Сдам Сам

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El universo asexuado de la primera infancia





La primera infancia es asunto de mujeres en todos los medios sociales, y estб feminizada: niсos y niсas llevan ropa y cabellos largos hasta los tres o los cuatro aсos, a veces por mбs tiempo, y se mueven en libertad entre las faldas de su madre o de alguna niсera. El cuarto de los niсos es, en Francia, de invenciуn tardнa; Viollec-le-Duc diseсa uno en su casa en 1873, “porque hay que tenerlo todo previsto”. Los juguetes de los niсos andan un poco por todas partes —aparecen incluso en los lienzos de los pintores— con una cierta predilecciуn por la cocina. En la ciudad, el juguete se convierte en un objeto de consumo corriente, en un producto industrial con sus secciones correspondientes en los grandes almacenes; en el campo, en cambio, no se lo conoce; en los ambientes populares, son los mismos padres quienes los fabrican, no sin ciertos riesgos y peligros consiguientes; el pequeсo Vingtras-Vallиs se acordarб por muchos aсos del carrito que su padre le tallу en un trozo de madera de pino con el que se hizo daсo: lo que le valiу al chiquillo una azotaina materna, sanciуn a la vez del hijo “mimado” y del padre demasiado complaciente. Las muсecas, relativamente asexuadas a comienzos de siglo, ocupan un puesto importante en el universo infantil, y antes que criaturas queridas son simulacros destinados a la destrucciуn. George Sand consagrу a la memoria de las suyas unas pбginas luminosas.

Muy dйbilmente institucionalizada, la educaciуn primaria es una tarea de las madres, incluido el aprendizaje de la lectura para el que se las provee del mйtodo Jacotot. Se aplican a ello con tanto mayor empeсo cuanto mбs se valora el lugar del niсo, con lo que desarrollan tambiйn para sн mismas un enorme deseo de educaciуn. Aurore Dudevant accede al feminismo gracias al amor materno: “Me estuve diciendo durante mucho tiempo que los conocimientos profundos eran inъtiles para nuestro sexo, que lo que debнamos buscar era la virtud y no el saber, y que nuestro destino se cumplнa cuando el estudio del bien nos habнa hecho buenas y sensibles, mientras que al contrario, cuando no prescindнamos de la ciencia, nos volvнamos pedantes, ridнculas, y acabбbamos por echar a perder todas las cualidades que nos hacen amables. Sigo pensando que mi punto de partida era acertado. Pero temo haberlo seguido demasiado a la letra. Lo que pienso ahora es que tengo un hijo que habrб que preparar con mis cuidados para la educaciуn mбs amplia que recibirб al salir de la niсez. Es preciso que me halle en situaciуn de ejercitar esta primera educaciуn, y estoy decidida a prepararme para ella” (carta a Zoй Leroy, 21 de diciembre de 1825). Y se lanza a la bъsqueda apasionada de un buen mйtodo de lectura.

Las diferenciaciones sociales y sexuales de la educaciуn se hacen sentir con la edad. Entran en escena los padres, al menos con respecto a sus hijos, cumpliendo a veces oficio de preceptores en los medios burgueses, asн como de maestros de aprendizaje profesional o de jefes de equipo en las familias obreras. La atenciуn que prestan a las hijas es mбs excepcional, salvo en algunos ambientes intelectuales, con frecuencia protestantes. Entre los Reclus, muchachos y chicas van del mismo modo a Alemania a perfeccionar sus estudios y se colocan en condiciones anбlogas como preceptores o institutrices en familias inglesas o alemanas; las jуvenes, en estos casos, se mueven sin ningъn obstбculo. Guizot vigila la educaciуn de su hija; le escribe afectuosamente y le hace caer en la cuenta de sus faltas de ortografнa. Tal vez es con las hijas con las que puede expansionarse efectivamente el sentimiento paternal, sin la competitividad que opone entre sн a dos varones destructores. Es lo que ocurre en ciertos casos de tierna amistad, mбs moderna, concretamente entre padres que hacen gala de franqueza e hijas inteligentes, sobre todo cuando la madre resulta ser mбs conformista. Geneviиve Breton choca con la suya —la “Reina Madre”—, que detesta a los artistas “que no pertenecen a la buena sociedad”, mientras que se siente unida a su padre con una risueсa complicidad. “Nos queremos mucho, nos comprendemos siempre, aunque no nos digamos una sola palabra, porque ambos somos muy silenciosos” (Journal, p.28). Padre por lo demбs muy en su papel, que “no puede admitir que una joven se perfume” y le hace tirar a Geneviиve todos sus frascos: no tolera mбs que los polvos de iris, “un perfume honesto, conveniente, un perfume adecuado para una joven bien educada” (Journal, p.43). No faltan las jуvenes que, бvidas de emancipaciуn, se deciden, en contra de su madre y de lo que representa, por el modelo masculino. Germaine de Staлl dice de su padre: “Cuando lo miro, me pregunto si habrй nacido de su uniуn con mi madre; me respondo entonces que no y que bastaba con mi padre para que yo viniera al mundo”: algo que Freud hubiese leнdo de muchas maneras…

Entre madres e hijos hay a su vez una gama infinita de relaciones: amistad tierna que hace de Aurore de Saxe y de Maurice Dupin, y luego de George Sand y de su hijo Maurice unas parejas ejemplares, sin apenas ruptura, ni siquiera con ocasiуn de la adolescencia; resentimiento de Vingtras-Vallиs por su madre, empeсada en hacer de йl un “seсor”; rencor de Rimbaud hacia la suya, capaz de llegar hasta el crimen, como en el caso de Pierre Riviиre, frustrado por el nuevo poder de las mujeres; piedad de Gustave Flaubert por su madre viuda y de la que no acaba de poder librarse… El ascendiente de las madres sobre los hijos se halla limitado, en principio, por el lugar secundario que la ley les atribuye (por ejemplo, no pueden ser tutoras), salvo justamente cuando son viudas, ya que sus derechos se hallan relativamente garantizados, incluso en rйgimen de comunidad. De ahн el hecho de que se las soporte con dificultad. El reforzamiento de la imagen de la madre y de sus atribuciones domйsticas es uno de los temas del antifeminismo de comienzos de siglo. Darien, Mauriac (Gйnitrix), ymбs tarde Andrй Breton son algunos de los intйrpretes del ancestral terror de los hombres ante el poder materno. “ЎLas Madres!”, escribe este ъltimo, “vuelve a sentirse el espanto de Fausto, se siente uno atravesado como йl por una conmociуn elйctrica al solo sonido de estas sнlabas en las que se ocultan las poderosas diosas que escapan al tiempo y al espacio”.

Las madres tienen una responsabilidad mucho mayor cuando se trata de sus hijas, que el Estado deja a su arbitrio (retraso en la escolarizaciуn de las niсas) y que la Iglesia les confнa, instituyendo por lo demбs una sutil separaciуn entre el cuerpo y el alma, por lo menos a partir de la adolescencia: M.-F. Lйvy lo ha puesto bien de relieve (De mиres en filles, Calmann-Lйvy, 1984). La madre es quien las inicia en el mundo; el confesor, en la moral y en Dios. De lo que no cabe duda es de que con todo ello se querнa forjar una cadena de continuidad basada en el papel conservador y memorial de las mujeres. Las madres tienen una pesada misiуn: casar a sus hijas. Post-Bouille ofrece el espectбculo neurуtico, apenas exagerado a juzgar por las correspondencias de la йpoca, de la angustiosa actividad por ellas desplegada a este respecto, de los bailes y recepciones, las lecciones de piano y de bordado sin otro objetivo que йste.

En el campo, el ajuar materializa y simboliza todo este tejemaneje en torno del matrimonio; las investigaciones llevadas a cabo por Agnиs Fine, en el suroeste, subrayan el contenido, cultural y afectivo, de “toda esta larga historia entre madre e hija”.

Mбs dependientes a la vez que mбs cercanas a su madre, las muchachas, sobre todo las hijas mayores llamadas a suplirla, son las que sufren con su ausencia y con su muerte. Algunos diarios нntimos (por ejemplo, el de Caroline Brame) son el sustituto de la desaparecida, lo que acentъa aъn mбs su aspecto de matriz.

