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Las estrategias de la apariencia





En el espacio privado es donde tiene lugar la toilette que prepara la apariciуn sobre la escena pъblica. El ritual de esta faena inъtil, durante tanto tiempo exclusiva de la gente selecta, se difunde brutalmente entre 1880 y 1910. La caracterizan algunos rasgos fundamentales; y ante todo un dimorfismo sexual muy nнtido que tiene como efecto acentuar la especificaciуn de las funciones sociales. A la mujer le corresponde el monopolio del perfume, del adorno, del color, de las maneras suaves, del encaje, y sobre todo de una body sculpture torturante que la sitъa ya desde el principio por encima de cualquier sospecha de trabajo. Su funciуn es la de ser el estandarte del hombre condenado a la actividad, es decir, al atuendo negro o gris, en forma de tubo, que le hacнa exclamar a Baudelaire que este sexo estaba de luto. La misma ropa interior masculina carece de refinamiento. El hombre del siglo XIX no se siente muy orgulloso de su cuerpo, como no sea de su barba. Mientras que las olas ondeantes de la cabellera femenina obsesionan al modern style y hace furor la “ondulaciуn Marcel”, propagada por los peluqueros para seсoras que comienzan ya a instalarse, los profesionales no anuncian menos de quince o veinte modelos de mostachos, barbas y patillas.

Lo que todas estas modas ponen en juego no tiene nada de irrisorio; su historia inaugura la de la difusiуn de un nuevo estilo de vida privada. A este propуsito se impone de nuevo la importancia de la mutaciуn que tiene lugar entre 1860 y 1880. Hasta entonces, el campo se muestra muy suspicaz hacia todo cuanto venga de la ciudad; en las mismas calles urbanas, continъan exhibiйndose orgullosamente los atuendos campesinos los dнas de feria y de mercado. Y hay que decir que entre 1840 y 1860, favorecido por la prosperidad rural, el traje regional conociу una exuberante edad de oro. Pero se inaugura en seguida el mimetismo que va a conducir a la desposesiуn simbуlica, a la eliminaciуn progresiva de los atuendos regionales, piadosamente recogidos por los folkloristas. Al tiempo que cofias y blusones van desapareciendo poco a poco, los grabados de modas llegan hasta las comarcas rurales menos accesibles. La adquisiciуn por correspondencia, la multiplicaciуn de las sucursales (los almacenes) de la Primavera, la instalaciуn de modistas y sobre todo la proliferaciуn inusitada de las costureras a finales de siglo estimulan la evoluciуn. La existencia de las jуvenes casaderas, sujetas a un nuevo aprendizaje, se transformу. Yvonne Verdier lo ha puesto bien de relieve a propуsito de Minot, bien es verdad que sin subrayar demasiado que se trata de un fenуmeno histуrico estrictamente limitado en el tiempo.

Tampoco el ambiente obrero urbano quedу a salvo. Durante mucho tiempo, la especificaciуn de la profesiуn quedaba a la vista a causa de la fisonomнa del atuendo; hasta mediados del Segundo Imperio resultaba fбcil distinguir en la calle la blusa del obrero, la vestimenta negra del magistrado, el cuello del empleado. Ahora bien, despuйs de 1860, vemos germinar la tentaciуn de endomingarse. El obrero pretende darse aires de burguйs en los dнas de fiesta y confundirse con la muchedumbre urbana. El descanso dominical va a revestir desde entonces un nuevo aspecto. El endomingarse es lo mismo que mostrarse accesible a la moral de la limpieza. Para la joven obrera, equivale a asumir los nuevos refinamientos de la seducciуn femenina, aceptar el juego del botнn, del paсuelo perfumado y del seno erguido, adoptar una nueva actitud. Equivale tambiйn a imponerse el obsesivo aprendizaje de un saber de compra; en definitiva, a reconocer los nuevos tiempos del consumo. No pocos cuentos de Maupassant y numerosas canciones de hacia 1900 registran esta mutaciуn que simboliza tambiйn la apariciуn de la modistilla (trottin), lejana sucesora de la chica fбcil (grisette).

