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El lecho y la alcoba individuales





El siglo XIX vio cуmo seguнa adelante el proceso de desbloqueo de los cuerpos inaugurado a finales del Antiguo Rйgimen en los espacios colectivos. El lecho individual, una vieja norma conventual, se convirtiу en simple precauciуn sanitaria, en concreto en los hospitales. De hecho, como lo ha puesto bien de manifiesto Olivier Faure a propуsito del ejemplo lionйs, la privatizaciуn del espacio reservado al enfermo sуlo con lentitud acabarб imponiйndose en estos establecimientos, por la sencilla razуn de que iba en contra de unos ritos de la sociabilidad popular que en ellos tendнa espontбneamente a reproducirse. Pero lo esencial para nuestro propуsito sigue siendo la transferencia de esta preocupaciуn hacia el espacio privado; proceso avivado por la epidemia de cуlera de 1832, que vino tardнamente a subrayar los perjuicios del amontonamiento y la promiscuidad que reinaban en la vivienda popular. Estimulados por los descubrimientos de Lavoisier y por la nueva comprensiуn del mecanismo de la respiraciуn, y persuadidos de los beneficios de una reserva de oxнgeno, los mйdicos batallan durante todo el siglo contra el lecho colectivo y la promiscuidad. Poco a poco se les irб escuchando. No cabe sobrestimar las consecuencias de su difнcil triunfo. La nueva soledad del lecho individual conforta el sentimiento de la persona, favorece su autonomнa; facilita el despliegue del monуlogo interior; las modalidades de la plegaria, las formas de la ensoсaciуn, las condiciones del sueсo y del despertar, el desenvolvimiento del soсar, o de las pesadillas, todo ello experimenta un vuelco. Al tiempo que se atenъa el calor del contacto fraternal se desarrolla en los niсos la exigencia de la muсeca o de la mano materna que da tranquilidad. Pero los mйdicos deploran una cosa: el placer solitario sale favorecido.

En el seno de la pequeсa burguesнa, cuando menos, progresa la alcoba individual, objeto de la solicitud de los higienistas que dictan los volъmenes y aconsejan la eliminaciуn del servicio domйstico y de la ropa sucia. La alcoba de la joven, convertida en templo de su vida privada, se llena de sнmbolos; se confunde con la personalidad de su ocupante, de cuya autonomнa es prueba. El pequeсo oratorio en un бngulo, la jaula del pбjaro, el bъcaro con flores, el papel que imita el lienzo de Jouy, el escritorio que encierra el бlbum y la colecciуn de cartas нntimas, si es el caso la biblioteca, contribuyen a dibujar la imagen de Cйsarine Birotteau o de Henriette Gйrard, y mбs aъn la de Eugйnie de Guйrin, cuyo diario desarrolla un himno interminable al placer de habitar en su “cuartito”, celebrado tambiйn por Caroline Brame.

La idнlica buhardilla de la modistilla, cuya virtud se halla atestiguada por la sensatez del ambiente, expresa perfectamente el cambio popular del modelo. La obligaciуn de “cada cual en su alcoba” se impone hasta en las casas de tolerancia vigiladas por la policнa de costumbres. En el campo, la intimidad de un espacio conyugal se va precisando tambiйn poco a poco con el uso de cortinas, colgaduras, o incluso mediante unos sumarios tabiques. Cuando el dueсo de la vivienda ha decidido renunciar, se halla muy extendida la costumbre de que se reserve una habitaciуn en el contrato de donaciуn; se asegura asн la privatizaciуn del espacio donde ha de desenvolverse el resto de su existencia.

Paralelamente, la creciente intimidad de los excusados favorece la prosecuciуn del monуlogo interior. En los inmuebles populares, la posesiуn de la llave de las letrinas de cada piso inaugura esa familiarizaciуn con lo excrementicio que constituye un elemento no desdeсable del impulso de la privacy. Cuando, hacia 1900, se difunde el tocador, y luego el cuarto de baсo, provisto de un sуlido cerrojo, el cuerpo desnudo puede comenzar a experimentar su movilidad al abrigo de cualquier intromisiуn. Este espacio, desensibilizado al mбximo, se transforma en templo clean and decent del inventario y la contemplaciуn de sн.