Mimos y familiaridad

Las relaciones cotidianas entre padres e hijos varнan enormemente entre ciudad y campo, donde apenas si se aprecian las manifestaciones de ternura, de acuerdo con los medios sociales, las tradiciones religiosas e incluso polнticas… La concepciуn reinante en torno a la autoridad, o a las maneras de presentarse cada uno, influye sobre las palabras y los gestos cotidianos. La familia, desde este punto de vista, es el lugar de una evoluciуn contradictoria. De un lado, se refuerza en ella el control sobre el cuerpo y la expresiуn de las emociones; algo que puede calibrarse, por ejemplo, por la historia de las lбgrimas, reservadas en lo sucesivo a las mujeres, a las clases populares, al dolor y a la soledad; o tambiйn por la correcciуn creciente del lenguaje y de las actitudes corporales de los niсos, obligados a mantenerse derechos, a comer con limpieza, etc. De otro, se toleran, y hasta se buscan, los intercambios de ternura entre padres e hijos, al menos en la familia burguesa. Caricias y mimos forman parte del clima propicio a la expansiуn de un joven cuerpo. Caroline Brame, tan pudorosa, suspira por haberse visto privada de ellos tras la muerte de su madre. Edmond About, que viaja por Grecia hacia 1860, subraya la frialdad de las relaciones нntimas en Atenas, en comparaciуn con la calidez francesa.

Otro signo de proximidad: se generaliza el tuteo, en los dos sentidos. “En otros tiempos, se tuteaba a los criados y no se tuteaba en cambio a los hijos. Al contrario, hoy dнa se tutea a los hijos y ya no se tutea a los criados”, hace notar Legouvй, en tono aprobatorio. “Hay que tratar habitualmente de a los hijos, a fin de poderlos tratar algunas veces de usted, como seсal de enfado” (Les Pиres et les Enfants au XIXe siиcle). Por eso es por lo que George Sand siente tanta aprensiуn cuando su abuelo la trata de usted.

Los castigos corporales

Lo mismo George Sand que Legouvй, educadores liberales ambos, se declaran resueltamente hostiles a los castigos corporales. “Me horroriza el antiguo mйtodo [ sic ]ycreo que llorarнa con mбs fuerza que ellos [los niсos] despuйs de haberlos zurrado”, escribe aquйlla. їPero quй es lo que sucede en la realidad? Tal vez se trate del punto en que mбs notorias son las diferencias sociales. Hay que ver tambiйn lo que significan los castigos corporales en una sociedad que ha abolido el rйgimen feudal: la marca suprema de la infamia.

En los medios burgueses, mбs aъn que en los aristocrбticos, apenas si se castiga ya a los niсos dentro de casa. Subsisten, desde luego, en un sitio o en otro, algunos azotes o disciplinas, pero aumenta su reprobaciуn. Donde persisten es en los colegios y en algunos liceos que pretenden imponer una disciplina militar. George Sand tiembla con sуlo evocar al director del liceo Henri IV, que “feroz partidario de la autoridad absoluta […] concediу autorizaciуn para que un padre inteligente hiciera azotar a su hijo por un negro, ante toda la clase, convocada militarmente a contemplar el espectбculo de aquella ejecuciуn al gusto criollo o moscovita, y amenazada con severos castigos en caso del menor signo de desaprobaciуn” (Histoire de ma vie, II, 179). Pero los adolescentes se rebelan cada vez mбs —asн Baudelaire y sus camaradas, en 1832, en Lyon—, y las familias protestan. Hasta el punto de que los prospectos de los pensionados precisan en su publicidad que se hallan excluidos semejantes mйtodos. El mismo Estado interviene tambiйn, y hay numerosas circulares en las que se especifica que “no se debe castigar nunca corporalmente a los niсos”: en 1838, por lo que respecta a los asilos, y en 1834 y 1851, por lo que hace a las escuelas primarias. Mбs categуrico aъn es Ferry: el reglamento del 6 de enero de 1881 reitera con toda firmeza: “Queda absolutamente prohibido infligir cualquier castigo corporal”. Michel Bouillй, que ha estudiado la evoluciуn de “las pedagogнas del cuerpo”, pone de relieve cуmo se establecen otras formas de disciplina que apuntan hacia la interiorizaciуn. En adelante se va a tratar de “tocar al alma mбs que al cuerpo”, como propugnaba tambiйn Beccaria en el sistema penal. En lo sucesivo va a ensancharse a su vez la separaciуn entre los establecimientos pъblicos y los religiosos, ya que estos ъltimos son mбs arcaicos en sus concepciones educativas, lo mismo si se trata de higiene que de castigos. En el empleo de la fйrula, hermanos y religiosos van a hacer de farolillo rojo, al menos para los hijos de las clases populares, como atestiguan tantas autobiografнas.

No es nuestro propуsito ocuparnos aquн de la historia de los mйtodos escolares. Lo interesante estб en comprobar cуmo influye una exigencia familiar sobre un sistema educativo, cуmo frena al menos el bonapartismo en la educaciуn. En este particular, lo privado domina lo pъblico, y las costumbres imponen su ley al Estado: primera intervenciуn de los padres de los alumnos en el recinto sacrosanto de la escuela.

En el campo, en las clases populares urbanas o pequeсo-burguesas, llueven los golpes. Palizas (tannйes; la expresiуn del Gйvaudan hace su apariciуn bajo la pluma de Albert Simonin cuando evoca su niсez en La Chapelle a comienzos del siglo) o azotainas estбn perfectamente admitidas, a condiciуn de que no traspasen ciertos lнmites; con la mano desnuda la mayor parte de las veces, ya que el uso del palo o del lбtigo se reserva a los maestros de taller o de academias, como una seсal de exterioridad fнsica. Haber sido zurrado forma parte de los recuerdos de la niсez obrera del siglo XIX, como atestiguan Perdiguier y Gilland, Truquin sobre todo, Dumay y Toinou. En los talleres mбs aъn que en las fбbricas, el aprendiz indуcil recibe fбcilmente una “tunda” de los obreros adultos encargados de enseсarle el oficio.

En el fondo de todo esto reside una serie de representaciones: la de una fuerza rebelde que hay que meter en cintura; la de la dureza de la vida que hay que aprender. “Tienes que ser un hombre, hijo mнo”. La idea de la virilidad estб amasada de violencia fнsica. Algunos, dispuestos a reproducir el modelo, se jactan de ello como de una iniciaciуn imprescindible, yendo tal vez mбs allб que la misma realidad. Pero son cada vez mбs numerosos los niсos y sobre todo los adolescentes que se rebelan contra todo ello. No pocos militantes obreros, sobre todo anarquistas, dicen haber extraнdo de tales punzantes experiencias su rencor contra la autoridad. La toma de conciencia de sн radica ante todo en la del propio cuerpo.

El niсo cercado

Un doble movimiento recorre las relaciones entre padres e hijos durante el siglo XIX.Por una parte, un cerco creciente en torno al niсo, porvenir de la familia, a veces muy apremiante. La familia de Henri Beyle persigue a travйs de йl su sueсo de distinciуn aristocrбtica y lo encierra. Los Vingtras-Vallиs hacen del pequeсo Santiago la vнctima de su voluntad de ascenso social. El padre es pasante de colegio; la madre querrнa que Santiago fuese profesor. Y, para ello, combinando rudeza campesina y sed de respetabilidad, esta mujer establece una disciplina de hierro, que pasa por un riguroso control de las apariencias. Estar siempre limpio, mantenerse erguido, llevar una vestimenta conveniente —“visto casi siempre de negro”— y, mediante estos buenos hбbitos, interiorizar los valores de rigor: tal es su objetivo. Nada de caricias ni de palabras tiernas. “Mi madre dice que no se debe mimar a los niсos, y me zarandea todas las maсanas; cuando no tiene tiempo por la maсana, lo hace al mediodнa, raras veces despuйs de las cuatro.” “Mi madre quiere darme una educaciуn, no quiere que yo sea un campesino como ella. Mi madre quiere que su Santiago sea un seсor.