El pudor y la vergьenza

Durante el siglo XIX, el pudor y la “vergьenza” pretenden regir los comportamientos. Detrбs de estos tйrminos se oculta un doble sentimiento: por una parte, el temor de ver al Otro —al cuerpo— expresarse, la preocupaciуn de dejar que el animal enseсe la oreja; por otra, el miedo a que el нntimo secreto pueda llegar a ser violado por el indiscreto, el terror al deseo atizado por todas las precauciones destinadas a enmascarar precisamente este tesoro. Del primer sentimiento proviene la contenciуn, es decir, la preocupaciуn de evitar cualquier manifestaciуn orgбnica capaz de recordar que el cuerpo existe. Richard Senett evoca a este propуsito la “enfermedad verde”, estreсimiento provocado en las mujeres por el temor a ventosear en pъblico. Los mйdicos trazan el cuadro clнnico de la “ereutofobia”, pudor de segundo grado, miedo morboso de no poder impedir que el rubor ascienda hasta la frente. Con el segundo sentimiento tiene que ver, por ejemplo, el rechazo del espйculo cuyo uso se mantuvo durante mucho tiempo asimilado a una especie de “violaciуn mйdica”; a finales de siglo, los abolicionistas continъan utilizando el argumento en su lucha contra la prostituciуn reglamentada. Del mismo tipo de ansiedad procede tambiйn, en la mujer, el mal blanco, o negativa a salir de casa por miedo a sentirse espiada por gente desconocida.

Esta doble inquietud aviva la exigencia de la “modestia” en el porte; e inspira en particular la pedagogнa de las congregaciones femeninas. Йsta apunta en primer lugar a reducir la vivacidad de los niсos. La quiebra del ritmo de los impulsos va aquн a la par con la voluntad de agotar las fuentes de emociуn y restringir los aportes de la sensualidad. Puesto que los sentidos son otras tantas puertas para el demonio, hay que enseсar la prudencia, hacer que la joven tenga sus manos ocupadas permanentemente, que tema su propia mirada, que sepa hablar en voz baja y, lo que es aъn mejor, que se persuada de las virtudes del silencio. A este respecto, Odile Arnold ha advertido en los conventos, hacia mediados de siglo, un inequнvoco endurecimiento pedagуgico, a continuaciуn de una libertad bastante grande, incluso de una real espontaneidad en las actitudes. La tentativa de descorporificaciуn se exaspera con la exaltaciуn del modelo del бngel; en muchas chicas se produce entonces una verdadera identificaciуn. Este espejismo, cuya gйnesis Jean Delumeau atribuye en parte a la antigua influencia del neoplatonismo, acentъa rбpidamente su influjo; muy perceptible en las posturas de la plegaria, acompaсa a la creciente exaltaciуn de la virginidad y al ascenso del lirismo de la castidad. Resulta muy reveladora, a este propуsito, la rбpida difusiуn del culto de santa Filomena, a partir de 1834. El modelo de esta santa que no existiу jamбs, pero a la que no dejaron de consagrarse abundantes biografнas, permite la difusiуn de plegarias, emblemas y hasta cordones destinados a las jуvenes deseosas de mantenerse intactas. No conviene olvidarlo: en este siglo en que se afirma la primacнa de la palabra masculina, la predicaciуn femenina se lleva a cabo mediante la retуrica del cuerpo, la elevaciуn de la mirada y el fervor del gesto.

