de enseсarles a los proletarios y a las mujeres la concepciуn voluntaria —“Mujer, aprende a ser madre sуlo cuando quieras” (1906)—, los neomaltusianos libertarios de comienzos de siglo se esfuerzan por difundir preservativos y esponjas absorbit; supropaganda choca frecuentemente con las repugnancias de las mujeres, que han de afrontar exigencias imposibles y se sienten tal vez perplejas ante semejante intromisiуn en sus asuntos. En caso de “desgracia”, son muchas las que prefieren, en todo caso, recurrir al aborto. Practicado, sobre todo en los medios urbanos, por un nъmero creciente de mujeres casadas, multнparas, el aborto parece haberse paralizado, en los aсos de transiciуn de un siglo a otro, como una forma de contracepciуn. їEs preciso ver en ello, como A. MacLaren, la expresiуn de un feminismo popular? Cuando menos, la decisiуn de unas mujeres que rechazan lo mismo un nacimiento indeseado que los horrores del infanticidio. Todavнa muy frecuente durante la primera mitad del siglo XIX, enйrgicamente reprimido bajo el Segundo Imperio (hasta el millar de querellas judiciales por aсo), el infanticidio va reculando; pero sigue siendo el patrimonio de las muchachas solteras, sirvientas rurales, criadas de las buhardillas de Parнs, acorraladas ante la vergьenza de un nacimiento ilegнtimo.

Lo que quiere decir que, cualesquiera que fuesen los progresos de la concepciуn voluntaria durante el siglo XIX, la indigencia de los medios contraceptivos dejaba un amplio margen al “accidente”. “Caer encinta”, “encontrarse en una posiciуn lastimosa”, son calificaciones populares del embarazo no acogido necesariamente con muestras de alegrнa. Quiere decir tambiйn lo aleatorio de la suerte que esperaba a unos hijos indeseados, liquidados, abandonados, o simplemente aceptados como una fatalidad en el seno de las familias.

No obstante, se expresa tambiйn con toda viveza el deseo de los hijos, no sуlo por razones de linaje o de papel social, sino por anhelo personal. Por parte de las mujeres, para las que significa una justificaciуn, pero tambiйn de los hombres. “Una mujer sin hijos es una monstruosidad”, le hace decir Balzac a Louise, protagonista de las Memorias de dos jуvenes casadas; “ no estamos hechas mбs que para ser madres”. Diez meses despuйs de su matrimonio, Caroline Brame-Orville se siente desolada, en su diario нntimo: “Mi gran pena consiste en no tener un baby al que tanto amarнa y que me harнa aceptar la vida tan seria que llevo” (1.° de enero de 1868). Y harб cuanto estй en su mano para conseguirlo: cuidados mйdicos, cura en Spa, visita al Papa, a cuya bendiciуn habrб de atribuir, catorce aсos mбs tarde, el nacimiento de una niсa a la que, por esta razуn, llamarб Marie-Pie. Gustave de Beaumont comenta con Tocqueville el embarazo de su mujer, que tan preocupado le tiene que le hace diferir la realizaciуn de su libro, ya que vacila entre la pena que le causan sus sufrimientos y el anhelo de ser padre: “Hay momentos en los que, si pienso en la pobre madre, mandarнa, si pudiera, al niсo a todos los diablos […]. Pero no consigo dejar de ver el acontecimiento que aguardo como una dicha, y el ardiente deseo que sentimos por vernos en un trance semejante constituye incesantemente el texto de nuestras conversaciones tanto como de nuestras esperanzas” (10 de junio de 1838). Paralelamente a un sentimiento maternal en expansiуn se expresa un sentimiento de paternidad, dirigido hacia este baby, que no es todavнa mбs que un feto, y que tarda en adquirir figura humana.

A pesar de todo, el deseo del hijo no llega a la adopciуn; hasta tal punto sigue afincada la idea de filiaciуn por la sangre. Pese a determinadas instituciones iniciales esbozadas bajo el Segundo Imperio, los cambios en la materia serбn muy lentos, concretamente en lo concerniente a la transmisiуn del nombre.