ЎY quй drama cuando el hijo no llega a ello, o se niega a serlo! Las ambiciones de la familia se derrumban. El hijo se siente culpable. El adulto no acabarб nunca de saldar su deuda ni de digerir su traiciуn. Basta con acordarse de Baudelaire, que no logrу nunca liquidar sus remordimientos con respecto a su madre, madame Aupick. O de Van Gogh que, en su correspondencia con su hermano Thйo, exhala la rebeldнa desesperada del “mal hijo”. Como autйntica fuente de angustia existencial, el totalitarismo familiar del siglo XIXresulta en no pocos aspectos profundamente neurуtico. Decididamente, no es nada sencillo ser heredero.

Sуlo que al mismo tiempo, el hijo es objeto de amor. Despuйs de 1850, si muere, se lleva luto por йl como si se tratara de un adulto. Sobre todo, se le llora en la intimidad, mientras se contempla el medallуn donde se guardan sus cabellos. їSentimentalismo burguйs? En la Lorena metalъrgica, las mujeres obreras, “las madres”, “vivнan todas ellas sumidas en la pena de los hijos muertos. Dejaban correr continuamente unas lбgrimas que enjugaban con un gran paсuelo a cuadros cuando se encontraban unas con otras”, recuerda Georges Navel (Travaux, 1945). Legouvй proclama “la superioridad del principio del afecto” en la educaciуn y preconiza el respeto a la autonomнa: hay que educar a los hijos para ellos mismos, no para nosotros, admitir que sus “intereses” pueden no coincidir con los nuestros, con los del grupo familiar; no olvidar que tendrбn que asumir ellos solos su destino y, por consiguiente, fomentar el desarrollo de su iniciativa, incluso cultivar una cierta indeterminaciуn que preserve su capacidad de libertad, vнa esta ъltima preconizada por las pedagogнas libertarias.

El niсo adquiere rostro y voz a travйs de las diversas observaciones de que es objeto, asн como gracias a la forma tan minuciosa de los cuadernos escolares. Su lenguaje, sus afectos, su sexualidad, sus juegos constituyen la materia de una serie de anotaciones que disipan los estereotipos en favor de los casos concretos y desviados de la norma. La niсez va a considerarse en adelante como un momento privilegiado de la existencia. Cualquier autobiografнa comienza por esta etapa y se detiene en ella. Y al mismo tiempo, la novela denominada “de aprendizaje” relata la infancia y la juventud del hйroe.

Contra viento y marea, la niсez se convierte en la edad fundamentante de la vida, y el niсo se convierte en una persona.

La adolescencia, “edad crнtica”

Tambiйn se precisa otra figura: la del adolescente, que habнa sido el gran ignorado de las sociedades tradicionales. Entre la primera comuniуn y el bachillerato o el servicio militar para los muchachos, y el matrimonio para las chicas, se dibuja un periodo cuyas incertidumbres y riesgos habнan subrayado Buffon y Rousseau. Este ъltimo consagra todo el libro IV de su Emilio a “ese momento crнtico” que es el de la identidad sexual. “Nacemos, por asн decirlo, dos veces: la primera para existir y la segunda para vivir; una para la especie y otra para el sexo […] Como el bramido del mar precede a lo lejos la tempestad, esta tormentosa evoluciуn se anuncia por el murmullo de las pasiones nacientes: una sorda fermentaciуn advierte sobre la aproximaciуn del peligro”.

Esta nociуn de “momento crнtico” es tomada en cuenta a todo lo largo del siglo XIX, en particular por los mйdicos que, entre 1780 y 1840, redactaron decenas de tesis sobre la pubertad tanto en los chicos como en las jуvenes, asн como sobre los remedios adecuados. Peligrosa para el individuo, la adolescencia lo es tambiйn para la sociedad. En busca de sн mismo, el adolescente es narcisista; anda tras su imagen moral y fнsica. Le fascinan los espejos. Es el Ъnico del que habla Max Stirner y, por consiguiente, tiende a desintegrar la sociedad, como subraya asimismo Durkheim. Si los jуvenes se suicidan con tanta facilidad es porque se hallan mal integrados en las solidaridades sociales. Por otra parte, el apetito sexual del adolescente le impulsa a la violencia, a la brutalidad, incluso al sadismo (por ejemplo, con los animales). Experimenta el gusto de la violaciуn y la sangre.

Nos deslizamos asн insensiblemente hacia el tema del adolescente criminal, cuyo anбlisis llevу a cabo Duprat en una obra muy caracterнstica de las preocupaciones de la йpoca (La criminalitй dans l’adolescence. Causes et remиdes d’un mal social actuel, Alcan, 1909). El adolescente, nos dice, es un “vagabundo nato”. Entusiasmado con el viaje, con el hecho de irse a otra parte, profundamente inestable, emprende “fugas anбlogas a las de los histйricos y los epilйpticos incapaces de resistirse a la impulsiуn de los viajes”. El adolescente tiene su propia patologнa: por ejemplo, la hebefrenia, definida como “una necesidad de actuar que entraсa el desdйn ante cualquier obstбculo, ante cualquier riesgo”, y que impulsa al crimen.

Lo mбs inquietante del adolescente es su mutaciуn sexual y la conciencia que adquiere de ella. Michel Foucault ha puesto de relieve de quй forma, durante el siglo XIX, “el sexo del colegial” llegу a convertirse en un objeto privilegiado de aquella Volontй de savoir (1976);el sexo que, segъn йl, caracterizaba a la sociedad moderna. La masturbaciуn, la homosexualidad latente de los internados, la posible perversidad de las amistades particulares son otras tantas obsesiones atizadas por los mйdicos, principales observadores de los cuerpos. La homosexualidad masculina, e incluso la femenina, dejan sin duda de constituir un delito con tal de que no atenten al pudor pъblico, pero se convierten en una anomalнa escrutada como una enfermedad. En el centro de semejante angustia estбn el adolescente y sus “perniciosos hбbitos”. El conocimiento y el empleo del sexo por los adolescentes estбn en el corazуn de las tareas educativas y de la ansiedad social. Se requieren pedagogнas particulares: їes suficiente para ello la familia?

El sueсo de la educaciуn a domicilio, bajo la mirada del padre y de la madre, con preceptores e institutrices, preferentemente inglesas —las misses—,sigue siendo propio de no pocas familias con debilidades aristocrбticas o roussonianos, y que rehъyen los contactos vulgares y perversos. “El hijo ъnico” que es Henri Brulard-Beyle conserva un recuerdo sofocante del enclaustramiento que le imponen sus padres, a fin de evitar cualquier relaciуn “con los chicos de la calle”. “No se me permitiу jamбs dirigirle la palabra a un niсo de mi edad […]. Tenнa que sufrir continuas homilнas sobre el amor paterno y los deberes de los hijos”. Y йl trata de escabullirse con mentiras y no piensa mбs que en huir. La Escuela Central del Directorio serб su liberaciуn.

Llega un tiempo en que van a imponerse pensionados e internados. Entre los quince y los dieciocho aсos, las muchachas irбn a perfeccionar en ellos su educaciуn moral y mundana, a adquirir aquellas “artes de adorno” destinadas a hacerlas atractivas en los salones donde se amaсan los matrimonios. Los chicos, acuartelados en colegios o liceos, preparan el bachillerato, “barrera y umbral” de la burguesнa. Pero los internados de los colegios y liceos no gozan de buena reputaciуn. Baudelaire se aburre a muerte en uno de ellos: “Me aburro de tal forma que lloro sin saber por quй”, le escribe a su madre (3 de agosto de 1838). George Sand se siente desgarrada al tener que meter a Maurice en otro. Al comparar “aquel estado angйlico del alma que caracteriza al verdadero adolescente”, aquel delicado andrуgino tan parecido a su propio padre, educado por una madre atenta, con el “colegial despeinado, bastante mal educado, infatuado con cualquier vicio grosero que habrнa destruido ya en su ser la sensibilidad para el primer ideal”, echa de menos la educaciуn a domicilio. “En las familias honestas y tranquilas tendrнa que ser un deber retener a los hijos y no hacerles aprender la vida en un colegio donde la igualdad sуlo puede reinar a puсetazos” (Histoire de ma vie, I, 76).Se considera responsables a los internados de la masturbaciуn y las prбcticas homosexuales. Martin du Gard evoca en Le lieutenant-Colonel de Maumort, novela pуstuma en gran parte autobiogrбfica, la vida sexual del colegio hacia 1880: “El onanismo solitario constituнa la regla. El placer compartido, sуlo la excepciуn”. A pesar de todo, la opiniуn, sobre todo la conservadora, atribuye a los internados el “afeminamiento” de la juventud, la derrota de 1870 y, en tйrminos mбs generales, Ўhasta la despoblaciуn de Francia! Mientras que las familias modestas o campesinas se ven forzadas, si es que quieren prolongar los estudios de sus muchachos, a ponerlos en pensiуn, las familias burguesas recurren, siempre que les es posible, al externado, que Ernest Legouvй, lo mismo que George Sand, considera la mejor soluciуn. Mбs que nunca, este tipo de familia aspira a ser el horizonte, el capullo y la protecciуn de su retoсo, y hace de la educaciуn, frente al Estado laico, una cuestiуn privada. La enseсanza “libre” extraerб de aquн una parte de sus йxitos.