Queda por plantear el problema de la difusiуn de las conductas ejemplares. Suzanne Voilquin, de origen modesto, relata el autйntico noviciado a que la someten, entre 1805 y 1809, las maestras de la escuela del convento de Saint-Merry, y luego las tristes seсoritas normandas entre las que hace su aprendizaje, desde la edad de nueve aсos. Sin embargo, la antropologнa angйlica reactivada durante la йpoca romбntica sуlo se despliega ampliamente a favor de la contraofensiva catуlica, es decir, despuйs de 1850. Las tйcnicas de contenciуn afinadas en los conventos penetran entonces en los medios populares. Muy recientemente, Marie-Josй Garniche Merritt, que ha recogido con todo escrъpulo el testimonio de la memoria popular, traza un cuadro sorprendente de la minuciosa vigilancia ejercida aъn por las religiosas sobre las jуvenes del pequeсo municipio de Buй-en-Sancerrois, entre 1900 y 1914. Durante esta йpoca se constituye, en particular en las parroquias rurales, toda una red de congregaciones juveniles. Surgen innumerables asociaciones de Hijas y de Siervas de Marнa asн como de chicas ejemplares cuyo nъmero se elevaba probablemente segъn Martine Segalen al millar, que corroboran la lecciуn de moral y de modales dispensada por la escuela republicana, heredera a su vez de la urbanidad lasalliana enseсada en otro tiempo por los amos de la monarquнa censataria. En Turena, el alcalde y el cura cooperan para designar y festejar a la joven mбs virtuosa (rosiиre) de la aldea. Йsta, en la misma maсana de la celebraciуn de su triunfo, tenнa que pasar, ante el mйdico, por la prueba de su doncellez. En Nanterre, la descristianizaciуn no impedirб el mantenimiento de este modelo de las virtudes domйsticas y privadas.

En el corazуn de la vivienda popular, una nueva contenciуn corporal acompaсa a la intromisiуn del cuidado por la distinciуn. En una novela en parte autobiogrбfica, relata Cйline la tortura que hacen sufrir al joven hйroe de Mort а crйdit sus padres, un pequeсo empleado y una tendera de uno de los pasajes del centro de Parнs. Resultarнa demasiado largo enumerar todas esas disciplinas que conducen a transformar en gestos нntimos prбcticas hasta hace muy poco ostensibles. Desvestirse en comъn antes de deslizarse en el lecho fraterno, llevar a cabo en presencia del otro los gestos de la toilette o hacer el amor en la alcoba familiar constituyen otras tantas conductas que se han vuelto “vergonzosas”.

Detengбmonos aunque sуlo sea un instante en el caso de la “mocita” joven, que atrae entonces la atenciуn de los moralistas. Se le consagran especialmente gruesos manuales de fisiologнa e higiene. Y nos describen la imagen, por supuesto fantбstica, de una niсa aterrorizada o sorprendida por la radical metamorfosis que se opera en ella y que sanciona la apariciуn de las reglas. Muchacha verdaderamente extraсa, de gustos incomprensibles, y tanto mбs peligrosa cuanto que no se ha enterado aъn de lo que es la condiciуn femenina y que sigue estando muy cerca de las fuerzas naturales que acaban de manifestarse en ella. La languidez, los suspiros, las lбgrimas involuntarias, expresan esta extraсeza e imponen la solicitud de su entorno. La existencia de la muchacha se rodea de prohibiciones que han quedado, bien es verdad, en la mayorнa de los casos, en pura teorнa. Los mйdicos aconsejan que se evite la estimulaciуn de su curiosidad por las cosas del sexo. Y asн es como, estimulada por la urbanizaciуn que priva a los jуvenes del espectбculo de la copulaciуn animal, y favorecida por el acantonamiento de la sexualidad conyugal en la alcoba de los padres, se efectъa la multiplicaciуn de las “ocas blancas”. Por entonces es cuando se acredita el nacimiento de los niсos de las coles. Queda por calibrar exactamente hasta dуnde llega o no la inocencia, y por precisar la distorsiуn instaurada entre la actitud exterior y el discurso interior; proyecto, por desgracia, irrealizable. Claudine y sus camaradas нntimas de la escuela que se dedican a hacer concursos de senos nos proponen en efecto una imagen totalmente diferente de lo que era una muchacha joven.