La toilette нntima

Los progresos de la toilette нntima revolucionan en efecto la vida privada y las condiciones de la relaciуn. Desde los comienzos del siglo, son mъltiples los factores que contribuyen a la acentuaciуn de las antiguas exigencias de limpieza que habнan germinado en el interior del espacio conventual. El descubrimiento de los mecanismos de la respiraciуn lo mismo que el gran йxito de la teorнa infeccionista llevaron a subrayar los riesgos de la obturaciуn de los poros por la grasa, portadora de miasmas. Algo mбs tarde, la difusiуn del concepto de “depuraciуn” impuso una vigilante limpieza de los “secretores” del organismo. La influencia reconocida de lo fнsico sobre lo moral determina el valor de lo limpio y lo ordenado. Surgen nuevas exigencias sensibles que renuevan la urbanidad; la acentuaciуn de la delicadeza en los ambientes selectos, la voluntad de alejarse de los desechos orgбnicos que recuerdan lo animal, el pecado, y la muerte, en una palabra, el anhelo de purificaciуn, avivan el progreso. Sucede ademбs que йste se ve estimulado por la voluntad de distinguirse del pueblo nauseabundo. Todo lo cual contribuye a promover un nuevo estatuto del deseo sexual y de la repulsiуn, que aviva a su vez el auge de las prбcticas higiйnicas.

Enfrente, no obstante, hay mъltiples creencias que incitan a la prudencia. El agua, cuyos efectos, tanto sobre lo fнsico como sobre lo moral, se sobrestiman, reclama precauciones. Unas normas muy estrictas modulan la prбctica del baсo de acuerdo con el sexo, la edad, el temperamento y la profesiуn. El cuidado por evitar la molicie, la autocomplacencia, las miradas sobre sн mismo, incluso la masturbaciуn, frenan la extensiуn de las prбcticas. La relaciуn por aquel entonces sуlidamente establecida entre el agua y la esterilidad vuelve difнcil el desarrollo de la higiene нntima de la mujer.

A pesar de todo, el progreso no deja de irse deslizando poco a poco desde las clases superiores hasta la pequeсa burguesнa. El servicio domйstico contribuye tambiйn lo suyo a la iniciaciуn de una reducida fracciуn del pueblo; pero en cualquier caso no se trata mбs que de una toilette fragmentada del cuerpo. Se lavan frecuentemente las manos, tambiйn cada dнa la cara y los dientes, al menos los dientes delanteros, una o dos veces al mes los pies, pero nunca la cabeza. El ritmo menstrual sigue ordenando el calendario del baсo. A este propуsito, la mayorнa de las congregaciones femeninas del siglo XIX sigue haciendo referencia aъn a la norma dictada por san Agustнn. A finales de siglo la apariciуn del tub (baсera) a la inglesa, y luego la difusiуn, ciertamente muy limitada, de la ducha, tienden a modificar la duraciуn de la toilette. Esta ъltima se beneficia de un prejuicio favorable, ya que su acciуn dinamizante exorciza la molicie. Pero esta virtud no dispensa siempre de la necesidad de la coartada terapйutica. El reglamento de la Escuela Normal de Sиvres, elaborado en 1881, reserva la ducha para las enfermas acompaсadas de una enfermera. Se comprende mejor asн el retraso de la higiene sexual. Segъn ha podido comprobar Guy Thuillier, el bidй y las toallas periуdicas no aparecen entre la buena burguesнa de Nevers hasta comienzos del siglo XX.

Las poblaciones rurales, habituadas, bien es verdad, al baсo juvenil a la orilla del rнo en periodo de calor fuerte, se mantienen al margen del progreso hasta la Primera Guerra Mundial. Ciertamente, las municipalidades se esfuerzan por canalizar el agua; y se va delineando una red de fuentes, de douix y de lavaderos, por ejemplo ya en tiempos de la Restauraciуn, en la baja Normandнa, durante la monarquнa de Julio en el Nivernais, y a comienzos de la Tercera Repъblica en Minot, en Chвtillonnais. Y tambiйn hospitales, prisiones, escuelas y cuarteles concurren a la propedйutica higiйnica inaugurada por aquellos infatigables mйdicos rurales, uno de cuyos sнmbolos lo constituye el doctor Benassis. Pero, como ya hemos visto, el cуdigo de la higiene culta contradice en ocasiones las sabidurнas populares del cuerpo: al lavar la ropa blanca demasiado se corre el riesgo de gastarla, una limpieza domйstica meticulosa no es mбs que pйrdida de tiempo, una hermosa tez se ha de formar bajo la grasa. Los mandamientos mйdicos resultan inoportunos: se los interpreta con frecuencia como una intolerable injerencia de los seсores de la ciudad.