A pesar de todo, la ternura que rodea al niсo se tiсe de desconfianza y de distancia con el adolescente siempre suspecto de sediciуn. Pero esta misma vigilancia incita al secreto. Los adolescentes imaginan innumerables recursos para conquistar su vida privada. La lectura de novelas, en horas robadas al estudio o al sueсo, la poesнa, la escritura del diario нntimo, el propio ensueсo en fin, son otras tantas formas de apropiaciуn del espacio interior. Las amistades juegan a su vez un papel considerable: amistades de pensionado frecuentemente deshechas por el matrimonio, tratбndose de chicas; camaraderнas entre chicos consolidadas por toda suerte de ritos de iniciaciуn, proyectadas sobre figuras simbуlicas como aquйlla del “Garзon” que Flaubert y sus compaсeros del colegio de Ruбn se habнan inventado como hйroe de sus aventuras imaginarias, y proseguidas luego a lo largo de la existencia como “peсas” solidarias en los negocios y el poder. Las revueltas individuales o colectivas jalonaron, durante el siglo XIX, la vida de los grandes internados, por lo menos hasta los aсos 1880, como si, una vez instalada la Repъblica, no hubiese ya lugar para lo que no fuera un simple alboroto. Bien es verdad que, lo mismo que las monarquнas del siglo XIX, aquйlla tampoco concediу a la juventud el estatuto festivo y de regulaciуn sexual que le reconocнan las sociedades tradicionales. Ya no se considera a los jуvenes como grupo, sino como individuos que lo ъnico que tienen que hacer es obedecer y callarse. Por eso su rebeliуn, excepcionalmente polнtica, se reduce en la mayorнa de los casos a ser simplemente individual y los enfrenta con la familia.

Otro tanto sucede en los ambientes populares. Desde la primera comuniуn —o el certificado de estudios— hasta el servicio militar, el joven obrero vive en su familia y le aporta su paga; por lo demбs, la cartilla militar, abolida para el obrero adulto, sigue en vigor para aquйl. En los medios de vigorosa estructura familiar, como por ejemplo las minas, casarse “antes del servicio” se considera casi como una traiciуn. No obstante, de acuerdo con diversas encuestas como la de 1872 sobre “las condiciones de trabajo en Francia”, los jуvenes muestran signos de impaciencia: en las fбbricas de La Voulte (Ardиche), “hay muchos que, desde el momento en que ganan un salario, abandonan la casa y viven de pensiуn como si se tratara de extranjeros solteros”; en la industria textil de Picardнa es frecuente ver a muchachos, y aun a chicas, de diecisйis a diecisiete aсos, que se instalan por su cuenta y dejan de entregar dinero en casa. De aquн la transacciуn consentida por determinadas familias: a partir de los dieciocho aсos, los hijos entregan tan sуlo una parte de sus ganancias o pagan un precio de pensiуn “discutido” para su mantenimiento.

Como zona de turbulencia y de contestaciуn, la adolescencia constituye, en el corazуn de las familias, una lнnea de fractura y erupciones volcбnicas.

Hermanos y hermanas

A las relaciones verticales que caracterizan el trato padres-hijos, la fratrнa debнa oponer unas relaciones horizontales: existen, en efecto, algunos esplйndidos ejemplos de йstas (por ejemplo, el caso de los Reclus, en torno a Elisйe, relatado por Hйlиne Sarrazin). Pero, de hecho, el sexo, el rango, la edad, y a veces tambiйn las cualidades o las preferencias paternas introducen desigualdades, e incluso una verdadera competitividad. Йsta alcanza su mбximum en las regiones en las que el primogйnito es objeto de designaciуn expresa: asн, por ejemplo, en Gйvaudan, donde la intensificaciуn de la tensiуn familiar a lo largo del siglo entre hermanos mayores y menores puede llegar hasta el crimen y sуlo se apacigua gracias al exutorio de los procesos o de las partidas. Ser el benjamнn equivale a hallarse en una situaciуn subalterna de cuasi criado, forzado a veces al celibato.

Por supuesto, habrнa que distinguir tambiйn entre los estadios de la niсez y de la juventud, advertir de quй manera las pendencias y travesuras de la infancia se transforman en rivalidades con ocasiуn de las decisiones adolescentes e incluso en odios cuando llega la hora de las herencias. Los principales conflictos en el seno de las familias oponen entre sн a hermanos y hermanas que impugnan los tйrminos de un reparto o se disputan un bien deseado, que tiende a sobrevalorarse desde el momento en que se le escapa a uno de las manos, por razones simbуlicas tanto como materiales: se hace muy duro no ser uno el preferido, ser el otro, simplemente.

Antes de estas fechas decisivas, las relaciones fraternales poseen muchas otras cualidades: el placer de los alborotos compartidos, de las connivencias en contra del poder de los padres, las formas de aprendizaje de los mбs jуvenes por obra de los mayores. El papel de un hermano mayor para la elecciуn de una profesiуn o para una orientaciуn ideolуgica puede ser decisivo. Las hermanas mayores son a veces las institutrices de los pequeсos —Victor Hugo se conmueve con el recuerdo de Lйopoldine, que “enseсaba a deletrear” a Adиle con una voluminosa Biblia sobre las rodillas—, iniciando a sus hermanas menores en los cuidados del hogar, en los secretos del cuerpo y en los de la seducciуn. La hija mayor tiene una tarea particularmente pesada; sustituta de la madre muerta, ha de asumir las labores hogareсas y maternales lo mismo con respecto a su padre que a sus hermanos mбs jуvenes. La hermana mayor corre el riesgo de verse sacrificada en caso de desapariciуn precoz de la madre; en las familias del pueblo, sobre todo en ambiente rural, a la hija mayor se la coloca a veces para ayudar a los padres a educar a los restantes hermanos; si es que no es mбs bien la hermana menor, la ъltima, la que asegura el cuidado de los padres ancianos. Los hogares constituidos por dos mujeres, la madre ya de edad y una de sus hijas, son muy frecuentes en los censos quinquenales de la poblaciуn que detallan la composiciуn de aquйllos. De esta manera el rango de nacimiento interfiere con los albures de la vida de familia en la modelaciуn de las dependencias y los deberes.

El sentimiento fraternal no posee ciertamente los colores pastel de la literatura moral; pero desde luego es seguro que puede darse, y Alain Corbin ve en йl una forma primordial del intercambio afectivo. Entre hermanos y hermanas, la diferencia de sexo da lugar a una relaciуn compleja, un tanto iniciбtica; la primera forma de trato con el otro sexo. A causa de la profunda represiуn por los interdictos religiosos y sociales, estas relaciones sуlo en raras ocasiones se vuelven sexuales, pero sн es posible que sean amorosas. Bakunin confiesa haber experimentado un amor incestuoso por su hermana: lo que habrнa de alimentar una campaсa en contra suya. A decir verdad, la censura es tan dura al respecto que tan sуlo algunos hechos sueltos excepcionales levantan una punta del velo: Pierre Moignon, un obrero, ex presidiario, enamorado de su hermana, le manifiesta por escrito su amor y lleva un diario нntimo de su pasiуn desesperada: toda una confesiуn judicial.