El placer solitario

El terror suscitado por las prбcticas sexuales solitarias constituye un precioso нndice de la amplitud de la hipocresнa. Los historiadores, desde Jean-Louis Flandrin hasta Jean-Paul Aron, han subrayado la hipertrofia del discurso mйdico referente a esta plaga, denunciado desde tiempo inmemorial por el clero. La publicaciуn, en 1760, del cйlebre Onania del doctor Tissot, reeditado sin cesar hasta 1905, constituye a este propуsito una fecha decisiva. Los especialistas han debatido el aumento de las prбcticas, pero, sin gйnero de duda, la historia serial se nos revela impotente para proporcionar certezas. El retraso de la edad para el matrimonio, la formaciуn de verdaderos guetos de cйlibes en el corazуn de las ciudades, la disminuciуn de las formas tradicionales de sexualidad de espera en el ambiente rural, la proliferaciуn de los internados masculinos, el progreso de la alcoba y el lecho individuales y la acentuaciуn del terror inspirado por el riesgo venйreo sugieren una extensiуn de las prбcticas solitarias, a menos de suponer una ascensiуn paralela del proceso de sublimaciуn. Habrнa que aсadir que todo lo que tiende a exaltar al individuo, a nutrir su diбlogo interior, no ha podido sino actuar en favor de esta forma de placer. No olvidemos, por otra parte, la fascinaciуn de la transgresiуn, las delicias de la derrota y de la falta, asн como, en el caso de la mujer casada insatisfecha, el deseo de compensaciуn o de revancha, combinado con el riesgo de “complicaciones” que traerнa consigo el hecho de tener un amante. Todo hace finalmente pensar que, sin la multiplicaciуn de las prбcticas, no habrнa revestido semejante intensidad la campaсa de los moralistas.

Pero volvamos al terrorнfico discurso de los expertos, cuyo efecto disuasivo tampoco conviene, por el contrario, minimizar. La interminable diatriba, que se integra en el punto de mira de sexualizaciуn de la infancia detectado por Michel Foucault, se basa en primer lugar en el fantasma de la pйrdida, en la necesidad de administrar cualquier gasto y por consiguiente de calcular una sana economнa espermбtica. Desde esta perspectiva, el placer solitario masculino conduce, acostumbra a repetirse, a un rбpido deterioro. La consunciуn, la senilidad precoz y luego la muerte jalonan el itinerario recorrido por estos individuos enflaquecidos, lнvidos y casi amnйsicos que frecuentan las consultas de los mйdicos. La dramatizaciуn del cuadro clнnico expresa el temor de que la pйrdida de energнa acabe por perjudicar al dinamismo imprescindible para el esfuerzo y debilite la capacidad de trabajo; pero lo que sobre todo oculta es el rechazo del aprendizaje del placer, la negaciуn de las funciones hedуnicas.

El placer de la mujer sin la presencia masculina es algo que parece particularmente intolerable. La “manualizaciуn” constituye la esencia misma del vicio. Para el hombre, semejante actividad configura el secreto absoluto, algo infinitamente mбs misterioso que las emociones del coito. Aquн no ha lugar la cuestiуn de la importancia de los riesgos de agotamiento, ya que la capacidad venйrea de la mujer se cree que es infinita; pero no dejan de vislumbrarse en el horizonte de la falta otras sanciones, igualmente terribles. No hay cuadro clнnico, ni biografнa de ninfуmana, histйrica o prostituta, que no comience con la imagen de la pequeсa viciosa. Nos volvemos a encontrar aquн con la hostilidad bien conocida de que dan prueba los mйdicos del siglo XIX a propуsito del clнtoris, simple instrumento de placer, inъtil para la procreaciуn.