En los ambientes obreros nos encontramos con una cierta ambivalencia a finales de siglo, la limpieza es ya una necesidad; la voluntad de cambiarse de ropa despuйs del trabajo expresa una exigencia de dignidad; llega a ser incluso el motivo de numerosas huelgas en la regiуn parisiense, en vнsperas de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la aplicaciуn de la ley sobre la higiene, votada en 1902, se revelу bastante difнcil. La inspecciуn les parece a los trabajadores un control insoportable. En Nivernais, patronos y obreros se ponen de acuerdo para incumplir las nuevas prescripciones.

A decir verdad, lo que entonces entienden por higiene los cнrculos escogidos, cuando se trata del pueblo, tiene que ver ante todo con la apariencia. Estar limpio significarб en primer lugar no tener manchas (en Lyon, al tintorero se le llama “quitamanchas” [ dйgraisseur ]), llevar limpia la ropa, evitar la groserнa en los modos, llevar cuidado el pelo, lavarse con cierta frecuencia las manos, si es el caso “lavarse la cara”, y, ya mбs adelante, echarse agua de Colonia. Para la Ragotte de Jules Renard, la higiene consiste en la habilidad para ingurgitar limpiamente la sopa; mientras que en casa de la vecina, Fifille Migneboeuf, se le ordena al chico limpiar la sangre de las reglas vertida sobre las baldosas de la sala comъn. La misma escuela republicana, cuya acciуn higiйnica y cuyo ritual de las visitas de limpieza tanto se ha exaltado, no tuvo al respecto demasiadas ambiciones; para convencerse de ello basta con leer atentamente Le tour de la France par deux enfants (La vuelta de Francia por dos niсos). La batalla decisiva se riсe en torno al uso del peine y el aprendizaje de las disciplinas de la defecaciуn. Es necesario que el chico deje de peinarse con los dedos y que la muchacha aprenda a tener limpias sus bragas.

No obstante, hacia comienzos del siglo XX empieza a dejarse notar un cambio: los progresos, limitados, del equipo y el mobiliario sanitarios, la influencia de la ducha en las sociedades deportivas, los esfuerzos de la nueva administraciуn de la higiene pъblica y la frecuentaciуn creciente de los hoteles de turismo y de los burdeles de lujo contribuyen a la difusiуn de la palangana y la jarra; pero habrб que aguardar al periodo de entreguerras y a la difusiуn del hierro esmaltado, y luego a los aсos 1950 y la banalizaciуn de la ducha y del cuarto de baсo para ver efectuarse en profundidad la revoluciуn higiйnica.

La amenaza del deseo

Es en el seno del espacio privado donde el individuo se prepara para afrontar la mirada de otro; donde se configura la presentaciуn de uno mismo, en funciуn de las imбgenes sociales del cuerpo. Tambiйn en este terreno se llevу a cabo una revoluciуn. Durante el siglo XIX se elaboran y luego se imponen una estrategia de la apariencia y un sistema de conveniencias y de ritos precisos que sуlo tienen que ver con la esfera privada. Despuйs se efectuу el lento deterioro de esta especificidad, hasta hacнa poco fundada en la hipertrofiada distinciуn entre lo de dentro y lo de fuera. Asн por ejemplo, al hilo de los decenios, el camisуn dejу poco a poco de tolerarse fuera de la alcoba. Se convirtiу en el sнmbolo de una intimidad erуtica a la que en adelante parecerнa inconveniente la menor alusiуn, incluso implнcita; tanto mбs cuanto que el camisуn conyugal tiende a distinguirse de la simplicidad juvenil. Toda una gama de prendas domйsticas (deshabillйs) van a componer una toilette de maсana con la que una mujer que se estime no deberб dejarse ver por un extraсo a menos que sea su amante; exigencia de modestia avivada por el progresivo refinamiento de las toilettes y la visibilidad acrecentada de la ropa interior. El Mais n’te promиne donc pas toute nue (Pero no se te ocurra andar por ahн desnuda del todo) de Feydeau no ha de tomarse al pie de la letra. De la misma manera la mujer circula por su casa “destocada”; mientras que en el espacio pъblico, semejante forma de presentarse designarнa a la sirvienta…, o a la prostituta. Estas normas forman parte del sistema global de restricciones que contribuye a la vez a limitar el acceso de la mujer a la escena pъblica y a solemnizar su apariciуn en ella. La distinciуn entre lo de dentro y lo de fuera tampoco perdona a la poblaciуn masculina; el porte adoptado por el parisino en su casa no le permitirнa afrontar la calle.