Hermanas predilectas

La combinaciуn de edad y sexo dibuja figuras entrecruzadas —hermano mayor/hermana pequeсa, hermana mayor/hermano pequeсo— en las que aquйlla redobla de ordinario las caracterнsticas de la relaciуn de sexo: paternal o maternal. La “Hermanita” de Zola (Travail, 1901) prodiga a su hermano una adulaciуn incondicional; sacrificada sin tenйrsela en cuenta a los proyectos de Martial Jordan, llora de alegrнa interpretando aparentemente encantada los papeles secundarios; el consentimiento se personifica en su rostro. Esta figura de la “hermana pequeсa” se convierte en un motivo recurrente de la literatura antifeminista de comienzos de siglo. En sustituciуn del padre y del marido, el hermano mayor es el guнa y el iniciador, un modelo tranquilizador para la identidad masculina en crisis.

Como protectora, la hermana mayor se consagra en cuerpo y alma a la educaciуn y la promociуn de su hermano mбs joven. Ernest Renan le debe muchнsimo a Henriette, cuyo retrato ideal tнpico nos dejу (Ma soeur Henriette). Nacida en 1811 en Trйguier, Henriette tenнa doce aсos mбs que йl, y se vio tiranizada desde la infancia. Se convirtiу en institutriz en Bretaсa, luego en Parнs y hasta en Polonia, rechazando varias peticiones de matrimonio para poder consagrarse a los suyos. Gracias a sus economнas pudo precisamente Ernest proseguir sus estudios e investigaciones. En 1850, ambos hermanos se instalan juntos en Parнs. “Su respeto por mi trabajo era extremado. La he visto, por la noche, junto a mн durante horas enteras, sin atreverse apenas a respirar para no interrumpirme; pero no querнa dejar de verme, y la puerta que separaba nuestras dos habitaciones estaba siempre abierta.” Henriette influye en su hermano, particularmente en el terreno religioso, donde ella le habнa precedido en el camino de la incredulidad. Pero sobre todo, “ella era para mн una secretaria incomparable; copiaba todos mis trabajos y los penetraba tan profundamente que yo podнa apoyarme en ella como en un index viviente de mi propio pensamiento”. El drama surge cuando Ernest se enamora de otra mujer, por mбs que haya sido la propia Henriette quien le sugiriera el matrimonio. “Atravesamos todas las tormentas propias del amor […]. Cuando ella me advertнa que el momento de mi uniуn con otra persona serнa el de su partida, la muerte entraba en mi corazуn.”

Despuйs del matrimonio de Ernest con mademoiselle Scheffer, Henriette traspasa a su sobrino, el pequeсo Ary, su necesidad de afecto. “El instinto maternal desbordante en ella encontrу aquн su expansiуn natural”, cuenta Renan, al tiempo que describe, con la inconsciencia de los grandes hombres, la “maravilla” que son las relaciones entre las dos cuсadas: “Cada una de ellas tuvo junto a mн un lugar correspondiente, y ello sin divisiуn ni exclusiуn”. Sin embargo, Henriette no recobra la dicha perfecta de la comuniуn en solitario con su hermano mбs que durante la misiуn en Siria, adonde lo acompaсa con fervor y donde encuentra la muerte. “Йste fue, a decir verdad, su ъnico aсo sin llantos y casi la ъnica recompensa de su vida”, escribe Ernest. Los casos extremos proclaman a veces la verdad de las cosas.

Parentelas

En torno al nъcleo central padres-hijos se perfilan los cнrculos de una parentela mбs o menos dilatada; de acuerdo con los tipos de familia, las formas de habitaciуn, las migraciones o los ambientes sociales, pero cuya consistencia no disminuye durante todo el siglo XIX, ni pierde vitalidad, comprendidas las capas populares. Segъn ciertos estudios recientes de sociologнa urbana (Henri Coing), es precisamente en el mundo obrero donde las comidas dominicales se dedican de manera mбs exclusiva a la sola familia con todos sus componentes.

Abuelos

La presencia de los abuelos en el domicilio familiar, clбsica en el mundo rural, donde no deja de plantear por otra parte ciertos problemas cuando el viejo ya no puede trabajar, es mucho mбs rara en el medio urbano, como no sea a tнtulo temporal, ya que los hijos se reparten el alojamiento de sus padres ancianos, en razуn de las posibilidades de sus casas. Los obreros de las monografнas de Frйdйric Le Play (Ouvriers des deux mondes) mantienen por lo general relaciones con sus ascendientes, concretamente del lado materno. Les confнan sus hijos de poca edad; los sostienen en su vejez. Sin embargo, esta solidaridad intergeneracional tiende a disolverse, y el confinamiento en el hospicio es un fantasma para los ancianos desamparados. Por ello mismo, el problema de los “dнas de la vejez” se plantea con creciente agudeza, y en todos los medios. En Gйvaudan, los abuelos, descontentos con la irregularidad de las pensiones alimentarias, prefieren adoptar un sistema de usufructo. Entre los asalariados, la reivindicaciуn del derecho al retiro adquiere cada vez mayor consistencia, concretamente en el sector pъblico donde se prefiere volverse hacia el Estado. Los vigilantes de los asilos de alienados dirigen en 1907 una carta al ministro del Interior: “їNo tenemos derecho a la vida, como todos los ciudadanos, y a los privilegios, como cualquier otra categorнa de funcionarios a los que el Estado protege y cuyo futuro asegura mediante la caja de jubilaciones?”. La negativa de la CGT a ratificar la ley sobre los retiros de 1910 proviene de las deficiencias de la ley, no de una oposiciуn a un principio que por el contrario la opiniуn obrera deseaba ver tomar cuerpo, como atestigua la correspondencia recibida en L’Humanitй por Ferdinand Dreyfus, que se ocupaba de esta cuestiуn. El hecho de que la vejez se convierta en un “riesgo” que hay que asegurar, por las mismas razones que la enfermedad y el accidente, muestra a la vez la distorsiуn de las solidaridades familiares y un cambio de percepciуn del tiempo vital. Esta conciencia de la vejez, que la abuela de George Sand decнa que habнa surgido con la Revoluciуn, es una mutaciуn capital por estudiar.

Los abuelos intervienen de manera mбs o menos acentuada segъn el distanciamiento o la proximidad. Habitualmente descargados de las funciones educativas, pueden concederse el lujo de la dulzura con los nietos, de ser “abuelito” o “abuelita”. Tambiйn pueden sustituir a los padres, muertos, lejanos o impedidos. Huйrfano de madre, Henri Beyle fue asн educado por su abuelo Gagnon; y Xavier-Йdouard Lejeune, que era hijo natural, quedу a cargo de sus abuelos maternos; por su parte, Aurore Dupin fue educada por su abuela paterna, que acogiу tambiйn al hijo natural de Maurice, Hippolyte Chatiron. En cuanto a Йlisйe Reclus, estuvo hasta los ocho aсos al cuidado de sus abuelos maternos, que tuvieron sobre йl una influencia decisiva.

Evocaciones como йstas son frecuentes en las autobiografнas, casi siempre iniciadas con el retrato de los abuelos, lнmite hacia arriba de la memoria familiar. Son figuras cuasi mнticas, los equivalentes de un cuartel de nobleza, bosquejo de una genealogнa, asн como, para los nietos, una primera experiencia de la desapariciуn y de la muerte. Recuйrdese la muerte de la abuela del narrador de la Recherche (Proust). Por otra parte, no ha de subestimarse el papel real de los abuelos en la transmisiуn de los saberes y las tradiciones. En este siglo XIX tan turbulento, el relato de los acontecimientos histуricos, de la manera como fueron vividos por los abuelos, constituye algo asн como una forma de privatizaciуn de la memoria, con frecuencia femenina, a causa de la longevidad mayor de las abuelas, que se habнan casado tambiйn mбs jуvenes.