La vigilancia del onanista

La lucha contra la plaga es incumbencia de los padres, del sacerdote y sobre todo del mйdico. Los libros especializados incitan a la vigilancia domйstica. A los ojos de los educadores clericales, el sueсo ha de considerarse como equivalente de la muerte, el lecho como el de la tumba, y el despertar, como la imagen de la resurrecciуn. En el dormitorio del pensionado femenino, hay una hermana encargada de velar por la “modestia” al acostarse y al levantarse. Durante el dнa, es conveniente no dejar mucho tiempo solo al adolescente. El reglamento de las casas dirigidas por las ursulinas prescribe que las chicas permanezcan siempre a la vista de sus camaradas. En cuanto a los mйdicos, aconsejan que se evite el calor y el trasudor de la cama; proscriben el edredуn y el exceso de mantas, y dictan la postura mбs conveniente para el sueсo. La prбctica femenina del caballo suscita su desconfianza, lo mismo que la mбquina de coser, denunciada por la Academia de Medicina en 1866.

La estructura de los equipamientos y, en caso necesario, la ortopedia concurren a la prevenciуn. En 1878, los especialistas aconsejan la adopciуn de un tipo de letrinas cuya puerta tiene, arriba y abajo, un corte que permite el control de las posturas. Algunos mйdicos preconizan, tratбndose de chicos, el uso de largas camisas con ranuras. Y contra el onanismo rebelde, los especialistas proponen, todavнa en 1914, unos bragueros a la medida; los hay que fabrican incluso “cinturones de contenciуn” calculados para las chicas. En los asilos, a las alienadas ninfуmanas se les imponen esposas, petos o aparatos aplicados entre las piernas para impedir juntarlas. Cuando persiste el mal, puede llegar a intervenir la cirugнa. La cauterizaciуn de la uretra parece haberse aplicado ampliamente. Thйodore Zeldin cita el martirio de un empleado de almacйn, de dieciocho aсos, vнctima en siete ocasiones de semejante terapйutica, destinada, en principio, a tratar las pйrdidas seminales involuntarias. Pero son aъn mбs reveladoras las angustias de Amiel, minuciosamente relatadas por la propia vнctima. El desgraciado “sucumbe” con regularidad a las “pйrdidas seminales”. “Cada poluciуn es un puсetazo contra tus ojos”, le ha dicho un especialista al muchacho de diecinueve aсos. Йste, aterrorizado, anota desde entonces con todo cuidado cada una de sus poluciones nocturnas; consigna sus arrepentimientos, escribe sus resoluciones; por la noche, toma baсos de agua frнa, come hielo triturado, se lava el bajo vientre con vinagre. No consigue nada; el 12 de junio de 1841 decide no dormir mбs que cuatro o cinco horas por la noche, sentado en una butaca.

La cauterizaciуn del clнtoris y la del orificio vulvar siguen siendo en cambio procedimientos bastante raros, y mбs aъn la clitoridectomнa, practicada por el doctor Robert desde 1837, y mбs tarde, a finales de siglo, por el doctor Demetrius Zambaco. Conviene en efecto actuar con mucha prudencia y, sin negar el alcance significativo de estas horribles prбcticas, no sobrestimar su frecuencia.

Ha podido comprenderse hasta quй punto el cuerpo se habнa vuelto obsesivo en el corazуn de la vida privada. La escucha de los signos oscuros de la cenestesia, el acecho vigilante de la tentaciуn, la permanente amenaza a la que se cree sometido el pudor, la fascinaciуn ejercida por la transgresiуn siempre posible, concurren a otorgarle ese valor. Se llega a rehuir el espectбculo del coito animal. La simple alusiуn se convierte en base de una maliciosidad masculina que hoy nos cuesta explicarnos que pudiera hacer sonreнr. Se forman sociedades cantantes y cнrculos sin otra finalidad que oнr reнrse y hablar del sexo. El desnudo drбsticamente alejado de la vista hace fantasear a los hombres. Los invitados de la condesa Sabine, una de las heroнnas de Nana, se dedican a calcular interminablemente la forma de sus piernas. En comparaciуn con semejante situaciуn, nuestra demasiado famosa sumisiуn a las pulsiones y los impulsos del cuerpo resulta ser muy desatenta, y hasta escasamente desenvuelta.







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