Nacimiento a domicilio

El nacimiento es un acto rigurosamente privado, y femenino, incluso en su relato y su memoria, como tema incansable de las conversaciones entre mujeres. La alcoba comъn, en el mejor de los casos conyugales, es su escenario, del que los hombres se hallan excluidos, con la excepciуn del mйdico, a quien la medicalizaciуn del alumbramiento conduce cada vez con mбs frecuencia hasta el lecho de la clientela acomodada. La diferencia de honorarios, asн como la tradiciуn y el pudor, mantienen, no obstante, a las comadronas en una posiciуn dominante, si bien en declive. Dar a luz en el hospital es un signo de pobreza, mбs aъn, de oprobio y de soledad; es allн donde van a naufragar las madres solteras, que acuden a la ciudad a dar a luz, ante un eventual abandono. En el oeste, lo mismo que en el suroeste o el centro, “el rechazo del hijo natural conduce al hospital a la madre”, como lo demuestran los mapas establecidos por H. Le Bras y E. Todd (p. 168). El cambio no se efectuarб hasta el periodo de entreguerras, y ello tнmidamente, primero en Parнs y en los ambientes mбs evolucionados, deseosos de evitar los numerosos nacimientos de criaturas muertas, que seguнan alcanzando el mбs alto porcentaje de Europa. Tanto para la madre como para el hijo, el nacimiento sigue siendo una prueba con harta frecuencia dramбtica.

Baby, bebй

La declaraciуn en la alcaldнa, donaciуn del nombre que es a los ojos de Kant el verdadero alumbramiento, es, por el contrario, asunto del padre. Habiendo entrado ya en la vida, el niсo ingresa entonces en la familia y en la sociedad.

Del vago terreno un tanto asexuado e invertebrado de la infancia, especie de no man’s land, se destacan poco a poco tres figuras —tres momentos— consideradas como estratйgicas: el adolescente, el niсo de ocho aсos y el bebй. Edad crнtica de la crisis puberal y de la identidad sexual, aquйl suscita inquietud y vigilancia intensificada: ya se volverб sobre este particular. El segundo, considerado como en trance de acceder a la edad de la razуn, atrae la atenciуn de los legisladores, de los mйdicos y de los moralistas (Jules Simon, L’Ouvrier de huit ans). El bebй, el niсo pequeсo, al que se le llama baby, a la inglesa, hasta los aсos 1860-1880, emerge con mucha mayor lentitud de los paсales y las manos ajenas, a pesar del descubrimiento que las clases pudientes habнan hecho, durante el siglo XVIII, de la conveniencia de la crianza materna. El siglo XIX, por otra parte, resulta paradуjico en este aspecto: la inmensa mayorнa de los niсos se encomienda a nodrizas; el abandono alcanza autйnticas marcas. Sin embargo, hacia finales de siglo, nace una nueva ciencia: la puericultura.

Por mбs que resulte lenta, la toma de conciencia de lo que es un bebй no es por ello menos cierta. Como madre cuidadosa que se niega a fajar a su baby yrecurre a los cuidados de una nurse inglesa, Renйe de L’Estoril (Memorias de dos jуvenes casadas) aparece como una pionera. A finales del siglo XIX, toda madre que se precie de buena se ocupa efectivamente de su niсo de pecho, convertido en todo un personaje, mimado con nombres cariсosos. Jenny y Laura Marx, madres fecundas y enlutadas a pesar de su vigilancia, le hacen a Karl la crуnica de las hazaсas de sus pequeсos. Y la mayorнa de las correspondencias burguesas ofrecen acentos de nursery-rhymes. Caroline Brame-Orville registra cotidianamente el despertar de su pequeсa Marie, tan deseada. Berthe Morisot nos ha dejado la traducciуn pictуrica de esta contemplaciуn de la cuna. Aunque йsta no deja de mantener sus connotaciones de vida orgбnica y de inclinarse hacia lo нntimo. Flaubert se desternilla de risa al ver una cuna en la escena. Los padres mбs atentos se contentan con rozar ligeramente a sus hijos pequeсos con una mirada distraнda. Gustave de Beaumont empieza a interesarse realmente por su hijo cuando йste da sus primeros pasos; iniciaciуn viril: “Ahora viene de caza conmigo, con su escopeta de madera”.







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