Primas y tнas

Tнos y tнas, primos y primas, dilatan en grados mбs o menos lejanos, que tienden a restringirse a los primos segundos, la nebulosa familiar, horizonte de los parentescos, de las relaciones y las solidaridades. En medios populares, les sirven de caсamazo a las emigraciones por razones de trabajo. En medios burgueses, proporcionan lugares ordinarios de acogida y son la compaснa preferida durante las vacaciones, que son йpocas de estar en otra parte y de iniciaciones, incluidas las sexuales. Segъn Fourier, “todas las tнas se benefician de las primicias de los sobrinos”, y es preciso que los tнos sean muy virtuosos para resistirse al “incesto favorito con sus sobrinas”. Sobresaltos adolescentes ante la linda primita que, de un verano a otro, se ha convertido en una mujer, latidos acelerados ante el seductor primo que adopta aires de estudiante liberado: “reino de Ternura”, educaciуn sentimental, la familia basta para todo, provee para todo (recuйrdese la novela de Michel Braudeau Naissance d’une passion, Йd. du Seuil, 1985), con reserva de parar los pies a quien sea, a veces dolorosamente cuando las cosas van demasiado lejos o alteran las normas, las de la sangre o las de la herencia.

Tнos y tнas sirven tambiйn eventualmente de tutores. Supuesta la incapacidad que pesa sobre la madre viuda, su papel en un consejo de familia puede llegar a ser considerable, concretamente en caso de segundas nupcias, subordinadas a su aceptaciуn, en la administraciуn de los bienes de los huйrfanos o en las demandas de internamiento formuladas en nombre de la ley de 1838.

En cuanto a las tнas, vinculadas a la casa, solteras en nъmero excesivo a veces, constelan el universo infantil y de ellas es sobre todo de quienes se acuerdan sus sobrinos. Henri Beyle debiу sufrir la fйrula de la severa tнa Sйraphie —“aquel demonio hembra […], mi genio funesto durante toda mi infancia”—, que atenuaba la ternura de tнa Йlisabeth. Jacques Vingtras evoca la cuadrilla de sus tнas maternas, Rosalie y Meriou, y paternas, Mйlie y Agnиs, estas dos ъltimas viejas solteronas que viven con estrecheces y se agregan a una pequeсa comunidad de beatas, cerca de Puy-en-Velay. El papel materno de las tнas se halla mucho mбs marcado con respecto a las jуvenes huйrfanas. Caroline Brame se ve sometida a la vigilancia de su tнa Cйline Ternaux, responsable sin duda de su matrimonio, como de otros muchos en la familia. Marie Capelle —la futura madame Lafarge— fue iniciada en los secretos del matrimonio por sus tнas: “Despuйs de un desayuno muy largo y animado, mis tнas se encerraron conmigo en la salita y comenzaron a iniciarme en los aterradores misterios de mis nuevos deberes” (Mйmoires, 18,42, t. II, p. 103).

Por su parte, el tнo aporta el aire de fuera. Posee el prestigio del padre, sin tener sus defectos. Les ofrece a sus sobrinos un modelo de cуmplice identificaciуn. A Xavier-Йdouard Lejeune le encantan las escapadas a casa de su tнo sastre, que se pone su levita para llevбrselo a la barrera del Trфne. Albert Simonin admiraba a sus dos tнos: Pierre, el inventor, y dueсo mucho antes de 1914 de un automуvil, y Frйdйric, el relojero y farolero, que se habнa construido su propia casita en las afueras. Paul Reclus tiene por su tнo el geуgrafo un verdadero culto: despuйs de su muerte es el editor de sus obras. El tнo, sustituto del padre, puede tener tambiйn poderes temibles. Pero los sobrinos se complacen sobre todo en fantasear sobre sus йxitos. El tнo de Amйrica es uno de los mitos del universo familiar.

Vecinos y criados

Mбs allб de la parentela, hay un tercer cнrculo: el servicio en los medios acomodados, la vecindad sobre todo en los populares, tanto uno como otro muy aptos para ilustrar la diferenciaciуn espacial de la escena privada. Un rasgo comъn, no obstante: en ambos casos se da la conciencia de un lнmite, incluso de un peligro. Domйsticos y vecinos sirven y ayudan a la familia: pero su presencia y su mirada estorban y amenazan la intimidad. Tanto de uno como de otro hay que servirse y que desconfiar a la vez.

La vecindad es al mismo tiempo cуmplice y hostil. En los pueblos no resulta fбcil escapar a la fuerza de la vigilancia. En Gйvaudan, “toda la poblaciуn se halla perfectamente al corriente y se observa en todas partes el juego que consiste en atisbar la vida secreta de las casas vecinas, al tiempo que se protege la propia”. Toda una semiologнa de los comportamientos y las apariencias parece asн bosquejarse. Hay ciertos lugares mбs propicios que otros al espionaje: por ejemplo, la iglesia, “lugar panуptico de la aldea”. Se observa la asistencia a misa, la frecuencia de la comuniуn (en caso de abstenciуn, la gente se pregunta sobre la absoluciуn), o la duraciуn de la confesiуn de las muchachas. A las mujeres sobre todo, porque por ellas es por quienes sobreviene la deshonra, se las espнa, y en concreto en ese punto sensible que es su vientre. ЎAtenciуn a los rostros que pierden su finura, a los talles que se ensanchan y sъbitamente se deshinchan…! Las viudas constituyen un objeto de particular atenciуn. “En provincias se vigila a las viudas”, escribe Mauriac. “Se mide el tiempo durante el cual llevan las viudas el velo delante del rostro. Se calibra la pena sentida por la largura de los crespones. ЎPobre de la que, en un dнa tуrrido, se permite levantar su velo para respirar! En cuanto la vean, se dirб: “Bien pronto que se ha consolado йsa” (La province, 1926). Juegos de las miradas a travйs de las persianas medio cerradas. Juegos de las palabras, o de las medias palabras que se mascullan en la fuente, en el lavadero, lugares clave para el intercambio y la censura, y que se transforman en un rumor insistente. En la medida en que la aldea es una comunidad que aspira a autoadministrarse y rehъsa la intervenciуn exterior, los apremios de la censura interna se hacen en ella particularmente densos. La vecindad es el tribunal de la reputaciуn.

Vecindades

їSe disfruta de mбs libertad en un barrio popular de ciudad? Sн, en la medida en que las comunidades son aquн provisionales, los vнnculos de interйs menos estrechos, y existe una relativa solidaridad frente a los “otros” del exterior, sobre todo la policнa. No, en cambio, a causa de la delgadez de los tabiques —las camas que chirrнan desvelan las intimidades—, de las ventanas abiertas durante las noches de estнo que transforman los patios en cajas de resonancia de las disputas entre parejas o de los altercados entre vecinos, asн como de los encuentros obligados en las escaleras, junto a los grifos de agua de uso comunal, o en los “retretes”, que apestan, motivo permanente de querellas entre familias usuarias. Y un personaje esencial: la portera (porque en los inmuebles modestos lo es casi siempre una mujer, en virtud de una lenta deriva que ha hecho desaparecer a conserjes y porteros), temida por su pociуn medianera entre lo pъblico y lo privado, entre inquilinos y propietarios, con frecuencia en connivencia con la policнa, que se dirige siempre a ella con ocasiуn de cualquier incidente y trata de convertirla en su agente de observaciуn. Su poder oculto es considerable: ella es quien filtra a los inquilinos, lo mismo que a los visitantes o a los cantantes callejeros que sуlo con su autorizaciуn pueden entrar en el patio. Tener un piso que dй a la calle constituye todo un progreso en la defensa de la propia intimidad.

“La mayorнa de la gente prefiere vivir en un territorio modesto, incluso minъsculo”, observa Pierre Sansot (La France sensible, 1985). La calle, mбs aъn que el barrio, es la que constituye el espacio de interconocimiento por el que pasa la frontera del secreto. Sus epicentros son las tiendas, con sus cуdigos de cortesнa, sus obsequios y contraobsequios. Entre sus personajes esenciales, vigнas, confidentes y testigos, se cuenta, por ejemplo, la panadera, pero sobre todo el tendero de ultramarinos, que con frecuencia “se convierte en la oreja o el confesionario del barrio o de la calle” (Michel de Certeau, L’Invention du quotidien). El barrio, realidad mбs compleja, introduce ya en la ciudad, donde se despliegan otras prбcticas de privatizaciуn.