Hay otro hecho histуrico que renueva por aquel entonces las conductas privadas: el auge inaudito de las prendas нntimas. La extremada sofisticaciуn de la ropa invisible le da todo su valor a la desnudez, cuya profundidad intensifica. Nunca, hace notar Philippe Perrot, estuvo tan oculto el cuerpo femenino como entre 1830 y 1914. Despuйs de la camisa, se propaga irresistiblemente el calzуn. Usado al principio sуlo por las niсas, se impone entre las mujeres adultas cuando triunfa el miriсaque, o sea, a comienzos del Segundo Imperio. En 1880, su uso se ha vuelto imperativo, al menos en la burguesнa. En cuanto al corsй, resiste a pesar de todo las violentas ofensivas lanzadas contra йl por el cuerpo mйdico. La lazada “a la perezosa” hace mбs autуnomo su uso; le permite a la mujer arreglбrselas ella sola, lo que viene a aumentar su margen de maniobra en las lides amorosas.

A finales de siglo, la riqueza, hasta entonces desconocida, del encaje y los bordados empieza a hacerle compaснa a la hipertrofia de la ropa нntima. Jamбs serбn tan evidentes los perversos efectos del pudor; mientras se multiplican las estaciones del desnudamiento, los impacientes dedos masculinos han de superar los obstбculos de una gama incesantemente multiplicada de nudos, broches y botones. Esta acumulaciуn erуtica, que contribuye a la renovaciуn de la mitologнa libertina y cuya representaciуn grбfica sigue siendo tabъ, con la excepciуn de la caricatura, se difunde con una inusitada rapidez —mбs deprisa que la higiene— en todas las clases de la sociedad. Muy pronto, el propio joven seductor campesino tendrб que aprender a desenvolverse entre inesperados obstбculos.

Convendrнa reflexionar sobre lo que significa la aceptaciуn de semejante complicaciуn refinada, de acuerdo con la hipertrofia estupefaciente de lo imaginario erуtico, expresada, en el seno de la burguesнa, por la obsesiуn del ocultamiento y la manнa de las fundas y los acolchados. El deseo de conservaciуn, la preocupaciуn por proteger la silueta y el miedo a la castraciуn, asн como a la permanente invocaciуn de la amenaza del deseo, llevan a cabo en todo esto un encuentro neurуtico.

їCуmo sorprenderse en consecuencia del auge del fetichismo, descrito y codificado por Binet y Krafft-Ebing a finales de siglo, pero cuyos sнntomas habнan sido ya minuciosamente analizados por Zola, Huysmans y Maupassant? La mнstica del talle y de la curva, la fijaciуn del deseo en las suaves redondeces del pecho, el valor erуtico del pie y el cuero de los botines, el deseo de cortar la cabellera femenina para respirar a placer, se convirtieron en hechos histуricos, igual que el fetichismo de la blusa, sнmbolo de intimidad que parece autorizar todas las familiaridades. La lencerнa нntima, sobre la que se inscriben las huellas de la sexualidad, de la enfermedad, incluso del crimen, sostiene un discurso comprometedor; en ella se apoya el rumor elaborado por las sirvientas y muy pronto ampliado, en el lavadero, por las lavanderas. La mujer que lava la ropa del chвteau tiene muchas informaciones; en la aldea, disfruta del prestigio de quien conoce los secretos de las prendas нntimas de calidad.







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