Lo que aquн nos importa no es tanto el espacio como “las gentes”, esos vecinos, raras veces escogidos por uno, que son la autйntica mirada del Otro, de quien hay que defenderse a la vez que hacerse querer. Son los vecinos quienes establecen un cуdigo de decoro de la casa y de la calle, una norma a la que hay que plegarse a fin de verse admitido, ya que la tendencia imperante es a reproducir lo idйntico y a excluir lo desemejante: al extranjero, de nacionalidad, de raza, de provincia, y hasta de cantуn. Durante la primera mitad del siglo XIX —como ha demostrado Louis Chevalier—, Parнs es una yuxtaposiciуn de aldeas; hay algunos patios de la calle de Lappe, barrio poblado por gentes oriundas de Auvernia, que reagrupan a todos los originarios del mismo pueblo. Del mismo modo, a finales del siglo, el Pletzl (el Marais) reъne a los judнos inmigrados de la Europa oriental, y llega a haber diferencias entre la calle de los Francs-Bourgeois, el arrabal Saint-Germain del barrio judнo y la calle de los Rosiers, sucia y superpoblada (Nancy Green).

La mirada del vecindario gravita sobre la vida privada de cada uno y sobre lo que йste deja filtrarse: “їQuй van a decir?”. Sus desaprobaciones, sus tolerancias o sus indulgencias tienen tanto valor como las tablas de la ley. Tambiйn su intervenciуn tiene ciertos lнmites: los muros del domicilio; lo que hay mбs allб de su puerta, salvo los ruidos intempestivos, los escapes sospechosos o los olores nauseabundos, es algo en lo que no se interviene. Ya pueden zurrar los padres a los hijos; o el marido a su mujer: es asunto suyo, nadie acudirб por ello a la policнa. Es preciso que sobrevenga todo un drama para que se desaten las lenguas y se produzcan las demandas de intervenciуn. Por cierto que el uso que hacen los particulares de la policнa y de la justicia, o dicho de otro modo, la presentaciуn de denuncias por las personas privadas, es un indicador interesante de los umbrales de tolerancia y de las formas de intervenciуn que serнa oportuno estudiar. En todo caso, las alteraciones en el vecindario siguen siendo, de derecho, un asunto civil, y hay un cierto consejo sobre la inviolabilidad de una privacy que abarca los contornos de la familia y de su habitaciуn.

La tolerancia es menor con respecto a los comportamientos polнticos, como demuestran las oleadas de denuncias en tiempo de revueltas, por ejemplo con ocasiуn de la Comuna. Fueron muy numerosos los que debieron su arresto a la soplonerнa de un conserje o de un vecino. Jean Allemane tuvo de ello una experiencia bien triste.

Como sutil equilibrio que es de tensiones contenidas, eventualmente solidario, pero con mayor frecuencia censor, el vecindario envuelve la vida privada como el erizo punzante de una castaсa.

En torno del nъcleo familiar burguйs, la servidumbre traza unas aureolas proporcionales al rango y a las tradiciones. Hay dos —desigualmente— importantes: la de las personas de servicio y la de los animales.

Animales domйsticos

Hablaremos poco de estos ъltimos. Pertenecen, en efecto, a esa intimidad personal que Alain Corbin analiza mбs adelante. El sentimiento vinculado a los animales familiares —perros, pбjaros, y mбs tardнamente gatos— crece a lo largo del siglo, del mismo modo que la sensibilidad ecolуgica tiene su recinto propio en la esfera pъblica. Los animales pertenecen a la familia, se habla de ellos como de viejos amigos, se dan noticias de ellos (tal es el caso de George Sand, cuya correspondencia proporciona al respecto fragmentos de antologнa); o son los testigos del ausente. Tanto Caroline Brame como Geneviиve Breton reciben de sus enamorados una perra; la primera la llama Guerriиre y le repite el nombre de su amo; la segunda acaricia a la suya figurбndose que es la criatura que va a nacer. Se les asigna una identidad: la perra de madame Dupin lleva un collar: “Me llamo Nйrina, pertenezco a madame Dupin, de Nohant, cerca de La Chвtre”; mбs tarde acabarнa sus dнas sobre las rodillas de su ama, y “se la enterrу en nuestro jardнn, bajo un rosal; encovada, como decнa el viejo jardinero, que como buen berrichуn no habнa aplicado jamбs la palabra enterrar mбs que a los cristianos bautizados”. No sin dificultad, el animal domйstico inicia asн su ascenso como persona, que culmina en la actualidad hasta el punto de poner en un brete al derecho: їpuede un amo dejarle su fortuna a su perro? Tal ha sido el enigma jurнdico, resuelto en forma negativa, que tuvieron que afrontar los juristas en 1983. Durante el ъltimo tercio del siglo XIX, la nociуn de “los derechos de los animales” se perfila casi con tanta fuerza como la de “los derechos del niсo”. Adviйrtase que las feministas eran muy sensibles a tal cuestiуn y militaron casi todas ellas en la Sociedad Protectora de Animales.

Personas de servicio

El nъmero y la naturaleza del personal de servicio depende de la posiciуn social y del nivel de vida al tiempo que constituye su sнmbolo mбs visible: “tener una criada” marca el ascenso a una casta superior: la de las gentes servidas que pueden dedicar el tiempo libre de sus mujeres a la representaciуn, al lujo ostentoso. En todo ello persiste, sin gйnero de duda, un modelo aristocrбtico, que niega la independencia salarial y es muy partidario de los lazos personales. El sirviente compromete, en efecto, con respecto a sus amos, su cuerpo, su tiempo, y hasta su mismo ser. De ahн el creciente malestar que este estatus arcaico produce en la sociedad democrбtica y los indicios de decadencia que se esbozan en el trбnsito de un siglo a otro, bien palpables en las dificultades para “hacerse servir” de que se lamentan las mujeres burguesas, incluidas las feministas.

No constituye aquн nuestro propуsito el estudio de la historia social del servicio domйstico, ampliamente trazada por otra parte, sino mбs bien su historia “privada”, al mismo tiempo externa —lugar de la servidumbre en la casa— e interna: їtienen los criados una vida privada?

La servidumbre es, por lo demбs, un mundo jerarquizado. En lo alto de la escala, preceptores e institutrices —que sуlo las familias acomodadas pueden permitirse, cuando quieren conservar a sus hijos en casa— aparecen como semiintelectuales, cosa que son a veces. El desarrollo de la escolaridad obligatoria harб mбs infrecuentes los preceptores que las institutrices, de las que escribe Flaubert: “Son siempre de una excelente familia venida a menos. En las casas resultan peligrosas, porque seducen al marido” (Dictionnaire des idйes reзues). En 1847, el duque de Choiseul-Praslin llegу a asesinar a su esposa a causa de una joven gobernanta, antes de suicidarse. Este resonante y singular acontecimiento habнa sacudido la monarquнa al rebajar a la aristocracia al rango del vulgar crimen pasional. Francesas durante la primera mitad del siglo, y con mayor frecuencia inglesas, alemanas o suizas durante la segunda, las misses, las frдuleins, las nurses, ofrecen un blanco permanente al deseo de los amos. Alrededor de la mademoiselle flota una atmуsfera de seducciуn de la que ha de defenderse ella misma mediante un aire austero, las gafas y el moсo respetable.

La situaciуn de los criados subalternos es aъn mбs difнcil, en la medida en que se hallan socialmente desasistidos y abandonados. La extremada ambigьedad de su posiciуn proviene del hecho de que estбn a la vez dentro y fuera, integrados en la familia y excluidos de ella, en el corazуn de la intimidad del hogar, de la pareja, del cuerpo secreto de sus amos, y obligados a no ver nada y sobre todo a no decir nada: el personaje Bйcassine —creado en 1906 en La Semaine de Suzette— no tiene boca. A lo que se aсade la circunstancia de que, durante la mayor parte del tiempo, se trata de una relaciуn de mujer a mujer. La reducciуn de las grandes mansiones aristocrбticas estilo Guermantes da paso a la apariciуn de la “criada para todo”, gracias a la cual la pequeсa burguesнa urbana puede afirmar sus pretensiones. La profesiуn se proletariza y se feminiza, conjunciуn clбsica que indica su relativa degradaciуn en la estima social.

Ayudas de cбmara y doncellas —especies en extinciуn— son los que estбn mбs en el aire. Mientras se les niega como personas, no hay ningъn problema: quй importa el contacto, si no tienen siquiera sexo. Asн, por ejemplo, la marquesa del Chвtelet, en el siglo XVIII podнa hacerse baсar, con una perfecta indiferencia, por su criado, Longchamp, cuya virilidad era, sin embargo, lo suficientemente consciente como para que se sintiera turbada, segъn confesiуn propia en sus Mйmoires. Siglo y medio mбs tarde, el cuarto de baсo se convierte en un santuario y se cierra sobre la desnudez de unos amos que ya no soportan que los vean sus sirvientes. “La seсora se viste y se peina ella sola. Se encierra a cal y canto en su gabinete, y casi no tengo ni siquiera derecho a entrar”, se lamenta la celestina de Mirbeau (Journal d’une femme de chambre), como si hubiese perdido una parte de su poder. Georges Vigarello ha puesto de relieve de quй forma una “relaciуn consigo mismo mбs exigente” habнa precedido a semejante exclusiуn (Le Propre et le Sale, Йd. du Seuil, 1985).

Esta exigencia de intimidad reforzada no se manifiesta ъnicamente en relaciуn con el cuarto de baсo, sino tambiйn con la alcoba —una mujer decente se hace ella misma su propia cama— y con el conjunto de la casa. La servidumbre ha de estar al alcance de la mano, pero no presente. Se la podrб ver, o al menos llamar, sin que nos vea. Samuel Bentham, el hermano de Jeremy, el cйlebre autor de Panopticon, al margen de su busca de un plano de prisiуn de acuerdo con este principio, habнa puesto a punto un sistema de llamada a distancia en la casa de un particular inglйs. Bajo el Directorio, en Francia, se multiplican las campanillas, de lo que se queja la “ciudadana Ziguette”, portavoz del conde Roederer, como de una pйrdida de familiaridad. En su Histoire d’une maison (1873),Viollet-le-Duc, que la presenta como un modelo, presta la mayor atenciуn a los vestнbulos, corredores y escaleras, que han de ser medios de circulaciуn y comunicaciуn tanto como de evitaciуn precautoria. Semejante intolerancia la expresa asн Michelet: “Los ricos […] viven a la vista de sus criados [lйase: a la vista de sus enemigos]. Comen, duermen y aman bajo las miradas de unos ojos rencorosos y burlones. No tienen intimidad, ni secreto, ni hogar”. Siendo asн que “vivir de dos en dos, y no de tres en tres, es el axioma esencial para conservar la paz de la familia”. Este rechazo del criado, convertido en intruso, es sin duda alguna el signo de una sensibilidad nueva, pero tambiйn de la personalizaciуn del sirviente, lo que en definitiva trae consigo la muerte de la servidumbre.

La otra manera de desentenderse de la cuestiуn, que fue practicada mayoritariamente durante el siglo XIX, consistнa en la negaciуn de la persona de los sirvientes, en la desapariciуn de su cuerpo, ese “cuerpo negado” descrito por Anne Martin-Fugier, de su apellido y aun de su mismo nombre propio: “Hija mнa, usted se llamarб Marнa”. Lo que equivale para ella a la imposibilidad de llevar una vida privada, familiar o sexual, ya que no dispone de tiempo ni de espacio alguno para sн misma, ni siquiera del derecho a tenerlos. Tener su cuarto en el sexto piso, cualesquiera que sean su mediocridad material y su promiscuidad, establece una distancia, una separaciуn en la que puede darse “un goce robado”. De ahн el temor que sienten las patronas ante el sexto piso, lugar de fantasmas sociales y sexuales.

Ordinariamente cйlibe, la criada no tiene en principio ni amante, ni marido, ni hijo. Si sobreviene una desgracia, “se las arregla” ella sola. Entre las mujeres perseguidas por infanticidio, abundan las sirvientas; ellas son las que pueblan las maternidades de los hospitales, refugios de las madres solteras, viйndose con frecuencia forzadas al abandono. Una vez que la йpoca, avara de unos vбstagos demasiado escasos, se volviу mбs indulgente con las madres solteras, muchas criadas conservaron a sus pequeсos; pero la necesidad de educarlos por sн solas las fija mбs aъn a su puesto de trabajo.

Si el padre resulta que es su patrуn, tienen que desaparecer, o tratar de que se olvide su desliz en un silencio total. Helen Demuth ocultу durante toda su vida la existencia del hijo que habнa tenido de Marx. Cuando mucho tiempo despuйs, tras la muerte de ambos, descubriу Eleanor la verdad, cayу enferma: no por el hecho de aquella relaciуn, sino por la mentira con que se la habнa enmascarado. La situaciуn de Helen Demuth, integrada en la familia Marx hasta el punto de compartir todos sus intereses negбndose a sн misma, es el ejemplo paradуjico de la abnegaciуn a la que se veнan reducidas las sirvientas de corazуn generoso, esas mujeres a las que se ve, en su timidez, en el extremo de una foto familiar y cuyo nombre ha caнdo ya en el olvido. Semejante devociуn ancilar es tan completa que algunas, en efecto, ya no tienen otro techo ni otra familia que la de sus patronos, a los que cuidan como nodrizas perpetuas. Berthe Sarrazin se ocupa de Toulouse-Lautrec y les comunica a los suyos noticias de su salud. El espнritu “de la casa” es un medio inconsciente de no sufrir y de justificarse, de encontrar, en la familiaridad de los dioses, una forma de ennoblecimiento. De este modo, Cйleste Albaret —la Franзoise de Proust— o Berthe, la doncella de Nathalie Clifford-Barney, fueron los testigos vigilantes y enternecidos de la grandeza de sus amos.

Una supervivencia de tiempos feudales como йsta resulta incompatible con el desarrollo de la conciencia de sн. Si los amos no soportan ya sentirse mirados, los sirvientes no soportan tampoco una negaciуn asн de su cuerpo y de su propio ser. No hay muchas rebeldнas frontales, pero sн que abundan las espantadas individuales. Los criados se vuelven inestables en las casas, indуciles, aceptan de mala gana los consejos y persiguen sus propios fines. Las criadas jуvenes procuran ahorrar para poder casarse y tienen fama de ser buenos partidos. Por otra parte, las regiones de origen reducen sus emigraciones: a finales del siglo, la sнfilis, el “mal parisino”, provoca temor. De hecho, en el corazуn de la vida privada y de las relaciones interpersonales acaba por arraigar una autйntica “crisis de la servidumbre domйstica”, que se traduce en la inflaciуn de las ofertas de empleo en los periуdicos, en una ligera alza de los salarios y en un comienzo de sindicalismo y legislaciуn protectora. Es el signo de la democratizaciуn de aquellas relaciones.


La vida de familia

Michelle Perrot

La familia es un “ser moral” del que hablamos, sobre el que pensamos y al que representamos como un todo. Hay unos flujos que la atraviesan y mantienen esa unidad: la sangre, el dinero, los sentimientos, los secretos y la memoria.

Correspondencias

Aunque se halle dispersa, la familia mantiene el contacto y restablece la corriente gracias a la correspondencia. Йsta se ve facilitada por los progresos postales, perceptibles ya durante la primera mitad del siglo, y acelerados durante la segunda a causa del desarrollo de los ferrocarriles y la variedad de medios de aquella йpoca tan papelera. Recibir noticias frecuentes, regulares y sobre todo “frescas” se convierte en una necesidad. Infatigable escritora de cartas, George Sand solicita que le envнen de Parнs “ese papel de cartas amarillo y azul, tan feo y que estб tan de mod







Что делать, если нет взаимности? А теперь спустимся с небес на землю. Приземлились? Продолжаем разговор...

ЧТО ПРОИСХОДИТ, КОГДА МЫ ССОРИМСЯ Не понимая различий, существующих между мужчинами и женщинами, очень легко довести дело до ссоры...

Живите по правилу: МАЛО ЛИ ЧТО НА СВЕТЕ СУЩЕСТВУЕТ? Я неслучайно подчеркиваю, что место в голове ограничено, а информации вокруг много, и что ваше право...

Что способствует осуществлению желаний? Стопроцентная, непоколебимая уверенность в своем...





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